viernes, 16 de julio de 2010

DESTINO: CAPITULO 18




Disclaimer: Todos los lugares y personajes conocidos pertenecen a J.K. Rowling; lo demás es fruto de mi imaginación.

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El frío y desvencijado salón ofrecía una vista escabrosa que habría intimidado a ocupantes más nobles.

Theodore Nott recorría la habitación con mirada displicente, fijando sus ojos fríos en cada rostro que le devolvía un gesto de nerviosismo.

Al centro de todo, en un sillón polvoriento, su abuelo jugaba con la varita, dando golpecitos que producían algunas débiles chispas.

—Vamos completando el círculo—mencionó de pronto, rompiendo el silencio y consiguiendo que los otros, salvo su nieto, dieran un brinco.

Con estudiada indiferencia, hizo ademán de contar con uno de sus huesudos dedos a cada uno de los que lo rodeaban.

—Callahan, has sido un digno miembro, buen amigo de mi hijo, y guardián de mi nieto—expresó con burla bien disimulada al hombre rubio que dominaba la estancia con su tamaño.

Theodore rodó los ojos al escuchar a su abuelo, y ver el gesto orgulloso del mortífago. ¿Guardián? Si era él quien debía ocuparse de que el muy idiota no se equivocara todo el tiempo. Por poco y mata al Squib cuando fueron a secuestrarlo; desde entonces sólo le encomendaba misiones en lo que no fuera necesario pensar demasiado.

—Jugson, Mulciber, Selwyn, Travers. ¡Cuánta alegría me causa pronunciar sus nombres y verlos a nuestro lado!—comentó, señalando al grupo que se mantenía más alejado—Y tú, Rowle, el último en hacernos el honor de acompañarnos en esta gloriosa empresa.

El viejo hablaba con un tono bonachón que jamás usaba con su nieto, porque sabía bien que a él no podría engañarlo.

—Pensé que necesitaríamos a doce—comentó Callahan, al parecer confundido.

Theodore sacudió otra vez la cabeza, y se apoyó muy aburrido en el dintel de la puerta.

—Y así es, mi querido Callahan, por supuesto que tienes razón—aceptó el viejo, sin rastro de hastío en su voz—Pero debes contarnos también a Theodore y a mí, entonces sólo nos faltarían cuatro, y ya tenemos esas plazas cubiertas.

—¿Por quienes?—se apresuró a preguntar Rowle.

El mayor de los Nott exhibió una sonrisa cordial, y negó con la mano, como quien le niega el juguete a un niño pequeño.

—Todo a su debido tiempo, mi buen amigo, pierde cuidado—lo confortó—Cuando sea la hora, estaremos completos.

—¿Y entonces ella volverá? ¿Está seguro?—Selwyn dio un paso cauteloso hacia delante, lleno de ansiedad.

Theodore rió entre dientes, fijando la mirada en su abuelo, y leyendo fácilmente lo cerca que estaba de explotar. Debía reconocer su extraordinaria paciencia para soportar tantas preguntas estúpidas.

—Desde luego. Han sido centurias de espera, décadas de planeamientos; pero en sólo unos cuantos meses la tendremos aquí, con nosotros. Empezará su reinado, más poderosa que nunca, y tanto ustedes, como yo, seremos sus más fieles y recompensados súbditos—expresó.

Sus prometedoras palabras parecieron llenar de emoción a los oyentes, que intercambiaron miradas anhelantes.

—¿Y los sacrificios? La sangre traidora debe ser derramada, ¿están todos aquí? —esta vez fue Jugson quien preguntó, obviamente entusiasmado.

—Dos de ellos nos acompañan hace algún tiempo; los otros objetivos ya están fijados, y los haremos llegar en el momento preciso. Digamos que su…pérdida, será mucho más obvia, y no queremos atraer aún más atención, ¿verdad?—inquirió, como un padre amoroso.

Los otros negaron, dándole toda la razón con ese simple gesto.

—Espero sepan disculpar las pequeñas incomodidades que escapan a nuestros deseos. La fortuna ha sido cruel con nosotros, y esta casa es antigua, con aposentos un poco ruinosos, pero nada nos alegra más que compartir lo poco que tenemos con ustedes—mencionó, para luego añadir con presteza—Ahora el buen Callahan los llevará a conocer el lugar, y tal vez quieran darle una mirada a los primeros…¿cómo llamarles? Visitantes forzados, digamos.

