sábado, 21 de agosto de 2010

DESTINO: CAPITULO 22





Disclaimer: Todos los lugares y personajes conocidos pertenecen a J. K. Rowling. Todo lo demás es fruto de mi imaginación.

Aviso: Capítulo súper híper largo, así que pueden ir por algo para comer, y ahora si continuamos.


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Kim subió las escaleras hasta el ático, donde Rookwood permanecía encerrado, bajo la atenta vigilancia de Laria. En realidad, hacía un par de días que ella pasaba casi todo su tiempo libre allí, dentro o fuera de la habitación.

Había resultado un verdadero golpe para todos, el que no hubieran podido obtener ninguna información adicional del mortífago, aún usando el Veritaserum. Según Laria, no era tan extraño; después de todo, Rookwood simplemente podía no estar enterado de nada más, y era imposible que aún bajo los efectos de la poción, fuera a decir algo que no sabía, iba contra todos los principios de la lógica.

Aún cuando le avergonzaba a sí mismo reconocerlo, dudó en algún momento de la habilidad de Laria para llevar correctamente el interrogatorio, pero según Weasley, a quien le preguntó con mucha discreción que le había parecido el accionar de la auror, hizo todas las preguntas necesarias, insistió hasta el cansancio, y no descansó hasta que estuvo convencida de que no podría obtener absolutamente nada más.

De cualquier modo, hubiera preferido ser él quien la acompañara en ese momento, pero de nada valía lamentarse ahora. Sólo podían continuar con sus indagaciones, y consolarse sabiendo que al menos le habían quitado a Nott un más que posible recluta para la ceremonia.

Como suponía, la encontró sentada en una silla, y con un libro en las manos, aunque no pareciera estar del todo concentrada en su lectura.

—No tienes que estar todo el tiempo aquí, es imposible que escape con todos los hechizos que hemos puesto—mencionó a modo de saludo.

La griega le dirigió una mirada más fría de lo normal, volviendo su atención al libro antes de contestar.

—No tengo nada mejor que hacer, está bien. Weasley está pasando más tiempo en su casa por estos días, y estoy cansada de revisar pergaminos; espero que estos tontos días de fiesta pasen pronto para volver a la normalidad—rezongó.

Kim elevó las cejas, apoyándose en el barandal de la escalera, sin dejar de ver a su compañera.

—¿Normalidad?—no pudo evitar una ligera entonación mordaz.

—De acuerdo, tan normal como resulta posible en este lugar—reconoció, para luego agregar—¿No te desespera todo este revuelo? Ese aussie loco no hace más que dar de saltos todo el día, horneando comida, decorando la casa...

—¿No te parece que exageras un poco? Encuentro el entusiasmo de Travis muy refrescante; los problemas no van a desaparecer, pero relajarnos un poco puede ser una buena idea—le hizo ver.

Laria se encogió de hombros, levantando al fin la mirada para fijarla en el otro.

—Continúa culpándome por lo de su estúpido muñeco—rumió al fin.

Kim hizo lo posible por esconder una sonrisa divertida; ya se imaginaba de qué iba todo ese mal humor.

—¿Sabías que ese “estúpido muñeco” era de su madre, y ella le hizo el favor de prestárselo para que lo trajera?—preguntó, estudiando su reacción.

La bruja frunció aún más el ceño, y se le quedó viendo sorprendida.

—No, no tenía idea, él no dijo nada—balbuceó, cosa poco común en ella.

—No lo hizo porque es tan terco y orgulloso como tú—replicó Kim sin delicadeza—Vamos, Laria, sólo ofrécele disculpas; no pueden pelear todo el tiempo, arruinarán la Navidad.

—Tiene gracia viniendo de ti, que no la celebras—ella recuperó su tono sarcástico.

—Cierto, pero eso no quiere decir que no me alegre ver a los demás divertirse; por cierto, siempre pensé que los griegos si lo hacen, ¿a qué viene tanto malestar con estas fechas?—preguntó con curiosidad.

Laria cerró su libro, y se puso de pie con presteza, dándole una mirada de reojo al pasar por su lado.

—En casa nunca lo hicimos—musitó de mala gana—Tal vez tengas razón, y si Travis deja de molestar, puede que me disculpe.

Y con esa gran concesión, bajó las escaleras, mientras Kim ocupaba su lugar en la silla vacía.

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La mansión Malfoy estaba decorada hasta el último rincón con los más finos adornos, un árbol gigantesco dominando la entrada, y decenas de extrañas criaturas revoloteando por los altos techos.

Si por Draco fuera, no habría dejado que los elfos colgaran una sola guirnalda, pero su madre insistía en que debían continuar con sus tradiciones, algo que resultaba difícil de comprender para él. Con sólo dos ocupantes en la casa, y sin ningún ánimo para celebrar las fiestas, ¿qué sentido tenía todo eso?

Pero no pudo negarse a los deseos de su madre; si eso le daba algún tipo de satisfacción, podría soportar esas cosas, por mucho que le molestaran.

Buscó en la biblioteca un libro, en tanto esperaba a que sirvieran la cena, lo que le llevó bastante tiempo. No que no tuviera muchos títulos de donde escoger, pero buscaba uno que pudiera ayudarle a averiguar algo más acerca de Holda. Ya había consultado con su madre acerca de la petición de Granger, pero ella no recordaba nada más de su historia, nada al menos que pudiera ser de utilidad.

