lunes, 18 de enero de 2010

Séptimo capítulo



Disclaimer: Todos los personajes, salvo uno que otro salido de mi afiebrada imaginación, son propiedad de J. K. Rowling.

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- ¿Porqué no empieza diciéndonos su nombre? – preguntó Hermione con voz cansada.

Ella y sus dos amigos rodeaban con las varitas en alto a Travis, que se había sentado con aparente tranquilidad en una banca de los jardines de la Academia.

El hombre no sabía si preocuparse o romper a reír. Por un lado, pensaba en lo que diría Moody cuando supiera lo ocurrido, sin mencionar a Laria y Kim, pero no dejaba de parecerle divertida la situación. Podría habérselas ingeniado para desaparecer hacía un buen rato y ellos no hubieran logrado seguirlo, pero todo lo que pasaba le parecía ridículo. Tal vez sus compañeros creyeran que era un poco irresponsable, pero la verdad era que analizaba las cosas mucho más de lo que podrían suponer.

En su opinión, la autoridad de Moody era respetable pero no estaba de acuerdo con todo lo que hacía, y tener a estos chicos en la ignorancia le parecía una mala jugada. Por experiencia sabía que esconder las cosas podía acarrear muchos problemas y malentendidos, aún más tratándose de muchachos que habían pasado por tanto a su corta edad. Él, al menos, no deseaba mentirles, aunque tampoco podía hablar abiertamente socavando la autoridad de quien lo reclutó. Tremendo lío en el que estaba.

- Te hicieron una pregunta. – lo llamó la voz del pelirrojo.

- Y la contestaré encantado cuando dejen de apuntarme y se sienten por allí; parece que me estuvieran interrogando. – se quejó Travis sin ocultar su fastidio.

- ¡Es lo que hacemos! – exclamó Ron poniendo los ojos en blanco.

- Pues en ese caso no creo que vaya a decirles nada; pensé que estábamos sosteniendo una charla amigable. – refutó el rubio.

- ¿Estás loco? – replicó Ron alucinado.

Travis lo ignoró y se dirigió al otro muchacho que lo veía pensativo.

- Potter, no quiero ofender pero podría haberlos desarmado sin problemas hace ya un buen rato, lo sabes, ¿verdad? Pero no es lo que quiero, sino hablar, así que si quieres llegar a algo lo mejor es que dejen esa actitud. – le dijo muy serio.

Harry asintió a su pesar y guardó la varita para espanto de sus compañeros.

- ¡Harry! – le reclamó Ron.

- No estoy segura…- opinó Hermione.

- Bajen las varitas, confíen en mí. – les pidió tranquilo Harry.

Sus compañeros hicieron lo que les pedía, no muy de acuerdo como era obvio.

- Muchas gracias, aprecio la confianza. Mi madre siempre lo dice, hablando se entiende la gente. – aprobó Travis recuperando su semblante risueño.

- Háblanos de ti, entonces, no tienes carta blanca. – le advirtió el muchacho.

- Comprendido. ¿Qué me preguntabas, preciosa? – se dirigió a Hermione.

- Queremos saber su nombre para empezar. – insistió la chica ignorando sus bromas.

- Esa es fácil. Travis Taylor, un placer. Siguiente. – dijo el rubio.

- ¿Quién eres exactamente y porqué nos sigues? – fue el turno de Harry de preguntar.

- Oh, eso. Bueno, verán, allí tendremos un pequeño problema. Puedo hablar en mi nombre y aún así estaré rompiendo algunas reglas, pero seguro sabrán entender. – comentó Travis.

- Está jugando con nosotros, Harry. – le dijo Ron a su amigo indignado.

- ¡Claro que no! – negó el hombre. – Miren, les diré lo que pueda y sólo lo hago porque aunque no lo crean les tengo mucho respeto y no me parece justo que no sepan nada. Si luego quieren más respuestas, tendrán que buscar en otro lado, ¿qué dicen? – ofreció el rubio.

Harry meditó la propuesta y vio con cuidado a Hermione a su derecha. Sus miradas se encontraron y parecieron adoptar un tácito acuerdo: recibirían toda la información posible y luego verían qué hacer con ella.

- Te escuchamos. – aceptó Harry al fin.

- Bien. Como ya dije, mi nombre es Travis Taylor y por mi encantador acento notarán que no soy de aquí. Soy australiano, nunca había estado en Inglaterra y seguiría así si no me hubieran enviado. – empezó el rubio.

- ¿Enviado quién? – preguntó Hermione.

- Mis jefes, ya saben, del Ministerio, de la Oficina de Aurores. – mencionó Travis encogiéndose de hombros.

Los tres amigos lo vieron boquiabiertos e intercambiaron una mirada de estupor.

- ¿Quieres hacernos creer que eres un auror? – Ron fue el primero en hablar.

- No les quiero hacer creer nada, es lo que soy. ¿Qué tiene de raro? – le preguntó Travis algo ofendido.

- ¿Puedes probarlo? – intervino Harry. – No debe extrañarte que desconfiemos…

- Supongo que no, esperen un momento. – aceptó el rubio sacando algo del bolsillo trasero, para luego extenderlo. – Esa es mi credencial, infalsificable, sólo ignoren la foto porque la tomaron al día siguiente de la graduación y venía de tremenda fiesta y…es una larga historia.

Harry tomó el documento y tras revisarlo con cuidado se lo tendió a sus amigos para que lo observaran también.

- ¿Porqué nos sigue un auror de otro continente? – le preguntó Harry devolviendo el carné.

- Ya lo dije, son órdenes. Mis jefes me enviaron aquí por un pedido especial y estoy trabajando en Londres. Una de mis labores es ver que nada malo les ocurra, eso es todo. – explicó Travis.

- ¿Eso es todo? – fue el turno de Hermione de lucir escéptica.

- Es lo que me han encomendado hasta ahora; si hay un cambio luego tendré que obedecer. – le respondió esquivo.

- ¿Quiénes son tus jefes aquí? ¿Quién le pidió al Ministerio Australiano que te enviara? ¿Por qué piensan que estamos en peligro? – lo interrogó Harry.

- Lo siento, chicos, pero aunque no lo parezca, he dicho mucho más de lo que debería; se los advertí, si quieren saber más busquen por otro lado. – se negó Travis.

- ¿Y quién más podría darnos información? – preguntó Hermione.

- Bueno, he oído que eres una chica lista, sólo tienes que atar algunos cabos, ¿quién tendría la autoridad para traer a Inglaterra a un auror extranjero? – preguntó él a su vez con intención. – Y con esa línea, me voy.

Harry, Ron y Hermione lo observaron ponerse de pie con presteza y antes de darse cuenta le daba la mano a cada uno con un apretón amistoso.

- Seguro que nos veremos pronto, me encantaría conversar con ustedes, he oído que han hecho cosas increíbles. Ya saben, si me ven por ahí, sólo ignórenme. – pidió.