Los mortífagos rieron, celebrando la burla, y con ademanes ansiosos siguieron al mago más alto fuera del salón.

Tan pronto como los tuvo fuera de su vista, la expresión amable desapareció del semblante del viejo, dando paso a una de profundo desprecio.

—No podría decir cuál de todos es más idiota—rezongó—Tendremos que soportar su desagradable presencia, no hay otra alternativa.

Su nieto, que había permanecido en las sombras, se adelantó hasta quedar a su lado.

—Si lo piensas, es curioso que fueran justamente algunos de los más inútiles quienes sobrevivieran a Voldemort, ¿no crees?—preguntó sin dejar de sonreír.

El viejo lo veía de mal talante, chasqueando los nudillos.

—Es innecesario que lo nombres—su voz sonó como un latigazo—Y no creas que he olvidado tu descuido; cada vez me recuerdas más a tu padre, lo único que logras es decepcionarme.

Theodore cerró las manos con fuerza y tragó espeso, pero no varió su expresión tranquila.

—Mi padre no habría podido hacer nada de lo que yo he logrado, lo sabes—espetó, con algo de soberbia.

—Puede ser—aceptó su abuelo—Pero no habría sido tan idiota como para ponerse a luchar con un auror, cuando debía preocuparse por traer a uno de los conjurantes.

El muchacho acusó el golpe con una mueca de rabia, cambiando su expresión.

—Nos seguía, ¿qué podía hacer? Tuve que pelear para darle tiempo a Rowle de desaparecer—se excusó a regañadientes.

—Pudiste desaparecer también en un primer momento, pero debías jugar un poco, ver quién es más fuerte, ¿no?—lo enfrentó el viejo, levantando la varita—Escúchame bien, mocoso, puedes ser todo lo soberbio que quieras, siempre y cuando no pongas en peligro mis planes, ¿me has comprendido?

Theodore le sostuvo la mirada con terquedad, sin contestar. Su abuelo hizo un lance rápido de varita, viéndolo sin emoción.

—¡Crucio!—susurró, impasible.

El muchacho se mantuvo de pie, soportando el dolor sin quejarse. No era un hechizo muy fuerte, pero aún así sintió como si le clavaran cientos de agujas por todo el cuerpo. Cuando terminó, el viejo lo vio de nuevo.

—¿Me has comprendido?—repitió.

—Sí, abuelo—su nieto le contestó con voz agitada.

—Bien. Ahora ve, y asegúrate de que esos inútiles no digan alguna tontería delante del Squib y la mestiza, o se pongan a jugar con ellos—ordenó, retirando la mirada.

Theodore asintió, clavándole una mirada de odio antes de desaparecer por la puerta que llevaba al sótano.

El viejo fijó la vista en la chimenea, haciendo que los leños se encendieran con un hechizo sencillo.

—Tan poco, falta tan poco—susurró, pasándose la lengua por sus resecos labios.

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Laria bajó los escalones con pasos enérgicos; una profunda arruga surcaba su frente. Se levantó muy temprano para revisar algunos pergaminos, ya que se le dificultaba dormir. Había pasado buena parte de la noche dando vueltas en la cama, pensando en todo a lo que se enfrentaban; jamás pensó que las cosas fueran de este modo. Si al menos Alastor la escuchara…

Se detuvo en el camino a la biblioteca, al escuchar unas voces que provenían de la cocina, y dio vuelta sobre sus pasos para dirigirse hacia allá.

Alzó una ceja al ver a Travis y Kim, que se afanaban en preparar el desayuno; el segundo con más estrépito, por supuesto. Pero no estaban solos, lo que le extrañó aún más. Esa chica, Hermione, los ayudaba muy solícita.

—Buenos días, Laria, ¿qué haces ahí parada? Ven a comer con nosotros—Travis reparó en su presencia, y la invitó con una sonrisa.

Ella avanzó unos pasos, rodeando la cocina, y dando miradas desconfiadas aquí y allá.

—Buenos días, Laria, ¿cómo dormiste?—Kim la saludó con su amabilidad habitual.

—Vaya con la pregunta, Kim, ¿Qué no ves cómo parece que no ha pegado un ojo?—el rubio daba de saltos entre la hornilla y la mesa, apenas mirando sobre su hombro.

—No soy la única—respondió ella al fin, con cierta acritud, y señalando a Hermione— ¿Cómo es que estás aquí tan temprano?