Tratándose de una bruja que había vivido hacía ya tantos años, la realidad se confundía con la fantasía, y no estaba seguro de qué creer entre tantas supersticiones. Así que decidió que sólo se fiaría por lo que pudiera encontrar en un libro confiable. El problema era que no había muchos de esos, por bien surtida que estuviera su biblioteca.

Le había estado dando vueltas a todo ese asunto, y decidió que tal vez fuera más útil conocer en qué circunstancias desapareció, y si había registros de otros intentos para traerla de vuelta.

De lo último encontró bastante información. Al parecer, durante siglos no habían faltado un montón de locos deseosos de beneficiarse con su poder, pero por lo que se sabía, ninguno había tenido éxito, y con el tiempo, los intentos fueron disminuyendo, hasta la actualidad.

Lo que hacía más extraño el plan de los Nott. Al abuelo de Theodore nunca lo había visto, pero se decía que era un brujo poderoso, y muy brillante; y por mucho que le costara reconocerlo, Theodore nunca fue un idiota, ni era de actuar impulsivamente, todo lo pensaba con frialdad antes de involucrarse. Entonces, ¿qué rayos tenían ellos que los demás no? ¿De dónde salía esa seguridad arrogante que mostraba su ex compañero de Casa? Algo se le estaba pasando, y también a Granger y los otros, pero no sabía qué era.

Sólo podía relacionarlo con el asunto de los sacrificios, no se le ocurría nada más. Tal vez ellos conocían algo que los otros nunca pudieron averiguar. Después de todo, el abuelo de Nott fue buen amigo de El Señor Tenebroso, y ¿quién mejor que él para darle alguna información importante que otro no hubiera podido obtener?

El que los sacrificados fueran escogidos por su status de sangre era bastante significativo; después de todo, podía verse como una venganza contra los que creían que todos los brujos eran iguales, porque Granger podía pensar lo que quisiera, pero no lo eran, y eso los Nott lo tenían más que claro.

Sin embargo, según algunos libros muy antiguos que su madre consiguiera, y por lo que ella había estudiado, Holda nunca pareció tener nada contra muggles o magos sangre sucia. No se podía decir que fuera una bruja amable o algo así, pero era sabido que le gustaba ser tan temida como adorada, y para eso debía conceder pequeños deseos a quien se los pidiera, sin importar su origen.

De modo que no iba a ninguna parte, algo se le estaba pasando y no lo veía; en algún momento, cuando Holda aún estaba en la tierra, debió enemistarse con alguien, o tal vez era porque dejaron de creer en ella…

Draco lanzó un resoplido, mesándose los cabellos. Se trataba de un hecho que podría haber ocurrido hacía centurias, y del que no había ni una sola mención en todos los libros que leyera, página por página. Ni siquiera en Hogwarts había investigado tanto.

Sólo se le ocurría algo por hacer, y la idea no le agradaba para nada; pero era su última oportunidad.

En cuanto las fiestas pasaran, iría a Azkabán a hablar con su padre.

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Hermione usó la varita para ir apagando las luces de la casa, en tanto subía las escaleras a su habitación. Se dio una ducha rápida, y con la ropa de cama puesta, entró al dormitorio de Harry, intentando no hacer ruido, por si estaba ya dormido.

Lo que no esperaba era encontrarlo recostado en la cama, de lado y dándole la espalda, al parecer contemplando algo que no alcanzó a ver antes de que el muchacho lo cubriera con su cuerpo al sentir su presencia.

—¿Qué es eso?—preguntó saltando sobre la cama para intentar ver de qué se trataba.

—¡Ni hablar! Cierra los ojos y no los abras hasta que te diga—Harry seguía en la misma posición, ignorando las bromas de la chica.

—¿Es mi regalo de Navidad?—Hermione se sentó sin dejar de atisbar.

—Quizá, pero aún no lo es, así que deja de mirar. ¿Tus ojos están cerrados?—el muchacho no se movió—Hermione…

—Está bien—refunfuñó ella.

La joven suspiró y se puso las manos sobre los ojos para no ver nada. Se moría de curiosidad, pero no quería arruinar la sorpresa de Harry. Lo escuchó abrir y cerrar el cajón de la mesilla, y tomar la varita para susurrar un hechizo.

—¡Por Merlín, Harry! No tienes que sellarlo, nunca atisbaría—mencionó ofendida.

—¿Segura?—el muchacho retiró sus manos para que pudiera ver la sonrisa escéptica que exhibía.

—Bueno, déjalo así, sólo por si acaso. Pero ni sueñes que verás tu obsequio antes de tiempo—Hermione se tumbó sobre la cama, mirándolo aún ceñuda.

Harry se acomodó para abrazarla, y pese a sus protestas, que eran más un juego, se las arregló para darle un beso.

—Ya tengo mi regalo—le susurró.

Hermione dejó las bromas, y correspondió el abrazo, descansando la cabeza sobre su pecho.

—¿Cuándo te volviste tan adulador?—sonrió ella.

—Creo que es más bien un asunto de supervivencia, y siempre se me ha dado bien eso—se rió, ganándose un golpe cariñoso en las costillas.

Se quedaron un rato en silencio, cada uno perdido en sus pensamientos.

Harry se incorporó apenas al oírla suspirar.

—¿Estás pensando en los Weasley?—preguntó.

Ella pensó en un primer momento negarlo, pero desechó pronto la idea.

—En estas fechas lo usual sería que estuviéramos ya en su casa—recordó con voz nostálgica.

—Lo sé, también lo he pensado, pero debemos aceptar las cosas como son, ¿verdad? Quiero a Ron y a toda su familia, ya lo sabes, pero no cambiaría el estar contigo por nada del mundo—aseguró.

