lunes, 9 de agosto de 2010

DESTINO: CAPITULO 21




Disclaimer: Todos los lugares y personajes conocidos pertenecen a J.K. Rowling, lo demás es fruto de mi siempre activa imaginación.

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Hermione se dirigió a la biblioteca de la Academia, sujetando el sobre con sus calificaciones contra el pecho. Lo habría abierto tan pronto como lo recibió, pero no quiso dar una mala impresión a su tutor.

Así que prácticamente corrió hasta el rincón más alejado, y ocupó una de las muchas mesas vacías. Clásico. Durante las vacaciones todo el mundo desaparecía.

Una inmensa sonrisa asomó a su semblante al comprobar que había obtenido las notas más altas en casi todas las asignaturas.

Pudo irle mejor en un par de clases prácticas, pero en general, estaba más que bien. Pensó que con todo lo que ocurría, entre los problemas surgidos con los mortífagos, y la preocupación por lo suyo con Harry, la desaprobarían, pero le alegró ver que no fue así. Al menos un punto menos por el cual angustiarse.

Estaba ansiosa por contárselo a Harry, pero seguro que no se verían hasta la noche. Acordaron que él y Travis se encargarían de seguir investigando, mientras ella se ocupaba de esos asuntos; no esperó acabar tan pronto.

Podría aprovechar esas horas libres para ir al Callejón Diagon y hacer sus compras navideñas; no tenía absolutamente nada que obsequiar.

Iba a sacar un trozo de pergamino para hacer una lista de lo que iba a necesitar, cuando un movimiento a su derecha llamó su atención.

Draco Malfoy se había sentado a un par de sillas de distancia, y la miraba fijamente, con una mezcla de emociones. Reconoció el desprecio acostumbrado, un poco de aburrimiento, y… ¿eso era miedo?

—Hola, Malfoy, ¿viniste a recoger también tus calificaciones?—procuró sonar tan amable como le era posible.

El muchacho torció el gesto, señalando el sobre que la chica sostenía.

—No todos necesitamos una nota alta para sentirnos superiores—espetó de mala gana—Y no es asunto tuyo lo que haga.

Hermione frunció el ceño, disgustada. Debió suponer que no iba a acercarse para saludar.

—Y deberías dejar de andar con esa sonrisa de idiota, es repugnante—continuó su retahíla de insultos.

—¡Malfoy!—Hermione levantó la voz, fastidiada—Creí que te había dicho que no voy a soportar más tus ofensas. Si no tienes nada importante que decir, simplemente vete.

Draco la miró con desagrado, mordiéndose la lengua para reprimir una respuesta hiriente.

—¿Qué sabes?—preguntó de pronto, sorprendiendo a la chica.

—¿De qué?—replicó ella su vez, confundida.

El rubio rodó los ojos, y se inclinó hacia delante para que nadie más pudiera oírlo.

—De los clasificados para el mundial de Quidditch—rumió con sarcasmo—Hablo de Nott, Granger. ¿Qué han averiguado de él? ¿Ya saben cómo detenerlo?

La joven asintió, comprendiendo de inmediato, y lo miró con más atención.

Se veía tan mal como la última vez que ella y Kim fueron a buscarlo. Más pálido que de costumbre, y con marcadas ojeras que hacían su expresión más hosca aún.

—Descubrimos algunas cosas últimamente que pueden sernos muy útiles—comentó, suavizando el tono.

—¿Como qué?—insistió el muchacho.

Hermione dudó acerca de contarle o no que tenían a Rookwood prisionero. Decidió que primero lo consultaría con los otros.

—Aún investigamos qué tan cierto sea todo lo que hemos investigado, peor estamos haciendo grandes avances; todo saldrá bien—intentó sonar confiada, pues al parecer Malfoy necesitaba escuchar buenas noticias.

Draco asintió, frunciendo aún más el ceño, y pasándose una mano por el cabello.

