miércoles, 12 de mayo de 2010

DESTINO: CAPITULO 12




Disclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos pertenecen a J. K. Rowling.

Este capítulo ha salido muy largo, pero no he querido cortarlo, así que acomódense bien.


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Harry permaneció despierto y dando vueltas por su habitación, mientras esperaba que Hermione llegara. No estaba seguro de qué iba a decir, ni siquiera sabía si era correcto lo que hacía, pero no podían continuar así. Si tan sólo una horas antes, la idea de permanecer evitándose el uno al otro le parecía absurda, ahora que iban enfrentarse a todos los peligros discutidos con Moody, el no hablar con ella no era una opción. Debían poder conversar, como siempre, y ayudarse cuando fuera necesario.

Le oyó tocar suavemente antes de entrar, y se quedó donde estaba mientras ella cerraba la puerta y lo veía desde el otro extremo de la habitación.

— ¿Quieres sentarte? – Harry dijo lo primero que se le ocurrió.

—No, gracias, estoy bien. – ella no se movió. – Harry, no creo que sea una buena idea estar aquí; será mejor que hablemos en otro momento…

— ¿Cuándo? ¿En el comedor, frente a Ron? – la interrumpió el muchacho. – Esto es algo que debemos hablar a solas, lo sabes.

Hermione ahogó un suspiro.

—Harry, es que no sé qué decir, y tampoco creo que lo sepas tú. – la joven sonaba angustiada. – He pensado en esto toda la semana y estoy tan confundida que no le encuentro una explicación razonable.

Harry no pudo evitar una pequeña sonrisa; si a él le desesperaba toda esa situación, a Hermione debía volverle loca el no hallar un indicio de lógica.

—No creo que haya nada razonable en esto, Hermione, ese es el problema. Yo…también lo he pensado, y al principio creí que con ignorarlo todo pasaría, pero no ha sido así. ¿Qué podemos hacer? ¿No hablarnos ni mirarnos? ¿Actuar como si no pasara nada? – Harry dio un paso al frente.

— ¡Es que no pasa nada! Nada que entienda, al menos, y no tiene sentido arriesgar tanto por algo que posiblemente no tenga ninguna importancia. – la última frase sonó tan llena de duda que aún a ella le pareció vacía.

— ¿Ninguna importancia? ¿El que casi nos besemos te parece que pueda tener poca importancia? – Harry habló con tono herido.

— ¡No! Digo, sí. – la chica soltó un bufido impotente. - ¿Qué quieres que diga? ¿Qué pasa con Ron? ¡Y Ginny!

—También pienso en ellos. – le aseguró el muchacho. - ¿Cómo puedo ver a Ron cada día? Sabes lo que dirá de todo esto. Y Ginny… ya no sé lo que siento por ella, nada es lo mismo.

—Eso es porque ella no está aquí; tal vez sea sólo eso, la extrañas. – Hermione no había pensado en esa posibilidad, y por algún motivo, le dolió.

Harry pareció reflexionar en lo que ella le dijo, sin dejar de mirarla fijamente.

— ¿Crees que intenté besarte porque extraño a Ginny? Hermione, me conoces mejor que eso. – le dijo.

— ¿Entonces porqué? – su pregunta sonó angustiada.

—No lo sé, no estoy seguro, no sé cómo llamarle, sólo quería hacerlo, necesitaba hacerlo. – el muchacho se encogió de hombros. - ¿Y tú?

—Lo mismo. – ahora fue su turno de suspirar. - ¡Ay, Harry! ¿Qué vamos a hacer?

Hermione agachó la cabeza y sintió cómo lágrimas de impotencia se agolpaban en sus ojos; odiaba no saber qué hacer y aún más, el miedo que empezaba a sentir.

Harry titubeó antes de acercarse a ella, pero casi sin darse cuenta ya estaba a su lado, y la envolvió en un abrazo tan fuerte que pareció querer decirle sin palabras todo lo que pasaba por su mente. Hermione correspondió el gesto y lo acercó a sí como si se tratara de un salvavidas.

Permanecieron unos minutos en silencio, hasta que el muchacho la alejó un poco para enmarcar su rostro entre las manos.