La chica ignoró su tono poco amistoso.

—Buenos días, Laria—la saludó, para luego agregar insegura—No te molesta que te llame así, ¿verdad?

—Claro que no le molesta, ¿cómo le ibas a decir? ¿Señora?—Travis intervino, tan relajado como siempre— ¡Cuidado! Los panqués van volando.

Y así era, porque debieron hacerse a un lado cuando el rubio usó la varita para hacer caer limpiamente la comida sobre cada uno de los platos.

—No entiendo porqué usas magia para servir, si cocinas como un muggle—la griega ocupó una silla libre.

Kim y Hermione también se sentaron, en tanto Travis se les unía de inmediato, sin molestarse en dejar el delantal que usaba para cocinar.

—Eso, amiga, es porque no tengo idea de cómo cocinar algo decente con esta cosa—indicó, señalando la varita—Pero si puedo usar la magia para hacer mi vida más sencilla, al menos al servir, genial.

—También tengo problemas para cocinar con magia; resulta mucho más sencillo usar las manos—concordó Hermione.

—¡Exacto! Esta chica me entiende—Travis le pasó una jarra con jugo—Nosotros no somos como ustedes, brujos de sangre limpia; en nuestras casas se cocina a lo muggle, ¿De qué otro modo íbamos a aprender?

Laria asintió, dándole la razón sin hacer más comentarios al respecto. Luego de algunos minutos en silencio, después de saborear parte de su desayuno, fijo sus ojos oscuros sobre la joven.

—No contestaste mi pregunta—afirmó de pronto.

Hermione se movió incómoda en la silla, dejando sus cubiertos a un lado.

—¿Te refieres a porqué estoy aquí tan temprano?—replicó, sin evadirla más—Creí que podría ayudar en algo.

—¿Y porqué no vinieron tus amigos contigo?—la bruja insistió.

—No sé si lo hagan—la joven habló con ligera tensión—Ron se quedó en su casa, creo, y no he visto a Harry; tal vez lleguen más tarde.

Laria se disponía a preguntar nuevamente, pero un suave carraspeo llamó su atención, encontrándose con los ojos de Kim, que le dirigieron una mirada de clara advertencia.

—Hermione y yo estaremos fuera hoy.; tenemos algunas pistas que seguir—mencionó con tono frío.

—¿Pistas? ¿Van a buscar a esos mortífagos que mencionó Malfoy? —Travis preguntó con mucha más amabilidad, intentando aligerar el ambiente.

—Sí, esa es la idea. Creemos que podría tener razón, así que nos ocuparemos de eso hoy—respondió Hermione.

El resto del desayuno transcurrió en silencio, hasta que Kim y Hermione se pusieron de pie, listos para partir.

—¿Qué le decimos a tus amigos si preguntan por ti?—Laria vio a la joven con fijeza, estudiando su reacción.

Ella se mantuvo tranquila, aunque su incomodidad era fácil de adivinar.

—La verdad, por supuesto—sonrió a pesar de todo.

La griega asintió, girando de vuelta a su plato, y oyendo cómo Travis se despedía de ellos, deseándoles buena suerte.

Una vez que estuvieron fuera de la cocina, el rubio se inclinó hacia la mujer, mirándola con severidad.

—Puedes ser una verdadera arpía cuando quieres, ¿verdad? —le espetó, molesto.

—No sé lo que quieres decir, pero parece un insulto—ella no parecía particularmente ofendida.

—¡No lo sabes!—Travis dio un bufido—Estabas molestando a la pobre chica, ¿no te diste cuenta de que ya se encuentra bastante mal?

—Eso no es asunto mío—replicó Laria con la barbilla alzada—Y si les preocupa tanto, consuélenla, pero no me incluyan en esas tonterías.

Travis la observó, exasperado, y se apuró en terminar su comida. Dejó el delantal tirado sobre la mesa, y se dirigió a la salida, pero antes de irse, le dijo algo más.

—Tienes un verdadero problema si encuentras algún placer en ver sufrir a los demás—masculló.

Laria lo ignoró, sin alterar su semblante. Sin embargo; cuando se supo a solas, hizo a un lado su plato, y apoyó la cabeza entre los brazos, con una mirada triste que habría sorprendido a sus compañeros.

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Tan pronto como Harry se despertó esa mañana, vio que se había quedado dormido sobre la mesa de la cocina. Se pasó una mano por los revueltos cabellos e intentó enfocar la vista con claridad.

