jueves, 17 de diciembre de 2009

Destino: Quinto capítulo



Disclaimer: Todos los lugares y personajes pertenecen a J. K. Rowling. Nosotros sólo inventamos algunas cosillas para divertirnos.


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La noche antes de empezar las clases en sus respectivas Academias, Harry, Ron y Hermione se encontraban reunidos en la amplia cocina compartiendo la cena y discutiendo acerca de los asuntos que preocupaban al primero.


- Te lo digo, Harry, estabas preocupándote por nada. – decía Ron, cortando su filete.


- Aún no estamos seguros. – dudó su amigo.


- Papá te dijo que todo está tranquilo, ¿Qué más puede ser? Ya sabes que si ocurriera algo extraño él se habría enterado. – insistió el pelirrojo.


- Tal vez se trate de algo que ocurre fuera del Ministerio, entonces tu padre no podría estar enterado. – intervino Hermione en la charla.


- Hermione, por favor, no le des ideas, ¿quieres? – se quejó Ron sacudiendo la cabeza.


- ¿Crees que en el Ministerio podrían no saber lo que pasa? No lo sé, Hermione, recuerda que Kingsley está al mando ahora y él es muy cuidadoso. – le hizo ver Harry ignorando los gestos de su amigo.


- No dudo de la capacidad de Kingsley, pero él no puede estar en todo, o a lo mejor es un asunto tan delicado que lo mantiene en secreto o algo así. – sugirió la chica.


- Ustedes siguen haciendo suposiciones basados en nada. En serio, chicos, ¿qué tenemos? Una extraña que a Harry le pareció sospechosa y un muggle desaparecido; lo siento por él, peor no veo la relación. – repitió el pelirrojo por décima vez desde que empezaron la discusión.


- Te estás olvidando del hombre de la Estación. – le recordó Hermione.


- ¿Realmente piensas que porque salió detrás de mi padre y Harry los estaba siguiendo? – preguntó Ron incrédulo.


- Había algo en él, no sé, raro. – dijo la joven, dirigiéndose a Harry. - ¿Recuerdas que te conté cómo nos dijo a Ron y a mí que su familia lo esperaba en la Estación? Pues yo no los vi por ningún lado.


- Tal vez salieron antes o después. El tipo parecía un poco distraído y puede que se perdiera de nuevo. Además, su sobrino salió a despedirlo al Andén, no mintió en eso. – observó Ron.


- Aún así es raro, ¿no? Dos extranjeros sospechosos cerca de nosotros en menos de una semana. – comentó Hermione pensativa.


- ¿Qué tienes contra los extranjeros? Pensé que te gustaban. – bromeó Ron. – Sólo recuerda a Vicky.


Su amiga lo vio furiosa por la broma y estuvo a punto de contestarle de mala manera, pero sintió la mano de Harry en su hombro y volteó a verlo interrogante.


- Eso no fue gracioso, Ron, deberías revisar tu sentido del humor. – le dijo su amigo muy serio y viéndolo fijamente.


Ron pareció sorprendido por el llamado de atención y tras dejar sus cubiertos con brusquedad sobre el plato vacío, se levantó y se dirigió a la puerta.


- Sólo fue un comentario, no es para tanto, y creo que son ustedes los que deberían preocuparse por revisar otras cosas. – dijo ácidamente antes de cerrar con un golpe la puerta al salir.


Hermione y Harry se quedaron viendo el umbral con expresión pensativa y confusa.


- ¿Qué quiso decir con que revisemos otras cosas? – se preguntó la joven al fin.


- No lo sé, ya me acostumbré a no entenderlo a veces. – indicó el muchacho sin darle demasiada importancia. – Y también estoy seguro de que mañana estará como si nada, ya lo conoces.


- Claro, tienes razón; y gracias por decirle…ya sabes. – mencionó la chica algo cohibida.


- No es nada, lo que dijo estuvo mal, ya olvídalo. – insistió Harry.


- Sí, bueno, me voy a la cama; mañana será un día pesado. – anunció Hermione viendo la mano que seguía sobre su hombro.


- Ah, lo siento. – dijo el chico al notarlo y quitando la mano con rapidez.


Su amiga se puso de pie y tras llevar los platos al fregadero se despidió desde la puerta con una cálida sonrisa.


- Buenas noches, Harry, no te quedes hasta muy tarde. – le dijo antes de salir.


- Buenas noches, que duermas bien. – le respondió el joven sonriéndole también.


Una vez que se encontró solo, Harry apoyó la cabeza en una de sus manos y fijó la mirada en la pared de la cocina con expresión pensativa.


¿Por qué le había molestado tanto el comentario de Ron? Sabía que era una broma, mala, si, pero usualmente lo eran. De lo que estaba seguro era que no se trataba esta vez de alguna burla al azar, sino de algo que había incomodado a Hermione y eso no le hizo mucha gracia. Tal vez exageró, pero igual hablaría luego con Ron para que pensara antes de hablar, al menos cuando se trataba de su amiga; después de todo, era responsabilidad de ellos cuidarla ahora que vivían juntos, ¿no?


Reprimiendo un bostezo y más tranquilo al encontrarle una explicación lógica a su reacción, se encaminó a su dormitorio. Hermione tenía razón, mañana sería un día muy ajetreado.


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Laria y Kim tomaban el desayuno en un pequeño comedor de la casa que usaban como Cuartel General. Ambos tenían por costumbre desde que llegaron a Londres compartir esa comida, ya que eran los primeros en levantarse aunque no fuera necesario; generalmente Travis no se les unía hasta que ya casi habían terminado.


Casi nunca hablaban, apenas si intercambiaban un saludo cortés y luego todo era silencio hasta que el rubio llegaba con sus charlas interminables a desesperarlos; pero este día las cosas eran distintas. Ambos se encontraban inquietos por su última conversación con Moody y las lúgubre predicciones que había hecho respecto a lo que fuera a ocurrir en Alemania, y lo peor era que desde ese día el viejo auror andaba desaparecido no tenían idea haciendo qué.


- Kim, ¿has estado alguna vez en Alemania? – preguntó Laria de pronto.


- Un par de veces, por trabajo, pero nunca me quedé más de tres o cuatro días. – contestó el oriental bebiendo su té.


- ¿Y viste algo raro? – insistió ella sin disimular su inquietud.


- ¿Raro? Laria, somos magos, la definición de “raro” en nuestro caso es más que relativa. – observó Kim.


- Ya lo sé, me refería a algo como “muy raro”. ¿No sabes si ha habido allí algún mago tenebroso particularmente fuerte? Alguien como Voldemort aquí, tal vez. – le comentó la mujer.


- No, jamás he oído de otro como él en cualquier lugar del mundo. Todo país tiene su historia, claro, pero en el caso de Alemania no recuerdo ningún caso que llamara la atención. – continuó Kim.


Laria asintió fastidiada y se sirvió su tercera taza de café mientras con la mano libre tamborileaba sobre la mesa.


- ¿Cómo puede Moody hacernos esto? ¡Es una falta de consideración! ¿Quiénes cree que somos? ¿Sus criados? Parece que olvida que estamos aquí para ayudarle, no para que nos trate como a niños que no pueden ser informados de hechos concretos; está en la obligación de decirnos todo lo que sabe. Nos jugamos la vida, Kim, puedo sentirlo, y me gustaría saber al menos a qué me voy a enfrentar. – explotó al fin la mujer casi sin respirar.


Kim la dejó hablar sin interrumpirla; al parecer Laria necesitaba expresar todo lo que venía rumiando los últimos días.


- Comparto tu opinión, Laria, aunque tal vez no con tanto ímpetu. Pero debes tener un poco más de confianza en Alastor; sé que no es fácil, no con esa actitud suya, pero tiene una excelente reputación y lo más importante es que es un buen hombre. Creo que si no nos ha dicho nada no es por falta de consideración, como dices, sino que prefiere estar completamente seguro antes de llamar al pánico. En circunstancias como estas es lo mejor, debes aprender a controlarte y a no bajar la guardia; todo saldrá bien, ten confianza. – intentó tranquilizarla su compañero con una poco común sonrisa.


- Está bien, supongo, pero le pediré a Moody que nos diga lo que sospecha de cualquier modo. – dijo Laria más calmada pero sin abandonar su terca actitud.


- No lo dudo. – dijo Kim en voz baja.


Continuaron su desayuno en silencio hasta que Travis hizo su aparición con el ruido habitual, bajando los escalones de dos en dos y entrando al comedor casi corriendo mientras ahogaba un bostezo.


- Buenos días, muchachos. Qué bien dormí, no recuerdo cuando fue la última vez. ¿Me pasas la mermelada, Kim? – pidió a la vez que se sentaba y se servía un poco de jugo.


- ¿Todo bien en la guardia? – preguntó el oriental alcanzándole el recipiente.


- Nada nuevo desde que Potter se separó de sus amigos para hablar con ese señor Weasley; desde entonces han permanecido en casa. – le informó Travis empezando a comer.


- Sí, hablé de eso con Kingsley; me contestó diciendo que el señor Weasley es un muy buen hombre y le tiene mucha confianza, pero lo ha mantenido al margen de todo esto, así que no puede haberle dicho nada especial a Potter. – mencionó Kim.


- ¿Saben? No creo que eso sea muy inteligente, pero Moody es un tipo muy terco. Quiero decir, el chico y sus amigos ayudaron a derrotar a Voldemort, ¿no? Más que eso, Potter lo acabó. ¿Porqué no les dicen lo que está pasando? Podrían ayudar. – sugirió Travis con lógica.


- Al parecer Moody y Kingsley creen que Potter ya pasó por muchas cosas y al ni siquiera estar seguros de qué es exactamente lo que ocurre, no creen que sea buena idea alarmarlos, para eso estamos nosotros aquí. – le dijo Kim.


- Pero si las cosas empeoran tendrán que hablar con ellos, no pueden ocultarles todo siempre; además el chico no es tonto, sospechará si es que no lo hace ya. – se sumó Laria.


- Especialmente si ciertas personas se dejan ver cuando no deben, ¿verdad? – mencionó Travis con tono bromista.


- También tú lo hiciste. – se defendió Laria al momento.


- Pero yo lo hice a propósito y no tiene porqué sospechar de mí; en cambio tú parándote como un buitre vigilante en una esquina, con razón el chico Potter se puso en guardia. – rió Travis con descaro.


- Dime algo, Travis, tú país es muy grande, ¿cierto? – preguntó la mujer tranquilamente al cabo de unos minutos en silencio.


- Sí, bastante. – respondió el rubio confundido por la falta de hostilidad.


- Pero he oído que no está muy poblado; es decir, que para su tamaño hay pocos habitantes. – continuó Laria.


- Sí, siempre ha sido así. – aceptó Travis sin saber a dónde quería ir a parar ella.


- Bueno, eso lo explica todo. – mencionó la mujer dejando su servilleta a un lado.


- ¿Explica qué? – inquirió el otro.


- El que te hayan permitido convertirte en auror siendo tan idiota, no tienen mucho de dónde escoger. – replicó Laria cortante y con una sonrisa satisfecha.


- ¡Hey! – exclamó el rubio ofendido.


Kim había escuchado la charla suponiendo lo que Laria iba a decir y cuál sería la reacción de Travis; esos dos podían ser muy divertidos a veces, debía reconocerlo, pero no tenían tiempo para juegos.


- Lamento interrumpir, pero se hace tarde. Potter y sus amigos inician sus estudios hoy. Según el plan, Travis, tú sigues encargado de la vigilancia, pero no permitas que te vean nuevamente, resultaría sospechoso. – indicó el oriental con su tono calmado.


- Ya lo sé, pero como dijo Moody, mi prioridad será Potter y por extensión el pelirrojo porque van a la misma Academia; lo que no sé es qué haremos con la chica. – mencionó el rubio adoptando una actitud más profesional.


- Tendrá que quedarse sola por hoy, no creo que corra ningún peligro. Debo ir al Ministerio a hablar con Kingsley acerca del muggle secuestrado y Laria va a quedarse por si Alastor vuelve, además de que debe terminar unos informes. – comentó Kim.


- Como siempre, yo tengo la parte más divertida. – masculló Laria irónica.


- Es lo que hay, carissa, ni modo; y esa palabra la aprendí sólo para ti. – se rió Travis sin rastro de rencor.


- Y lo pronunciaste bien, qué emoción. – se burló la mujer.


- Antes de que empiecen de nuevo, Travis y yo nos vamos, tenemos trabajo. Si algo sucede, llevamos los anillos. – dijo Kim poniéndose de pie.


- Espera un minuto que coja unos panecillos, aún no termino. – pidió Travis tomando algunos en una servilleta. – Ahora sí, a la escuela de nuevo.


- Sólo compórtate, ¿quieres? – le pidió Kim caminando a la salida.


- Seré un buen chico, tranquilo. – le aseguró el rubio siguiéndolo.


Ambos oyeron la voz de Laria desde el corredor con su acostumbrado tono sarcástico.


- Pórtense bien, niños o papi Moody les dará una tunda. – dijo casi a gritos.


Kim y Travis intercambiaron una mirada divertida y una vez que cruzaron la puerta se desaparecieron a diferentes lugares.


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La Academia de Leyes Mágicas se ubicaba en uno de los más grandes barrios de Londres, oculta de miradas muggles por una serie de hechizos protectores; estaba compuesta por varios edificios y amplios jardines por los que paseaban los estudiantes.


Hermione llegó temprano, en apariencia muy tranquila, pero por dentro se sentía tan nerviosa como en su primer día en Hogwarts. No había dejado de pensar en la suerte de Harry y Ron que al menos compartían la misma escuela, ella, en cambio, estaba allí completamente sola.