—Tampoco yo—concordó Hermione, procurando dejar la tristeza de lado.

—Además, ya te he contado lo que dijo Travis—le recordó para animarla—somos más que bienvenidos en el cuartel, y seguro nos divertiremos allí.

—Sí, claro, sólo debemos tener las varitas listas para invocar encantamientos escudo; cuando él y Laria empiecen a pelear, vamos a necesitarlos—se rió, divertida.

Harry soltó una carcajada, recordando el ambiente tenso del que habían sido testigos en la vieja casa los últimos días. En realidad, debía de ser triste el que dos personas mantuvieran semejante nivel de hostilidad, y en esas fechas, pero la actitud de Travis, actuando como si no pasara nada, y lanzándole pullas a Laria todo el tiempo, sólo contribuía a pensar que en cualquier momento, la bruja perdería el control, y el pobre auror podría correr la misma suerte que su chamuscado Santa Claus.

—No llegarán a tanto, al menos no de parte de Travis—comentó el muchacho, dejando de reír—pero no sé qué pensar de Laria…

—Tiene un carácter difícil, pero creo que es una buena persona—acotó la chica.

Harry asintió, pensativo, no muy seguro de decir lo que venía rumiando desde hacía unos días.

—Hermione, ¿no te parece un poco extraño a veces el modo en que ella se comporta?—decidió hablar al fin.

La joven apoyó la cabeza en una mano para mirarlo mejor.

—¿A qué te refieres?—preguntó.

—Bueno, no estoy seguro, pero hay algo en ella que no me convence. No se trata solo de que parezca estar siempre de mal humor, sino que…a veces tengo la impresión de que oculta algo—intentó explicar el muchacho.

—También Kim es muy discreto, Harry, y no creo que eso sea motivo para desconfiar—Hermione frunció el ceño.

Harry movió la cabeza de un lado a otro, como si aún dudara.

—¿Y qué pasa con lo del interrogatorio a Rookwood? No puedo creer que con un frasco de Veritaserum no haya obtenido absolutamente nada; es muy raro—insistió él.

—Laria no estuvo sola, Ron la acompañó todo el tiempo; y aún cuando no hubiera sido así, creo que no tienes motivos para dudar, después de todo, recuerda que Moody confía en ella, lo mismo que en los demás—le recordó Hermione.

—Lo sé, tienes razón; ya me conoces, a veces veo cosas donde no las hay—le sonrió, dándole un suave beso en el cabello—Vamos a dormir, mañana nos espera un día movido.

Hermione se acomodó mejor contra él, ahogando apenas un bostezo.

—Es verdad, buenas noches—le dijo con voz adormilada.

—Buenas noches—contestó él.

Pasados unos minutos, la respiración acompasada de Hermione le indicó que ya estaba profundamente dormida. Él, en cambio, encontraba difícil conciliar el sueño, aún pensando en su corta conversación.

Si bien le dijo que estaba de acuerdo con ella en que su recelo hacia Laria era infundado, la verdad era que no había cambiado de opinión. Iba a estar un poco más atento a su comportamiento en el futuro, sólo por si acaso.

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Ron bajó varita en mano, dando miradas alrededor, como si esperara que alguien le atacara desde cualquier lugar. El hecho de que estuviera en su casa no lo tranquilizaba, después de todo, él sabía muy bien todo lo que estaba ocurriendo allí fuera. El que no lo compartiera con su familia, para no preocuparles, no quería decir que bajara la guardia.

Cuando estuvo en el último escalón, encendió con un susurro la punta de su varita para alumbrarse el camino, y se dirigió al salón, desde donde venía oyendo esos extraños ruidos.

Abrió la puerta, listo para lanzar un hechizo de defensa, pero se topó con la mirada más asombrada de lo normal de Luna, que lo veía desde el suelo, con Pig a su lado; si no fuera porque era imposible, aunque tratándose de esa chica, tal vez no lo fuera tanto, juraría que estaban teniendo algún tipo de conversación antes de que él llegara.

—Ah, hola, Ronald, ¿no puedes dormir?—le preguntó ella con toda la tranquilidad del mundo.

Ron bajó su varita, y la guardó en el bolsillo del pijama.

—¿Qué estás haciendo a esta hora aquí abajo, Luna? Pensé que se había metido un mortífago—le dijo, acercándose con curiosidad.

—Oh, no, sólo soy yo, no hay mortífagos aquí; algunos plimpies, sí, pero son inofensivos, no te preocupes—mencionó la rubia con tono de entendida.

El chico iba a preguntar, pero se lo pensó mejor y desechó pronto la idea.

—No me has dicho que estabas haciendo—insistió Ron.

Por primera vez desde que conocía a la chica, le pareció un poco incómoda, como si no estuviera segura de lo que iba a decir, pero pronto retomó su expresión tranquila.

—Le estaba pidiendo a Pig que me haga el favor de llevarle mis obsequios a Harry y Hermione—explicó, encogiéndose de hombros—Es mejor que Ginny no se entere, no quiero que se ponga peor; así que esperé a que todos se fueran a dormir.

Ron asintió, comprendiendo a qué se refería. Seguro que si Ginny se enteraba, no se lo iba a tomar muy bien; es más, podría decirle alguna tontería a Luna, llevada por la rabia, y eso sólo traería más problemas.

—Hiciste bien—aceptó el muchacho.

Luna pareció relajarse aún más con el tono aprobador, y le sonrió amable, mientras seguía intentado atar el paquete a la pata de la lechuza.