- ¿Vas a continuar siguiéndonos? – se ofuscó Ron.

- Es el trabajo, lo siento. – se disculpó Travis. – De nuevo, un gusto.

El pelirrojo estuvo a punto de protestar nuevamente, pero ni siquiera había alcanzado a articular palabra cuando el hombre desapareció frente a sus ojos, no sin antes hacer un ademán de despedida.

- ¡Díganme que esto no es raro! – se quejó Ron.

Esperó en vano la contestación de sus amigos, pues ellos lucían pensativos y con la vista baja.

- Sabemos qué tenemos que hacer, ¿no? – comentó Harry al fin.

Hermione asintió con seguridad y dio una mirada alrededor de los jardines; hacía mucho ya que había oscurecido.

- ¿Lo sabemos? – preguntó Ron confundido.

- Ese auror prácticamente nos lo dijo, Ron. – le hizo ver Harry.

- ¿Cuándo? – insistió su amigo.

- Él dijo que debemos preguntarle a quien tenga la autoridad para hacerlo venir a Inglaterra. – recordó.

- Y ese sería…- se iluminó el pelirrojo.

- Kingsley. – pronunció Hermione.

- Ya es muy tarde y el Ministerio debe estar desierto, iremos mañana a primera hora. – indicó Harry.

Sus amigos estuvieron de acuerdo y se abrigaron mejor con las chaquetas en tanto comentaban con él todo lo que el extraño que ya no lo era tanto les había contado.

- Terminemos esta charla en casa; mientras no sepamos qué ocurre exactamente no estaré tranquilo. – les dijo Harry.

- Seguro. – aceptó Ron.

- Sí, está bien, además hay otra cosa que necesito comentarles. – terció Hermione.

- ¿Más? – se lamentó el pelirrojo.

- Sí, tiene que ver con Malfoy; con todo esto ya casi lo había olvidado. – le explicó.

- ¿Qué pasó con Malfoy? – se alarmó Harry.

- Esperemos a llegar a casa. – insistió ella.

Harry y Ron asintieron y con un sonoro chasquido tras otro, los tres compañeros desaparecieron del lugar.

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Tan pronto como Draco Malfoy llegó a la mansión familiar empezó a golpear cuanto mueble se le cruzó, por no mencionar a un par de infortunados elfos domésticos que salieron a recibirlo.

El ver a ese estúpido auror custodiando la entrada sólo lo había puesto de peor humor, si hasta se había atrevido a saludarle, ¿es que su apellido no significaba nada ya?

Todo era culpa de Potter y esa maldita costumbre de involucrarse en lo que no le importaba. Primero aguantar los patéticos intentos de seguimiento de Granger, como si no fuera a darse cuenta, y luego se le aparecen sus dos amiguitos a advertirle que no la molestara.

Azotó otra puerta en tanto se dirigía al salón principal para ver a su madre.

Era el colmo que ni siquiera le hubiera podido dar un buen golpe a Potter por culpa de ese tipo que apareció de la nada. Podía reconocerse a sí mismo que el cara rajada tampoco parecía haberlo visto nunca antes, pero eso no lograba que se sintiera mejor.

Había tenido un día para el olvido, pero igual estaba en la obligación de pasar a saludar a su madre antes de irse a la cama y convencerla de que la vida en la escuela iba perfecta; la pobre necesitaba esas mentiras para estar tranquila ahora que sólo lo tenía a él, estando su padre en Azkabán hasta Merlín sabía cuando. Draco, en lo personal, no lo extrañaba para nada, lástima que su madre no pensara igual.

Respiró profundo para calmarse antes de abrir las puertas con suavidad, listo para exhibir una falsa sonrisa de tranquilidad, pero esta se congeló en su semblante cuando vio la escena ante él.

Su madre ocupaba el sillón habitual, con la elegancia de siempre, pero una mueca que pretendía ser una sonrisa y mostraba gran nerviosismo cruzaba su níveo rostro.

La razón de su temor, porque eso era lo que se percibía en el ambiente, se encontraba cómodamente sentada en la silla que ocupaba su padre cuando estaba en casa. Tenía entre las manos una taza de fina porcelana que se llevó a los labios con cuidado.

- ¡Draco! Pensábamos que algo te había retrasado, comenzaba a preocuparme, pero tu madre dijo que llegarías en cualquier momento y aquí estás. – sonrió Theodore Nott satisfecho.

El joven Malfoy intercambió una rápida mirada con su madre intentando transmitirle algo de seguridad.

- Esta si que es una verdadera sorpresa, Nott, no te esperaba.- comentó el rubio acercándose.

- Ya lo ves, te dije que volveríamos a hablar y a eso vine. – sonrió el otro con expresión beatífica.

- El auror en la entrada…- tanteó Draco.

- Ah, no te preocupes por él. Ya se lo dije a tu madre, la pobre también temió por eso, pero le he explicado que lo último que deseo es causarles problemas, al contrario. Lo confundí al pasar y luego le eché un Obliviate; fue muy sencillo, me parece que quedó un poco lento, pero ya se le pasará. – comentó Nott al descuido.

- Ya veo. Así que necesitas hablar conmigo; está bien, pero preferiría que fuera en privado, ¿te molesta que te dejemos sola, madre? Estaremos en la biblioteca. – le dijo a Narcisa con una mirada significativa.

- Por supuesto que no, vayan tranquilos. – concedió su madre mostrándose serena.

- Perfecto. – asintió Nott entusiasmado. – Señora Malfoy, gracias por hacerme compañía, es usted tan encantadora como la recordaba, ha sido muy amable.

- Fue un placer, Theodore. – asintió ella tensa.

- ¿Vamos? – lo apremió Draco.

- Sí, señor. – bromeó el otro.

Hizo una ligera reverencia a Narcisa y se encaminó a la biblioteca. Tras él, Draco le hizo un gesto a su madre para que conservara la calma y con una última mirada se perdió tras la puerta.

Guardaron silencio hasta que cerraron las puertas del despacho y sólo entonces Draco se permitió expresar su ira.

- ¿Quién te crees que eres para irrumpir así en mi casa? – encaró a su interlocutor.

Nott no pareció en lo absoluto amedrentado, sino que se acomodó en un mullido sillón luego de servirse una bebida de un mueble lateral.

- Estuve esperando tu mensaje, pero puede haberse perdido en el camino porque no lo recibí. – indicó muy relajado.

- ¡No lo recibiste porque no te envié nada! – explotó el rubio.

- Ese podría ser un buen motivo, sí, muy lógico. – rió Nott. - ¿Sabes? Deberías sentarte y tomar algo de esto, tu padre siempre tuvo muy buen gusto, hay que reconocerlo.

Malfoy aspiró impaciente y cerrando las manos en puños ocupó el asiento tras el escritorio.

- ¿Qué quieres, Theodore? – preguntó con tono aburrido.