Se recriminó por estar pensando de ese modo, ya no era una niña y nunca le había tenido miedo a enfrentar un nuevo reto. Iba a aprender todo lo necesario para entrar al Ministerio y empezar a cambiar esas leyes arcaicas que nadie se atrevía a tocar. Enderezó los hombros y levantó la barbilla con expresión decidida al entrar al edificio en el que recibiría su primera clase.


Una vez allí, buscó un asiento disponible en la fila de adelante y desplegó los libros y pergaminos. Iba a empezar a leer en tanto esperaba al maestro, cuando una voz conocida llamó su atención.


- ¡Hermione Granger! Sabía que estarías por aquí. – la saludó una joven morena sentándose a su lado con una sonrisa amistosa.


- ¿Parvati? – preguntó Hermione confundida.


- ¡No, por Merlín! Siete años y no puedes diferenciarnos; soy Padma. – negó la chica sonriendo aún más.


- ¡Perdón! Lo siento, la verdad es que usualmente si podría, es sólo que me tomaste por sorpresa. – se excusó Hermione arrepentida.


- No te preocupes, estoy acostumbrada; lo bueno es que soy la única Patil aquí, de modo que nadie podrá equivocarse con facilidad. – mencionó la joven satisfecha.


- Ya veo. Es decir que Parvati optó por otra carrera. – supuso la chica.


- No exactamente. Verás, ella y Lavander se han tomado un año sabático para viajar y encontrar a su ojo interior. – le explicó Padma con expresión solemne para luego romper a reír.


- ¿Ojo interior? – repitió Hermione uniéndose a sus risas.


- Sí, al parecer cuatro años de Adivinación no fueron suficientes para ubicarlo, así que han ampliado su área de búsqueda. – continuó riendo la chica.


Hermione no pudo evitar pensar que semejante información no le sorprendía en lo absoluto, sólo esperaba que ese par no se metiera en demasiados problemas. En cuanto a Padma, le alegraba ver un rostro familiar entre tantos extraños y algo le dijo que ellas podrían ser buenas amigas, según fue confirmando al intercambiar puntos de vista; una pena que en Hogwarts nunca hablaran mucho por ir a distintas Casas.


Cuando más cómoda se encontraba y pocos minutos antes de que se iniciara la clase, unos murmullos en la habitación hicieron que buscaran el origen de toda esa conmoción. Lo que vieron las dejó pasmadas.


Draco Malfoy, tan altivo como siempre, se abría paso entre la multitud arremolinada en la puerta e ignorando las abiertas muestras de hostilidad se ubicó en el asiento más alejado de la clase.


- ¡No puedo creerlo! – exclamó Hermione en cuanto recuperó el habla.


- ¿Cómo han podido permitirle entrar? ¿Leyes Mágicas él? – se sumó Padma desconcertada.


- Pensé que algunas cosas habían cambiado y un viejo apellido no tendría más valor que el sentido común; parece que me equivoqué. – masculló Hermione sin disimular su indignación.


- A mis padres no les hará mucha gracia que comparta clases con él. – le confió su amiga en un cuchicheo.


- ¿Te preocupan tus padres? Prueba a decirle a Harry y Ron esto. – observó Hermione con tono abatido.


El maestro entró en ese momento para empezar su exposición y todos lo alumnos de pie corrieron a sus asientos para tomar notas y prestar atención a la clase.


Hermione vio sobre su hombro con discreción para observar a Malfoy tomando apuntes con la mirada fija en el pergamino; su expresión tan arrogante como de costumbre. Sin embargo, la joven alcanzó a observar cómo en un par de ocasiones veía por la ventana y una sombra de inquietud cruzaba su semblante. No supo porqué, pero ese simple gesto la puso muy nerviosa.


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En la Academia de Aurores, Harry y Ron salían del aula luego de dos horas de clases teóricas que los habían dejado mentalmente exhaustos.


- Esto es ridículo. – resopló el pelirrojo. - ¿Acaso creen que cuando tengamos a un enemigo al frente le vamos a recitar toda esa información?


- Supongo que la idea es que seas tú quien lo tenga claro. – rió Harry divertido por la indignación de su amigo.


- Ya, eso está bien, pero igual nosotros ya tenemos algo de experiencia, ¿no? Quiero decir que ya sabemos lo que es pelear en duelos y no lo hemos hecho del todo mal. – le hizo notar Ron.


- Claro, pero aún así no es lo mismo. No tuvimos elección entonces, sólo hicimos lo que pudimos con lo que sabíamos; reconoce que nos la pasábamos improvisando. – recordó Harry al entrar a la cafetería.


- Ya, y ser auror es distinto porque ahora sí conoceremos todos los hechizos y esas cosas, lo sé. – reconoció el pelirrojo a su pesar tomando una mesa vacía.


Harry asintió y ocupó un asiento, intentando ignorar las miradas curiosas que el resto de los estudiantes trataban en vano de disimular. Todo el día había sido lo mismo y estaba haciendo lo posible por no dejar que le afectara, pero no era nada sencillo.


- Es sólo el inicio; en Hogwarts fue peor y era sólo un niño. – se recordó en un susurrro para calmarse.


- Harry, ¿estás hablando solo? – lo miró alarmado Ron.


Su amigo detuvo el camino del emparedado a la boca, preocupado por la actitud de Harry.


- Un poco. – reconoció su compañero riendo.


- ¿Porqué? – insistió su amigo sin comprender.


- Es todo esta atención, no me gusta. Ya, no me veas así, ya lo hemos discutido antes. Pasará pronto, lo sé, eso es lo que me decía. – se encogió de hombros el muchacho.


- Pero de allí a hablar solo la verdad…- comentó Ron no muy convencido.


- Sólo repetía lo que Hermione me dijo la otra noche, nada más. – comentó su amigo tranquilo.


- Por supuesto. – mencionó el pelirrojo sarcástico.


Harry lo vio con el ceño fruncido y se fijó la hora en su reloj para saber cuándo debían ir a su próxima clase.


- ¿Qué quieres decir? – le preguntó.


- ¿De qué? – replicó Ron.


- Sabes de lo que hablo, no me vengas con eso. Anoche también hiciste un comentario muy extraño, pero preferí ignorarlo y ahora lo haces de nuevo, ¿te hice algo y no me enteré? – lo encaró su amigo empezando a disgustarse.


- Dime algo, Harry, ¿acaso Ginny no te ha aconsejado nada? ¿Ella no te ha dicho que no te preocupes por toda esa atención? – preguntó Ron a su vez.


- No lo sé, no me acuerdo. ¿Qué tiene que ver eso con lo que estoy diciendo? – replicó el muchacho confundido.


- Todo, Harry, ¿no te das cuenta? Sólo es Hermione esto o Hermione lo otro, ¿y qué pasa con Ginny? Se supone que ella es tu novia, pero apenas si la mencionas. – se alteró el pelirrojo.


- Odias que hable de tu hermana. – le recordó Harry sin entender.


- Me molesta más que actúes como si no existiera. Reconócelo, Harry, cuando está Hermione de por medio no existe nadie más para ti y no me gusta que traten así a mi hermana. – espetó Ron disgustado.


- ¡Jamás he hecho nada que la ofendiera! – le dijo su amigo al momento.


- No es eso lo que quiero decir. ¿Sabes qué? Sólo déjalo, ya va a empezar la próxima clase. – replicó Ron dándose por vencido y retirando su asiento.


Harry siguió a su amigo fuera de la cafetería y se le puso en frente para impedirle el paso.


- ¿Qué está pasando, Ron? – le preguntó muy serio.


- Nada aún, creo. Escucha, sólo no lastimes a Ginny, ¿de acuerdo? O no demasiado, al menos. – le pidió Ron.
- ¿Porqué crees que haría eso? – insistió Harry.


- No digo que lo hagas a propósito, pero las cosas pasan y la gente cambia, Harry, hasta yo puedo darme cuenta de eso. Sólo mamá piensa que tú y Ginny son el uno para el otro y vivirán felices para siempre. – se rió Ron con cierta amargura.


- ¿Tú no? – preguntó Harry.


- No me digas que tú sí. – contestó el pelirrojo al momento.


Harry guardó silencio, parpadeando confuso, como si estuviera pensando en una respuesta apropiada.


- Eso imaginé. – sacudió la cabeza Ron.


- Escucha…- intentó replicar Harry.


- Preferiría no hablar más de esto, sólo recuerda lo que te dije. Vamos, hombre, no quiero más deberes en mi primer día de clases por llegar tarde. – dijo Ron al rodear a su amigo para entrar al aula.


Harry se quedó de pie en el pasillo, confuso por los comentarios de Ron y nervioso por lo que alcanzaba a entender.


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En el Ministerio de Magia, Arthur Weasley bajaba en el ascensor al Departamento de Regulación de Criaturas Mágicas. Acababa de enterarse de unos experimentos hechos por un grupo de magos del sur relacionados con unos alces y el trineo de unos muggles. Al parecer creyeron que resultaría muy interesante comprobar la existencia de Santa Close o como fuera que se llamara el de los mitos muggles. Y después andaban diciendo que él era el extraño.


El elevador se abrió unos pisos antes de su destino y observó a Kingsley entrar con un hombre al que no había visto nunca antes. Alto, de cabello oscuro y rasgos orientales, un extranjero sin duda.


- Buenos días, Arthur. – saludó Kingsley con su tono profundo.


- Hola, Kingsley, ¿cómo va todo? – respondió el señor Weasley observando al extraño con discreción.


- Este es un amigo que viene de visita. – mencionó Kingsley notando la mirada del pelirrojo.


- Kim, mucho gusto. – se presentó parcamente el otro hombre.


- Arthur Weasley, Departamento del Uso indebido de Objetos Muggles. – hizo otro tanto el señor.


Kim asintió serio y con la vista fija al frente sin decir ni una palabra más.


Un silencio incómodo se instaló en el pequeño cubículo hasta que el ascensor se detuvo en el segundo piso.


- Este es mi lugar, ¿ustedes siguen? – preguntó el señor Weasley con cierto alivio.


- Vamos al sótano, le mostraré a Kim nuestros archivos. Nos vemos, Arthur. – se despidió Kingsley mientras las puertas se cerraban.


El señor Weasley alcanzó a ver una vez más el semblante pétreo del extraño, aún sorprendido por el hecho de que Kingsley lo llevara a ver los documentos que usualmente sólo podían ver los Jefes de Departamento. Sí, un asunto muy raro, se dijo antes de dar media vuelta para buscar al mago encargado del piso.


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Hermione se alegraba de haber coincidido con Padma en la Academia; estaba tan acostumbrada a pasar todo el tiempo con Harry y Ron que era muy agradable contar con una chica para tener charlas que ni en sueños podría compartir con sus amigos.


Aún así extrañaba a los chicos, y cuando la campana sonó anunciando el término de la última hora, lanzó un suspiro de alivio; ahora podría regresar a casa y preguntarle a los otros como les había ido, esperaba que Harry no lo hubiera tenido muy difícil con toda esa atención que seguramente había incitado.


Se despidió de Padma prometiéndole separar un asiento para ella al día siguiente y salió a los jardines principales.


Buscaba un lugar apropiado para Desaparecer, cuando notó a lo lejos una figura alta y de andar elegante que se dirigía al área de los edificios del ala oeste. ¿Porqué Malfoy iba a esa zona? No recordaba que hubiera algo que pudiera llamar la atención de nadie por allí.


Siguiendo un viejo instinto de desconfianza en todo lo relacionado con ese chico, tomó el mismo camino teniendo cuidado de mezclarse con los otros estudiantes para no llamar su atención.


Lo vio entrar en el edificio más alejado y aguardó un momento antes de seguirlo. En el amplio vestíbulo apenas si tuvo tiempo de preguntarse a dónde podría haber ido cuando escuchó unas voces apagadas que provenían de una habitación en el pasillo a su izquierda. Andando casi de puntillas se acercó a la puerta cerrada y atisbó por el ojo de la cerradura.


No podía ver casi nada, apenas a Malfoy recostado contra una ventana y hablando casi en susurros a alguien que no alcanzaba a identificar.


- Sabes lo peligroso que resulta para mí el haber venido. – decía Malfoy con tono molesto.


- Un precio mínimo a pagar por lo que te estoy ofreciendo. – respondió una voz que a Hermione se le hizo conocida.


- Aún no me has ofrecido nada. – observó Malfoy sin cambiar su tono.


- No esperarás que te diga todo sin saber a qué atenerme. – replicó el otro.


- No estoy para juegos, ahora menos que nunca; lo hice una vez y no me fue muy bien, ¿recuerdas? – mencionó el rubio con amargura.


- Esto es diferente; puedes confiar en mi, Draco. Si de juegos se trata, yo nunca voy a perdedor. – le dijo la voz con tono burlón.


- Eso es porque jamás apuestas. – replicó Malfoy mofándose.


- Lo hago, amigo, es sólo que no soy tan estúpido como para apresurarme, sé cuando jugar mis cartas, a diferencia de otros. – deslizó con un susurro.


Hermione pudo observar cómo Malfoy se daba vuelta y miraba a quien estuviera al otro lado de la habitación con expresión furiosa; parecía que se tomaba el último comentario como un insulto.


- No tenemos más que hablar, has perdido tu tiempo. – dijo el rubio con voz glacial dirigiéndose a la puerta y haciendo que Hermione retuviera la respiración asustada.


- Te conozco, Draco, no te vas a quedar tranquilo. Descuida, no hay prisa, mándame una lechuza cuando estés dispuesto a conversar; no puedes imaginar lo interesante que será para ti. – dijo el extraño sin inmutarse por el tono brusco del otro.


Malfoy no respondió y salió de la habitación. Sus ojos se entrecerraron al atisbar una cabellera castaña perdiéndose al girar con prisa el pasillo más alejado. El joven vio con discreción tras de sí para asegurarse de que sólo él lo había notado y con paso tranquilo buscó la salida del edificio.