En cuanto recordó todo lo ocurrido la pasada noche, sintió como si le dieran un fuerte golpe en el pecho, y corrió escaleras arriba para buscar a Hermione, pero su habitación estaba vacía. Pasó por la de Ron, y fue lo mismo.

Regresó al primer piso, llamando a gritos a Kreacher. El viejo elfo no demoró más de unos segundos en aparecer.

—Buenos días, amo—saludó con una reverencia.

—Kreacher, ¿dónde está Hermione?—preguntó ansioso—¿Y Ron?

—El amigo del amo no regresó anoche a casa; Kreacher no sabe nada de él—informó el elfo—La señorita salió al amanecer, y dejó esto para el amo.

Harry tomó el trozo de pergamino que la criatura le extendió, y leyó con avidez.

“Harry, decidí salir temprano para ayudar a Moody y los otros, tengo algunas ideas que podrían ser útiles. Por favor, espera a que regrese para que podamos hablar. Hermione”

El muchacho arrugó el pergamino con furia, pero se arrepintió antes de lanzarlo, porque lo alisó y lo guardó en su bolsillo.

—¿El amo quiere que Kreacher le prepare el desayuno?—preguntó el elfo al cabo de unos minutos.

—No, tengo algunas cosas que hacer—Harry suspiró, tomando una rápida decisión—Sólo voy a darme un baño y cambiar mi ropa; no te preocupes, no tengo hambre.

La criatura lo vio correr de vuelta escaleras arriba, y sacudió la cabeza con fuerza, haciendo palmear sus orejas.

Esperaba que el amo pudiera arreglar pronto todos esos problemas; ya era tiempo de que tuviera un poco de tranquilidad.

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El ambiente en La Madriguera no podría estar más enrarecido, con algunos miembros de la familia Weasley comiendo en silencio, y mirándose a hurtadillas.

La señora Weasley llevaba la vista de su esposo a su única hija, con expresión angustiada.

Ron se concentraba en su comida, y levantaba la cabeza cada que Fred, o George, sentados a sus lados, le daban de patadas bajo la mesa, interrogándolo con la mirada, pero él sólo negaba y tomaba con más fuerza su cuchara.

En tanto que el señor Weasley, con su carácter más calmado, le sonreía inútilmente a su hija, que apenas si tomaba algún bocado. Sus profundas ojeras y ojos llorosos inquietaban a toda su familia.

Cuando ella y Ron llegaron a la casa a medianoche, no encontraron a nadie despierto. Ginny no quiso hablar, sólo se encerró en su habitación, y su hermano mayor no tuvo más remedio que hacer otro tanto.

Su madre se llevó un susto tremendo al verlos muy temprano por la mañana, pero aunque intentó sonsacarles algunas palabras, le fue imposible. Ni siquiera el señor Weasley fue capaz de disuadirlos para que le contaran lo que había pasado. Al llegar los gemelos, hicieron preguntas también, pero Ron apenas si les dijo que no había pasado nada grave, que era un asunto de Ginny y Harry.

Apenas terminaron de desayunar, se encargaron de ayudar a su madre a recoger las cosas en silencio, con una que otra broma ocasional de Fred o George, que los demás ignoraban, sin cambiar sus caras largas.

Por ser domingo, el señor Weasley se quedó en casa, y estaba por llamar a Ron para hablar con él, preocupado y harto de que nadie dijera nada, cuando un fuerte llamado a la puerta principal lo hizo correr a atender. Tal vez y alguna visita pudiera animar el ambiente.

La sonrisa de bienvenida se borró de su rostro al ver a quien estaba en el umbral. La cara de Harry sólo presagiaba más problemas, y no atinó a saludarlo, sólo se le quedó mirando.

—Arthur, ¿quién es?—su esposa se acercó y dio un pequeño chillido cuando vio al chico en la puerta— ¡Harry! Oh, cariño, sabía que vendrías, estaba tan preocupada.

Empujó suavemente al muchacho dentro de la casa, ignorando la cara pétrea de su esposo.

—Ella no ha dicho nada, pero fue fácil imaginar lo que pasó—le decía en murmullos, al tiempo que lo llevaba del brazo al salón—Me alegra que vinieras para arreglar esto, dejarlo sólo lo haría más grande; todos los enamorados tienen sus problemas, no te sientas mal por eso.