— ¿Puedo besarte? – le preguntó en un susurro.

Ella, en lugar de responder, cerró los ojos y acercó su rostro al de Harry, con un asentimiento casi imperceptible. Sus labios se unieron, primero con timidez, tanteándose el uno al otro, hasta que él mordisqueó muy suavemente, como jugando, para hacer el beso más profundo, al tiempo que la acercaba más a sí.

La mente de Hermione se había desconectado, totalmente ajena a lo que sentía. No pensaba en nada, sólo se aferraba más a Harry, mientras entrelazabas las manos alrededor de su cuello.

Ninguno hubiera podido decir cuánto tiempo estuvieron así, hasta que se separaron apenas para tomar un poco de aire, descansando ella la cabeza sobre su hombro.

— ¿Ahora qué? – le preguntó él con un susurro pegado a su oído.

Hermione sintió cómo volvía de pronto a la realidad, y levantó la mirada sin saber qué responder.

—Siento como si un hipogrifo me hubiera pateado, ¿sabes? Es muy extraño. – Harry la veía confundido.

—Sí, lo es, y me pasa lo mismo, Harry, pero nada ha cambiado. Lo sabes, ¿verdad? – ella deshizo el abrazo y retrocedió unos pasos, juntando sus manos como si de pronto sintiera mucho frío.

— ¿Estás bromeando? Todo ha cambiado, Hermione, todo. Jamás había sentido algo así; necesito estar contigo y besarte, eso es algo diferente. – el joven alzó la voz.

— ¿Entonces qué? ¿Me escurro a tu habitación cada noche? ¿Eso es lo que quieres? – ella apenas sofocó un sollozo mientras lo miraba con furia.

— ¡Por supuesto que no! – Harry negó tajante. – Pero no lo vamos a dejar así, no podemos.

— ¿Y Ron? – le recordó Hermione.

—Él entenderá, sé que lo hará. – el muchacho intentó sonar seguro.

— ¿Entenderá lo que nosotros no podemos? – fue el turno de la chica de sonar escéptica.

Harry aspiró una bocanada de aire y se acercó a ella, extendiendo las manos para tomar las suyas, pero guardando cierta distancia.

—No diré que estoy completamente seguro de lo que siento, Hermione, porque estaría mintiendo y tú lo sabrías. – sonrió triste. – Lo que si te puedo asegurar es que ya no te veo del mismo modo, y no creo que eso vaya a cambiar. Quiero…que sigas a mi lado, pero no sólo como mi mejor amiga, porque uno no está pensando todo el tiempo en besar a su mejor amiga. Lo que quiero decir es que necesito estar contigo, ¿me entiendes? – Harry lucía resuelto.

—Sí, te entiendo, aunque suena muy confuso. – Hermione sonrió de lado. – Pero estamos en una situación muy difícil, Harry; no sé si Ron pueda comprender esto, pero está Ginny, y no quiero que sufra por mi culpa.

—Tampoco yo. – le aseguró Harry al instante. – Pero no puedo engañarla y continuar como si nada pasara, tengo que hablar con ella.

— ¿Hablarle? – repitió Hermione.

—En menos de un mes volverá para las vacaciones de Navidad; entonces lo haré, será lo mejor, por ella y por nosotros. – le dijo el muchacho muy seguro. – Sé que lo entenderá.

Hermione pareció dudar, y se mordió el labio inferior con nerviosismo sin dejar de mirarlo.

—Harry, yo…creo que en tanto no hables con ella, tú y yo debemos permanecer como hasta ahora; es decir, no podemos…- a ella le costaba hablar con claridad.

—Entiendo, y está bien, yo pienso igual. Luego, cuando todo esté claro, tendremos tiempo para nosotros. – Harry le sonrió.

La joven suspiró más tranquila, contemplando sus manos entrelazadas.

—Tengo miedo. – reconoció al fin.

—Yo también; pero no estamos solos, saldremos de esto juntos. – le aseguró él.- Al final, todo estará bien.

Hermione le sonrió agradecida, mientras Harry se inclinó para besar su frente.

—Es tarde, ve a la cama; si Moody tiene razón, vamos a trabajar muy duro estos días. – Harry intentó hablar con ligereza.