—Sigues sin poder dormir, ¿verdad?—se atrevió a preguntar la chica.

No obtuvo como respuesta la mirada de odio que esperaba; el muchacho sólo pareció más cansado.

—Pesadillas. Las tengo todo el tiempo; casi no puedo dormir—cada palabra sonó como si se la hubieran arrancado.

La chica entrecerró los ojos, insegura de qué decir. Malfoy debía de estar realmente desesperado para confiarle algo así. Aunque bien pensado, dudaba de que le quedara algún amigo para comentárselo, si alguna vez los tuvo, claro.

—¿Qué clase de pesadillas?—volvió a preguntar, arriesgándose un poco más.

Draco se encogió de hombros, fijando sus ojos grises en ella, como buscando algún atisbo de burla.

—No lo sé, no lo puedo recordar—confesó sucinto.

—Ya veo—Hermione meditó un momento antes de continuar—Tal vez se deba a lo preocupado que estás; ya sabes, por todo lo que pasa. A veces Harry también las tiene, y…

Se detuvo con brusquedad, ligeramente ruborizada. No iba a decirle a Malfoy que era ella quien despertaba a Harry cuando lo escuchaba balbucear en sueños.

—Lo que quiero decir es que no tiene nada de extraño; en realidad, es completamente natural, no deberías preocuparte por eso—se apresuró a continuar.

El rubio la miró con desconfianza. Al parecer, le habría gustado hacer algún comentario mordaz, pero se lo pensó mejor.

—Entonces solucionen esto; si no lo hacen por mi sueño, que sea por el de Potter—el rubio retomó su tono sarcástico.

—Lo haremos, Malfoy, por el bien de todos—remarcó la joven.

Draco rodó los ojos, ignorando su amabilidad.

—Hay algo en lo que podrías ayudarnos—comentó la joven, tras pensar un momento—¿Recuerdas que te hablamos de esa teoría, según la cual Nott escoge a sus víctimas por el status de sangre?

Hermione esperó el asentimiento del muchacho.

—Bien, pues ya lo hemos confirmado. ¿Podrás preguntarle a tu madre si sabe algo al respecto? Si está relacionado de algún modo con el culto a Holda—explicó.

—Puedo intentarlo—aceptó él a medias.

—Muy bien, eso nos ayudará mucho—Hermione se puso de pie con presteza—En cuanto sepas algo, avísanos, ¿de acuerdo?

—No prometo nada, Granger—Draco la miró con el ceño fruncido.

—Cualquier cosa puede servir—ella mantuvo el entusiasmo—Ahora me voy, tengo mucho que hacer. ¿Por qué no vas a casa e intentas dormir un poco?

Draco se la quedó mirando como si le hubiera salido otra cabeza.

—¿Quién te ha dado permiso para hablarme con esa confianza?—espetó, casi ofendido.

Hermione miró al techo, y suspiró; ese era el Malfoy que conocía.

—Haz lo que quieras—replicó, dando media vuelta, y saliendo de la biblioteca.

Draco la miró con una mueca mientras se perdía fuera del lugar.

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Travis y Harry dejaron el viejo local del Callejón Diagon, y se mezclaron con la gente que abarrotaba las tiendas, haciendo sus compras navideñas.

Ambos parecían desilusionados, y tras mucho trabajo, lograron conseguir una mesa en el Caldero Chorreante, luego de atravesar la pared mágica.

Ordenaron pronto un par de cervezas de mantequilla, y algunos emparedados, por los que debieron esperar un buen rato.

—Nos fue casi tan mal como esperaba—el rubio fue el primero en hablar, luego de dar un buen trago a su bebida.

—Lo sé, no hemos averiguado nada nuevo—Harry dio un mordisco a su emparedado.

Tal y como acordaron, habían llegado muy temprano para hablar con un viejo conocido de Moody. Se trataba de un respetado bibliotecario que tenía un negocio en el Callejón Diagon, y esperaban que pudiera decirles algo nuevo acerca de La Noche de Walpurgis y Holda.