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sábado, 28 de noviembre de 2009

Destino: Cuarto capítulo




Disclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos pertenecen a J. K. Rowling. Ya saben que sólo los tomamos prestados para divertirnos.

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La Estación de King Cross se veía aún más transitada que de costumbre, nada de extrañar considerando que era 1 de Setiembre y cientos de muchachos con familiares y amigos se aprestaban a tomar el Expreso de Hogwarts. Los muggles que por allí pasaban no encontraban particularmente curiosa la mayor afluencia de gente y que muchos de ellos parecieran algo fuera de lugar, tenían demasiada prisa para andar pensando en esas cosas.

Entre los andenes nueve y diez se agolpaban no muy discretos grupos de estudiantes con sus maletas y mascotas, cruzando la entrada invisible para los muggles.

Harry, Ron y Hermione llegaron a la Estación apareciéndose cerca de unos viejos vagones en desuso que esperaban su turno para ser trasladados.

- Repíteme porqué estamos aquí cuando se supone que Harry iba a venir solo. – le preguntó Ron a Hermione rodeando una locomotora abandonada.

- No puedo creer que sigas quejándote. – Bufó la chica.- Ya te lo expliqué, necesitamos hablar con tu padre o tal vez sólo Harry lo haga, pero igual lo acompañamos por si nos necesita.

- Sólo porque Harry creyó que alguien lo está siguiendo y un muggle fue secuestrado, ya lo sé; preguntaba porque creí que ya se habían quitado esa loca idea de la cabeza. – replicó el pelirrojo.

- Ron, puedes pensar lo que quieras; si no te preocupa, genial, te felicito, pero Hermione y yo pensamos que puede haber alguna conexión entre estos casos y tu padre puede ayudarnos con eso.- intervino Harry de mal talante.

Hermione y Ron intercambiaron una mirada de extrañeza por el tono de su amigo. El muchacho pareció querer replicar a eso con similar carácter, pero la joven le hizo un gesto de silencio y se giró en dirección a Harry.

- ¿Por qué no te adelantas? Nosotros te alcanzamos. – le dijo ella.

- ¿Porqué? – preguntó el chico extrañado.

- Porque supongo que querrás, este…despedirte de Ginny, claro. – contestó Hermione.

- ¿Y ustedes no van a hacerlo? – insistió Harry.

- Por supuesto, pero preferirás un poco de privacidad, ¿no? – sugirió la chica intentando sonar casual.

- Supongo. – respondió él secamente y viéndola con sospecha.- Los veo al otro lado.

Sus amigos lo observaron marchar en silencio y no volvieron a hablar hasta que estuvo lo suficientemente alejado para no oírlos.

- De verdad no piensas, ¿verdad? – espetó Hermione molesta.

- ¿Porqué me atacas? ¿No viste cómo se puso él? – se defendió Ron ofendido.

- ¿Y qué esperabas? Ponte en su lugar, Ron, no es tan difícil. Después de todo lo que ha pasado tiene todo el derecho del mundo a inquietarse si cree que algo anda mal y tú no haces más que actuar como si estuviera exagerando. – explotó su amiga.

- ¡Es que lo creo! No lo digo por molestarlo, de verdad pienso que está equivocado. – replicó Ron.

- Puede ser o tal vez no, ya lo veremos; pero comprende que él sólo está preocupado. Le pareció que lo seguían y luego desaparece un muggle en circunstancias muy extrañas, ¿te extraña su reacción? Si hablar con tu padre hace que se sienta mejor, yo lo apoyo y tú deberías hacer lo mismo. – rumió molesta Hermione.

- Está bien, hablen lo que quieran, igual pienso que se preocupan por nada, sólo quería evitarles eso. – Accedió Ron de mala gana, para luego añadir señalando su reloj.- El tren sale en media hora.

- ¿Porqué no lo dijiste antes? ¡Date prisa! – lo apuró la joven.

Ron sacudió la cabeza y rodó incrédulo los ojos.

- Porque estabas ocupada regañándome. – masculló.

- Como si tuvieras problemas para interrumpirme. – le dijo Hermione casi corriendo.

Apenas llegaron a la barrera para cruzar vieron a un hombre alto y rubio parado unos metros delante de ellos y observando la pared con desconfianza. Hermione lo reconoció como el extraño que vio en el Caldero Chorreante; él, a su vez, giró a mirarlos y sonrió amistosamente acercándose al par.

- Hola, creo que ustedes pueden ayudarme con un pequeño problema. – les dijo en voz muy baja y señalando la barrera con un gesto.

- ¿Primer año? – preguntó Ron con tono burlón, ganándose una mirada iracunda de su amiga.

- No en realidad, sólo soy un extranjero que nunca oye indicaciones. – Respondió sin molestarse.- Ocurre que vengo a despedir a mi sobrino, pero llegué tarde y el resto de la familia pasó sin mí.

- Comprendo; sólo debe cruzar esa pared con mucha discreción para evitar que los muggles lo vean.- explicó Hermione.

- La verdad es que vi a un par de chicos hacerlo, pero no estaba seguro de si funcionaría para mí. – reconoció el hombre.

- No se preocupes, mientras sea un mago no hay problema. – lo tranquilizó Ron, para luego agregar nervioso. – Porque lo es, ¿cierto?

- Desde que me acuerdo. – se rió el rubio.

- Entonces sólo tiene que pasar, falta media hora para que ninguno pueda hacerlo.- contó el pelirrojo.

- No sabía eso. – Reconoció el hombre sorprendido.- Lamento haberles hecho perder tiempo; pasen primero, por favor, yo los sigo.

Hermione y Ron asintieron y tras ver con cuidado que no hubiera muggles cerca, se apresuraron a cruzar la pared. Un segundo después se encontraban en el Andén 9 ¾, observando sonrientes todo el movimiento alrededor de la gran locomotora escarlata.

Mientras buscaban con la mirada a Harry y la familia de Ron, el extraño se materializó a su lado luciendo confundido.

- ¡Eso fue raro! – señaló aturdido. – Vaya, no tenemos un lugar como este en casa, muy impresionante.

- Ese es el Expreso de Hogwarts. – Indicó Ron orgulloso.- Tal vez su sobrino ya esté dentro.

- ¿Ve al resto de su familia por aquí? – preguntó Hermione inquisitiva.

El hombre no respondió de inmediato, sino que escudriñó entre la gente y sonrió aparentemente divertido.

- Allí está el enano, no podía irse sin decirle adiós a su tío favorito. – Dijo señalando a un niño rubio que arrastraba un baúl con dificultad.- Los demás deben de estar por aquí, muchas gracias por la ayuda, nos vemos.

Sin decir más, se marchó en dirección al pequeño, mientras una voz familiar llamaba la atención de los dos amigos.

- ¡Hermione! ¡Ron! – se acercó corriendo un joven.

- ¡Neville, hola! ¿Qué haces aquí? – lo saludó Hermione.

- Pasaré este año en Hogwarts. – les comentó el muchacho.

- ¿Tienes que cursar séptimo de nuevo? – preguntó Ron aterrado.

- ¡Por Merlín, no! – Rió Neville.- La profesora Sprout aceptó tenerme como ayudante todo este curso.

- ¡Neville, eso es maravilloso! Te felicito, harás un gran trabajo. – le dijo su amiga entusiasmada.

-¡Vaya! El profesor Longbottom; es genial, raro, pero genial. – opinó Ron muy a su estilo.

- No seré profesor, no aún, necesito aprender mucho todavía y la profesora Sprout es la mejor herbóloga del mundo; he tenido suerte de que me aceptara.- comentó Neville.- Ustedes empezarán sus clases pronto también, ¿Verdad?

- Sí, en un par de días. Yo iré a la Academia de Leyes Mágicas y Ron estará con Harry en la Escuela de Aurores. – confirmó Hermione.

- Por cierto, ¿lo has visto? ¿O a mis padres? – le preguntó Ron.

- ¡Ah, si! Lo dejé con Ginny en el tren, apenas si pude saludarlo, y creo que tus padres están en la caseta del guardia, los vi ir por allí conversando con él.- dijo señalando un pequeño edificio a su derecha.

- Seguro ya se despidieron de Ginny. – supuso el pelirrojo, volteando a ver a su amiga.- ¿Qué hacemos? ¿Los esperamos?

- Será lo mejor porque tus padres volverán en cuanto el tren vaya a partir y no quiero incomodar a Harry; podremos despedirnos de Ginny desde aquí. – opinó Hermione.

- Buena idea, lo último que quiero es ver a mi mejor amigo besando a mi hermana…otra vez. – comentó Ron con un escalofrío.

- Entonces aquí nos despedimos, tengo que subir ya; cuídense mucho y escríbanme, me gustaría saber cómo les va. – dijo Neville estrechando sus manos con aprecio.

- Cuanta con eso.- le aseguró Ron.

- Te irá muy bien, Neville, cuídate. – Hermione le hizo un gesto de despedida sonriente.

Neville se apresuró a dirigirse al tren, alzando la mano y perdiéndose entre la multitud.

- A esperar entonces. – suspiró Ron cruzándose de brazos.

Su amiga asintió pensativa viendo fijamente el vagón más cercano, perdida en sus pensamientos, al parecer no muy agradables.

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Travis rezongaba empujando el pesado baúl por el pasillo del tren mientras el niño rubio observaba entretenido los esfuerzos del adulto por no chocar con quienes iban en dirección contraria.

- Podrías al menos llevar la jaula del pajarraco, ¿no? – le preguntó al chiquillo cuando tropezó por cuarta vez.

- No es un pajarraco, su nombre es Fallon y puede oírte. – Dijo el niño señalando la lechuza que lanzaba chillidos con cada golpe.- Además, tú dijiste que fingiera ser tu sobrino, por eso llevas mi equipaje.

- Y te di cinco galeones también, ¿recuerdas? Nunca me ofrecí a esto. – masculló frustrado al golpearse el pie con una saliente.

- Se supone que eres mi tío y yo soy un niño. – se encogió de hombros el pequeño con toda lógica.

- Me pregunto a qué Casa te enviarán.- se dijo sarcástico el rubio.- Mira, allí tienes un compartimiento vacío sólo para ti; ve y planea cómo le harás miserable el año a tus compañeros.- sugirió con una falsa sonrisa.

- No estoy seguro…- fingió pensar el niño.

Travis lo vio furioso y pareció estar a punto de lanzar al pequeño con todo y equipaje dentro del apartado, pero unas voces que le resultaron conocidas se acercaban en su dirección, por lo que no le quedó más remedio que asumir una expresión beatífica y agacharse hacia el niño para hablarle en voz muy baja.

- Escucha, debo irme ahora. – dijo haciendo énfasis en la última palabra.- Sé un buen chico y lleva tus cosas al compartimiento; luego sales a despedirme, yo estaré en el Andén.

- ¿Porqué? – le preguntó el chiquillo interrogante.

- Dije que nada de preguntas, te daré cinco galeones más. – ofreció el hombre desesperado viendo por encima de su hombro.

- Cinco. – pidió el chico.

- Cuatro. – replicó Travis al instante.

- De acuerdo. – aceptó el niño extendiendo la mano.

- Dedícate a las finanzas, harás una fortuna. – aconsejó el rubio viendo al chico guardar las monedas en el bolsillo.

- Ya lo había pensado. – aceptó el niño.

- ¡Qué sorpresa! – Resopló Travis.- Recuerda salir al Andén y despedirte de mí.

- Ya sé, ya sé. – dijo el niño con tono quejumbroso y adelantándose al compartimiento más cercano.

Travis suspiró aliviado y tras aguzar el oído para confirmar sus sospechas de quiénes se encontraban al otro lado del pasillo, se fue en la dirección contraria para bajar al Andén por una puerta lateral.

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- ¿No podrías venir a tomar séptimo de nuevo? – le preguntó por tercera vez Ginny a Harry.

El muchacho sonrió y envolvió a su novia en un abrazo cariñoso.

- Podría, supongo, pero no creo que a la profesora McGonagall le hiciera mucha gracia. – le recordó.

- Lo sé, sólo era un último intento.- aceptó la chica con un mohín.

- Te he prometido que escribiré con frecuencia y pasaremos las fiestas de fin de año en tu casa. – le aseguró Harry.

- Tienes razón, y sólo faltan unos meses, será maravilloso que podamos reunirnos todos en Navidad. – se entusiasmó Ginny abrazando al joven aún más fuerte.

- ¡Auch! – se quejó Harry alejándose.

- ¿Qué pasó? ¿Estás bien? – preguntó la chica alarmada.

- No es nada, no te preocupes, sólo fue una punzada en la espalda; qué raro, no me había dolido hasta ahora. – mencionó Harry pensando en voz alta.

- ¿Cómo te lastimaste? – insistió la joven.

- La verdad es que resulta un poco tonto; sólo cargué a Hermione la otra noche. Y pensar que le dije que no era ningún debilucho. – bromeó el muchacho sobándose la espalda. – Ya casi ha pasado, tal vez fue sólo un tirón.

- ¿Porqué cargaste a Hermione? ¿Se cayó o algo así? – preguntó Ginny asombrada.

- No, se quedó dormida en el salón y la llevé de vuelta a su dormitorio. – se encogió de hombros Harry con naturalidad.

- ¿Porqué no la despertaste? O Ron pudo ayudarte…- sugirió la joven seria.

- Ron no estaba, ya era muy tarde y Hermione había estado haciéndome compañía, así que me dio pena despertarla…bueno, es una larga historia, te contaré luego. – el sonido del silbato hizo que Harry se apresurara en caminar hacia la salida seguido por Ginny.

- Puedes hacerlo ahora. – remarcó ella tomando su mano.

- Ginny, no hay tiempo, si no bajo tendré que volver desde Hogsmeade – replicó el muchacho apretando su mano y dándose un beso rápido en los labios.- Te lo contaré todo otro día, debo bajar ahora.