—Es verdad, casi lo había olvidado. – la joven liberó sus manos suavemente. – Debes estar muy alerta, Harry.

—Lo sé, no empieces a preocuparte por mí, ve a descansar. – insistió él.

—Está bien. – Hermione sonrió. – Buenas noches.

—Buenas noches. – respondió el muchacho.

Antes de irse, la joven se empinó para depositar un suave beso en su mejilla, y con una última mirada, dejó la habitación.

Harry sonrió y exhaló un suspiro de alivio, al tiempo que se lanzaba sobre su cama.

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Un aburrido Theodore Nott jugaba con su varita, haciendo girar aros de fuego en el aire, que desaparecían cada cierto tiempo, siendo reemplazados de inmediato.

Cuando uno de ellos explotó, en vez de extinguirse, algunas chispas saltaron hasta la celda desde la que se oyó un ligero jadeo.

—Calla, Squib, o harás que me desconcentre, y no te gustaría que te llegaran algo más que chispas, ¿verdad? – Nott ni siquiera levantó la mirada al hablar.

El Padre Joseph se acurrucó en el rincón más alejado de su celda; no tenía sentido contestar, y si lo hubiera hecho, seguro que ese muchacho le hubiera hecho callar como acostumbraba. Aún no estaba completamente seguro de lo qué hacían o que deseaban de él, pero había comprobado que con una sencilla palabra podían dejarlo sin voz, hasta que alguno de ellos lo recordaba, y entonces podía hablar nuevamente.

Tras darle mil vueltas a todo lo que viera y oyera en las últimas semanas, había llegado a la conclusión de que estaba ante algo que no alcanzaba a comprender del todo, pero si tuviera que darle un nombre, sólo se le ocurría una palabra: magia.

La sólo idea, para un hombre de su educación, era una herejía; décadas de enseñanzas habían conseguido que esa palabra fuera desterrada de su vocabulario, pero no encontraba otra explicación, ¿de qué otra manera llamarle? Eso era magia, le gustara o no.

Los últimos días, algo más resignado, empezó a recordar esos viejos libros que guardaba celosamente en su habitación del edificio parroquial; nunca supo porqué la curiosidad hacia esos temas, asumió que se debía a la fascinación que hechos tan misteriosos podían tener sobre ciertas personas. Entonces pensó que él era sólo una de ellas, y si bien no era un tema consecuente con sus enseñanzas y creencias, se consolaba pensando que no le hacía daño a nadie.

Pero ahora, viendo que todo lo leído era real, no sabía qué pensar; sólo se preguntaba una y otra vez qué pudo haber hecho para convertirse en blanco de esos desalmados.

Pestañeó cuando los aros de fuego se reunieron en el centro de la habitación y con una ligera explosión, se extinguieron en el aire.

El muchacho; Theodore, había escuchado que le llamaban, se acercó a los barrotes, y lo miró desde su altura con mal disimulada burla.

—Pobre Squib, debes de sentirte muy sólo allí, ¿cierto? Nadie con quien hablar, parece muy aburrido. – negó con falsa pena.

El sacerdote no contestó, sólo lo miró encogido en su rincón, con los ojos casi sin vida, apenas una ligera chispa los iluminaba.

— ¿Vas a matarme? – preguntó al fin con voz cavernosa.

Theodore rió como si encontrara la idea muy divertida.

— ¿Te gustaría eso? ¿Morir? ¡Vamos, no te hemos tratado tan mal! – el muchacho pareció ofendido. – Tienes comida, agua, ¿qué más podrías desear?

El anciano se inclinó con esfuerzo hacia delante, irguiendo la cabeza tanto como podía, y fijando sus ojos en los crueles que le sostenían la mirada sin dudar.

—Eres diabólico. – espetó con tranquilidad.

— ¿Eso piensas? ¡Gracias! Viniendo de ti, eso significa mucho para mí, de verdad no lo esperaba. – comentó Theodore sin dejar de sonreír. - ¿Sabes qué? Voy a hacer algo por ti, te lo mereces, no es justo que pases tanto tiempo solo.

El muchacho dio media vuelta, dándole la espalda, y dirigiéndose a las escaleras.