El mago fue bastante amable, una vez que supo quién los había enviado, pero no pudo decirles nada que no supieran ya. Por mucho que Travis insistió, pidiéndole que hiciera un esfuerzo por recordar cualquier hecho importante, fue muy poca la información que obtuvieron de él.

Ambos coincidieron en que no les parecía peligroso, y que si ocultaba algo, lo hacía por el mismo motivo que muchos otros; no quería involucrarse en algo tan delicado como el invocar nuevamente a Holda; la sola idea parecía aterrarlo. De modo que desistieron de continuar interrogándolo, y allí estaban, sin nuevas noticias que llevar al cuartel.

—Bueno, supongo que deberíamos ver el lado positivo—el rubio se llevó a la boca el último trozo de comida.

—¿Y cuál es?—preguntó Harry.

Travis sacudió la cabeza, y lo miró con expresión de sorpresa.

—¿Cómo que cuál? Tenemos a Rookwood prisionero, seguro que Laria consigue sacarle algo más con el Veritaserum; y lo mejor de todo es que muy pronto será Navidad—el auror recobró su actitud entusiasta.

—Vaya. De verdad que te gusta la Navidad, ¿eh?—Harry no pudo evitar una sonrisa.

—¿Y a quién no? Es la mejor época del año—Travis empezó a enumerar con los dedos—Puedes quedarte en casa con buena comida; no importa qué tan pobre seas, siempre puedes arreglártelas para tener un árbol, todos se ven bien; y hasta te dan regalos, ¿qué puede ser mejor?

El muchacho ensanchó aún más su sonrisa. Si así se portaba siendo un adulto, no quería ni imaginar como se pondría de niño; su madre debía de tener una paciencia infinita.

—Por cierto, ¿qué le has comprado a Hermione?—el rubio se acercó en plan de confidencia.

Harry pestañeó, sorprendido.

—¿No le has comprado nada?—Travis sacó sus conclusiones muy rápido—Arregla eso o estás muerto.

—No exageres—Harry negó con la cabeza—Hermione no es así; no se molestaría si no le obsequio algo.

—Pero están juntos ahora, ¿verdad? No puedes dejar de comprarle un regalo a tu novia para Navidad—el rubio lucía muy preocupado—¡Dios! ¿Cómo un tipo tan desconsiderado tiene tanto éxito con las mujeres?

—¡Hey!—Harry brincó, ofendido.

—Es un decir, no te lo tomes tan a pecho—el mayor sacudió la mano para restarle importancia a su anterior comentario.

—Mira, aunque no es de tu incumbencia, sé perfectamente lo que le daré a Hermione, ¿de acuerdo?—le dijo—Y ya deja de inmiscuirte en mi vida; cada vez entiendo más a Laria.

Travis iba a responderle, pero el cambio en el rostro de Harry lo desconcertó. De ligeramente fastidiado, pasó a una expresión sombría que no le había visto antes. Miraba con fijeza sobre el hombro del auror, que volteó sin pizca de discreción a ver lo que le alteró tanto.

—¡Diablos!—exclamó.

Reconoció sin problemas a la hermana de Weasley; la había visto varias veces cuando vigilaba a Harry en secreto. La señora a su lado, y que los miraba con una mezcla de ira y decepción debía de ser su madre. Los otros dos con seguridad eran los gemelos dueños de la tienda de bromas.

Travis giró a ver al muchacho, que no quitaba la vista del pequeño grupo. Se preguntó si estaría planeando acercarse, lo que le pareció una pésima idea. Si embargo, la señora, le dijo algo al oído a su hija, y con otra mirada fulminante en su dirección, dieron media vuelta para dirigirse a la parte trasera del local; seguro apenas iban a entrar al Callejón.

Los gemelos se quedaron en su lugar, sin despegar la vista de la mesa, y con idénticas muecas de irritación.