- Mucho mejor, ¿ves cómo podemos hablar tranquilamente? Tu familia y la mía han sido cercanas por siglos, recuérdalo. Siempre le he tenido gran afecto a tu madre, realmente me dolió la desconfianza con la que me trata; pero no la culpo, es natural con todo lo que le ha pasado. – mencionó con pena.

- Mantén a mi madre al margen de esto. – le advirtió Draco.

- En lo posible así será, claro. Es a ti a quien necesitamos. Te contaré algo en honor a nuestra amistad, Draco. Conoces a mi abuelo, ¿si? Lo viste un par de veces y habrás notado que puede ser un poco malpensado y siempre se va a los extremos. ¿Sabes lo que me dijo? Si tienes que torturar a su madre para conseguir lo que necesitamos, hazlo. – le dijo en tono de confidencia.

Draco saltó del asiento y en un parpadeo tenía la punta de la varita en el cuello de su ex compañero, que no cambió su expresión, pero su voz se volvió repentinamente helada y una amenaza encubierta se filtró en sus palabras.

- Pero yo le aseguré que eso no sería necesario en lo absoluto porque tú nos ayudarías encantado por la causa y que cualquier amenaza a tu madre sólo te ofendería, si bien es cierto que harías lo que fuera por ella, ¿no es cierto eso? Ya ves que te defendí. – dijo con tono engañosamente suave.

Draco retiró la varita y retrocedió un par de pasos.

- Ahora que dejamos eso en claro, ¿por qué no te sientas aquí a mi lado? Voy a contarte cuál será exactamente tu papel en La Gran Noche. – le sonrió con amabilidad.

El joven Malfoy guardó la varita y fingiendo una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir, ocupó un asiento frente a Nott y con expresión imperturbable se aprestó a oír lo que tenía para decirle.

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Travis se apareció en las afueras de la casona que les servía de refugio y tras seguir el ritual de tocar la verja de entrada para poder pasar, se internó en el amplio vestíbulo.

El silencio lo recibió para su profundo alivio. No pensaba contarles nada a Kim y Laria de su charla con Potter y sus amigos, pero tampoco deseaba mentir, ya bastantes problemas iba a tener cuando se encontrara con Moody; al menos seguía desaparecido.

Puso un pie en el primer escalón cuando oyó unas palabras que casi lo hacen trastabillar de la sorpresa.

- ¡Taylor! Ven aquí que necesito hablar contigo. – bramó una voz demasiado conocida.

- ¡Maldición! – masculló el rubio por lo bajo.

Tragando espeso y con su sonrisa más hipócrita se encaminó al salón.

Laria y Kim estaban allí y lucían algo impacientes, especialmente ella, no que eso fuera precisamente una novedad. Frente al mueble en el que se encontraban sentados, Moody se acomodaba en una vieja poltrona.

- ¡Moody! Hombre, qué bueno verte, ¿cómo va todo? – lo saludó el rubio.

- Ya, ya, como si fuera a creer que me extrañaron. – rumió el viejo. – Vienes de vigilar a Potter, ¿no?

- Claro, esa ha sido mi única asignación últimamente. – replicó Travis.

- Y es vital que lo hagas bien, eso y que seas muy cuidadoso para evitar ser visto. – asintió el auror convencido.

- Sí, bien, acerca de eso hay algo que me gustaría comentarles. – les dijo Travis jugando con su reloj.

- ¿No puedes decirlo luego? Moody nos ha tenido aquí esperando a que llegaras para confiarnos información muy importante. – intervino Laria.

- Deja que hable, Laria, no sabemos de qué se trata. ¿Ha ocurrido algo malo con Potter? ¿Algún ataque? – preguntó Moody preocupado.

Travis vio a su alrededor inquieto, sabiendo que no iba a recibir precisamente una felicitación.

- Pues lo que ocurrió es que…- empezó el rubio a hablar.

Según iba avanzando en su relato, los otros ocupantes de la habitación empezaron a mostrar distintas emociones.

Kim lucía tan imperturbable como siempre, pero en cierto momento se llevó las manos al cabello con incredulidad.

Laria hacía grandes esfuerzos para no saltar del asiento y estrangular con sus propias manos a su compañero. El instinto le habría ganado si Kim no la hubiera sujetado por el hombro.

En cuanto a Moody, era la seriedad en persona; sólo delataba su ira el que estuviera a punto de partir el bastón entre las manos y los movimientos frenéticos de su ojo mágico.

Un silencio abrumador cayó sobre el lugar cuando Travis terminó de hablar.

- Ya, vamos, ¿qué esperan? Sé que quieren matarme, pero les puedo asegurar que no estoy en lo absoluto arrepentido de lo que hice. – expresó el rubio desafiante.

- ¿Dices que no te arrepientes de ser un reverendo idiota? ¿Que no importa que hayas mandado nuestra misión al desastre? Sabía que el pensar no es tu fuerte, pero jamás creí que llegaras a tanto. – lo acusó Laria furiosa.

- Laria…- Kim trató de calmarla.

- No, déjala, que diga lo que quiera, no me importa. Hice lo que debía y sé que estuvo bien. ¿Cómo podemos protegerlos si no confían en nosotros? Y puede que ni siquiera nos necesiten, ellos son muy capaces, los he visto. Por otra parte, sólo he hablado por mí, no los he nombrado para nada. Si esos chicos averiguan algo más será por su habilidad.- indicó Travis con expresión testaruda.

- Pero tenías órdenes expresas, Travis. – le recordó Kim con tono sombrío.

- Y las he cumplido al pie de la letra aún cuando no estaba de acuerdo. Tenía que intervenir, no iba a dejar que el chico Malfoy le hiciera algo, sabes que hubieras actuado igual. – replicó el rubio.

- Quizá, pero no me habría quedado a charlar. – espetó Kim sin disimular su malestar.

- ¿Porqué no los trajiste aquí? Fue lo último que te faltó. – terció Laria con sarcasmo.

- Ya expliqué lo que alcancé a decirles; no he mencionado a ninguno de ustedes. – se defendió Travis.

- ¡Por favor! Les diste la punta de la madeja y fue más que suficiente; mañana mismo estarán con su Ministro y ya veremos qué les dice él. – siguió atacándolo ella.

El sonido de un asiento arrastrándose los distrajo de su discusión y giraron a ver cómo Moody se levantaba trabajosamente y se encaminaba a la puerta dándoles la espalda.

- ¡Alastor! ¿A dónde vas? – le preguntó Kim.

- ¿A dónde crees? Tengo que poner sobre aviso a Kingsley y ver qué es lo que se hará. – masculló de mal talante.

- Pero…pero… ¡no has dicho nada! ¡Prometiste explicarnos todo en cuanto llegara Travis! – se quejó Laria saltando del asiento.

- Eso fue antes de que cambiaran mis planes. – replicó el viejo con una mirada al rubio. – Hablaremos cuando regrese.