— ¿Qué vas a hacer? – se atrevió a preguntar el sacerdote, alzando la voz con esfuerzo.

Theodore giró apenas para mirarlo sin rastro de sonrisa en su expresión, sólo un frío desprecio endurecía sus facciones.

—Voy a traerte compañía, no queremos que enloquezcas para el gran día, ya empiezas a decir estupideces; te necesitamos cuerdo. – mencionó antes de perderse en lo alto de la escalera.

El sacerdote se cubrió el rostro con las manos, aterrado por el significado de esas palabras.

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Muy temprano, la mañana del sábado, Harry, Ron y Hermione compartían el desayuno en la cocina, atendidos por un diligente Kreacher, que servía plato tras plato, hasta que incluso el pelirrojo debió decirle que ya tenían suficiente.

Harry y Ron discutían algunos detalles de la conversación del día anterior con Moody, mientras la joven revisaba El Profeta, como cada día.

—No entiendo porqué debo quedarme en esa casa revisando informes, y menos con esa bruja. – se quejaba Ron por tercera vez en lo que iba de la mañana.

—Por favor, Ron, si Moody te asignó ese trabajo debe de tener sus motivos; recuerda que estuvimos todos de acuerdo en aceptar lo que nos dijera sin quejarnos. – intervino Hermione sin abandonar su lectura.

—Y no puedes asegurar que sea algo aburrido, podrás informarte de todo lo que ocurre, eso está bien. – Harry intentó animarlo.

—Es fácil decirlo, ustedes si van a tener trabajo de campo. – siguió rezongando el muchacho.

Harry suspiró y escondió apenas una mueca exasperada.

—No vamos a empezar con esto de nuevo. – descartó el joven sacudiendo la cabeza. – Hermione, ¿me alcanzas la sección que ya terminaste, por favor?

—Seguro, aquí tienes. – la chica le extendió el diario sin levantar la mirada.

—Gracias. – Harry empezó a leer muy concentrado.

Ron guardó silencio durante ese breve intercambio de palabras, mirando de uno a otro con el ceño fruncido.

— ¿Qué está pasando? – preguntó pasados unos segundos.

— ¿En dónde? – Harry lo miró extrañado.

— ¿Cómo dónde? ¡Aquí! – insistió el pelirrojo.

Ahora fue el turno de Hermione de mirarlo alzando las cejas.

— ¿Qué ocurre aquí? – inquirió ella a su vez.

—Con ustedes dos, ahora; creí que no se hablaban. – Ron hizo el comentario como si se tratara de algo muy obvio.

La joven lució desconcertada y un ligero rubor subió a sus mejillas, mientras Harry miraba a su amigo irritado.

—No sé de dónde sacas eso, Ron. – fue él quien habló.

—Déjame pensar. – Ron fingió hacer memoria. - ¿Tal vez porque no los he visto dirigirse la palabra hace días?

—Eso no es cierto, no sabes lo que estás diciendo. – Hermione cogió su periódico de vuelta.

—Tengo ojos y oídos, así que sé de lo que hablo. – el pelirrojo rodó los ojos.

—No, no lo sabes, y mientras sea así, será mejor que lo dejes estar, ¿de acuerdo? – Harry sonó mucho más cortante de lo que hubiera deseado.

Ron lo miró ofendido, y abrió la boca para protestar, pero el timbre de la puerta lo distrajo.

Hermione se levantó muy rápido, y salió de la cocina a abrir.

—Harry, si es lo que estoy pensando… - Ron miró a su amigo con desconfianza.

—Prometo hablar contigo luego, ¿está bien? – Harry bajó su tono un poco.

Ron iba a insistir, pero la vuelta de Hermione le hizo guardar silencio, especialmente porque no venía sola.

—Buenos días, muchachos, es bueno ver que se levantan temprano. – Travis ocupó una silla sin esperar a ser invitado.

— ¿Qué haces aquí? – Ron le preguntó de mala manera.

—Ya sabemos quién es el sol de la casa en las mañanas. – el rubio sonrió tomando un panecillo.

—Travis, no lo provoques. – intervino Harry, para impedir una réplica de su amigo. - ¿Porqué mejor no nos cuentas qué ha ocurrido?