—Ni se te ocurra acercarte, Harry, no vas a pelear con esos dos—le advirtió al muchacho cuando lo vio moverse.

—No quiero pelear con ellos—replicó él.

—Pues ellos si quieren pelear contigo, porque darte un abrazo no está en sus planes, eso te lo aseguro—vaya que el chico era inocente.

—Tengo que hablar con ellos—dijo con tono decidido—No te metas.

Travis se quedó con la palabra en la boca, y dio un resoplido exasperado cuando Harry se puso de pie y se dirigió a los muchachos. No se acercó, pero se mantuvo alerta.

Tan pronto como estuvo a su altura, Harry miró a los gemelos, pensando que nunca los había visto tan serios, y menos con él.

—Siempre has sido un poco suicida, ¿verdad?—estaba casi seguro de que era Fred quien hablaba.

—Te hubieras quedado en tu mesa, no íbamos a buscarte—sí, ese era George; al menos un poco más calmado.

—Comprendo que estén molestos, pero no voy a esconderme—no pretendía sonar orgulloso, sólo ser honesto—Lamento que Ginny lo esté pasando mal, no quise herirla; pero deben saber que hice lo correcto.

—¿Dejar a nuestra hermanita y engañarla con su mejor amiga fue lo correcto? Esa es una suposición bastante idiota—Fred dio un paso en su dirección, pero Harry no retrocedió.

—¡No la engañé! Fui honesto con ella antes de empezar algo con Hermione—se apresuró a aclarar el muchacho.

—¡Es lo mismo! La hiciste sufrir, no importa cómo lo digas—nuevamente, Fred era el más exaltado.

—Mira, Harry, no has debido acercarte, ¿qué esperabas? ¿Que te invitáramos a una cerveza de mantequilla?—George contuvo a su hermano alzando un brazo.

—Por supuesto que no esperaba eso. Es sólo…ustedes, todos ustedes son muy importantes para Hermione y para mí—hizo un gesto para que no lo interrumpieran—Sé que no será fácil olvidar esto, y no sé si alguna vez podamos ser amigos nuevamente, pero quiero que sepan lo mucho que significan para nosotros, eso es todo.

Los gemelos intercambiaron una mirada insegura, sin variar del todo su expresión hosca.

—Sabes que si no se tratara de ti, ya te habríamos golpeado, ¿verdad?—Fred se cruzó de brazos.

—Ron dijo algo parecido—aceptó el muchacho.

—Muy bien, es lo mínimo que podía hacer—dijo George—Aunque nos guste la idea, no podemos golpearte, pero eso significa que las cosas estén bien; y la verdad no veo cómo se podría arreglar todo esto.

—Ginny está muy dolida, y mamá también—acotó su gemelo.

—Lo sé—suspiró Harry.

—Sólo…mantente alejado, Harry, es lo mejor—George jaló a su gemelo con firmeza—Volvamos a la tienda, Fred.

Harry no intentó detenerlos; al contrario, dio media vuelta y regresó a la mesa.

—Así de mal, ¿eh?—Travis no se había perdido un gesto, aunque no alcanzara a oír nada de lo que dijeron.

El muchacho asintió, con la mirada perdida.

—Ellos eran como mi familia—musitó, al cabo de unos minutos.

—Las familias también pelean, Harry, es normal. Eso no quiere decir que luego no se puedan arreglar—el auror intentó animarlo.

—No sé cómo—el muchacho se encogió de hombros.

—Nunca se sabe, tendrás que darles un poco de tiempo. Además, no es como si estuvieras solo o algo así; tienes a Hermione—le recordó.

Harry asintió, relajando el semblante.

—Sí, tienes razón, tengo mucha suerte—reconoció.

—Y como si eso fuera poco, cuentas con nuevos amigos—Travis sonrió alegremente—Está Kim, que casi no habla; Laria, que si se lo propone puede hacer tu vida miserable; y lo mejor, estoy yo, ¿para qué necesitas más?