- Está bien.- aceptó Ginny a media voz.

- No estés triste, nos veremos pronto; allí están tus padres con Ron y Hermione, te despediremos desde el Andén. – le dijo Harry saltando el estribo.

Ginny lo vio reunirse con los demás y empezar a agitar la mano mientras el tren empezaba su marcha. Recompuso una sonrisa y les hizo la señal de despedida sacudiendo la cabeza para alejar las ideas tontas que rondaban su mente.

Desde la plataforma, los señores Weasley agitaban las manos, lo mismo que decenas de personas que se habían reunido para ver partir el tren.

Unos metros alejado, Travis observaba los movimientos de los jóvenes que le habían enviado a vigilar. Mientras esperaba que el niño al que le pagara para que saliera a despedirse de él hiciera su aparición, se permitió contemplar pensativo los rostros de las personas que la causaban tanta curiosidad.

Los señores pelirrojos debían de los padres del muchacho Weasley; parecían simpáticos, muy amistosos; la joven del nombre extraño, Hermione si no se equivocaba, lucía sonriente al lado de Potter, lo que parecía no hacerle mucha gracia a la chiquilla pelirroja que se despedía desde el tren. Pobre, pensó Travis, si esa no era una sonrisa falsa su padre era un tipo agradable; tal vez Laria tuviera razón y esa pareja no era la correcta.

- ¡Adiós tío! Gracias por venir. – los gritos hicieron que varias cabezas voltearan buscando el origen de la voz.

El niño al que Travis había “persuadido” de que fingiera ser su sobrino casi se lanzaba desde una ventana agitando los brazos y llamándolo a viva voz.

- Tienes que estar bromeando. – masculló el hombre por lo bajo.

Sin embargo, forzó una sonrisa cariñosa y alzó la mano en respuesta mientras lo asesinaba con la mirada, cosa que el niño no debió encontrar para nada preocupante porque gritó aún más fuerte mientras el tren se alejaba.

Unos minutos después la gran máquina escarlata se había perdido casi completamente en la lejanía, dejando tan solo una estela de humo gris.

Los señores Weasley le dieron una última mirada al camino y luego dieron vuelta hacia la salida.

- Bueno, chicos, debo regresar al trabajo; me alegró verlos y saber que están bien. – les dijo el señor Weasley caminando a su lado.

- Pero no comen lo que necesitan, ¿verdad? Ese elfo puede ponerse difícil a veces, ¿porqué no vienen a cenar a casa todos los días? – pidió la señora preocupada.

- Ya te lo dije, mamá, Kreacher no lo hace nada mal, en serio, no te preocupes por eso.- descartó Ron.

- Es cierto señora Weasley, en realidad a veces comemos demasiado. – le sonrió Hermione. – Kreacher se asegura de que no dejemos pasar ni la merienda.

- Si ustedes lo dicen.- comentó la señora no muy segura.

- Así es, no tiene de qué preocuparse. – aseguró Harry. – Lo que agradecería es poder hablar un momento con el señor Weasley.

Los mayores intercambiaron una mirada de extrañeza por la abrupta petición, mientras Ron elevaba los ojos exasperado y Hermione le daba un discreto pisotón.

- ¿Ahora? No lo sé, Harry, tengo que volver al trabajo, ¿es muy importante? – dudó el señor.

- Eso creo, no estoy seguro. Mire, puedo ir con usted e ir contándole en el camino. – sugirió el muchacho ansioso.

- Así estaría bien, vamos ya entonces. Molly, querida nos vemos en la noche, chicos, vayan por casa para contarnos de sus clases. – se despidió el señor rápidamente.

- Hasta luego, señora Weasley; nos vemos luego. – hizo otro tanto Harry siguiendo al señor tras la barrera.

La señora Weasley, Ron y Hermione los vieron desaparecer y empezaron a caminar más tranquilos hacia la salida.

- ¿Podrán venir al menos a casa para almorzar? – preguntó la señora a los jóvenes.

- A mí me gustaría, ¿qué dices, Hermione? – se volteó el pelirrojo a su amiga.

- Seguro, muchas gracias señora Weasley.- aceptó la chica.

- Perfecto, y podrán decirme también qué es lo que ocurre con Harry. – sonrió la mujer satisfecha.

- ¡Mamá! – exclamó Ron exasperado.

Hermione sacudió la cabeza y la sonrisa en sus labios se convirtió en una mueca de preocupación cuando observó al hombre que habían ayudado a cruzar la barrera, caminar con paso apresurado en la misma dirección en la que el señor Weasley y Harry habían desaparecido.

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Moody, Laria y Kim compartían la gran mesa circular revisando pilas de pergaminos en silencio.

Cuando el viejo auror le pidió a Kingsley que le hiciera llegar toda la información que estuviera en su poder acerca de los movimientos de los mortífagos en libertad, este se tomó muy en serio el encargo; les había enviado más de cien folios llenos de datos, noticias confirmadas, rumores y sospechas.

Llevaban todo el día cruzando información, descartando ideas y buscando algo que conectara los últimos acontecimientos con los magos oscuros de los que se sabía algo. Acerca del muggle secuestrado no habían logrado encontrar nada especial, lo que los ponía aún más nerviosos; su única opción había sido pedirle a Kingsley que investigara con sus contactos en el Ministerio muggle.

- ¡Odio el trabajo de escritorio! – exclamó Laria, pasándose las manos por el oscuro cabello.

- Dímelo a mí. – bufó Moody. – pero viene con el paquete, aún eres joven, te acostumbrarás.

- Lo dudo.- replicó la mujer. - ¿Porqué no está Travis ayudándonos? Acabaríamos antes.

- Alguien tiene que vigilar a Potter y Taylor es el que mejor puede mezclarse, ya saben cómo es. – le contestó el viejo pasando un folio con fastidio.

- No me parece justo. – se quejó Laria, mirando a su izquierda. - ¿Y cómo es que tú no dices nada?

- No encuentro ningún dato relevante aún. – le dijo Kim sin levantar la vista del pergamino que leía.

- Me refiero a que si no te molesta pasarte el día aquí sentado. – le explicó ella rodando los ojos.

Kim se limitó a encogerse de hombros indiferente, logrando que Laria lanzara otro bufido reprobador antes de continuar con su lectura.

- Alastor, ¿Qué sabes de un tal Nott? – preguntó Kim al cabo de un rato.

- Muerto.- respondió el auror secamente.

- ¿Estás seguro? – insistió el oriental.

-Claro que estoy seguro, encontraron su cadáver en las afueras de Hogwarts el día después de la batalla, está en la relación. – le dijo señalando otra pila de pergaminos a su izquierda.

- ¿Y cómo es que se le vio la semana pasada en Londres? – observó Kim

- Dame eso. – ordenó Moody extendiendo la mano.

Laria dejó los papeles que revisaba, observando lo mismo que Kim, como Moody leía rápidamente el informe.

- Este es el hijo, tienen el mismo nombre. – comentó Moody.

- ¿Es también un mortífago? – preguntó Laria interesada.

- No que se sepa; pocos de la generación de Potter estuvieron relacionados directamente con los mortífagos. Sé del chico Malfoy y los hijos de Crabbe y Goyle, tan estúpidos como los padres, pero de Nott nunca se dijo nada; hasta donde estoy enterado fue uno de los primeros que salió de Hogwarts el día de la batalla, ¿porqué llamó tu atención? – le preguntó a Kim.

- Porque es mencionado con frecuencia en ese informe, supongo que es porque su padre fue un mortífago, no tenía idea. – respondió el otro.

-¿Lo siguen sólo por eso? – se sumó a la charla Laria.

- ¿Te parece poco? Se mantiene vigilancia sobre todos los familiares cercanos de los seguidores de Voldemort, no podemos confiarnos. – Le explicó Moody.- En cuanto a Nott, bueno, yo sería doblemente cauteloso de ser Kingsley.

- ¿Por qué? – preguntaron Kim y Laria al mismo tiempo.

- Aunque al chico nunca se le haya conectado directamente con las actividades del padre, tiene el árbol genealógico más podrido que puedan imaginar y ya sabemos que la manzana no cae lejos del árbol, ¿no? – mencionó el viejo con desprecio.

- Eso no es siempre correcto, Alastor. – contradijo Kim con voz firme.

- Hay excepciones, claro. – aceptó Moody viendo al oriental con fijeza. – Pero este muchacho…no sé, con semejantes antecedentes. El abuelo tampoco fue un gran tipo, ¿saben? – mencionó rascándose la mutilada nariz.

- ¿Mortífago? – inquirió Laria.

- Ojalá, yo me habría encargado de meterlo en Azkabán en su época. No, esta era una serpiente muy astuta; nunca declaró abiertamente su admiración por Voldemort, pero se dice que dio dinero y alojamiento para sus reuniones cuando empezaron a reclutar miembros, nunca se pudo probar. Y tan pronto como el hijo alcanzó la edad, se lo llevó a Voldemort para que le pusiera la marca. – espetó asqueado Moody.

- Vaya tipo, todo un seguidor, ¿eh? – comentó Laria.

- Debió serlo, fue compañero de carpeta de esa escoria en Hogwarts. – les contó el auror.

Laria y Kim intercambiaron una mirada de asombro por semejante información.

- ¿El viejo Nott fue amigo de Voldemort? – preguntó Laria.

- Ese nunca tuvo un amigo, no seas ingenua, dije compañeros; misma casa, misma promoción, pero nunca se hizo mortífago como los demás, eso es raro. Supusimos entonces que se mantuvo al margen para servir de fachada y poner dinero y bienes a disposición de su jefe. – dijo Moody muy seguro.

- Pero según leí en los informes los Malfoy también hacían eso e igual se convirtieron en mortífagos. – objetó Kim.

- Ya les dije, nunca se supo porqué Voldemort mostró tanta consideración por Nott, tal vez fue simple interés. Igual eso no importa ahora porque el viejo murió hace años. – les informó.

- ¿Está confirmado eso? – le preguntó Kim no muy seguro.

- Luego de la primera caída de Voldemort se supo que había contraído una enfermedad incurable, no sé cuál, y poco después corrió la voz de que murió y su hijo heredó todo. También tuve mis dudas, claro, pero si estuviera con vida hubiera vuelto para el regreso de su jefe hace unos años y no se le vio ni el polvo; el hijo, Theodore, ese si volvió. – terminó de explicar el auror.

- Es todo una historia, pero volviendo al nieto, si te fijas en sus movimientos reportados por los aurores de Kingsley, verás que ha estado entrando y saliendo del país con mucha frecuencia. – le hizo ver Kim.

- Pero eso no quiere decir nada, ¿Qué edad tendrá? La de Potter o un par de años más; según sé, los magos con dinero acostumbran viajar por el mundo antes de empezar a estudiar, si lo hacen, es muy común. – apuntó Laria.

- Tal vez, pero eso no explica porqué siempre está regresando a Inglaterra; debería pasar más tiempo fuera, ¿no? – objetó Kim.

- Moody dice que su padre está muerto, quizá deba encargarse de las cosas de la familia.- sugirió la mujer.

- Si fuera como dices entonces no iría a ningún lugar, es lo más responsable. – se negó el otro.

- Todo el mundo no es como tú, Kim, ¿por qué no lo entiendes? – dijo Laria exasperada.

- ¡Silencio ustedes dos! – los calló Moody con la vista fija en el papel. – Esto es interesante.

- ¿Qué cosa? – inquirió la mujer, ignorando su tono brusco.

- El chico Nott ha viajado dos veces a Alemania en sólo un mes. – mencionó el viejo mago pensativo.

- ¿Y qué hay en Alemania? – preguntó Kim inquieto.

Moody tomó un trago de su petaca y acercó un pergamino en blanco para empezar a escribir con prisa, salpicando de tinta la mesa.

- Tenemos que vigilar a este muchacho con mucho cuidado, ver a quién visita, a dónde va cuando está en Londres, si ve a algún mortífago prófugo o en Azkabán, todo; pero debemos ser muy prudentes, no puede darse cuenta de nada. – farfulló apurado a la par que continuaba escribiendo.

- ¡Alastor! – Llamó Kim más fuerte.- ¿Qué pasa en Alemania?

El viejo auror levantó la mirada y fijó su ojo humano sobre las dos personas que lo veían preocupados mientras el mágico daba vueltas frenéticas.

- Si no me equivoco, y nunca había deseado tanto que así fuera, es en Alemania donde van a intentar desatar el infierno. – Sentenció con tono lúgubre, para luego añadir.- Pero estaremos allí, nosotros siempre estamos. Y no pregunten más porque no diré nada sobre esto hasta estar completamente seguro. Vuelvan a revisar esos pergaminos, pero ahora busquen cualquier cosa, el más leve detalle relacionado con Theodore Nott. – ordenó con tono imperativo y una expresión que indicaba claramente que no podrían sacarle ni un palabra más de ese tema.

Laria apretó la pluma impotente, pero por una vez supo que estaba de más discutir. Vio con furia a Kim como culpándolo por su aparente calma y atrajo un grupo de pergaminos para revisarlos nuevamente. Su compañero, mientras tanto, frunció el ceño pensativo y tras mirar al viejo auror que continuaba escribiendo, acercó el folio más cercano para leerlo muy concentrado.

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Un joven alto de tez pálida leía un grueso volumen sentado sobre un elegante sillón. La biblioteca en la que se encontraba haría las delicias de cualquier amante de la lectura. Sin embargo, su único ocupante no parecía en absoluto conciente de lo que le rodeaba, por el contrario lucía una expresión disgustada mientras pasaba las páginas con desgano.

Estaba allí, supuestamente estudiando, porque le había prometido a su madre que iba a dedicarse completamente a la carrera que cuidadosamente le había ayudado a elegir. No que tuviera muchas opciones, había tenido que mover todas las influencias de su apellido para lograr ingresar y últimamente estas no eran tan valiosas como antaño.