—Nada especial, al menos por ahora. Moody me envió a decirles que su trabajo ya empezó. – anunció Travis con una mueca divertida.

Los chicos miraron sorprendidos al auror; no esperaban tener que asumir sus obligaciones tan pronto.

—No me vean así, creí que estaban ansiosos por empezar a ayudar. – el rubio tomó otro bocadillo.

—Sí, claro, es sólo que no esperábamos que fuera ahora mismo. – le explicó Harry, recuperando el aplomo. – Bueno, ¿qué debemos hacer?

—Ya saben cómo trabajaremos, ¿no? Eso Moody lo dejó claro. La verdad es que en un primer momento esperábamos empezar a actuar de acuerdo a los acontecimientos, pero ya saben cómo es el viejo, quiere adelantarse a todo. – se explicó el mayor.

—Creo que es lo más inteligente, para saber exactamente a qué nos enfrentamos. – Hermione aprobó la idea.

Travis la miró con una amplia sonrisa.

—Tú y Kim se llevarán muy bien; Moody es listo, le concedo eso. – comentó. – Bien, empezaremos contigo, ¿de acuerdo? Sé que la idea era esperar a que Malfoy se pusiera en contacto, pero estuvimos hablando anoche y lo mejor será dejarle en claro quién tiene el control, si le permitimos actuar por su cuenta, podría darnos alguna sorpresa desagradable. Así que Kim y tú irán esta tarde a su casa para dejarle algunas cosas en claro. – indicó.

— ¿Amenazarlo? – preguntó Hermione desconfiada.

—Esas son cosas de Moody, no imagino a Kim amenazando a nadie; pero sabe cómo manejar estos asuntos, confía en él. – la tranquilizó el rubio. – Se verán a las tres, Kim te estará esperando en la otra calle.

La chica asintió con una sonrisa algo temblorosa; esperaba que las cosas fueran como él decía.

—Ahora tú, Weasley. Ya sabes cómo llegar al Cuartel, ¿verdad? A la misma hora debes ir a reunirte con Laria. No pongas esa cara, no muerde, o eso creo. – Travis disimuló una sonrisa. – Sólo…llega a tiempo y sé amable; que no te intimide, porque puede oler el miedo y será peor. – le advirtió.

— ¿Puede oler el miedo? – Ron lo miró inquieto.

—Es un decir, Weasley, no exageres. – el auror se dirigió a Harry. – Tú y yo seremos explotados hoy, compañero; Moody quiere que vigilemos a Jugson y Mulciber desde ya.

—Ellos se esconden en Surrey, ¿verdad? – le preguntó.

—Sí, y como creo que viviste allí, supongo que conoces la zona. – confirmó Travis. – Así que mis buenos muchachos, a trabajar.

Todos empezaron a moverse en simultáneo. Mientras Harry iba a buscar su chaqueta, Travis se acercó a un desconfiado Kreacher para presentarse y pedirle algunos panecillos para el camino, a lo que el elfo aceptó gustoso; después de todo, ese hombre iba con el amo. Hermione corrió a la biblioteca para tomar unos libros que pudieran servirle a Ron, y este se dirigió con paso resignado a buscar su mochila, que había dejado tirada por allí el día anterior.

Diez minutos después se encontraron en el vestíbulo, con Harry y Travis listos para partir.

—Debemos estar de vuelta al anochecer; que cada uno termine lo suyo y nos veremos en el Cuartel para hablar con Moody. – indicó el rubio.

—De acuerdo. – asintió Ron.

—Tengan mucho cuidado. – les dijo Hermione, intentando no mirar demasiado a Harry.

—Ustedes también. – mencionó el muchacho.

— ¿Qué podría pasarme? Sólo voy a revisar pergaminos. – rumió Ron.

—Laria podría morderte y siempre ha sido un poco venenosa. – rió Travis. – Es broma, no te pongas así. Vamos ya, Harry.

Ambos se despidieron con un gesto, y tras salir, cruzaron la calle para perderse entre los callejones.

—Parece que estamos avanzando, ¿eh? – preguntó al cabo de un rato el auror.