El muchacho se unió a las risas divertidas del auror sin poder contenerse. Vaya manera de animarlo.

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Hermione salió de la última tienda, llevando algunos paquetes, y acomodando mejor su bufanda; no le extrañaría que en cualquier momento empezara a nevar.

Al menos había logrado comprar todo lo que necesitaba; incluidos algunos obsequios para sus padres. Dudó mucho acerca de comprar o no algo para los Weasley, pero reconoció apenada que la idea de hacerles llegar algo era ridícula. Tal vez pudiera darle alguna cosa a Ron; él no parecía tan molesto con ella.

Estaba por entrar a la tienda de artículos para Quidditch, cuando vio una cabellera rubia a lo lejos que llamó su atención. No lo pensó dos veces, y corrió a su encuentro.

—¡Luna!—llamó.

En cuanto la vio, la chica abrió aún más sus grandes ojos, y le sonrió con su dulzura de siempre; pero hizo el gesto de llevarse un dedo a los labios, y tras tomarla de la mano, la guió un par de calles más abajo.

—¿Qué pasa?—Hermione la siguió, aunque no entendiera nada.

Luna se detuvo de pronto y retomó su plácida expresión.

—Aquí está bien—indicó.

—Luna, ¿qué está pasando?—su amiga la vio muy confundida.

—¡Oh! Es que Ginny y su madre estaban allí, y pensé que no sería agradable que se encontraran—mencionó como quien comenta el clima—¿me equivoqué?

Hermione la miró un momento, sorprendida. Con Luna era difícil estar segura, pero daba la impresión de saber todo lo que había pasado.

—¿Cómo es que lo sabes?—preguntó al fin.

—Bueno, Ginny me lo contó. Me quedaré con ella y su familia durante las fiestas, porque mi padre irá a una expedición para encontrar a los Snorbacks de cuerno torcido. Me hubiera gustado ir con él, pero no podría volver a tiempo para ir a la escuela—Luna habló con su voz soñadora.

—Ya veo—Hermione se mordió el labio, indecisa—También debes de estar disgustada conmigo.

La rubia pestañeó, ladeando la cabeza como si la estudiara.

—No, no lo estoy, ¿porqué debería? No soy Ginny; ella si que lo está, pobrecita—comentó la joven, con lástima.

—Pero es mi culpa que se sienta así—insistió Hermione.

—En parte, supongo, pero no lo hiciste a propósito—afirmó sin dudar—Harry y tú son muy buenos, no le harían daño a nadie si pudieran evitarlo.

Hermione pudo sentir como sus ojos se llenaban de lágrimas, y se pasó una mano por las mejillas.

—¿Tú también? Pobre de ti; seguro que la estás pasando muy mal, pero no te preocupes, ya pasará—le dio unos golpecitos amistosos en la espalda.

—Lo siento, es que no esperaba que comprendieras, eres amiga de Ginny—confesó.

—Y también lo soy tuya, las quiero a las dos—Luna se encogió de hombros—¿Quieres ir a tomar un helado conmigo? ¿Para hablar?

Su amiga dudó, viendo tras ellas. Le gustaría tanto poder hablar con alguien de todo lo que sentía. Aunque fuera muy feliz con Harry, y se tenían tanta confianza, no deseaba hablar siempre del mismo tema, sabiendo que a él también lo afectaba.

—¿Y si te buscan?—preguntó insegura.

—No pasa nada, les diré que me perdí, lo hago todo el tiempo—le dijo muy tranquila.

Hermione sonrió, agradecida, y asintió. De inmediato, empezaron a andar, y se perdieron entre el gentío.

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Travis y Harry se aparecieron cerca al cuartel de los aurores, andando con paso tranquilo mientras charlaban acerca de sus pocas afortunadas investigaciones. Además, el más joven aún se sentía deprimido por su encuentro con los Weasley, por lo que el auror hacía todo lo posible para animarlo.