Si fuera por él, se habría largado del país hacía muchos meses, pero el cariño que le tenía a su madre se lo impedía. No sólo se trataba del cariño, se recordó, tenía una deuda con ella, le debía la vida en más de una forma.

Unos tímidos golpecitos en la puerta lo sacaron de su letargo y observó con indiferencia a un joven elfo doméstico cargando una bandeja de plata en las manos que se acercaba con paso inseguro, guardando prudente distancia.

- Mi amo, ha llegado esta carta para usted. – le dijo con su vocecita chillona.

- ¿Cuándo? – preguntó el joven extendiendo la mano para tomarla.

- Hace unos minutos una lechuza la dejó en las cocinas, amo. – respondió con timidez el elfo.

El joven dio vueltas al sobre blanco y ordinario que tenía sólo sus iniciales en el lugar del destinatario.

- ¿Está ese auror vigilando la casa? –le preguntó a la criatura.

- Frente a la verja como siempre, amo. – contestó el elfo.

Su señor arrugó la nariz con desagrado, procediendo a abrir el sobre y extrayendo un pequeño trozo de pergamino amarillento. Su ceño se contrajo según leía la breve nota.

- Enciende la chimenea y vete. – ordenó a la pequeña criatura que continuaba de pie frente a él atenta a cualquier requerimiento.

- Sí, amo. – obedeció el elfo.

Rápidamente se acercó a la gran chimenea y con un chasquido de los dedos la leña empezó a arder iluminando aún más el recinto; luego, haciendo una reverencia se perdió tras la puerta.

El joven esperó a oír los pasitos alejándose para ponerse de pie y dirigirse a la fuente de calor. Una vez allí le dio una última mirada al papel intentando descifrar sin éxito lo que podría significar.

“Al final de tu primer día de clases en el último edificio del ala oeste. Yo te encontraré. No dejes de ir, tengo una invitación para ti que no podrás rechazar” T. N.

Con un bufido mezcla de hastío e inquietud, Draco Malfoy lanzó el pergamino al fuego y sin quedarse a observar cómo se convertía en cenizas, abandonó la habitación.

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martes, 24 de noviembre de 2009

Excelentes recomendaciones

Bueno, inaugurando los aportes que puedan llegar al blog, les paso dos videos que me envió Magdal para que les den una mirada.
Este es uno que cualquier alma Harmony apreciará profundamente (me incluyo) y seguro se preguntarán porqué rayos lo borraron; opino que por la química de los actores, pero yo no tengo la culpa.

El siguiente es de una serie de especiales acerca de la realización de la sexta película; Dan está tan adorable como siempre y como bien dijo Magdal, del minuto uno al dos está para morirse. Luego busqué más videos de esta temática y encontré uno muy interesante con los chicos que interpretan a Draco, Neville y uno de los gemelos Weasley, seguro que también lo encuentran.



Son estas cosas las que caen muy bien para los fans, hay tanta información que perdemos un montón de detalles. Gracias de nuevo a Magdal por su gran gesto.
Besos.

jueves, 19 de noviembre de 2009

Destino: Tercer capítulo



Disclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos son propiedad de J K Rowling; lo demás son locuras mías que dejo fluir para que podamos pasar un buen rato.

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Luego de cenar algunos de los exquisitos platillos de Kreacher y de ordenar las cosas que habían comprado, Harry, Ron y Hermione se reunieron en el salón de la casa, como acostumbraban hacer por las noches para conversar o simplemente hacerse compañía. En esa ocasión, los muchachos jugaban una partida de ajedrez mientras su amiga leía recostada sobre uno de los sillones.

- ¿Qué tal tu día, Harry? No nos has dicho nada desde que llegaste.- inquirió Hermione pasando una hoja de su libro.

- Bien, supongo.- respondió el, concentrado en su jugada.

- ¿Supones? – intervino Ron.- Estabas con mi hermana.

- No quise que sonara mal, fuimos a pasear y comer, lo normal, ¿Y porqué te molestas? Siempre me pides que no te de detalles de mis salidas con Ginny.- replicó el joven.

- Y lo sigo pensando, pero no puedes decir “creo que lo pasé bien”. – lo imitó su amigo rodando los ojos.

- Creo que Harry está pensando en algo más que en su cita, Ron. – terció Hermione dejando su libro a un lado y viendo al muchacho con fijeza.

- ¿Qué quieres decir? – se extrañó el pelirrojo cambiando su ceño fruncido.

- ¿Pasó algo en el Callejón, Harry? ¿Tuviste algún tipo de problema? – insistió la chica ignorando al otro.

- Por supuesto que no. – respondió Harry al instante.

- Vamos, ¿realmente crees que puedes engañarnos después de todo lo que hemos pasado? – le dijo la joven elevando las cejas.

El muchacho la vio con expresión terca, pero no le duró mucho antes de lanzar un bufido de resignación.

- Creo que alguien nos siguió hoy. – dijo al fin.

Hermione se tensó al oír el comentario de Harry, mientras Ron lucía más bien desconcertado.

- ¿Los seguían? ¿Cómo los seguían? - preguntó el pelirrojo.

- ¿Cómo crees que podría ser, Ron? – intervino Hermione sarcástica.

- Bueno, podrían haberlo seguido para pedirle un autógrafo, no sería la primera vez. – replicó el muchacho.

- Harry no se vería así si ese fuera el caso.- apuntó la joven.

- ¿Pueden calmarse un momento y escucharme? – Habló Harry.- Miren, dije que “creo” que nos seguían, puedo haberme equivocado o tal vez sólo estoy paranoico, no lo sé. De lo que sí estoy seguro es que nadie me pidió un autógrafo.

- Pero… ¿Qué es exactamente lo que creíste ver? – le preguntó Hermione atenta.

- Ginny y yo estábamos en la tienda de túnicas y como me sentía un poco aburrido me asomé a la ventana para ver pasar a la gente, ya sabes. Fue entonces cuando vi a una mujer parada en la otra acera y miraba en dirección a la tienda; no lo sé, había algo raro en ella. Salí rápido para investigar, pero desapareció.- les contó el muchacho.

- ¿Eso es todo? Harry, no te ofendas, pero creo que estás exagerando. Tal vez esa mujer sólo pensaba si entrar a la tienda o no.- sugirió Ron encogiéndose de hombros.

- Tal vez. – aceptó Harry no muy convencido.

- ¿Cómo era ella? – inquirió Hermione.

- No muy alta, cabello oscuro y como que tenía una apariencia extranjera. – Le contó el muchacho.- Creo que notó cuando la vi y entonces desapareció.

- ¡Qué raro! – mencionó Hermione pensativa.

- Eso pensé. – coincidió Harry.

Ron veía de un lado para otro luciendo confundido y luego volvió su atención al tablero de ajedrez.

- Creo que ustedes dos están imaginando cosas, ya olvídenlo; seguro era una turista o algo así que quiso pedirte un autógrafo, pero le dio vergüenza cuando te acercaste y se fue, eso es todo. - dijo, haciendo una movida.- Y por tu distracción, Harry, perdiste el partido. Jaque mate.

- ¡Hey! ¿Cómo pasó eso? - exclamó su amigo dejando sus pensamientos sobre lo ocurrido esa tarde.

Mientras Harry y Ron discutían acerca de la validez de la última jugada, Hermione mantuvo la mirada perdida, mordiéndose el labio en señal de nerviosismo. No sabía porqué, pero se sentía realmente inquieta.

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Sentados alrededor de una gran mesa circular, cinco personas se veían entre sí con expresión sombría. Los fuegos de una chimenea chisporroteaban y sus potentes llamas iluminaban la habitación.

El más joven del grupo tamborileaba sobre la mesa con impaciencia mientras la mujer a su izquierda lo veía con desagrado; los otros tres parecían más serenos y pensativos.

- Señor Taylor, ¿le importaría dejar de hacer eso? – pidió el más alto y de tez oscura con voz profunda.

- Lo siento. – Se disculpó el aludido, dejando sus manos tranquilas.- Es que no entiendo porqué no hacemos nada.

- Paciencia, muchacho, nada de actuar sin pensar, tenemos que mantener la cabeza fría.- le dijo el más viejo.

- Es fácil para ti decirlo, Moody, no eres el pobre tipo al que esos locos se han llevado.- replicó el joven rubio disgustado.

- ¡No seas irrespetuoso! ¡Discúlpate de inmediato! - lo reprendió el oriental que había guardado silencio hasta entonces.

- ¡Hey! ¿Sigues con eso? Ya te lo dije, no eres el jefe y esta es la primera cosa sensata que le oigo decir. – Intervino la mujer señalando al rubio - Tenemos que movernos ya.

- ¿Y cuál es tu plan? – Le preguntó Moody viéndola con fijeza- ¿Ya has pensado en algo?

- No estoy segura, pero cualquier cosa resultaría mejor a permanecer aquí de brazos cruzados.- le respondió ella altanera.

- Alastor, la señorita Thalassinos no está muy alejada de la verdad, ¿no crees que el esperar pueda terminar jugándonos en contra? Ve el ataque de esta noche.- se unió el hombre sentado junto a Moody.

- Discúlpame, Kingsley, pero se supone que vigilar a esa escoria es trabajo de tu cuerpo de aurores. – respondió el mago encrespado.

- No se trata de buscar culpables, Alastor, recuerda que estamos trabajando juntos en eso; sin embargo, sabes mejor que nadie lo escurridizos que pueden ser y el no conocer lo que están tramando sólo hace todo más difícil. Por otra parte, acordamos desde un inicio que toda la operación sería muy discreta, sólo he alertado a algunos de mis hombres y ellos hacen todo lo que pueden; es por eso que agradezco la presencia de nuestros amigos.- señaló Kingsley con su voz serena.

- Y nosotros estamos aquí con gusto, señor Shackelbot, pero creo que hablo por todos al decir que preferiríamos tener una actuación más…relevante que servir de guardianes para tres muchachos que no parecen correr ningún peligro.- le dijo la mujer sonando más tranquila.

- ¡Ya lo he dicho, irán por Potter! – exclamó Moody haciendo girar su ojo mágico.

- Esa es una teoría tuya, no sabemos si será así. Y aún cuando lo fuera, ¿Qué hacemos mientras tanto? Esperamos en su puerta en tanto más gente es atacada; no lo creo Moody.- se cruzó de brazos el rubio.

El viejo auror alternó la mirada de uno a otro con una mueca de descontento. Sacó su petaca, tomó un trago y se dirigió al hombre oriental que apenas si había hablado.

- ¿Qué es lo que piensas tú, Kim? - le preguntó.

El aludido parpadeó y luego colocó ambas manos sobre la mesa para empezar a hablar con su voz profunda y calmada.

- Estoy de acuerdo contigo en que no servirá de nada actuar imprudentemente, pero Laria y Travis también han dicho algo muy cierto. No podemos preocuparnos sólo por el muchacho Potter y esperar a que vayan por él, si es que lo hacen. ¿Cuántos inocentes más podrían resultar lastimados? No, Alastor, tenemos que hacer algo.- sentenció Kim muy seguro.

Los otros cuatro guardaron silencio, reflexionando en las palabras del hombre hasta que Moody golpeó con fuerza sobre la mesa, sobresaltando a sus compañeros.

- ¡Muy bien! – Exclamó al fin, para luego empezar a impartir órdenes.- Kingsley, que tus hombres nos hagan llegar toda la información de los mortífagos que estén manejando; Laria y Kim, vayan a la casa de ese pobre hombre y busquen alguna pista, cualquier cosa que lo podría haber hecho blanco. Tú, Taylor, vas a continuar vigilando a Potter y sus amigos, no los vamos a dejar solos hasta que no estemos seguros de que están a salvo…

- ¿Porqué yo? – se quejó el rubio.

- Porque te lo estoy ordenando, por eso, ¿tengo que llamar a tu jefe para que te recuerde tus deberes? – le preguntó Moody.

- No es necesario, gracias, conozco mi trabajo.- refutó el otro ofendido.

- Es bueno saberlo. Bueno, ustedes tres empiecen con lo suyo, Kingsley y yo tenemos que hablar.- los despidió Moody con brusquedad.

Los dos hombres y la mujer se pusieron de pie y empezaron a dirigirse a la puerta cuando una suave tos les hizo girar.

- Señores, espero que sepan lo mucho que apreciamos su apoyo; no fue sencillo convencer a sus Ministerios de permitirles venir y eso habla mucho de su valor; supongo que Alastor no se los había comentado.- les dijo viendo por el rabillo del ojo como Moody chasqueaba la lengua.

Aún el serio Kim debió reprimir una sonrisa divertida, y tras hacer una señal de despedida, los tres se perdieron tras la puerta.

Tan pronto como estuvieron a solas, el viejo auror sacó la varita y susurró un par de hechizos para proteger la habitación.

- Bueno, Alastor, cuéntame exactamente qué crees que está pasando.- le pidió Kingsley una vez que terminó.

Moody tomó otro trago de su petaca con un ligero asentimiento y empezó a hablar.

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Hermione bajó cuidadosamente los escalones de la casa, alertada por unos ruidos que oyó en el salón. Tenían varios hechizos custodiando el lugar, pero aún así mantuvo la varita en alto al llegar al último rellano. Miró sobre la balaustrada la luz tenue de la chimenea y una figura sentada en el sillón; sólo entonces lanzó un suspiro de alivio y guardó la varita en el bolsillo de la bata.

Harry apenas si parpadeó cuando sintió unos pasos acercándose y un cuerpo ocupando el asiento a su lado.

- ¿Te desperté? – preguntó sin despegar la vista del fuego.

- Claro que no, bajé por un poco de agua.- mintió la chica.

- Hermione, por favor, puedes inventar algo mejor.- se rió Harry.