—No te pedí que me prestaras a Pig otra vez, porque dijiste que podía enviarla a hacer recados si era necesario—comentó al cabo de un momento, recordando de pronto quién era el dueño de la lechuza.

—No hay problema, deja que te ayude—entre los dos se las arreglaron para dejar fijo el envío, y evitar que el animal hiciera más ruido.

En silencio, para evitar despertar a otro miembro de la familia, abrieron una de las ventanas, y dejaron al ave volar, llevando su pesada carga.

—¿Vas a enviarles algo?—comentó Luna, al correr las cortinas.

Ron cabeceó, incómodo, y se miró los pies, evitando la mirada inquisitiva de su amiga.

—No creo que sea buena idea…—mencionó balbuceando, para luego levantar la vista, repentinamente asustado—¿porqué? ¿Crees que ellos si me envíen algo?

—No lo sé, sólo te preguntaba a ti—la rubia se encogió de hombros.

—Bueno, pues no deberían, aunque ya sabes cómo es Hermione, ella siempre se preocupa por esas cosas; pero seguro que Harry no lo hará, ya le dejé claro que en este momento no somos amigos, y sería ridículo que se le ocurra regalarme algo, y….lo siento, estoy hablando demasiado—se cortó Ron, avergonzado.

—Sí, pero está bien, no me molesta—le aseguró Luna—Lo haces porque no tienes a nadie más con quién hablar de ellos, ¿verdad?

El pelirrojo le dirigió una mirada sorprendida; a veces olvidaba lo observadora que podía ser esta chica; especialmente porque siempre parecía ir pensando en cualquier cosa, menos en lo que la rodeaba.

Sin embargo, no era la primera vez que le salía con un comentario agudo, y es que habría que estar ciego para no darse cuenta de que el asunto de Harry y Hermione no era precisamente un tema que se tratara mucho en la casa. La única que a veces los nombraba era su madre, pero de inmediato cerraba fuertemente los labios, y sus cejas se juntaban hasta casi tocarse.

Ginny no decía nada, al menos no cuando estaban todos juntos; quizá y si lo hiciera con Luna, no tenía como saberlo. En cuanto a él, hacía lo mismo que su padre y hermanos; quedarse callado.

Luna lo miraba con sus grandes ojos, jugueteando con uno de los raros pendientes que usaba, y que al parecer, no se quitaba ni para dormir.

—Ron, ¿realmente crees que puedes hacer como si ellos no existieran?—le preguntó, con más curiosidad que otra cosa.

—Por supuesto que no. Los veo todo el tiempo, tenemos mucho que hacer, sólo que estos días no iré a la ca…perdón, la Academia, por las fiestas, ya sabes—se corrigió con rapidez.

—Pero no se trata de que tengas que estar con ellos, sino de que son tus amigos, y no puedes ignorarlos, ¿cómo podrías después de todo por lo que han pasado? No son tan cercanos a mí, como ocurre contigo, y los aprecio muchísimo—le dijo ella, como si encontrara absurda la idea de que él pudiera no pensar lo mismo.

El muchacho cabeceó nuevamente, entre molesto y avergonzado. Lo primero porque nadie le había preguntado nada a Luna, y ella hablaba como si supiera lo que estaba sintiendo. Y por otra parte, no le gustaba que le hicieran ver algo que ya le había pasado por la cabeza más de una vez.

—Pero no son mi familia, y la familia siempre está primero—replicó con cierta brusquedad—ellos actuaron mal, y lastimaron a mi hermana, ¿qué esperaban que fuera a pasar?

—Qué raro, siempre pensé que ellos también eran tu familia—mencionó la joven, abriendo aún más sus ojos—y no le hicieron daño a Ginny a propósito, debes saberlo, los conoces bien.

Ron empezó a sentirse aún más incómodo bajo el escrutinio de la chica, por lo que le hizo señas para que bajara la voz, y la guió fuera del salón, hacia las escaleras.

—Mira, no te ofendas, pero eso es algo que debemos resolver entre nosotros, ¿de acuerdo? ¿Por qué no vas a dormir antes de que a alguien se le ocurra bajar? Si Ginny se entera del asunto de los regalos, no creo que se lo tome muy bien—dijo.

—Bueno—Luna no pareció ofenderse por el tono brusco, sólo se encogió de hombros—¿sabes? A mi si que me gustaría que ustedes tres fueran mis hermanos.

Y con esa simple frase, le hizo un gesto de despedida, y subió los peldaños dando de brincos, pero sin hacer mayor ruido.

Ron iba a subir también, pero la verdad era que dudaba pudiera dormir, así que se encaminó a la cocina, para pensar mientras comía uno de los panecillos dejados por su madre. Clásico de Luna, confundir a la gente diciendo siempre lo que pensaba.

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La mañana de Navidad, lo primero que notó Hermione al despertar, fue que Harry no estaba a su lado, y que a diferencia de otros años, no tenía los regalos sobre su cama.

Tomó su bata, y tras acomodarse un poco el rebelde cabello, salió de la habitación, y bajó las escaleras hasta el salón principal de la casa.

Una tierna sonrisa se dibujó en sus labios al ver a Harry, sentado junto al árbol, y estirando la mano hacia el montón de paquetes envueltos.

—¿Serías capaz de abrirlos sin mí?—le dijo, una vez que estuvo a unos pasos.

El muchacho dio un brinco, poniendo las manos tras la espalda de inmediato, y rompiendo a reír cuando vio la expresión divertida de su novia.