—Molly…—la voz del señor Weasley era un pedido tácito a que callara, pero no le hizo caso.

—¡Miren quién vino!—la señora irrumpió en la cocina con tono entusiasta—Ginny, querida, ¿no te alegras?

Su hija no cambió su semblante adusto, sólo vio a Harry con severidad, intentando leer en su rostro algún cambio, cualquier cosa que la convenciera de que la charla de la noche anterior no fue más que un mal sueño; pero lo descartó de inmediato.

Ron y los gemelos miraban de uno a otro, comprendiendo que nada bueno podría salir de allí, lo mismo que su padre. Sólo la señora Weasley parecía ajena a toda esa tensión.

—¿Porqué no van a dar un paseo? Así podrán conversar más tranquilos. Luego, cuando hayan arreglado todo, regresen a desayunar. Ginny no ha probado bocado y tú estás muy delgado, cariño—la señora los empujó hacia la puerta trasera, que los jóvenes atravesaron con paso lento y sin mirarse.

Luego cerró la puerta, y tras verlos atravesar el jardín, suspiró satisfecha.

—¡Listo! Se arreglarán en un minuto—comentó la señora con tono maternal.

—No, no lo harán—Ron habló por primera vez en horas.

—¡Ronald! ¿Porqué dices algo tan horrible?—su madre lo regañó.

—Ron tiene razón, mamá, ¿no viste sus caras? Lo peor es que parece ser cosa de Harry—Fred mordisqueó una manzana sin ocultar su fastidio.

—Sí, es una pena. Me hubiera gustado tenerlo de cuñado—George apoyó a su gemelo y se encogió de hombros.

Su madre puso los brazos en jarras, y giró a ver a su esposo.

—Arthur, por favor, diles que se dejen de juegos, este no es asunto para bromear—le pidió.

El señor Weasley se sacó los anteojos con movimientos lentos, y los limpió con su pañuelo.

—Sabes que están en lo cierto, Molly, ¿qué podemos hacer? No puedes obligarlos a permanecer juntos si uno de ellos no quiere—replicó con tono sereno.

—¿Entonces piensas lo mismo que ellos? Por favor, Arthur, es imposible que Harry ya no la quiera—su esposa lo miró, apenada—Se ven tan lindos juntos…

—El amor es más que eso, Molly, ¿recuerdas?—el mago le dirigió una mirada cariñosa.

La señora devolvió el gesto, pero suspiró con tristeza al ver hacia la ventana.

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—Cuando dijiste anoche que la amabas…era en serio, ¿verdad?—Ginny hizo la pregunta que tanto necesitaba formular.

Ella y Harry estaban sentados sobre una banca que el padre de la chica había construido con más entusiasmo que acierto. Le faltaba una pata, y se mantenía firme gracias a un hechizo. Escogieron ese lugar porque nadie podría verlos u oírlos desde la casa.

Harry dudó un momento antes de contestar, no queriendo lastimarla más, pero decidió que lo mínimo que ella merecía era honestidad.

—Sí, así es. Pero no fue hasta entonces que me di cuenta de lo que sentía exactamente—le confesó.

Ginny asintió, con los hombros caídos, pero sin llorar más

—Hubiera querido hablarte de todo esto antes, pero no creí que fuera buena idea decirlo por carta; preferí esperar a que regresaras—continuó.

—¡Qué considerado!—bufó la muchacha con sarcasmo.

—Sé que debes odiarme en este momento, Ginny. No me extrañaría que Ron y el resto de tu familia también lo hagan; y está bien, sé que lo merezco—Harry la miraba sin pestañear.

—No pienses que eres tan importante; no voy a morir sólo porque me dejas, ¿sabes?—la pelirroja alzó el mentón, procurando no llorar—En cuanto a los demás, ¿qué esperabas?

Harry torció la boca, seguro que ella tenía razón.

—¿Porqué viniste, Harry?—preguntó ella de pronto—Lo dejaste todo muy claro ayer.

—Creo…—el muchacho dudó antes de continuar—Creo que una verdad a medias tiene mucho de mentira, y yo no quiero hacerte eso. Lo justo es que sepas todo; además, no se trata sólo de nosotros.

La chica levantó la cabeza, como si le hubieran echado un cubo de agua encima, y una serie de ideas empezaron a rondar por su cabeza.

Con un movimiento brusco, se puso de pie, y enfrentó al chico con una mirada furiosa.