La mujer se dirigió furiosa a las escaleras golpeando con el hombro a Travis en el camino y se perdió tras el descanso; un sonoro portazo fue lo último que oyeron de ella.

- Sé que hice lo correcto, Moody. – dijo en voz baja el rubio.

- Ya tendremos una charla tú y yo acerca de eso. – mencionó el viejo auror antes de salir.

Kim se levantó con pesadez y subió también las escaleras, pero antes de girar en el rellano se dirigió a su compañero.

- Si estás tranquilo con tu conciencia no tienes porqué sentirte culpable. – dijo.

- No lo hago. – replicó el otro.

- Me alegra. – sonrió Kim siguiendo su camino.

Travis se quedó solo en el gran salón y tras soltar una maldición, golpeó con fuerza una pequeña mesa lateral reduciendo sus adornos a añicos.

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Hermione se movía por la amplia cocina de la Casa Black, buscando en los estantes una taza y lo necesario para prepararse algo de chocolate.

Eran las dos de la mañana y no podía conciliar el sueño por más que lo intentó, así que dejó de dar vueltas en la cama y bajó para tomar algo.

Hacía apenas un par de hora que ella y los chicos se fueron a descansar, tras pasar mucho tiempo conversando en el salón. Luego de analizar todo lo referente a ese hombre, Travis, se pusieron de acuerdo acerca de cómo abordar a Kingsley para que les dijera qué era lo que estaba pasando. La opción de Harry, de ir y simplemente preguntar, parecía la más práctica y efectiva.

Luego fue el turno de Hermione de hablar. Les contó absolutamente todo lo que venía sospechando de Malfoy, desde la conversación que oyera con el extraño el primer día de clases, hasta la velada amenaza de ese día.

De nuevo tuvo que hacer lo posible para tranquilizar a sus amigos y evitar que fueran a buscar a Malfoy; ya habían tenido suficiente con el encuentro de esa tarde. Pudo convencerlos de que lo mejor sería hablar con Kingsley y según lo que les revelara podrían informarle de las andanzas de Malfoy, quizá hasta les sirviera ese conocimiento para obtener alguna información valiosa.

Se sentó a la mesa con su bebida, tomando pequeños sorbos mientras continuaba pensando, parecía que eso era lo único que había hecho en todo el día, pensar.

La puerta de la cocina se abrió con cuidado, dejando ver a un Harry más despeinado que de costumbre que se frotaba la nuca ahogando un bostezo.

- No podía dormir. – declaró el muchacho.

- Únete al club. – replicó Hermione señalando su taza.

- ¿Queda algo de eso? –le preguntó su amigo.

- Sí, en la cacerola, ¿quieres que te sirva un poco? – ofreció la joven.

- No, deja, yo lo hago. – contestó él.

Hermione lo observó servirse lo que quedaba del chocolate y luego lavar el cuenco a lo muggle, que era como hacía casi todo la mayor parte del tiempo. Siempre le asombraba lo bien que se le daban a Harry esas cosas, aunque bien pensado casi era lógico considerando la familia con la que se crió.

- ¿En qué piensas? – le preguntó su amigo sentándose frente a ella.

- Nada especial. – se encogió de hombros ella.

- Eso quiere decir que era algo relacionado conmigo. – sonrió Harry.

- Por supuesto que no. – negó Hermione con énfasis.

- Ya, si tú lo dices. – aceptó el muchacho no muy convencido. - ¿No podías dormir pensando en todo lo que ha pasado?

- Sí, imagino que a ti te ocurre lo mismo; pero sospecho que Ron no tiene el mismo problema. – comentó la chica.

- Sospechas bien. – asintió Harry.

Hermione sacudió la cabeza divertida y se entretuvo haciendo círculos con el dedo sobre la mesa, en silencio, mientras Harry parecía estar pensando con la cabeza apoyada en una mano. Le gustaba eso de él, se sentía tan cómoda a su lado sin necesidad de hablar, algo realmente difícil con la mayor parte de sus conocidos, por no mencionar a Ron, quien se desesperaba cuando las personas se quedaban mucho tiempo en silencio.

Ella realmente apreciaba el poder permanecer al lado de alguien sin sentir la necesidad de llenar el silencio con palabras vacías. Con Harry se sentía en paz, ya no le oprimía el pecho como hacía unos momentos cuando estando sola pensando en todos los problemas que al parecer tendrían que enfrentar; ahora estaba más tranquila, optimista al menos.

- ¿Esta vez si me dirás en qué piensas? – Harry interrumpió sus pensamientos.

- En que tengo mucha suerte de tenerte conmigo. – respondió la joven con una sonrisa.

Harry la vio con una mezcla de sorpresa y confusión en su rostro que le arrancó una carcajada.

- No lo entiendo, ¿Qué es tan gracioso? – insistió su amigo.

- Nada, Harry, no me hagas caso. ¿Sabes qué? Creo que empiezo a sentir algo de sueño, me voy a la cama. – se levantó Hermione llevando su taza al fregadero.

- ¿Porqué siento que no me estás diciendo algo? – le preguntó suspicaz.

- No es así, en serio. – le aseguró. - ¿Te quedas?

- No, voy contigo, me vendrá bien dormir un rato. – le dijo siguiéndola fuera de la cocina.

Subieron las escaleras en silencio, lado a lado. Pasaron por la habitación de Ron e intercambiaron una sonrisa al oír los potentes ronquidos.

Una vez que llegaron a la pieza de Hermione, la chica abrió la puerta, pero antes de entrar miró a su amigo con atención.

- Harry, todo saldrá bien al final, ¿verdad? – preguntó con cierta ansiedad.

- ¿No es siempre así? – contestó él sonriendo.

- Sí, tienes razón, gracias. Que descanses. – se despidió.

- Tú también. – correspondió el muchacho.

Hermione cerró la puerta con una sonrisa y Harry cruzó el corredor para ir a su habitación; una expresión curiosa adornaba su semblante, entre la duda y el desconcierto.

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- ¿Y bien? ¿Qué vamos a hacer? – preguntó Moody después de tomar un trago de su petaca.

Kingsley dio una calada a su pipa, el único vicio que tenía y del que no hablaba mucho, antes de ver a su amigo pensativo.

Compartían una pequeña oficina que este último habilitara en su casa para tratar asuntos de trabajo sin importunar a su familia.

La última hora, Alastor le había dado tanto información que se sentía realmente agobiado, reconoció pasándose la mano por la frente.

Lo de La Gran Noche confirmado ya era suficiente para inquietarlo, pero no podía negar que era algo que venían suponiendo hacía muchos meses, al menos no los cogía con la guardia baja.

Fue el motivo principal para reclutar aurores extranjeros, recopilar la información y mantener bajo vigilancia a todos los sospechosos; no era algo que los tomara por sorpresa.

Pero hablar de todo esto con Potter…

No, nunca estuvo entre sus planes; creyó que lo solucionarían sin que hubiera necesidad de que la mayor parte de la Comunidad Mágica se enterara, Potter y sus amigos incluidos.