Unos pasos más allá, se toparon con Hermione, que había aparecido en la dirección contraria. No era necesario ser muy observador para notar las huellas de lágrimas.

Harry se acercó corriendo a ella, mientras que Travis se hizo a un lado con discreción, andando hacia la casa.

—¿Estás bien? ¿Pasó algo?—preguntó, tomando su rostro entre las manos.

La joven sonrió para tranquilizarlo, y acarició su brazo con calidez.

—No ha pasado nada malo, no te preocupes—aseguró—es sólo que fui al Callejón Diagon y encontré a Luna; estuvimos conversando.

—¿Luna?—Harry la miró, confundido—No te habrá dicho nada malo…

—¡No, por supuesto que no! Fue más que amable—indicó—Se está quedando con los Weasley, así que sabe todo lo que pasó, pero no está en nuestra contra.

—¿Entonces porqué lloraste?—insistió el muchacho.

—Bueno, es un poco tonto, pero fue agradable ver un rostro familiar—confesó—Necesitaba hablar de todo lo que he estado pensando, y ella fue muy amable al oírme.

—Sabes que siempre puedes hablar conmigo—Harry le acomodó un cabello suelto tras la oreja.

La chica sonrió agradecida, y se pudo de puntillas para darle un abrazo.

—Lo sé, pero no quiero molestarte siempre; ya tienes mucho en qué pensar—dijo.

—Tú nunca me molestarías, jamás—Harry la alejó un poco para verla mejor.

—Sé que eso es verdad, y me alegra, pero no quiero que estés preocupándote todo el tiempo por mí. Luego de hablar con Luna me siento mucho mejor, en serio—le aseguró.

—¿Segura?—Harry la miró, indeciso.

—Completamente—Hermione enlazó una mano en su brazo, y lo apremió a caminar—Vamos, ya empezó a nevar.

Habían cruzado apenas la cerca de la vieja casa, cuando unos gritos alterados provenientes del interior, hicieron que se apresuraran a entrar, luego de decir la contraseña.

La escena que encontraron frente a sí los dejó un momento con la boca abierta.

Laria estaba en medio del salón, con la barbilla alzada y los brazos cruzados, mientras un alterado Travis le gritaba a voz en cuello.

Ron, varios pasos detrás, y con la varita en la mano, llevaba la vista de uno a otro.

Kim, en tanto, parecía querer escurrirse entre los dos, mientras alzaba las manos para que se calmaran.

—¿Qué pasó?—Harry salió de su estupor.

Los demás giraron a mirarlos, guardando silencio por un segundo, pero retomando su discusión de inmediato.

—Al parecer ha habido un pequeño…accidente—Kim alzó un poco la voz para hacerse oír.

—¡Accidente! ¡Ningún accidente!—bramó Travis—ella lo hizo a propósito.

—¡No es verdad! Ya lo he dicho, me tomó por sorpresa; cualquiera habría hecho lo mismo—se defendió la bruja.

—¿Cualquiera le habría prendido fuego a Santa Claus?—el rubio señaló un rincón del salón con dedo acusador.

Sólo entonces Hermione y Harry se dieron cuenta de que un suave olor a humo inundaba la habitación. Dirigiendo la mirada hacia donde Travis les indicaba, vieron los restos calcinados del que fuera el muñeco que el auror había colocado allí. Al parecer, le habían vertido una gran cantidad de agua, porque un charco se formaba a sus pies.

—¡Esa cosa me habló!—Laria no cambió su tono altanero.

—Porque lo hechizó para que lo hiciera—Travis gesticulaba sin bajar la voz—Sólo le deseaba una feliz navidad a quien pasara por su lado.

—¿Y cómo iba a saberlo? Creí que era magia oscura—la mujer no parecía de mejor humor—Pudiste avisarnos.

El rubio bufó, exasperado, y elevó ambas manos al cielo.