—Claro que no—le aseguró, mientras se ponía de pie para abrazarla—Feliz Navidad.

—Feliz Navidad, Harry—correspondió ella.

Tras un largo beso, Harry la tomó de la mano para que se sentaran juntos sobre la alfombra.

—Espero que no te moleste que bajara nuestros regalos; me gusta más cuando están bajo el árbol—le explicó.

—No hay problema—sonrió ella—La verdad es que había pensado en dejarlos para más tarde, ya sabes, luego de la cena…

—¡¿Qué?!—Harry la miró casi horrorizado.

—Estoy bromeando—se rió Hermione.

El muchacho le dirigió una falsa mirada ofendida, apresurándose a tomar un primer paquete, lo mismo que ella.

Se entretuvieron un buen rato, sacando cosas y comentando lo que habían recibido, sin dejar de bromear por las camisetas idénticas que Luna les había enviado con el dibujo de un extraño tipo de dragón que movía los ojos.

—El Snorback de cuerno retorcido, supongo—comentó la joven, mirando la imagen con desconfianza.

—Espero que le gustaran los pendientes que elegiste para ella, se los merece—mencionó él—yo sólo le envié una caja de ranas de chocolate.

—Le gustaran ambas cosas, no te preocupes—aseguró Hermione—¡Mira las semillas que envió Neville!

—Sólo espero que no crezca nada que intente asesinarnos—comentó el muchacho.

Continuaron abriendo obsequios, rodando ambos los ojos al ver el mezquino regalo de los Dursley, sin darle mayor importancia; y comentando la suerte de Hermione porque sus padres siempre preferían preguntarle con anterioridad qué era lo que deseaba.

Por supuesto, se dieron cuenta de inmediato de que no había un paquete para ellos de parte de la señora Weasley, lo que les dio un poco de pena, pero ignoraron pronto el asunto sin necesidad de ponerse de acuerdo.

Al final, sólo quedaban un par de paquetes al pie del árbol, y se miraron con una sonrisa cómplice.

—Tú primero—se apresuró a decir la chica.

—¿Qué pasó con las damas primero?—replicó el muchacho.

—Esta dama escoge que abras primero tu obsequio—insistió ella poniendo el atado en sus manos, con ademán ligeramente nervioso.

Harry abrió el paquete, encontrándose con un pequeño dije, al parecer muy antiguo, que parecía haber sido trabajado en piedra, con una figura tallada; tenía una cinta de cuero, muy antigua también, para llevarlo al cuello.

—¿Y bien? ¿No te gusta?—Hermione lo contemplaba insegura por su silencio.

—No es eso, claro que me gusta, es sólo que nunca había visto algo así—el muchacho lo examinaba desde todos los ángulos, aparentemente fascinado por el objeto.

Hermione se acercó para pasar un dedo sobre la superficie de la piedra, en tanto hablaba con voz tenue.

—No estaba segura de qué darte, ¿sabes? Fui por todas las tiendas del Callejón Diagon, y de pronto, en una de las más pequeñas, lo encontré, y supe que debía ser para ti.—continuó ante la mirada extrañada de Harry—No sé exactamente de qué época es, pero ese dibujo grabado es una runa. Tal vez para alguien más fuera sólo un pedazo de piedra, pero yo sé lo que significa.

Harry recordó de inmediato lo mucho que le gustaba a Hermione el estudio de las runas; más de una vez la había visto saltar, emocionada, al encontrar algún texto antiguo para traducir.

—Esta es especial, se llama “Wird”, y es una de mis favoritas. No sólo protege a quien la lleva, sino que tiene un significado más amplio. Esta runa representa el poder del destino, y, como lo que debe ser, pasará de algún modo, aunque siempre tengamos la opción de cambiarlo, de empezar nuevamente cada etapa de nuestra vida; es un poco confuso, pero me gusta—comentó ella, con la mirada fija en el dije.

El muchacho la escuchó asombrado; nunca hubiera imaginado que un solo símbolo pudiera significar tanto. Y eso acerca de empezar, de un nuevo inicio; no podría pensar en nada más apropiado para lo que le pasaba en este momento, y Hermione lo sabía, ella siempre lo sabía.

Con un movimiento seguro, se ató el colgante al cuello, y lo miró satisfecho.

—¿De verdad vas a usarlo?—Hermione sonrió, muy feliz.

—Claro, si está muy bien, y hasta va a protegerme, eso no viene nada mal; además, se ve bien, no es como esa cosa que le regaló Lavander a Ron en sexto, ¿te acuerdas?—se rió el chico.

—No me lo recuerdes—la joven fingió un escalofrío.

Harry tomó el último paquete, algo inseguro, por la forma en que lo sostenía, y se lo tendió a la muchacha.

—No fui buscando de tienda en tienda como tú; la verdad es que ni siquiera lo he comprado, pero quería que lo tuvieras—confesó, un poco apenado.

Hermione desenvolvió el paquete, encontrándose con una pequeña caja, y al abrirla, sonrió encantada.

Dentro, sobre un paño, descansaba una sencilla pulsera de plata con pequeñas esmeraldas engarzadas.

—Era de mi mamá—mencionó Harry, casi susurrando—Cuando fui a Gringotts para buscar algo de dinero, se me ocurrió dar una mirada entre las cosas que están guardadas en algunos baúles, y la encontré.

—Ay, Harry…—la chica le puso una mano libre sobre el brazo, dándole un apretón cariñoso.