- Está bien. Sentí ruidos y me preocupé, pero no es que hicieras un escándalo o algo así, ya estaba medio despierta; ves que Ron ni siquiera se ha asomado.- comentó ella.

- Tendría que hacer volar la casa para despertarlo.- replicó Harry.

Hermione rió sin poder evitarlo y tras guardar silencio unos minutos puso la mano sobre el brazo del muchacho, haciendo que girara suavemente para verlo bien.

- ¿Qué está pasando, Harry? Es por lo de esta tarde, ¿Verdad? – le preguntó.

- Te va a parecer un poco tonto, pero aunque es posible que Ron esté en lo cierto y esa mujer no represente ningún peligro, el pensar siquiera que lo fuera…no lo sé, me sentí muy raro.- intentó explicarse Harry.

- Como si todo hubiera vuelto a ti, todos los recuerdos.- comentó la joven.

- Sí, exacto. Lo malo es que no quiero pensar en esas cosas, pero entonces me siento culpable, ¿sabes? – Su amiga asintió.- Murió mucha gente y a veces sólo quiero olvidarlo, pensar que le pasó a alguien más, que ya estoy aquí, entraré pronto a la Academia y todo irá bien, ¿cómo puedo ser tan egoísta? – se preguntó abatido.

- Harry, escúchame, no debes pensar eso. Es totalmente normal que quieras olvidar lo que te ha hecho sufrir tanto, también yo quiero, y Ron. Eso no nos convierte en malas personas, es sólo que recordar todo lo que ocurrió es muy doloroso.- lo apoyó Hermione.

- Pero ellos…- empezó el chico de nuevo.

- A ellos no los vamos a olvidar nunca, Harry, a ninguno. Pero vivir en el pasado no honrará su memoria ni hará que te sientas mejor. Tienes derecho a ser feliz, no conozco a nadie que lo merezca como tú, ¿de acuerdo? – insistió la joven con firmeza.

Harry le sonrió con expresión triste, tomando su mano y entrelazando los dedos para luego recostar la cabeza en el respaldo del sillón.

- ¿Te quedas conmigo un rato? – pidió.

- Tanto como necesites. – aceptó Hermione apoyando la cabeza en su hombro.

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Kim y Laria se aparecieron en un callejón oscuro y dieron un rodeo para llegar al lugar en el que Moody les indicó se había producido el ataque. Cuando vieron el edificio frente al que se encontraban, intercambiaron una mirada de desconcierto.

- ¿Esto es…? – preguntó el oriental no muy seguro.

- Una iglesia católica como de 1900, creo; el edificio al lado debe de ser el que usa la diócesis para labores administrativas y en los pisos de arriba estarán las habitaciones de los sacerdotes. – Le informó la mujer ante el asombro de su compañero.- Aprobé Estudios Muggles con Sobresaliente, ¿de acuerdo?

- Ya veo. – asintió Kim.

- ¿Qué hacemos? ¿Te dio Moody un número o algo? No podemos tocar la puerta a estas horas y preguntar si un par de Mortífagos ha estado de visita. – mencionó Laria mordaz.

- Si ellos estuvieron aquí, han dejado un rastro. Por favor, guarda silencio y deja que me concentré. - le pidió cerrando los ojos.

La mujer rodó los ojos fastidiada, pero no dijo una palabra y se cruzó de brazos escudriñando la calle mientras su compañero parecía estar en una especie de trance, del que salió sólo unos minutos después.

- Tercer piso, cuarta puerta a la derecha.- informó abriendo los ojos.

- ¿Y cómo es que sabes eso? – preguntó con desconfianza.

- Sólo lo sé, sígueme. – le ordenó antes de desaparecer.

- Sí, señor. – bufó la mujer antes de hacer lo mismo.

Aparecieron en la habitación casi al mismo tiempo, ambos con la varita en alto.

- ¡Lumus! – susurraron iluminando el lugar.

- Lo mejor será dar una mirada, tal vez dejaron alguna pista.- dijo Kim en voz baja. – Insonorus.

- Buena idea, no estoy de humor para ir de puntillas.- aprobó Laria, empezando a despejar su camino de objetos caídos.

Trabajaron en silencio, buscando entre los libros y recuerdos destrozados algún indicio que les fuera de utilidad.

- Esto es un desastre; no sólo se llevan al hombre sino que además le destrozan la habitación. – torció el gesto la mujer.

- Creo que sus posesiones deben de ser lo que menos le debe preocupar en este momento.- replicó Kim.

- Si está vivo. – observó Laria con tono sombrío.

- Esperemos que así sea.- indicó el hombre.

- Hey, Kim, ven aquí un momento. – lo llamó su compañera al cabo de un rato.

El hombre se acercó con paso ágil hacia donde ella se encontraba. Había corrido las puertas de un pequeño librero volcado tras la cama.

- En Estudios Muggles no nos enseñaron que ellos conocieran estas cosas.- le mostró aturdida algunos volúmenes.

- “Magia de los Antiguos Tiempos”, “Manual de Hechicería del siglo XV” – leyó Kim los títulos asombrado.- ¿Por qué un muggle tendría esto en su poder?

- Y no cualquier muggle, sino un sacerdote. Hasta donde sé, algunos Muggles sienten curiosidad por la magia, les gusta averiguar sobre esto, pero como no pueden usarla prefieren decir que es sólo un pasatiempo y que en realidad ni siquiera creen en ella.- comentó la mujer.

- ¿No podría ser este el caso? – sugirió Kim

- Pero es un sacerdote, ellos son los primeros en rechazar todo lo que tiene que ver con nuestro mundo. – objetó Laria.

- Entonces se trata de un sacerdote muy curioso…y discreto, los tenía escondidos. – señaló las obras.

- No lo sé, Kim, esto cada vez se pone más complicado; aquí hay algo que no termina de convencerme. – sacudió la cabeza su compañera.

- A mí tampoco, pero esta podría ser la clave de porqué los Mortífagos lo escogieran para lo que sea que estén tramando. – indicó Kim.

La mujer asintió pensativa, pero se sobresaltó al oír unos suaves golpes a la puerta.

- ¿Hermano Joseph? Disculpe la hora, pero la enfermería está cerrada y como veo su luz encendida me preguntaba si no tendrá usted una de esas tabletas para el dolor de cabeza. – los golpes siguieron a la voz.

- Toma los libros y vayámonos.- indicó Kim a su compañera.

- Buena sorpresa que se van a llevar. – observó ella antes de desaparecer.

El oriental retiró los hechizos y se desvaneció justo antes de que la puerta se abriera y otro hombre entrara para salir de vuelta inmediatamente a dar la voz de alerta; uno de sus hermanos había desaparecido.

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Hermione despertó aturdida por los rayos de sol que le daban de lleno en el rostro; se cubrió con el cubrecama hasta la coronilla, pero gruñó al darse cuenta de que debía ser ya muy tarde. Se deshizo de las mantas ahogando un bostezo y se levantó acomodándose el cabello antes de dirigirse al baño, pero detuvo sus pasos al notar que llevaba la bata puesta.

- ¡Qué raro! - susurró.

Fue entonces que recordó como la pasada noche había estado acompañando a Harry en el salón. Debió quedarse dormida allí y su amigo la llevó de vuelta a la cama; seguro usó el Levicorpus.

Era una suerte que llegara ilesa porque ese hechizo no era uno que Harry dominara muy bien. Se sonrojó levemente al pensar que su amigo la había llevado levitando hasta su dormitorio y luego la había dejado en la cama, pero se encogió de hombros diciéndose que era una idea muy tonta porque ella hubiera hecho exactamente lo mismo por él.

Cuando llegó a la cocina sólo Kreacher estaba allí, afanándose con las ollas y canturreando alguna melodía que calló tan pronto como la joven apareció.

- Buenos días, Kreacher, ¿dónde están los demás? – preguntó Hermione.

- Buenos días señorita; el amigo del amo salió temprano y el amo está enviando una carta, dijo que bajaría enseguida. – le informó el elfo, acercándose con una jarra de jugo.

- Gracias. – Apreció la chica.- ¿Harry desayunó?

- Sí, pero no me molestaría probar otros de esos emparedados con carne; sólo para acompañarte, claro.- respondió el muchacho que entraba a la cocina en ese momento.

- Hola, Harry.- saludó su amiga algo cortada- Me contó Kreacher que Ron ha salido.

- Sí, aún tenía trabajo con los gemelos y ellos le advirtieron que si no lo terminaba a tiempo no iban a pagarle. – le comentó el muchacho sonriendo.

- Imagino que no se iría muy contento. – mencionó Hermione tomando el tenedor para empezar a comer.

- Para nada – aceptó Harry.- ¿Dormiste bien?

- Sí, gracias, pero debieron despertarme; nunca me levanto a esta hora. – comentó ella apenada.

- Lo sé, siempre eres la primera en pie, pero anoche no pudiste dormir bien por mi culpa y pensé que lo mejor era dejarte descansar.- le explicó Harry tomando un poco de jugo.

- Tienes razón, no quise sonar malagradecida; cuando empiecen las clases tendré que madrugar y hace mucho que no dormía tan bien. Lo que me recuerda que no habría sido así si me quedaba en el sillón; gracias por llevarme de vuelta a mi habitación. – le agradeció Hermione, tomando el diario para evitar la mirada de su amigo.

- No hay problema, no podía dejarte allí, aunque sentí miedo de que te me cayeras. – mencionó el chico, para luego agregar apurado.- No es que peses mucho, al contrario, pero ya saben cuántos escalones son.

Hermione casi escupió el jugo que estaba tomando y buscó una servilleta mientras tosía.

- ¿Estás bien? – le preguntó Harry pasándole una.

- ¿Me llevaste cargada? ¿No usaste el Levicorpus? – preguntó ella a su vez atónita.

- ¡Por supuesto que no! Soy una desgracia con ese hechizo, te hubieras roto el cuello, fue más fácil cargarte y ya te lo dije, no pesas mucho.- repitió el chico para calmar a su amiga.

- Debiste despertarme, hubiera subido yo misma.- insistió ella.

- Lo pensé, pero te veías tan tranquila durmiendo que no me pareció justo y estabas allí por mí, ¿recuerdas? – mencionó Harry.

- Supongo. – Aceptó Hermione aún dudando.- ¿De verdad no te duele nada? No soy precisamente una pluma, no importa lo que digas.

- Y yo no soy un debilucho, aunque la verdad es que terminé con los brazos adormecidos, pero se me pasó pronto. – confesó el muchacho.

Hermione se sintió tentada a seguir objetando, pero no pudo evitar pensar en lo tierno del gesto de su amigo, por lo que siguiendo un impulso se estiró sobre la mesa para darle un beso en la mejilla y volvió a su lugar para continuar su desayuno ignorando la mirada desconcertada de Harry.

- ¿Qué pasó con El Profeta? ¿Harry? – lo llamó Hermione un par de minutos después.

- ¿Perdón? – le preguntó el chico aún confundido por el arrebato de su amiga.

- Preguntaba por El Profeta, aquí sólo está El Mirror. – indicó la joven.

- Ah, creo que Ron se lo llevó. – le contó.

- Bueno, no importa, lo leeré más tarde; veamos qué está pasando en el mundo muggle.-mencionó ella viendo los encabezados.

Un cómodo silencio se instaló entre ellos. Mientras Hermione comía sus tostadas y leía el diario, Harry se divertía observando las distintas reacciones que pasaban por su rostro según iba leyendo; si algo le divertía, sonreía; las noticias superfluas hacían que chasqueara la lengua reprobadora y si se encontraba con alguna nota interesante abría los ojos al máximo. Para Harry era todo un espectáculo que usualmente veía entretenido. Si Hermione lo notaba elevaba las cejas interrogante, mientras que Ron tan sólo rodaba los ojos y sacudía la cabeza llamando su atención.

En este momento, sin embargo, la joven fruncía profundamente el ceño y en su idioma eso sólo significaba una cosa: algo muy malo había pasado.

- ¿Qué ocurre? – le preguntó Harry.

- Una noticia muy extraña; no hay muchos detalles porque ocurrió en la madrugada y supongo que no habría tiempo para publicar más. Dice que secuestraron a un sacerdote de su residencia, aquí en Londres.- le contó la chica.

- Eso es raro, ¿porqué secuestrarían a un sacerdote? Se supone que ellos no tienen mucho dinero.- opinó Harry.

- No es precisamente eso lo que llama más mi atención, sino que la residencia en la que vivía es aparentemente muy segura y cuenta con cámaras de vigilancia, pero ninguna registró a un extraño entrando o saliendo. Como si eso fuera poco, al parecer lo sacaron de su dormitorio dejando el lugar destrozado y nadie escuchó absolutamente nada. –terminó de explicar Hermione.

- Creo que raro no es precisamente un término muy apropiado, ¿no? – dijo el muchacho ceñudo.

- No estarás pensando…- empezó la chica inquieta.

- Creo que tú y yo estamos pensando exactamente lo mismo. – completó Harry.

Hermione asintió con pesadez dejando su comida a un lado y suspiró intercambiando una mirada aprehensiva con su amigo.

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En una habitación ruinosa, iluminada apenas por unas cuantas velas diseminadas aquí y allá, un hombre muy anciano recostado en una mecedora se balanceaba hacia delante y atrás mientras fijaba la vista en el vacío. Una copa fue de la mesa a su mano con lentitud.

Unos pasos se oyeron fuera de la puerta, que se abrió con un fuerte chirrido provocando una mueca del anciano que se convirtió en una expresión de deleite maligno cuando vio a su visitante y el fardo que arrastraba.

- Allí lo tienes abuelo. – dijo orgulloso el joven hombre al entrar y lanzar su carga con descuido.

El viejo en la mecedora ladeó la cabeza para observar con atención el bulto sobre la raída alfombra. Un hombre mayor y laxo como un muñeco de trapo, totalmente inconsciente, mostraba marcas de golpes en el rostro y el torso desnudo.