— ¿Avanzando? – repitió Harry.

—Las miradas, Potter, las miradas. – exclamó el rubio. – Eres rápido, bien por ti.

Harry ignoró las bromas de Travis y con un resoplido, apuró el paso; iba a ser un día muy largo.

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Horas después, cada una de las parejas asignadas cumplía con su labor, algunos con más suerte que otros.

Ron no estaba seguro de si debía sentirse ofendido o aliviado con la actitud de Laria. No hizo más que poner un pie en la casa y la griega lo saludó con un escueto saludo, invitándolo a entrar en la biblioteca, donde usualmente trabajaba.

Sin mayores ceremonias, puso una pila de pergaminos frente a él, “para que vaya enterándose de todos los hechos”, y ocupó el extremo opuesto de la mesa sin decir ni una sola palabra más.

El pelirrojo intentó un par de veces hacer alguna pregunta, pero la bruja apenas si señalaba los papeles para que siguiera leyendo, por lo que Ron le dirigió una mirada indignada y se enfocó en su trabajo; esperaba que a los demás les fuera un poco mejor.

Hermione, por su parte, se encontró a la hora exacta con Kim, quien la saludó cordialmente, y le explicó que su idea era ir a Malfoy Manor usando una entrada lateral que ya se había encargado de explorar; así evitarían cruzarse con el auror que custodiaba la entrada de la casa, y estarían bien cubiertos por si a algún mortífago se le ocurría ir de visita mientras ellos estuvieran allí.

La chica encontró muy interesantes sus ideas, y así se lo hizo saber, a lo que el hombre correspondió con una suave sonrisa.

Luego de aparecer en las afueras de la enorme casa, Hermione siguió a Kim por un camino abandonado que los llevó hasta un pórtico que al parecer no había sido usado en muchos años.

Unos pasos más adelante, tras rodear una fuente, el auror extendió un brazo para detener el avance de la joven.

—Creo que no debemos seguir más adelante sin autorización; por lo que sé de esta familia, imagino que ya bastante ofendidos estarán de que lleguemos hasta aquí sin pedir permiso. – indicó Kim.

—Tienes razón, no les hará ninguna gracia. – acordó Hermione. - ¿Cómo haremos para avisarle a Malfoy que estamos aquí?

—Dame un minuto. – indicó el hombre.

Hermione lo vio observar la casa con el ceño fruncido, hasta que una pequeña criatura, que la chica reconoció en el acto como un elfo doméstico mal trajeado, le salió al encuentro.

El elfo pareció asustado al verlos, pero Kim se inclinó a su altura, y le susurró algunas palabras que no alcanzó a oír. Vio a la criatura asentir y perderse de vuelta en el camino por el que había llegado.

—Va a anunciarnos. – comentó el hombre en voz alta.

Hermione se acercó al auror con expresión curiosa.

— ¿Cómo hiciste que viniera? – preguntó.

—No lo hice, no exactamente. Imagino qué sabes cuán poderosos son en realidad los elfos domésticos, y aún más, muy fieles. Vigilan las casas de sus amos y los protegen, aún cuando muchos de ellos no lo merezcan. – comentó con tranquilidad.

—Ya veo. – Hermione estaba impresionada por su razonamiento.

Minutos después, el mismo elfo regresó a verlos, y con un gesto, les pidió que lo siguieran; la joven dudó, pero un asentimiento de parte de Kim la alentó a andar.

Entraron por una pequeña puerta que los guió a las cocinas, donde un grupo de elfos se afanaban en sus labores, mirándolos apenas con algo de temor.

Atravesaron un pasillo, y Hermione no pudo reprimir un ligero escalofrío que la recorrió al recordar la única vez que estuvo en esa casa. Kim debió intuirlo, porque detuvo sus pasos para mirarla muy serio.

—No se puede olvidar lo que nos ha lastimado, pero el miedo es un mal compañero; ahora entierra esos recuerdos, y avanza. – le dijo con tono suave.

Hermione parpadeó, primero confusa, y luego agradecida por sus palabras; debía preguntarle luego cómo era que sabía tanto de lo ocurrido, pero ahora tenía razón, debía avanzar, así que reanudó el paso.