—Estoy bien, en serio, nunca me di tiempo para hacerlo, y me alegra, o no habría encontrado esto—le aseguró—Estaba en esta caja, y me gustó mucho, así que la tomé y se la mostré a Moody; ya sabes, él conoció a mis padres, y pensé que quizá la había visto alguna vez.

—¿Y lo hizo?—preguntó ella con curiosidad, acariciando la pulsera.

—Sí, aunque él no acostumbra fijarse mucho en esas cosas, como me dijo—medio sonrió el muchacho—pero recuerda que mi padre se la dio a mi madre justamente aquí, cuando era el Cuartel de la Orden, y que Sirius se burló mucho porque le dijo que era… ¿Cómo dijo Moody? “tan bellas como tus ojos”, o algo así.

Hermione se quedó mirando el brazalete, sin dejar de sonreír.

—¿Me ayudas a ponérmelo?—le pidió.

Él se apresuró a hacerlo, y luego tomó su mano.

—Te queda bien—sonrió.

—Muchas gracias, Harry, significa mucho para mí, y es un honor llevar algo que fue de tu madre—lo abrazó.

—A ella le encantaría que lo tuvieras, lo sé—aseguró, muy convencido.

Luego de eso, tomaron un rápido desayuno con Kreacher, al que debieron convencer para que se sentara a la mesa con ellos, y tras pasar la mañana conversando, y darle un obsequio al elfo, que agradeció conmovido, salieron para el Cuartel de los aurores, ya que no sólo iban a cenar, sino que también querían ayudar en lo que fuera necesario, como Travis había tenido la amabilidad de casi ordenarles.

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Laria llegó al cuartel a media tarde, con los nervios más alterados que de costumbre, y un humor terrible. No volvería a poner un pie fuera de esa casa, hasta que las fiestas pasaran. Toda la gente parecía ir corriendo, como si el mundo fuera a acabar.

En momentos como ese, extrañaba más que nunca la tranquilidad de su hogar, en las afueras de Atenas; el mar siempre le ayudaba a calmarse, y tenía la suerte de ocupar una casa muy cerca. Aquí, en cambio, el ruido era constante, y eso la volvía loca.

Apenas alcanzó a dejar el abrigo en el recibidor, cuando se encontró con la mirada de Moody, que le hizo señas para que se acercara a un rincón bajo la escalera. Miró alrededor, y al no ver a nadie más, fue hacia él.

—¿Dónde estabas?—preguntó el viejo en un susurro.

—Tenía algo que hacer—replicó la bruja en el mismo tono.

El auror arrugó su mutilada nariz, refrenando las ganas de indagar más; si fuera un asunto relacionado con su misión, ella se lo habría dicho.

—¿Dónde están los otros?—inquirió Laria a su vez.

—Potter y Granger acaban de llegar, están ayudando a Taylor en la cocina; Kim, lo mismo que tú, salió, pero dijo que volvería a tiempo para la cena—indicó Moody—Hace días que quiero preguntarte algo.

—¿Qué?—Laria se encogió de hombros, mirándolo con cierta desconfianza.

Moody movió su ojo mágico por todos lados, aún dentro de su cabeza, para asegurarse de que nadie pudiera oírlos.

—Necesito saber si Rookwood no te ha dicho nada. Aún un mortífago idiota como él debió darse cuenta de que no fue Veritaserum lo que le diste—mencionó.

Laria resopló, disgustada, mirando nuevamente sobre su hombro antes de contestar.

—Sólo han pasado unos días, y apenas si entro a dejarle algo de comer, además de que lo mantenemos vendado. Sé también que no le ha dicho nada a Kim o Travis, cuando alguno de ellos me cubre, o ya estaría enterada—le hizo ver ella—Tal vez es aún más inútil de lo que crees y se contenta con estar vivo.

—Bien, asegúrate de que continúe así. A cualquier costo—ordenó más que pidió el viejo.

Laria se acercó aún más, apenas moviendo los labios.

—¿Vamos a continuar con esto, Alastor?—preguntó con tono angustiado—Debe haber otro modo, las cosas pueden salir muy mal, los estamos traicionando…

—¡Ya te lo dije!—la cortó con brusquedad el auror, bajando la voz de inmediato—Ellos no lo saben ahora, pero lo hacemos por su bien. Se necesita a gente como tú y yo para acabar con el mal de raíz, muchacha, no me hagas pensar que cometí un error contigo.

La bruja retomó su expresión impasible, alzando la barbilla inconcientemente.

—Por supuesto que no, seguiré ayudando—le aseguró.

—Bien—asintió el mago—Ve con los otros, todos necesitamos descansar un poco, pero mantente alerta; estaré en la biblioteca.

Laria lo observó cojear, apoyado en su bastón, y una mezcla de frustración e ira se dibujó en sus facciones.

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—Travis, ¿estás seguro de que has preparado un pavo antes? ¿Y a lo muggle?—Harry veía al auror con inquietud.

—Vamos, Harry, confía en mí; he visto a mi madre hacerlo desde que recuerdo, mira como Hermione no duda—el rubio hizo un gesto despreocupado.

Hermione tuvo que fingir un suave ataque de voz, para enmascarar la risa. Vaya que dudaba, pero no creía que pudiera pasar algo tan terrible, así que continuó encargándose del pudín.

—Creo que Potter quiere saber si puede comerlo sin morir envenenado—Laria entró a la cocina, dando una mirada alrededor.

Harry y Hermione la vieron con precaución, nunca sabían con qué podría salir. Travis, en tanto, la miró con el ceño fruncido, dándole la espalda.

—¿Qué te parece si lo pruebas primero y así nos enteramos?—rumió, variando la temperatura del horno con la varita.