- Ese auror tuyo es demasiado impetuoso. – cabeceó Kingsley.

- ¡Impetuoso! Atolondrado, imprudente, falto de sentido común, eso es lo que es. – rumió disgustado Moody.

- No seas tan duro con él, también es muy valiente, lo sabes. – replicó su amigo.

- Ya hemos enterrado a demasiados valientes. – le dijo el viejo con tono sombrío. – Pero no vine a hablar de Taylor sino a saber qué vas a hacer cuando Potter venga a hablar contigo.

Kingsley miró el techo con las manos cruzadas tras el cuello, con una mueca triste.

- No tenemos opción, Alastor, si me busca haré lo correcto y le diré lo que debo. – expresó el hombre.

- ¿Y qué sería eso? – preguntó Moody aunque ya lo imaginaba.

- La verdad. – respondió Kingsley gravemente.

El viejo tomó otro trago de su petaca y repantigándose en el sillón empezó a negar en señal de desacuerdo.

- La verdad. – Repitió bufando.- ¿Entonces porqué mejor no reunimos a todos y aprovechamos para contarlo sólo una vez?

- Me parece una excelente idea. – indicó Kingsley con aparente calma, ignorando la mirada incrédula de su amigo.

Sí, sería lo mejor. Si Potter llegaba buscando respuestas y el grupo de Alastor necesitaba saber a qué se enfrentaba, pues lo más práctico era reunirlos a todos de una vez. ¿Quién sabe? Tal vez algo buen podría salir de todo eso. Y con esa idea, le dio una nueva calada a su pipa.

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jueves, 7 de enero de 2010

SEXTO CAPITULO




Disclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos, salvo obvias excepciones, pertenecen a J. K. Rowling.

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Harry atendía a la charla del profesor sobre los procedimientos que un auror debía conocer al realizar una redada, tomando notas y frunciendo el ceño, distraído sin poder evitarlo.

Era el último día de su primera semana de clases y todo allí iba bien, pero había muchas otras cosas que le preocupaban.

Miró a Ron sentado a su lado, recordando sus comentarios del primer día; su amigo no había dicho nada más y cada vez que Harry intentaba retomar la conversación, el pelirrojo cambiada abruptamente de tema dándole a entender que no iba a decir una palabra más al respecto. A Harry eso le parecía muy injusto, porque sólo había logrado confundirlo y ni siquiera se tomaba la molestia de hablar con claridad.

¿Cuándo había ignorado a Ginny? Nunca, estaba seguro. ¿Qué había de malo en que se interesara por todo lo relacionado con Hermione? Nada, porque era su amiga y su deber era preocuparse por ella. Suponer siquiera que se olvidaba de su novia cuando Hermione estaba de por medio le parecía ridículo. Eran dos cosas totalmente distintas, Ron estaba loco.

En vez de decir tonterías, debería preocuparse tanto como él por lo que Hermione les contara a inicios de semana.

Casi rompe la pluma al apretarla con rabia sólo de recordar eso. Cuando Hermione les hizo saber que Malfoy estudiaba en la misma Academia a la que ella iba se quedó estupefacto. Mientras Ron maldecía indignado por lo que le parecía una tremenda locura, Harry pensó seriamente en cambiarse de carrera. ¡No podían dejar a su amiga sola y a merced de ese tipo! Ya, está bien, tal vez ella supiera cuidarse, pero Malfoy no era ningún idiota cualquiera, era Malfoy.

Aunque Hermione dijera una y otra vez que ni un solo día le había dirigido la palabra siquiera para insultarla o decirle algo de mal gusto, él pensaba que sólo fingía porque estaba siendo vigilado y no quería llamar la atención, pero tan pronto como se sintiera seguro empezaría a molestar a Hermione y ellos no iban a permitirlo de ninguna manera.

Hasta ahora le habían hecho caso a su amiga y se abstuvieron de ir a la Academia para prevenir a Malfoy, pero ya iba siendo hora de dejar algunas cosas en claro, sólo para evitar problemas futuros. Tan pronto como terminaran las clases de ese día, él y Ron irían a recoger a Hermione y de paso podrían aprovechar para hacerle llegar una pequeña advertencia a Malfoy, por el bien de todos.

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Estudiar sin descanso se había convertido en la rutina de Hermione desde el primer día de clases.

Ella y Padma, que dejaba muy en claro el porqué fue enviada a Ravenclaw en su época en Hogwarts, sentían la misma pasión por los libros y deseos de conocer tanto como era posible. Se convirtieron con rapidez en buenas amigas y se apoyaban mutuamente para cumplir con sus deberes.

Lo único que ensombrecía sus días de estudio era la preocupación por lo que fuera que Malfoy estuviera tramando.

No les había dicho absolutamente nada a sus amigos de lo que oyera cuando lo espió en su primer día de clases, su encuentro a hurtadillas con el hombre que no alcanzó a ver y lo inquieta que se sentía desde entonces.

Esa no había sido exactamente su idea inicial, pero ambos reaccionaron tan mal cuando les comentó que compartía clases con Malfoy que realmente temía lo que fueran a hacer. Ron gritó por horas y aún seguía mascullando en voz baja cada vez que recordaba el asunto, mientras que Harry pasó del shock a un estado de agitación y desconfianza que empezaba a ponerla nerviosa.

Si supieran lo de la discusión que oyó entre él y ese extraño ya los podía ver en la puerta de la Academia dispuestos a acusar a Malfoy de los peores crímenes y aunque ella desconfiara en igual medida de él, debía ser justa y reconocer que no parecía haberse involucrado en nada malo…aún, porque era obvio que ese hombre no lo invitaba a una partida de ajedrez.

Se preguntó mil veces si lo más sabio no sería ir al Ministerio y comentarle a Kingley o al señor Weasley lo que había oído, pero le pareció un poco injusto de su parte meter en problemas a Malfoy cuando no estaba segura de nada; aún más si ya de por si estaba siendo vigilado. Lo único que podía hacer por ahora era mantener los ojos bien abiertos y estar atenta a cualquier otra señal de que el ex Slytherin hubiera vuelto a las andadas.

Ese fue su consuelo durante toda la semana, y el viernes, mientras buscaba en la biblioteca unos títulos para mostrarle a Padma caviló también acerca de la extraña actitud que Ron estaba mostrando para con ella y Harry.

No lo veía tan reservado desde que terminaron en séptimo y aún así había algo que no la convencía del todo.

Por momentos se mostraba huraño, pero antes de que pudiera preguntarle qué le ocurría, regresaba a la normalidad; o tanta como acostumbraba. De algún modo no se quitaba la sensación de estar siendo vigilada todo el tiempo y que el causante de ello fuera uno de sus mejores amigos no le agradaba en lo absoluto.