- Buen trabajo, pero ya no lo golpeen más, o al menos no tanto; tiene que estar presentable para la fiesta. – susurró el anciano.

- Aún falta mucho, abuelo, podemos divertirnos con él mientras tanto. – contradijo el otro.

- ¡No falta nada, estúpido! ¡Es por eso por lo que todo puede arruinarse! Apenas si tenemos tiempo para ultimar los detalles y debemos ser muy cautelosos, cada paso será como andar sobre hielo quebradizo, no pueden relacionarse nuestros actos, apenas si llegaremos a la fecha.- dijo el mayor con un gesto fiero.

- Está bien, abuelo, perdóname. No te preocupes, no lo relacionarán, Callahan se quedó para cubrir nuestro rastro y nadie nos vio salir del edificio de los Muggles. – lo tranquilizó su nieto.

- Bien, bien, ya están pensando al menos.- espetó con desprecio el otro. – ¿Hiciste el contacto que te pedí?

- Aún no, abuelo. Es difícil porque apenas si pude traer a este hombre solo y sabes que la casa de esa familia está muy vigilada, pero en mi próximo viaje lo haré, encontraré la manera de hablar con él y hacerle la invitación. – le aseguró el más joven.

- Muy bien. Sólo unos meses nada más y será la hora de la venganza. – expresó satisfecho el mayor llevándose la copa a los labios después de brindar burlonamente con el cuerpo inerte del sacerdote amordazado.

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lunes, 16 de noviembre de 2009

Destino: Segundo capítulo


Diclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos pertenecen a J. K. Rowling; yo sólo los tomo prestados para divertirnos un poco.

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Hermione caminaba tan rápido como podía para llegar a reunirse con Ron en la taberna. Si preguntaba si aún estaría allí, porque sus compras le habían tomado más tiempo del que pensó, pero al menos consiguió encontrar todo lo que le iba a hacer falta para empezar sus clases.

Mientras esquivaba a la gente que le salía al paso, pensaba en todo lo que había ocurrido durante los últimos meses, o mejor dicho, durante todo el año.

Luego de la derrota de Voldemort, tras la restauración de Hogwarts, Harry, Ron y ella terminaron su séptimo año en la escuela y tomaron los EXTASIS, para espanto del pelirrojo, aunque salieron todos con las calificaciones necesarias para cursas las carreras que eligieron.

Como mencionaba Ron con frecuencia, ese debió ser el año más tranquilo de todos los que habían cursado. Nada especial ocurrió durante ese periodo. Con la profesora McGonagall al frente de la dirección no se podía esperar otra cosa; mantenía a la escuela bajo su férrea disciplina, si bien no podía evitar mostrar con frecuencia su aprecio por todos los que participaron en la caída de Voldemort.

Su romance con Ron apenas si había durado un par de meses, pronto ambos comprendieron que les iba mejor como amigos. El muchacho era un compañero extraordinario, pero como novio dejaba mucho que desear o tal vez fuera que ella esperaba demasiado, no estaba segura. Resultaba gracioso que una de las pocas cosas en las que estuvieron de acuerdo fuera que formaban una pareja desastrosa. Le alegraba mucho que tras algunos meses de incomodidad, su amistad resultara intacta y ahora podían discutir con la normalidad habitual.

Por otra parte, debía reconocer que lo de Harry y Ginny estaba durando mucho más de lo que algunas chicas de la escuela esperaron. Ella acostumbraba bromear con su amigo al respecto, el cómo su club de fanáticas se había reducido de manera alarmante y Harry tan sólo daba un suspiro aliviado. Hermione deseaba que Harry fuera feliz, se lo merecía más que ninguna otra persona que conociera, pero algo dentro de sí le decía que no lo era. Últimamente lo notaba más resignado que contento cuándo debía encontrarse con Ginny, ni rastro de la emoción que mostraba al iniciar su noviazgo.

Tal vez estuviera exagerando, como decía Ron, pero ella lo conocía muy bien y podía leer en él como en un libro abierto. Además, el que desde hacía un par de meses compartieran la casa de Grimmauld Place había asentado esa idea, pero no se atrevía a preguntarle nada al respecto, era demasiado personal. Tendría que esperar a ver cómo se daban las cosas o que Harry se animara a confiar en ella.

Tan enfrascada andaba en sus pensamientos que le sorprendió ver frente a sí la entrada para cruzar al Caldero Chorreante. Una familia que iba delante pasó la pared de ladrillos deslizados y Hermione se apresuró a seguirlos. Notó que tras ella alguien más seguía el mismo camino y volteó a ver. Su mirada se cruzó con la de un hombre alto y rubio de tez bronceada que le sonrió con amabilidad.

- Apenas si pasamos, ¿eh? - comentó adelantándose antes de que la pared se cerrara.

Hermione tan solo asintió con una media sonrisa y buscó entre la multitud a su amigo. No tuvo ningún problema para encontrarlo, su cabellera rojiza era tan llamativa como un incendio en medio del local. Se apuró en llegar a su mesa.

- Lamento la tardanza, Ron. ¿Hace mucho que llegaste?- preguntó al sentarse frente a él y dejando caer algunas de sus bolsas sobre una silla libre.

- La verdad es que no mucho, aunque me gustaría poder culparte esta vez. No sé porqué me ofrecí a ayudar a los gemelos en la tienda, es agotador.- se quejó el muchacho bostezando.

- ¿Porque eres un buen hermano?- sugirió al joven.

- Sí, supongo, además ofrecieron pagarme.- aceptó Ron a medias.

- ¡Qué sorpresa! ¿Ordenaste algo?- inquirió su amiga.- Me muero de hambre.

- Pedí un par de platos, pero no va a alcanzar para los dos.- contestó el chico al momento.

- No te preocupes, puedo esperar y pedir algo.- lo calmó Hermione rodando los ojos y reprimiendo un suspiro.

- Bueno, tampoco tienes que hacerme sentir mal, podemos compartir y luego me lo devuelves cuando traigan tu comida.- le dijo Ron con su lógica habitual.

Su amiga le iba a contestar, pero le interrumpió la llegada de la mesera con la fuente de la comida. Mientras la joven colocaba los platos sobre la mesa ante la expresión encantada de su compañero, Hermione vio sobre su hombro alrededor de la habitación y se topó con la mirada amistosa del extraño que viera en la entrada. Estaba sentado en una mesa del rincón y tenía frente a sí a un hombre al que no pudo ver ya que le daba la espalda. El rubio sonrió una vez más y luego se concentró en su plato.

- Hermione, despierta, ¿qué vas a querer?- le preguntó Ron impaciente.

- Disculpe, señorita, pero tengo que atender las otras mesas.- le dijo la mesera.

- Lo siento mucho, por favor tráigame uno de esos.- señaló el guiso más cercano.

- En un minuto.- se marchó la joven.

Tan pronto como la mesera se fue, Ron empezó a comer todo lo que tenía al frente. Pasaron unos minutos antes de que levantara la cabeza para encontrarse con la mirada divertida de su amiga que lo observaba con el mentón apoyado sobre una mano.

- ¡Oh, lo siento! ¿Quieres?- le ofreció al fin.

- Traerán lo mío en un segundo, no te preocupes, pero gracias.- le dijo la chica.

Ron se encogió de hombros muy tranquilo y se llevó de vuelta el tenedor a la boca.

- ¿Dejaste a Harry con Ginny?- le preguntó entre un bocado y otro.

- Sí, hace ya un par de horas. Supongo que irían a pasear y luego a comer algo. – mencionó Hermione recibiendo su pedido.

Su amigo sacudió al cabeza con el ceño fruncido y pareció mirar algo muy lejano antes de reanudar su almuerzo.

- ¿Qué pasa?- inquirió la chica extrañada.

- No he dicho nada.- replicó Ron.

- No me digas que apenas ahora empieza a disgustarte lo de Harry y Ginny.- se asombró Hermione

- Claro que no, al contrario, ya lo sabes. Es sólo que…no importa.- dijo el chico al fin.

- ¿Porqué no me cuentas qué ocurre?- insistió su amiga.

- Porque no es asunto mío y además creo que sólo estoy imaginando cosas, olvídalo.- descartó el pelirrojo.- ¿Sabes si Harry encontró todos los libros de la lista?

Hermione comprendió que estaba de más insistir porque el muchacho no le diría lo que le preocupaba, de modo que pasó a contarle acerca de cada uno de los libros que ella y Harry compraron, sabiendo que eso divertiría a Ron a sus expensas, pero la amistad conllevaba sacrificios, recordó con un suspiro.

En la mesa del rincón, los dos hombres conversaban en voz baja, siguiendo con discreción cada movimiento de los jóvenes.

- Empiezo a creer que nuestra amargada amiga tiene razón, esto es muy aburrido.- rezongó el rubio.

- Si lo es o no, eso no es algo que deba importarnos, recuerda tus deberes.- le recriminó el otro con voz seca.

El segundo hombre era tan alto como su compañero, pero más delgado, de movimientos suaves y calculados. Sus rasgos orientales sólo acentuaban su imagen serena, aunque un ojo bien entrenado notaría al instante cierta peligrosidad agazapada.

- No he dicho que vaya a irme, sólo era un comentario. Dios, ¿es que ya nadie tiene sentido del humor?- se quejó su compañero.

- ¿Sentido del humor? Me he pasado toda la mañana viendo como ése y sus hermanos desplegaban su “sentido del humor”; estoy exhausto, no podría ver una de esas bromas de nuevo.- replicó el oriental fastidiado.

- Debieron enviarme a mí a ese lugar, he oído que la tienda es genial y hasta ahora no tengo tiempo para ir.- continuó quejándose el rubio.

- Si nos lo permitieran, habría cambiado con gusto de lugar.- señaló el otro.

- ¿Y pasar tú el martirio con “doña amargada”? No se lo deseo a nadie.- comentó con desprecio el hombre, para luego continuar en voz aún más baja.- Supongo que no ha habido ninguna novedad.

- No, todo tan normal como cabría esperar, aunque no creo que eso dure mucho. ¿Y ustedes?- inquirió el otro a su vez.

- Tú siempre tan positivo. En lo que se refiere a nosotros, todo bien. Luego, salvo tener que hacer un tour por todas las librerías del Callejón, no he tenido ningún problema. Esperemos a ver qué dice nuestra amiga de la pareja que no debería ser.- se rió el hombre ante la mirada extrañada de su compañero.

- ¿La qué? No, no me digas nada, no debí preguntar.- se arrepintió el oriental.- ¿Crees que estos dos vuelvan juntos a la casa?

- Eso espero, tengo trabajo esta noche y necesito dormir un poco antes.- mencionó el rubio reprimiendo un bostezo.

- Yo me encargo de ellos hasta mañana. Puedes regresar si es que no se separan.- ofreció el otro.

- Eres un buen hombre.- le agradeció su compañero con fervor y una mirada de alivio.

- No, no lo soy.- respondió el otro indiferente.

El hombre rubio pareció querer contradecir tamaña observación, pero cambió de opinión y tras encogerse de hombros llamó a la mesera para ordenarle un segundo plato, viendo de paso cómo los jóvenes en la otra mesa continuaban su charla.

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Harry y Ginny detuvieron su paseo para que la pelirroja pudiera recoger unas túnicas en la tienda de Madame Malkin. Mientras la joven se entretenía conversando con una de las dependientas que envolvía sus trajes, el muchacho dio una vuelta alrededor del local, ignorando las miradas curiosas de los otros clientes.

Hubiera preferido estar de vuelta en Grimmauld Place, sentado a la mesa de la cocina y tomando un chocolate caliente de Kreacher, escuchar cómo le había ido a Ron con sus hermanos y luego leer alguno de los libros que Hermione le había ofrecido. Sacudió la cabeza al darse cuenta de que no había incluido a Ginny en el cuadro. ¿Qué clase de novio era? Debería estar feliz de posar todo el tiempo posible con ella; luego de que empezaran sus clases eso sería muy complicado.

Con un suspiro inaudible, se apoyó en uno de los escaparates de cara a la ventana para poder ver lo que ocurría fuera. Sonrió inconscientemente al observar cómo algunas madres llevaban de la mano a sus niños que parecían estar en la edad para entrar a Hogwarts. Salían de las tiendas cargados con paquetes y sonrisas deslumbradas. Recordó la primera vez que llegó a ese lugar guiado por Hagrid, nunca olvidaría ese día, para él fue como el verdadero inicio de su vida, nunca antes se sintió parte de nada; aunque tenía aún dudas algo le decía que estaba en su lugar al fin. Jamás hubiera adivinado o soñado siquiera que existiera ese mundo y mucho menos que le diera tanto: Una identidad, conocimientos y lo que para él era más importante, los mejores amigos que cualquiera pudiera desear.

Habría seguido la misma línea de sus pensamientos, pero un hecho curioso llamó su atención. Mientras todas las personas corrían de un lado para otro o se detenían en alguna tienda para observar lo que les ofrecían los vendedores, una mujer miraba fijamente desde la acera del frente. Había algo en su postura, en la manera que pareció fingir interesarse en un escaparate a su izquierda tan pronto como se sintió observada que puso a Harry en guardia. El muchacho no lo pensó dos veces y salió rápidamente de la tienda, pero una vez fuera, una familia entera cruzó frente a sí y cuando despejaron el camino la mujer ya no estaba.

Harry vio a un lado y a otro frustrado, preguntándose si no estaría imaginando cosas y la extraña no sería sólo una compradora más. Casi dio un salto cuando sintió una mano sobre su brazo.

- Harry, ¿estás bien? ¿Porqué saliste así de la tienda?- le preguntó Ginny con semblante preocupado

- No pasa nada, estoy bien, quería tomar un poco de aire.- contestó el muchacho esquivo.

- ¿Seguro?- insistió la chica algo dudosa.