—¡Travis!—Hermione lo reprendió.

—¿Qué? Es sólo una idea—el rubio se encogió de hombros, al tiempo que giraba a mirarlos.

Los más jóvenes se miraron entre sí, casi listos para una explosión de parte de la bruja, pero ella no hizo más que sacudir la cabeza.

—Necesito hablar contigo un momento, ¿pueden encargarse ustedes?—les preguntó a los chicos.

—Seguro—Hermione contestó de inmediato por ambos.

Harry asintió, apoyándola, y le hizo un gesto a Travis para que fuera con Laria, aunque el otro no parecía ir de muy buena gana.

Una vez fuera, y cruzado de brazos, sin cambiar su mala cara, Travis vio como la bruja se dirigía al salón, y cogía un paquete del aparador.

—Toma—le dijo.

Travis miró la caja desde todos los ángulos, sin tocarla.

—¿Explotará si la abro?—preguntó desconfiado.

—No presiones—una mirada fría fue más que suficiente para intimidarlo.

El rubio suspiró, y tomando el paquete, lo desenvolvió, dejando caer sobre el piso los restos de papel.

Sonrió asombrado al encontrarse con una pequeña réplica del Santa Claus que la bruja arruinara.

—No sabía que el otro fuera de tu madre, lo lamento; hazle llegar mis disculpas en cuanto la veas, por favor—le dijo ella, muy seria, mientras lo veía darle vueltas al muñeco—No pude encontrar uno del mismo tamaño; estaban agotados, o eso dijo la mujer de la tienda.

—¿Dónde lo conseguiste?—Travis miraba el juguete sin dejar de sonreír.

—En un Centro Comercial, por supuesto, no venden cosas como esta en el Callejón Diagon—mencionó ella, un poco exasperada.

—¿Entraste a un Centro Comercial? ¿En serio?—soltó una carcajada sólo de imaginarlo.

Laria arrugó la nariz; sólo de recordar a ese gentío, empezaba a temblar.

—Era lo justo, debí hacerlo. Kim tenía razón; fui impulsiva, y destruí algo muy importante para ti. Tal vez esto no sea suficiente, pero es lo mejor que pude conseguir—le dijo, muy honesta.

Travis, sin dejar de sonreír, dejó el muñeco sobre la chimenea, y se acercó a la bruja para envolverla en un fuerte abrazo, que la tomó desprevenida.

—Gracias, Laria, con una disculpa hubiera bastado—dijo, ignorando su rigidez—Feliz Navidad.

Laria empezó a mover los brazos, no muy segura de qué hacer, apenas dándole torpes golpecitos en la espalda.

—Sí, si, Feliz Navidad para ti también—replicó, para agregar con rapidez—Ahora suéltame, o te echo un Avada.

El rubio hizo lo que le pedía, muy contento, y dirigiéndole una cálida mirada.

—Y pensar que iba a ponerle salsa picante a tu pavo—confesó entre risas.

La bruja lo miró, entrecerrando los ojos, lista para empezar una nueva discusión, pero la llegada de Kim la detuvo.

—No empezarán a discutir, ¿verdad?—el auror miró de uno a otro.

—Tranquilo, Kim, ya casi somos amigos—sonrió el rubio, ignorando la mirada ceñuda de Laria—¿Dónde estabas? Es de mala educación llegar sólo a comer.

—Debí recoger unas cosas—replicó su compañero sin alterarse.

—¿Qué cosas?—el auror empezó a mirarlo de arriba abajo para ver si llevaba algo.

Kim suspiró, y sacó la varita, haciendo aparecer un par de pequeñas cajas en su mano.

—Esto es para ti, Laria, felices fiestas—dijo, extendiéndole una.

La bruja lo vio, sorprendida por el gesto. No esperaba un obsequio de nadie, y menos de Kim, que ni siquiera acostumbraba celebrar la Navidad.

—¿El otro es para mi?—Travis lo miró, entusiasmado.

—En mi país no acostumbramos hacerles obsequios a otros hombres, Travis, así que sólo traje algo para las damas—le explicó su amigo.

—¿Entonces no es para mi?—el rubio pareció defraudado.

—¿Eres acaso una dama?—contestó el otro, un poco burlón—¿Ha llegado ya Hermione?

—Está en la cocina, con Potter, te acompaño—Laria iba desenvolviendo el paquete mientras caminaba.

Travis fue con ellos, rumiando algo acerca del machismo oriental, y si podría devolver las cajas de chocolates que había comprado.

Hermione recibió también su obsequio, muy agradecida, y le hizo un discreto gesto a Harry para que dejara de mirar a Kim de mala manera.

Las brujas vieron encantadas que les había dado similares alfileres para el cabello, obviamente orientales, con diseños muy delicados.

De inmediato, empezaron a comentar cómo podrían llevarlos, comparando los dibujos.

—Mujeres—suspiró Travis, desconcertado—apenas si se decían dos palabras, y ahora mírenlas.

Los otros lo ignoraron, ocupados en ver si la comida estaba ya lista, y preparándose para servirla.

Una vez que llamaron a Moody, se repartieron las labores para llevar todo al comedor, que Travis había olvidado decorar, pero Laria se encargó de hacer aparecer una serie de adornos, que se enroscaron alrededor de la mesa, las sillas, y que hasta empezaron a flotar sobre ellos.

Kim se ofreció a llevar la comida levitando, ya que más de uno se inquietó al ver que Travis pretendía acercar las cacerolas sin magia. Harry y Hermione se las arreglaron para hacerle entender que con hacer la comida a lo muggle ya era bastante; no era necesario causar un accidente por su terquedad.