Draco Malfoy los esperaba en el salón, sentado en el sillón que a su padre le gustaba tanto, y con una mueca de desprecio. Su primer impulso, cuando le informaron de que la sangre sucia Granger y alguien más, habían llegado hasta la puerta de su casa sin ser invitados, fue salir y echarlos él mismo. Pero no era ningún tonto, y si estaban allí, algún motivo debían de tener; sería cuestión de oírles, para saber de qué trataba y si le reportaría algún beneficio.

Kim y Hermione entraron al salón, escoltados por el elfo, que desapareció tan pronto como pudo. Ambos se quedaron de pie, mirando a Malfoy sin acercarse demasiado.

—Les ofrecería asiento, pero eso sólo lo hago con las visitas que son bienvenidas. – comentó el muchacho a modo de saludo.

—Lamentamos haber irrumpido de este modo, pero comprenderás que usar la entrada principal no era una opción. – mencionó Kim. – Es importante que hablemos contigo, no te quitaremos mucho tiempo.

Draco vio al hombre con el ceño fruncido, ¿quién rayos era ese?

— ¿Has traído a un guardaespaldas, Granger? No pensé que me temieras tanto. – Malfoy usó su habitual tono ofensivo.

—No te temo, Malfoy, nunca lo he hecho. – descartó la joven, arrugando la nariz. – Ya oíste, necesitamos decirte un par de cosas.

— ¿Y qué será? – continuó burlándose el rubio.

—Pensé que resultaría obvio. – intervino Kim. – Has ofrecido tu ayuda para detener a los Nott en su propósito de llevar a cabo un ritual en La Gran Noche, y pediste ciertos beneficios a cambio.

— ¿Quién eres tú? – se dirigió Draco por primera vez a él con tono hostil.

—Eso no tiene importancia, pero si quieres un nombre, ese sería Kim. Ahora, no creo que sea prudente permanecer mucho tiempo aquí, por nuestra seguridad, y la tuya, por supuesto, así que seremos breves y claros. – indicó el auror sin alterar su semblante sereno.

— ¿Qué está pasando, Granger? ¿Quién es este tipo? ¿Trabaja con ese rubio que me atacó en la Academia? No me involucrarán en sus tonterías. – Draco se incorporó mirando a Hermione con ira.

—Eso no es de tu incumbencia, Malfoy, en lo absoluto. Dijiste que ayudarías siempre y cuando protejamos a tu madre; el cómo lo hagamos es cosa nuestra. – la joven contestó secamente.

El rubio miró de uno a otro, cada vez más desconfiado, ¿casi irrumpían en su casa para hablarle de ese modo?

—Hablaré claro, joven Malfoy, y lo haré sólo una vez. – Kim avanzó un par de pasos. – Sospechamos que Theodore Nott se pondrá en contacto contigo en cualquier momento para pedirte algo, o anunciarte algo. Cuando lo haga, deberás informárnoslo de inmediato, y así será con todo lo que consigas averiguar hasta que sea detenido. A cambio, tu madre recibirá protección; te garantizo que nada malo le ocurrirá, puede permanecer aquí, o aceptar ser llevada a cualquier otro lugar que prefiera; en donde sea, estará a salvo, tienes mi palabra. Esas son nuestras condiciones, y necesitamos conocer tu respuesta ahora. – culminó su oferta sin pestañear.

Draco se sintió extrañamente tranquilizado por las palabras del extraño; no sabía cómo, pero estaba seguro de que no mentía. También comprendió que sin importar cuánto presionara, no iba a obtener más información; ni de él, ni de Granger.

Su curiosidad se había incrementado, pero si deseaba obtener lo que quería, iba a tener que ceder, aunque no le gustara. Ya tendría sus respuestas llegado el momento; ahora lo mejor sería hacer un esfuerzo para soportar a esa gente.

—Está bien, acepto. – anunció al fin, sin bajar la mirada.

Kim ladeó la cabeza sin quitarle la vista de encima, sondeando en sus ojos por unos minutos sin romper el silencio. Luego hizo una pequeña inclinación y miró a Hermione.