—No viniste a disculparte, ni porque estés preocupado por mí—afirmó, dolida—Viniste por ella, ¿verdad?

—Ginny…—Harry no gritó, sólo intentó calmarla con un llamado suave.

—¡Lo sabía! ¡Lo supe todo el tiempo y no lo vi! Soy tan idiota—la pelirroja empezó a caminar en círculos—Por eso se veía tan culpable, y tampoco respondía a mis cartas. Ambos me engañaron, ¿cómo pudieron?

—¡No te engañamos!—Harry se levantó, sin alterarse—Apenas nos dimos cuenta de lo que pasaba entre nosotros, decidimos que debía hablar contigo primero, y lo hice.

—¡Oh, si! Eso fue muy decente de su parte—resopló la muchacha.

—Ginny, lo juro, ninguno de nosotros quiso lastimarte. Sabes lo mucho que has significado para mí, y cuánto te quiere ella…—Harry se interrumpió por la dolorosa bofetada que la chica le dio.

—¿Porqué simplemente no dices su nombre? Es Hermione Granger, una de mis mejores amigas, que me engañó con mi novio—Ginny respiraba agitada por la ira—Siempre tan perfecta, tan leal, todo el tiempo pendiente de ti. Por supuesto, sólo esperaba su oportunidad.

Harry olvidó el dolor en su mejilla, dejando su intención de ser lo más amable que pudiera.

—No hables mal de Hermione, ella no tiene la culpa de nada—le advirtió, mordiendo las palabras.

—¡Por supuesto que vas a defenderla! Es tu nueva novia ahora, ¿cierto?—la pelirroja no reducía su enojo—Tal vez lo ha sido todo este tiempo.

—No, no lo es, y eres realmente tonta sólo por pensarlo—Harry la cortó con brusquedad—Ella sería incapaz de permitir algo así; no cuando tú y yo aún estábamos juntos.

—Pues ese ya no es un problema ahora—insistió ella—Pueden estar juntos y felices, no me importa. No quiero volver a verlos nunca más. ¡Te odio y también a ella!

Ginny corrió de vuelta a la casa, mientras que Harry se dejó caer sobre la banca, suspirando con semblante abatido.

En la cocina, los Weasley apenas si vieron a la joven entrar corriendo como un torbellino, subir las escaleras y perderse en el rellano. Segundos después oyeron la puerta de su habitación cerrarse con un fuerte estrépito.

—¡Rayos!—Fred fue el primero en reaccionar.

—De verdad no quiero odiar a Harry—suspiró George.

—Arthur, ven conmigo, tenemos que hablar con ella—la señora Weasley apuró a su esposo para que la acompañara a tocar la puerta de su hija.

Ni bien se quedaron a solas, los gemelos flanquearon a su hermano menor con las varitas en alto.

—Muy bien, Ronnie, empieza a hablar, ¿quién es la chica?—le preguntó Fred.

—No sé de qué hablas—lo esquivó Ron.

—Harry está dejando a nuestra hermana por otra chica; eso está más claro que un frasco con Veritaserum; lo que no sabemos es de quién se trata—George lucía tan enfadado como su gemelo.

Ron suspiró, muy cansado. Estaba harto de verse entre uno y otro bando. Le dolía ver a su hermana sufrir así, pero también pensaba en lo que estarían pasando sus mejores amigos.

El que sus hermanos lo presionaran de ese modo no ayudaba para nada. Sabía perfectamente que todos apreciaban mucho a Harry, y aunque estuvieran tan molestos como él, no iban simplemente a ir y cobrar venganza sin preguntar, como habrían hecho si se tratara de otra persona.

—Es Hermione—confesó con voz débil.

Por primera vez en mucho tiempo, los gemelos se quedaron sin palabras por más de cinco minutos, con idénticas caras de incredulidad.

—Por favor, di que estás bromeando—Fred habló sin asomo de risa en la voz.

Su hermano menor negó con la cabeza, y se encogió de hombros.

—No ha sido fácil para ellos, lo he visto—se apresuró a decir—Y no es que los defienda, pero…no lo sé, ya los conocen; nunca le harían algo así a nadie a propósito.

Los gemelos bajaron las varitas y se apoyaron en el mueble de la cocina, muy aturdidos.

—Tenemos problemas—Fred resumió con una frase todo lo que pasaba por sus cabezas.

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Le hablan al destino...