La cena transcurrió muy tranquila; aún Kim y Laria dejaron de lado su parquedad habitual, comentando que era la primera vez que celebraban la Navidad.

—No puede ser, aún los magos la celebran, lo sé; tal vez no como los muggles, pero…—Travis hizo una pausa, mientras se llevaba un trozo de pudín a la boca; había arrasado con su ración de pavo y puré.

—En mi país es cada vez más común festejarlo, cierto, pero nunca fue costumbre en casa—explicó Kim.

—Tampoco en la mía, pero nunca me molestó; ni siquiera llamó alguna vez mi atención—reconoció Laria.

—¿Quieren decir que nunca habían recibido un obsequio en Navidad? ¿Ni siquiera un par de calcetines?—preguntó Harry, pensando que visto desde ese lado, los Dursley casi parecían agradables.

Kim y Laria intercambiaron una mirada extrañada, confundidos de que su confesión causara tanta curiosidad.

—Lo que ocurre es que estos dos vienen de familias muy antiguas; y además, apegadas a las tradiciones de los magos—intervino Moody.

—Ya, pero dejar a un niño sin regalos en la mañana de Navidad…—Travis rodó los ojos, no muy convencido de su argumento.

—Las personas no extrañan lo que no conocen, Travis, eso es todo—Kim se encogió de hombros.

El rubio estuvo tentado a discutir esa afirmación, pero prefirió morderse la lengua, al menos por una noche, y continuar la charla.

Entre otras cosas, descubrieron con sorpresa que todos eran hijos únicos, incluido Moody, por supuesto; y que salvo en el caso de Hermione y Travis, los demás habían perdido a sus padres, si bien no trataron mucho el tema.

Apenas terminaron de cenar, y luego de recoger la mesa, llevaron el café al salón, en tanto Moody iba a buscar una vieja botella de whisky de fuego que tenía escondida en la biblioteca.

Iban por su segunda taza de café, cuando Travis lanzó una exclamación de disgusto.

—¿Qué pasa?—le preguntó Harry.

—Odio decirlo, pero creo que deberíamos llevarle algo de comer al mortífago; me parece que nadie le ha dado nada desde el desayuno—recordó él, haciendo una mueca.

—Yo lo haré—se ofreció Laria de inmediato.

—No, iré yo, aún no has terminado tu bebida—se apresuró Hermione a adelantarse.

—¿Estarás bien?—Harry hizo el amago de incorporarse también.

—No te preocupes, Harry, ese tipo no podría hacerle daño a nadie—Travis lo calmó—Sólo no le quites los grilletes, puede comer con ellos.

Hermione corrió fuera de la habitación, y tras llenar una bandeja, subió hasta el ático, cuidándose de retirar lo hechizos de protección para lograr entrar, pero manteniendo la varita en alto.

Una vez dentro, dejó la comida en una pequeña mesa, e hizo que levitara hasta quedar frente al prisionero, que apenas sintió su presencia, empezó a mover la cabeza de un lado a otro, olfateando el aire.

—Voy a darle algo de comida, desataré su mordaza y quitaré la venda, pero deberá arreglárselas para comer, ¿de acuerdo?—con un rápido movimiento de varita fue haciendo lo que decía.

El mortífago pestañeó, enfocando con dificultad, acostumbrándose a la luz, y tosió para aclarar su garganta. Su cuerpo se mantuvo firmemente atado a la silla, con los pies bien unidos por un grillete, lo mismo que sus manos.

Hermione procuró mantener la vista fija en la pared, haciendo lo posible por ignorar el desagradable sonido que hacía al sorber el agua.

—Te conozco—la rasposa voz se dirigió a ella, luego de engullir un trozo de pan.

La chica no respondió, ni movió un solo músculo.

—Eres la amiguita de Potter—continuó el brujo—Has crecido.

Hermione no pudo evitar dirigirle una mirada asqueada.

—¿También estás con esta gente? ¡Idiotas! Como si encerrándome fueran a detener lo que vendrá—casi escupió, despectivo.

—Lo haremos—la chica lo vio desafiante, pero el otro le respondió con una risa burlona.

—¿Eso crees? Ya lo veremos, sangre sucia—dijo.

Hermione iba a preguntar el porqué se sentía tan seguro, pero la puerta se abrió, y al girar a ver, se encontró con el rostro adusto de Laria.

—Están preocupados por ti abajo, Hermione; ve tranquila, yo me encargo—le dijo.

—¿Segura?—la chica dudó.

—Oh, sí. Sé como tratar con esta escoria, ¿no es verdad, mortífago?—le dirigió una mirada altanera.

El brujo la miró a su vez, con expresión calculadora, pero sin decir una palabra.

—¿Lo ves? Baja ya, o vendrán a buscarnos a ambas, diles que todo está bien—insistió a la muchacha.

Hermione, tras titubear un momento, asintió, y tras hacerle un gesto de despedida, sin ver al mortífago, dejó la habitación.

Apenas estuvo segura de que sus pasos se perdían escaleras abajo, Laria levantó la varita para asegurar la puerta, e insonorizar el lugar.

—¿Miedo de que sepan los tuyos que eres una traidora?—se burló el otro.

La bruja se acercó un par de pasos, y tras hacer a un lado la mesa con comida, colocó la varita justo sobre el pecho del hombre.

—Tú y yo tenemos algunas cosas que dejar en claro—le dijo con tono ominoso.

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