En cuanto a Harry, si le llamaba la atención la actitud de Ron, no lo demostraba. Cada vez que ella intentaba mencionar algo al respecto, él repetía que su amigo era así y no había que darle demasiada importancia; pero conocía demasiado bien a Harry como para creerle; sospechaba que ocurría algo extraño entre los dos que no deseaban compartir con ella y no sabía si sentirse ofendida o aliviada; estando Ron de por medio uno nunca sabía qué esperar.

Hubiera continuado con los libros en los brazos y la mirada perdida, pensando en lo mismo una y otra vez, de no ser por unos fuertes pasos que se acercaban en su dirección. No se movió del lugar creyendo que se trataba de Padma, pero grande fue su sorpresa al encontrarse cara a cara con la persona que la había mantenido en guardia durante toda la semana.

Draco Malfoy se detuvo frente a ella con expresión insondable, mezcla de su acostumbrado desprecio y algo de incomodidad; al parecer no tenía ningún deseo de dirigirle la palabra, pero algo lo llevaba a hacerlo.

- Granger. – dijo sonando a cualquier cosa menos a un saludo.

- Malfoy. – respondió la chica sin saber qué más decir.

- Dos cosas muy sencillas, Granger. Primero, no me gusta que me sigan, mucho menos alguien como tú; y en segundo lugar, si vuelves a oír una conversación que no te incumbe atente a las consecuencias.- declaró antes de girar para irse.

Hermione apenas si salió de su asombro para dar unos pasos en su dirección y hablar con voz fría.

- No sé de qué estás hablando. – mintió.

- El idiota es Weasley, tú sólo eres una sangre sucia, ¿recuerdas? Creo que he sido bastante claro, considérate advertida. – con una última mirada despectiva dio medio vuelta y se perdió entre los estudiantes.

La joven soltó suavemente la varita que había empuñado con discreción y tras fruncir el ceño, se aferró a sus libros y salió del lugar.

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Kim y Laria se reunieron en el amplio vestíbulo de la casa, luego de cumplir cada uno con sus respectivas asignaciones.

La mujer lucía tan malhumorada como de costumbre y ocupó uno de los asientos del salón, luego de saludar con una cabezada a su compañero. Él hizo otro tanto, dejando pasar las malas maneras que sabía eran el resultado de la falta de noticias que la agobiaban.

- Antes de que preguntes; no, no se ha sabido nada de Moody y he revisado tantas veces esos pergaminos buscando alguna pista que empiezo a ver doble. – le informó Laria sobándose las sienes con ademán cansado.

- Lo suponía. – observó Kim, ocupando un sillón. – Yo, al menos, creo haber encontrado algo interesante luego de revisar los archivos del Ministerio.

Laria levantó la mirada con presteza y fijó su atención en lo que el otro tenía para decir.

- Es referente al sacerdote muggle que secuestraron hace unas semanas. – continuó el hombre. – Su apellido es Martin y pertenece hace muchos años a esa congregación; aparentemente no había nada que pudiera relacionarlo con nosotros, pero indagando entre viejos documentos encontré algo de su pasado que resulta de lo más curioso.

- ¿Y bien? – lo apremió Laria.

- Es un Squib. – informó Kim sin rodeos.

La mujer le devolvió la mirada sorprendida, quedándose por un momento sin palabras.

- Si no fuera porque se trata de ti, pensaría que estás bromeando. – comentó al fin.

- Dejémosle eso a Travis. – concordó con ella. – Lo que digo es totalmente en serio, aparece en los registros.

- Pero… ¿qué es lo que averiguaste exactamente? – le preguntó ella.

- En esencia, nada especial. Verás, al parecer este hombre nació de padres magos, Lattam era su apellido, que al comprobar la nula capacidad mágica de su hijo, lo dejaron en un orfanato. – le contó.

- Eso es horrible. – espetó Laria asqueada.

- Sí, es verdad, pero bastante más frecuente de lo que podrías pensar. Bien, volviendo a este hombre, sucede que nunca fue adoptado sino que optó por unirse a la Orden religiosa que lo acogió y desde entonces no había llamado la atención. Lo que sospechan en el Ministerio es que igual que muchos otros no tiene idea de cuál es su verdadero origen. – explicó Kim.

- Pero los libros que encontramos, Kim, algo debe de saber. – objetó su compañera.

- No necesariamente. Me inclino a pensar que debe de sentir cierta atracción por la magia; tratándose de un Squib es natural y eso explicaría que hubiera buscado informarse al respecto. Ahora, considera que hablamos de un sacerdote; lo más probable es que parte de él considerara que había algo malo en ese interés por nuestro mundo, aún cuando no supiera mucho y por eso escondía los libros. – expresó el oriental con lógica.

Laria guardó silencio, meditando en la información que acababa de recibir.

- Pero hay un vínculo; lo sepa o no, hay algo que lo relaciona con nosotros.- mencionó pasados unos minutos.

- Exacto, ya podemos estar seguros de que quien se lo llevó sabe de su origen y por eso lo escogió como blanco, podría apostarlo. ¿Para qué? Es algo que me gustaría saber. – mencionó Kim pensativo.

- Sí, para qué. – repitió la mujer ensimismada.

La puerta del frente se abrió con brusquedad antes de que alcanzaran a reaccionar y apenas si habían sacado las varitas cuando una figura se acercó cojeando.

- ¡Alastor! – exclamó Kim

- ¿Dónde rayos te habías metido? – lo encaró Laria cuando recuperó el habla.

El viejo la ignoró y se arrastró cansado a la silla más cercana exhalando un suspiro de alivio.

- ¿Cuál es mi apellido? – le preguntó Kim de pronto sin bajar la varita.

- Si crees que voy a poder pronunciar eso estás loco, nunca lo he hecho, pero es bueno saber que alguien se preocupa por la seguridad. – masculló el auror viendo con disgusto a Laria.

Ella tuvo al menos la delicadeza de parecer apenada, antes de recobrar su actitud altanera.

- Sabía que Kim lo iba a comprobar. – Mintió con descaro.- Pero no puedes aparecer después de tanto tiempo y no decir nada, empieza ya. ¿En dónde estabas? ¿Qué sabes? –inquirió.

- Laria…- le advirtió su compañero.

- Está bien, Kim, necesito hablar con ustedes, hay mucho qué decir, pero sería mejor que estuvieran los tres. ¿Dónde se encuentra Taylor? – preguntó Moody.

- Vigilando a Potter. – se apresuró a contestar el más joven.

- Bien, eso esperaba. – aprobó el viejo. – Bueno, supongo que tendremos que esperarlo.

- Pero Moody…- objetó Laria.

- No voy a repetir las cosas, esperamos a Taylor. Ustedes pueden ir diciéndome qué han averiguado. – ordenó tajante.

La mujer lo vio frustrada y se acomodó en el asiento sin dejar de mirar al auror con ira.

Kim, por su parte, se sentó tranquilo y observó interesado la apariencia cansada del viejo frente a él.

- Acabamos de descubrir algo muy interesante del sacerdote que sospechamos secuestraron los mortífagos. – informó.