- Claro, ya te lo dije. ¿Tienes todo lo que encargó tu madre?- le preguntó él a su vez dando por zanjado ese tema.

- Sí. – Respondió Ginny mostrando sus bolsas.- Ya podemos ir a comer algo.

- Genial, porque ese emparedado no califica como almuerzo. ¿Vamos al Caldero Chorreante? Tal vez Hermione y Ron aún estén allí.- sugirió el chico entusiasta.

- No lo creo, ya es muy tarde. Además, tú sabes que me gusta estar con ellos, pero tus clases empiezan pronto y preferiría que pasáramos algo de tiempo a solas.- le pidió su novia.

- Como quieras.- aceptó Harry.

- ¿De verdad estás de acuerdo? No quiero que lo tomes a mal…- preguntó la joven insegura.

- No lo hago, no te preocupes. En serio, no es para tanto, los veré esta noche en casa.- replicó el muchacho con sencillez.

- Es gracioso lo cómodo que se te oye llamarle a ese lugar casa.- comentó Ginny mientras caminaban entre la multitud.

- Bueno, supongo que tienes algo de razón. Pero ha resultado más fácil de lo que pensé acostumbrarme, ¿sabes? Hermione se ha encargado de ponerla en orden; compró algunos muebles nuevos y siempre tiene flores y esas cosas, además de que logramos deshacernos de algunos objetos extraños que debieron de ser magia oscura. Creo que a Sirius le habría gustado que viviera ahí, por eso me la dejó y se lo agradezco mucho. Imagínate lo difícil que hubiera resultado buscar una casa para los tres que estuviera tan cerca de la Academia.- le dijo Harry, al tiempo que cruzaban la entrada del restaurante más cercano.

Tan pronto como los vio, el dueño del establecimiento se deshizo en halagos acerca de lo encantados y honrados que se sentían de recibir al señor Potter y su adorable acompañante. Ignorando las miradas de los demás comensales, los jóvenes siguieron al encargado hasta la que aseguró era la mejor mesa del local.

Harry se sentó dando la espalda al resto de la gente mientras Ginny ocupó el asiento frente a él y tras agradecerle las atenciones al viejo brujo, ordenaron la comida.

Ginny no pudo evitar notar lo incómodo que se veía Harry en medio de ese lugar, por lo que se inclinó en su dirección luciendo arrepentida.

- Lo siento, creo que debimos ir al Caldero, allí nadie te molesta.- le dijo.

- No estés tan segura, y no me importa tanto como antes, es sólo cuestión de acostumbrarse. El otro día Ron dijo durante la cena que será así en la Academia los primeros días y no me hizo mucha gracia, pero Hermione me recordó que el primer año en Hogwarts no fue diferente y como se supone que ahora soy un adulto y no un niño no debería tener problemas con eso.- comentó el muchacho riendo al recordar la charla.

- Esa Hermione siempre sabe qué decir.- mencionó la pelirroja sonriendo también.

- Claro, ¿te conté que me tuvo más de una hora en la librería? No sé que piensa hacer con tantos libros, ella dice que le servirán de apoyo, pero aún así…- sacudió la cabeza Harry.

- Sí, ya me habías dicho algo.- replicó Ginny.

La llegada del camarero interrumpió su conversación. Les traía su pedido más algunos otros platillos que enviaba el cocinero y por más que Harry intentó que se los llevara de vuelta, no hubo manera de convencerlo, de modo que aceptó con un agradecimiento resignado el gesto y empezaron a comer.

- ¿Y ya estás lista para tu último año en Hogwarts? – le preguntó Harry luego de un rato a su compañera.

- Eso creo. Estoy muy entusiasmada con el equipo este año, Harry, creo que lograremos la Copa otra vez, aunque no será lo mismo sin ti.- dijo la chica apenada.

- Claro que sí, será tu momento, harás un gran papel capitaneando el equipo.- le dijo con sinceridad el muchacho.

- ¿Tú crees? Tendremos que hacer audiciones para reemplazar a la mitad del equipo y no olvides los EXTASIS.- mencionó Ginny con un mohín.

- No digo que será fácil, pero podrás con eso. Si necesitas ayuda con los exámenes puedes mandarle una lechuza a Hermione, te aconsejaría feliz, creo que es lo que más va a extrañar de Hogwarts.- le dijo el joven rodando los ojos.

- La verdad es que ya lo había pensado.- se rió la chica.

Continuaron comiendo y conversando de diversos temas, especialmente de Quidditch, de cómo llevaría ese año Ginny el equipo y si podría usar algunas de las estrategias que conocían de la Liga Profesional. Casi terminaba la tarde cuando terminaron su comida y tras insistir mucho, Harry logró que el dueño del local aceptara que le pagara.

Antes de que los jóvenes se despidieran fuera de la taberna en un callejón aledaño, lejos de las miradas muggles, la chica se acercó a su novio y le pasó ambas manos tras el cuello.

- Vas a extrañarme, ¿verdad? – susurró contra sus labios.

- Por supuesto que lo haré.- aceptó el muchacho correspondiendo al beso.

- Será horrible estar allí sin ti.- le dijo Ginny separándose al fin.

- Eso no es cierto y lo sabes. Ya hablamos de eso muchas veces, Ginny; tienes a tus amigos, el equipo y los exámenes. Además, nos veremos durante las fiestas.- le recordó Harry.

- Eso ya lo sé, pero igual me harás falta.- insistió la joven con pena.

- También tú a mi, pero no podemos hacer nada. Y velo de este modo, aún no vamos a despedirnos, prometí que iría a la Estación para acompañarte, ¿recuerdas? – mencionó el muchacho, pasándole una mano por el cabello con ademán cariñoso.

- Tienes razón, soy una tonta, no me hagas caso.- afirmó Ginny sonriendo.- ¿Quieres que vayamos a tu casa y luego desde allí tomo los polvos Flú para ir a La Madriguera? – preguntó.

- No creo que sea buena idea, ya es muy tarde y tu madre debe de estar preocupada. Será mejor que cada uno aparezca en su casa; no sabes cuánto me alegra que aprobaras el examen en la primera opción. – rió Harry.

- Lo mismo digo.- acordó la chica - ¿Nos vemos en la Estación entonces?

- Allí estaré.- le aseguró Harry.

Luego de compartir un último beso, ambos jóvenes desaparecieron.

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Un hombre pequeño y de cabello cano, vestido de negro, lucía aterrado mientras observaba, desde el rincón en el que se refugiaba tras una pequeña mesa de noche al lado de la puerta del baño, a los encapuchados que destruían las escasas posesiones que durante tantos años había ido acumulando. Nada valioso, él no se aferraba a esas cosas, pero les tenía mucho cariño. Tuvo que taparse la boca con las manos para sofocar un gemido cuando uno de los hombres lanzó al piso un jarrón obsequiado por su madre, lo único que le quedaba de ella.

- Sal, sal, donde quiera que estés, asquerosa rata muggle.- bramó uno de los extraños echando un estante abajo.

El hombre escondido no podía comprender cómo esos dos habían logrado entrar al edificio a esas horas y aún vestidos así, tenían muchas medidas de seguridad. Y todo el ruido que hacían lanzando muebles, ¿cómo es que nadie los escuchaba? ¿Por qué lo llamaban rata muggle? ¿Qué significaba eso?

- Mira lo que encontré.- medio que canturreó el otro extraño con voz desagradable.

El indefenso apenas si alcanzó a lanzar un alarido cuando una mano como un garfio se cerró sobre su cuello y lo arrastró hasta el centro de la habitación; no se dio cuenta de en qué momento llegó ese encapuchado a él. Trató de ponerse en pie, pero una fuerza extraña lo mantuvo inmóvil, ni siquiera podía emitir un sonido.

El más alto de los dos intrusos se puso en cuclillas a su altura y se acercó lo suficiente a su oído para susurrarle unas palabras que le helaron la sangre.

- Siéntete honrado, muggle, no puedes ni imaginar el gran servicio que un ser como tú va a prestarle a nuestro mundo. Ni en tus sueños podrías haber esperado que tu vida fuera tan útil.- dijo con satisfacción.

Luego, todo fue oscuridad y silencio.

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El hombre tras una pila de cajas abandonadas en la callejuela cercana al número doce de Grimmauld Place observó agazapado la aparición de Harry frente a la puerta y como entraba sin prisa.

Apenas si dio una mirada alrededor frunciendo ligeramente el ceño antes de que sintiera una presencia a su lado.

- ¿El chico llegó bien? - le preguntó una voz femenina.

- Tú deberías saberlo mejor que yo, ¿no lo seguías acaso?- inquirió el otro con gravedad a la mujer frente a sí.

- Tuve un pequeño contratiempo – reconoció ella fingiendo indiferencia.- Pero tú estabas aquí, ¿no? No ha pasado nada malo.

- No había manera de que supieras que yo iba a estar aquí, Laria. Lo estoy porque los otros dos llegaron antes y me ofrecí a hacer guardia esta noche. ¿Qué hubiera pasado si no hubiera sido así y ellos aún estuvieran en el Callejón? ¿Cuánto tiempo lo has dejado sin vigilancia? ¿En qué momento exactamente tuviste el contratiempo?- preguntó el hombre molesto, pero sin dejar su voz suave.

- Ya, ya, no empieces con eso, ¿cuál es tu problema? ¿Te nombraron jefe y nadie me avisó? – replicó la mujer con tono defensivo.

- Realmente parece que no eres consciente de la negligencia que has cometido o no te importa, lo que resultaría aún peor.- meneó la cabeza su compañero.

- ¡No te atrevas a sacar conclusiones en lo que a mi respecta! No eres nadie para hacerlo.- exclamó la otra muy disgustada.

El hombre la vio reprobador, listo para hacer algún otro comentario, cuando sintió una quemazón en la mano y dirigió la mirada al anillo que adornaba su dedo. Tenía un sello en el centro con símbolos rúnicos.

- ¿Qué ha pasado? – se extrañó la mujer observando del mismo modo un anillo igual en su mano.

- Nada bueno, eso es seguro. Vamos.- dijo su compañero con tono autoritario.

Ella pareció querer discutir el porqué le daba órdenes, pero comprendió que la situación y el momento no eran los más apropiados; tan sólo asintió y ambos se perdieron en la oscuridad.

Un par de minutos después se encontraron frente a una vieja casona que apenas si se tenía en pie, la pintura estaba descascarada y las ventanas chirriaban al golpear contra los dinteles. Las otras casas del pequeño poblado lucían en similar abandono.

Sin dudar, el hombre colocó su mano sobre la verja de entrada y esta se abrió al instante, permitiéndoles el paso.

Con pisadas rápidas cruzaron la puerta principal para encontrarse en el interior de la casa, en mucho mejor estado de lo que se hubiera podido suponer por su apariencia externa. El amplio vestíbulo estaba amoblado modestamente, pero lucía limpio y el fuego refulgía en la chimenea del salón. Allí fue donde los encontró el hombre rubio que los acompañara más temprano. Llegó corriendo y reprimiendo apenas un bostezo, pero con la mirada tan alerta como la de los otros dos.

- ¿Ya llegó? Acabo de despertar, esta cosa por poco y me cocina la mano.- les comentó señalando un anillo idéntico al de sus compañeros.

- Debes de haber tardado en prestar atención.- comentó el otro hombre.

- Vamos, Kim, hace dos días que no duermo.- replicó el rubio en su defensa.

- Esa no es excusa; no sé qué pasa con ustedes.- insistió fastidiado el oriental.- No debieron venir si no iban a comprometerse con esto.

- ¡Hey! No sé qué problemas habrás tenido con ella, pero a mi no me metas, ¿de acuerdo? – se molestó su interlocutor.

- El único problema que tenemos es que este hombre piensa que está por encima de nosotros y puede criticarnos a su gusto.- terció la mujer.

- Lo hago porque ustedes me dan motivos, ¿o debo recordarte lo que acabas de hacer?- replicó Kim a su vez.

- Para tu información, si dejé la guardia fue porque el muchacho me vio y podía sospechar, ¿qué hubieras hecho tú?- le increpó ella.

- ¿Dejaste tu guardia y Potter te vio? – Intervino el rubio incrédulo- No puedo creerlo, y pensar que siempre estás pavoneándote de la gran experta que eres.- se burló.

- ¿Quién ha pedido tu opinión? Estúpido Aussie, deberías volver a cuidar canguros.- espetó la mujer con desprecio.

El más joven se enfureció y dio un paso en dirección a ella, pero un resplandor en la habitación lo detuvo.

- ¿Se puede saber qué está pasando? – bramó una voz disgustada.

Los tres giraron con distintas emociones en el rostro para encontrarse la mirada encolerizada de un viejo apoyado en un bastón. Numerosas cicatrices surcaban su cara y el único ojo humano que conservaba los veía lanzando destellos de furia, mientras el otro daba vueltas frenético.

- Los llamé porque tengo que hablar con ustedes y los encuentro discutiendo como niños de primer año.- exclamó furioso.

El hombre oriental, al que llamaban Kim, hizo una reverencia respetuosa y con voz arrepentida se dirigió al hombre.

- Ofrezco disculpas, tienes razón, nuestra conducta es inexcusable.- dijo.

- Sí, perdón.- masculló el rubio con una cabezada.

- Lo siento.- susurró a su vez la mujer luciendo avergonzada.

- Bien, eso es algo.- rumió el viejo.

- ¿Qué es lo que ha ocurrido? – preguntó Kim al cabo de un momento.

- Lo que ya sospechábamos y por lo que están aquí.- dijo el hombre con voz solemne.- Ha comenzado.

Los tres compañeros intercambiaron una mirada sombría y el silencio se apoderó del lugar hasta que fue roto por una fuerte exclamación.

- ¡Demonios! – Chasqueó la lengua el rubio.- Creo que no volveré a dormir nunca.

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