—¡Por supuesto! Debí imaginar que estás tan loca que eres capaz de hacer volar a un muñeco sólo porque te saluda; después de todo, eso es tan extraño para ti, ya que ¡eres una bruja!—dijo a gritos.

—¡Basta!—Kim habló aún más alto, antes de que Laria pudiera contestar—Han llegado demasiado lejos. Travis, lamento lo de tu…lo que fuera, estoy seguro de que Laria no lo hizo con intención. En cuanto a ti, Laria, por favor, controla tu temperamento, no puedes ser tan explosiva.

Tanto uno como otro se dirigieron miradas venenosas, listos para empezar a discutir nuevamente, pero la llegada de Moody los distrajo un momento.

El viejo se había quedado de pie en el umbral del salón, mirando para todos lados con su ojo mágico, olfateando el aire.

—¿Ahora qué?—preguntó al fin.

Travis lo ignoró, y giró a ver a Laria, sin variar su expresión molesta.

—Sabía que no eras una buena persona, pero no creí que llegaras a tanto—la acusó—Pero te advierto que no vas a arruinar la Navidad para todos, sólo porque odias que no seamos tan amargados como tú.

Con una última mirada de ira, dio media vuelta, y salió por la puerta principal dando un sonoro golpe, tan rápido que ni siquiera Moody alcanzó a detenerlo.

—¡Taylor!—el viejo hizo el amago de ir tras él.

—Déjalo, Alastor—Laria alzó aún más la barbilla, al parecer muy tranquila—Es sólo un niño grande que no sabe cuando cerrar la boca. Ahora, si me disculpan, tengo trabajo que hacer.

Sin molestarse en decir más, dejó el salón con paso rápido.

—¿Puede alguien decirme qué rayos ha pasado?—Moody empezó a mirar todos lados, inquieto.

Los demás suspiraron como si hubieran estado conteniendo el aliento, y se miraron entre sí.

—No tenía idea de que estas fiestas pudieran alterar tanto a las personas—Kim nunca se había visto tan confundido.

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Theodore Nott caminaba en círculos por el sótano, dirigiendo miradas aburridas a las personas tras los barrotes.

Tener a tantos mortífagos en casa lo desesperaba; ya era bastante difícil convivir con su abuelo, como para que ahora tuviera que toparse cada dos pasos con esos inútiles.

Habría salido encantado a buscar a los otros miembros de la ceremonia, pero su abuelo insistió en que sería una estupidez, porque los magos acostumbraban reunirse en esas fechas, y no podría pasar desapercibido con facilidad. Así que se encontraba prácticamente enclaustrado, aburrido, y de peor humor que nunca.

Este era el único lugar en el que podía hallar algo de silencio, ya que sus “huéspedes” habían sido convencidos por su abuelo de que sería una pérdida de tiempo bajar allí para contemplar a un par de prisioneros que no tenían nada de interesantes.

Le reconocía al viejo su inteligencia; sabía que de tenerlos importunándole todo el tiempo, no se habría contenido para matar a alguno.

Con otro resoplido aburrido, se dirigió al cubículo que ocupaba el Squib, como lo llamaba con desprecio.

—Estoy aburrido, Squib, quiero jugar—mencionó con una sonrisa cruel—¿Qué dices? ¿Cuento contigo o voy por la mestiza?

El sacerdote, suspiró, agobiado, y se pasó una mano por el cabello, sudorosa por la angustia. Allí iban una vez más.

—No la molestes, aquí me tienes—pretendió que su voz sonara tan firme como le era posible, pese al miedo.

—Casi empiezas a agradarme, tan ridículamente valiente—se burló el muchacho, para luego mirarlo con odio enfermizo—¡Crucio!

Los gritos se oyeron por toda la habitación, y retumbaron en la vieja casona, haciendo las delicias de cada uno de sus crueles ocupantes.

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Le hablan al destino...