- ¿Y qué es? – preguntó Moody.

- Se trata de un Squib. – continuó Kim.

- Ya.- asintió el mayor.

- No pareces sorprendido. – intervino Laria elevando las cejas.

- No lo estoy, ya esperaba algo así. – aceptó el auror.

Kim y Laria intercambiaron una mirada interrogante y contemplaron con mayor interés al hombre.

- No pregunten aún, les diré todo lo que sé cuando llegue Taylor, pero no me vendrían mal algunos detalles, díganme todo lo que sepan del Squib. – pidió.

- ¿No podrías al menos…? – intentó Laria nuevamente.

- No, ahora ¿quién va a hablar? – insistió Moody.

Kim lanzó un suspiro resignado y con voz calmada empezó a exponer su informe.

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Theodore Nott lanzó sin ceremonias un plato medio lleno de comida por debajo de unos barrotes de la pequeña celda.

Varios cubículos pegados uno a otro y firmemente sellados no sólo por magia, sino también por gruesas cadenas constituían una visión sobrecogedora.

El único lugar ocupado por el momento era aquel frente al que se encontraba el joven. Una mano desesperada cogió el plato y lo arrastró hacia si.

Pasaron apenas unos minutos antes de que fuera devuelto vacío y un hombre de ojos febriles se asomara a la pequeña ventanilla viendo con angustia a su captor.

- ¿Hasta cuando? – preguntó con voz ronca.

- No, no empieces, ¿quieres? Nada de oírte hoy, sólo vine a dejarte la comida. ¿Ves qué amables somos contigo, Squib? Tengo que hacer un largo viaje y aún así vengo a visitarte. – comentó el joven con burla.

- Yo no entiendo, no sé porqué me llamas así, no sé qué quieren de mi. – insistió el anciano.

- Y es una suerte que eso a nosotros nos tenga sin cuidado; pero no te preocupes, no falta mucho para que salgas de aquí. – le dijo Nott pateando el plato vacío a un rincón.

El joven empezó a subir las escaleras que lo llevarían al primer piso de la casa mientras canturreaba una canción que erizó el cuerpo del prisionero.

- Muy pronto serás completamente libre, Squib, lo prometo. – le dijo sin voltear antes de reanudar su melodía.

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- ¿Segura de que estás bien? – preguntó por tercera vez Padma a Hermione.

Ambas se encontraban en los jardines de la Academia, tras terminar la última clase del día. Los estudiantes desaparecían a su alrededor y ellas se sentaron en unas bancas libres.

Hermione intentaba parecer calmada, aunque por dentro deseara llegar cuanto antes a la Casa Black para encontrar a Harry y Ron. Había decidido contarles a ambos lo que estaba ocurriendo con Malfoy, porque ahora sí podía asegurar que el muchacho se encontraba involucrado en algo muy turbio.

Sólo que no deseaba alarmar a Padma y por eso había accedido a acompañarla un rato mientras le contaba algunas cosas referentes a un compañero de la Academia que acababa de invitarla a salir. Veía como la tarde avanzada y se limitaba a asentir o a responder con monosílabos los comentarios de su amiga.

- Hermione, te preguntaba si estás bien. – insistió la joven preocupada.

- ¿Qué? Oh, si, claro, es sólo que parece que todo el mundo se hubiera ido ya, ¿no crees? – comentó la chica viendo a su alrededor.

Estaba en lo cierto, pues apenas se veían pequeños grupos a lo lejos y sólo ellas ocupaban esa zona de los jardines.

- Tienes razón, no lo había notado, lo siento. A veces no puedo dejar de hablar, es sólo que Adam…- se disculpó Padma apenada.

- No te preocupes, al contrario, gracias por confiar en mí, y realmente creo que deberías aceptar salir con él. – le aconsejó Hermione con una sonrisa.

- Lo haré. – sonrió animada su amiga. – Y cuando encuentres a alguien podríamos salir los cuatro.

- ¿Yo? No lo creo, no tengo tiempo para eso. Además, no hay nadie…- descartó ella encogiéndose de hombros.

- ¿En serio? ¿No hay por allí nadie especial? Ya sabes, ese que cuando lo ves se te acelera el corazón y empiezas a sentir cosas raras en el estómago. – le insistió Padma con un guiño travieso.

Hermione la contempló confundida, pensando en si alguna vez había sentido algo así, pero no pudo recordarlo. ¿Corazón acelerado y mariposas en el estómago? Ni siquiera con Ron, estaba segura; sólo una persona provocaba en ella sensaciones parecidas y no tenía nada que ver con el amor. ¡Qué tonterías pensaba! Debería apresurarse en volver a casa y no andar cavilando algo tan absurdo.

- No lo creo, no hay nadie, ya te lo dije. Mira, no quiero ser grosera, pero es muy importante que vaya a casa. – le dijo a su amiga.

- Sí, claro, sólo bromeaba, no me hagas caso; también yo debería estar en camino, ¿quieres que desaparezca primero? – preguntó.

- Seguro. – respondió Hermione.

- Nos vemos el lunes, guárdame un asiento. – se despidió Padma.

- Claro, que tengas un buen fin de semana. – le deseó la joven.

- También tú, hasta luego. – dijo la muchacha antes de desaparecer.

Hermione se preparó para hacer lo mismo, mentalizada en los exteriores de Grimmauld Place, pero una figura que se acercaba en su dirección la distrajo.

Malfoy caminaba con la vista gacha, fijando la mirada en un trozo de pergamino que leía frunciendo el ceño; lo que fuera que decía no parecía agradarle en lo absoluto. Iba tan ensimismado que no pareció notar quién se encontraba en su camino.

Hermione se debatió entre desaparecer o encararlo firmemente para conseguir que le dijera en qué andaba metido; ese muchacho ya les había dado demasiados problemas en el pasado como para pasar por alto su actitud sospechosa; y además así tendría algo más coherente para contarles a Harry y Ron.

Sin embargo, antes de que tomara una decisión, ocurrieron dos cosas a la vez. Malfoy levantó al vista al sentirse observado y una mueca de ira se dibujó en su semblante. No había dado más de un par de pasos cuando unos sonoros chasquidos se oyeron tras Hermione.

La escena que vieron Harry y Ron los hizo ponerse en guardia de inmediato. Hermione parada con expresión hostil observando a Malfoy que veía a su alrededor con desagrado. El hecho de que no hubiera más personas por allí sólo aumentaba la sospecha.

Ambos se plantaron al lado de su amiga y sin darle tiempo de atinar siquiera a expresar su sorpresa, miraron fijamente al rubio que se erguía ante ellos.

- ¿Empiezas a dar problemas, Malfoy? – le preguntó Ron sin sutilezas.

- ¡Qué sorpresa! No, esperen, no lo es. Ustedes siempre aparecen de la nada para vigilar a su amiguita, ¿verdad? – comentó con ironía.

- ¡No la vigilábamos! – negó Harry adelantándose. – Pero llegamos en muy buen momento porque necesitábamos hablar contigo.

- ¿Y de qué podrá ser? – se preguntó el rubio rodando los ojos.

- Es muy sencillo, no te metas con Hermione; si nos enteramos de que la has molestado de alguna manera te las verás conmigo. – lo amenazó Ron.

Hermione se apresuró a situarse entre los chicos para evitar una discusión; no era así como deseaba hablarles a sus amigos de lo que venía sospechando, pero Harry la tomó del brazo para hacerla a un lado.

- Realmente no creo que seas tan idiota como para meterte en problemas de nuevo, pero si tan sólo por molestar se te ocurre ofender a Hermione, ya no vendremos sólo a hablar. – le advirtió el muchacho con una mirada feroz.

Malfoy lucía aparentemente aburrido por lo que le decían, pero sus ojos astutos no perdieron detalle de cada movimiento de los demás, en especial la actitud sobre protectora de Harry.

- Vaya, parece que me he perdido de algo; no que me interese, claro, pero no deja de ser curioso. – Mencionó arrastrando las palabras.- Sé que los Gryffindors llevan la amistad al extremo, aún fuera de la escuela, pero ¿no les parece que compartir a la sangre sucia es demasiado…?

- ¡Cuida tus palabras, Malfoy! – lo cortó Ron con la mano en la varita.

- Bueno, Weasley, haz un esfuerzo y piensa; aunque hayas terminado con ella, pasársela a Potter debe doler, ¿no? – comentó el rubio hiriente.

- ¡Suficiente! – exclamó Harry sacando la varita.

Malfoy hizo lo mismo y ambos se apuntaron con gesto amenazante.

- Harry, no le hagas caso, sólo quiere causar problemas; vamos a casa, por favor. – le pidió Hermione con una mano sobre su brazo.

- Sí, Potter, hazle caso a tu novia; aunque ahora que lo pienso, ¿qué no andabas con la hermana de la Comadreja? – continuó Malfoy sin bajar la guardia.

- ¡Sigues siendo la misma basura de siempre, Malfoy! – espetó Ron con desprecio.

En la acera de enfrente, mientras Harry y Ron intercambiaban insultos con Malfoy ignorando los llamados a la paz de Hermione, unos ojos azules preocupados contemplaban la escena.

Travis siguió a los muchachos desde la Academia de Aurores, seguro de que su destino sería como era habitual la casa de Grimmauld Place, pero le sorprendió ver que se dirigían a recoger a su amiga.

De cualquier modo, no le dio mayor importancia y se mantuvo distante, esperando que los tres se reunieran y volvieran a la casa.

Ahora estaba allí, viendo como se desarrollaba una tremenda discusión con un muchacho que estaba seguro pertenecía a la familia Malfoy; el menor con seguridad por lo que leyera de los informes de Kingsley. Si era así, el chico era de cuidado y tenía un prontuario más que preocupante.

- ¿Dónde demonios están los profesores cuando se les necesita? – masculló mirando en todas las direcciones y encontrando la zona desierta.

Si intervenía, Moody lo iba a matar, no sin antes oír lo sermones de Kim y las burlas de Laria; pero no podía quedarse de brazos cruzados, su prioridad era cuidar a Potter y por lo que sabía ese muchacho Malfoy era muy capaz de lanzarle un Avada a traición.

- ¡Rayos! – exclamó molesto.

Los jóvenes en el jardín, ajenos a lo que sucedía alrededor, continuaban discutiendo sin tregua.

- Harry, Ron, por favor, ya no estamos en la escuela, no caigan en su juego. – decía Hermione desesperada.

- Yo no juego con gente como ustedes, sangre sucia. – espetó el rubio con desprecio.

Harry y Ron lanzaron hechizos en simultáneo, pero el apuro y la furia con la que actuaron hicieron que antes de llegarle a Malfoy, ambos se cruzaron y se anularon el uno al otro. La frustración de los chicos le dio suficiente tiempo al ex Slytherin para atacar, directo a Harry.

Hermione levantó la varita para invocar un escudo, pero ni siquiera llegó a pronunciar las palabras, pues una fuente de energía pareció materializarse por un segundo entre ellos y Malfoy, protegiéndolos, y antes de que se desintegrara le dio de lleno al rubio haciéndolo trastabillar.

Los cuatro giraron a ver asombrados para encontrarse con un hombre alto y rubio a sólo unos pasos que los miraba con una mueca entre divertida y burlona.

- Niños, vamos, ¿no han tenido ya suficientes peleas como para toda su vida? – les dijo Travis.

Sacudiendo la cabeza para salir de su estupor, Malfoy vio al extraño con ira y giró hacia Harry.

- ¿Contrataste a un guardaespaldas? El Salvador del Mundo Mágico no puede defenderse solo, ¡patético! – le dijo casi escupiendo.

- ¡No conozco a este hombre! – se apresuró a contestar Harry.

- ¡Pero nosotros sí! – exclamó Hermione con voz acusadora.

Travis se encogió de hombros con tranquilidad y guardó la varita en el bolsillo de los pantalones lentamente.

- Ustedes no me conocen, no sean ridículos. En cuanto a ti, chiquillo, no dudo que Potter pueda acabarte con una mano atada a la espalda, pero no me iba a quedar a mirar; y sólo para que quede claro, no soy un guardaespaldas, pero sí poco tolerante a los insultos, así que muérdete la lengua antes de decir algo en mi contra, ¿está bien? – le dijo a Malfoy con una mirada amenazante.

Malfoy no bajó la vista, pero dio una mirada alrededor y sabiéndose en absoluta desventaja guardó la varita y sin decir una palabra más, observándolos con resentimiento, desapareció.

- ¡Al fin! Sospecho que ese muchacho no tiene muchos amigos.- resopló Travis. - ¿Han visto antes a alguien que parezca odiar tanto al mundo? – preguntó.

Al no obtener respuesta, giró para toparse con tres pares de ojos que lo veían con desconfianza.

- ¡Hey, tranquilos! Soy de los buenos. – les aseguró el rubio.

- ¡Nos has estado siguiendo! – exclamó Ron.

- Quizá un poco. – reconoció Travis. – Pero no crean que eso sólo lo hacen los malos.

- ¿Quién eres? – le preguntó Harry.

- Es una historia un poco larga y la verdad es que no cuento con mucho tiempo; ¿qué les parece si nos reunimos un día de estos a conversar? Yo los busco. – ofreció el hombre esperanzado.

Los tres jóvenes en simultáneo y sin ponerse de acuerdo le apuntaron con las varitas y le dirigieron una mirada escéptica.

- Nosotros sí tenemos tiempo. – indicó Harry con frialdad.

Travis masculló algo acerca de brujas amargadas y jefes dictadores antes de exhalar un suspiro resignado.

- ¿Qué tanto? – preguntó con voz misteriosa.


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