—Creo que hemos terminado aquí. – indicó, para luego dirigirse a Malfoy. – En cuanto tú y tu madre decidan en dónde se quedará, díselo a Hermione, ella se encargará. En cuanto a Nott, lo mismo; cualquier cosa que averigües, no lo olvides.

—De acuerdo. – asintió Draco, sin variar su expresión.

—No nos traiciones, Malfoy, porque lo sabremos. – le advirtió la joven sin poder contener su desconfianza.

—Hice un trato, Granger; si ustedes cumplen, yo también lo haré. – le espetó el rubio.

Sin hablar más, Kim y Hermione dejaron la habitación, regresando por el mismo camino que los llevó hasta allí. Malfoy no se ofreció a acompañarlos, ni los despidió, tampoco lo esperaban.

Una vez fuera, Hermione aspiró el aire como si se hubiera estado ahogando.

— ¿Estás bien? – Kim le preguntó con semblante preocupado.

—Sí, gracias. – apreció la chica. - ¿Crees que podamos confiar en él?

—Por ahora, si; luego, no lo sé. – se encogió de hombros el auror. – Iremos paso a paso, este muchacho es muy complicado, realmente difícil

—Y eso que no compartiste clases con él. – bufó la chica negando con la cabeza.

Kim le dirigió la sonrisa más amplia que le había visto esbozar, y con un gesto la invitó a desaparecer. Ahora debían informarle a Moody de los alcances de su visita.

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— ¡Qué aburrido! Odio vigilar. – Travis bostezó y se frotó los ojos con desgano.

Harry estaba totalmente de acuerdo con él, pero prefirió callar; a veces le recordaba un poco a Ron, si le daba pie, no iba a parar de quejarse.

Estaban dentro de una casucha abandonada en la zona más pobre y descuidada de Surrey, sentados sobre unos bancos polvorientos, y mirando a través de los cristales rotos el otro lado de la calle. La casa en la que se escondía Jugson estaba en su campo de visión.

Hasta hacía un par de horas, habían corrido de allí a la guarida de Mulciber, comprobando que ninguno de ellos dejaba su escondite. Se instalaron en esa casa cuando un auror del Ministerio les dio el alcance para asegurarles que él se encargaría de vigilar y que ellos podrían volver con Jugson. Al parecer, Moody y Kingsley no querían dejar nada al azar.

— ¿Viven lejos tus tíos? – le preguntó Travis de pronto.

Harry lo miró, extrañado por su comentario.

—Algo. – respondió el muchacho. - ¿Porqué preguntas?

—Nada importante, sólo pensé que si su casa quedaba cerca, podríamos ir por algo de cenar, me muero de hambre. – reconoció el rubio.

Harry no pudo evitar reír al imaginarse siquiera a Travis cerca de los Dursley.

—Aunque fuera así, no les agradaría, créeme; no les gustan los magos, y mucho menos yo. – le explicó el muchacho sin darle demasiada importancia.

Travis asintió comprensivo.

—Ya, me hago una idea; mi viejo era igual. – comentó.

— ¿Tu padre? ¿Era muggle? – Harry lo miró curioso.

—Y un idiota también; aunque eso no tiene nada que ver con que fuera muggle, por supuesto. – se apresuró a aclarar.

Harry detecto cierto resentimiento en su voz que no había escuchado antes.

— ¿No se llevaban bien? – no pudo evitar preguntar.

—No estoy seguro, nunca pasamos mucho tiempo juntos como para saberlo; me evitaba como a la peste y se fue cuando tenía seis. – mencionó con tono seco.

—Lo siento. – le dijo honestamente, ¿qué clase de padre era ese?

—Está bien, igual no hizo mucha falta, mi madre y yo nos las arreglamos bien solos. – le contó.

— ¿Ella si es una bruja? – inquirió Harry, luego de dar una mirada por la ventana.

—No, es muggle también, pero de las buenas. – el rubio sonrió y su voz sonó mucho más cálida.

—Entonces eres hijo de muggles, como Hermione. – ahora entendía porqué Travis se movía tan bien en ambos mundos.

—Por eso me agrada tanto esa chica; más te vale cuidarla bien. – le advirtió retomando su carácter normal.

El muchacho rodó los ojos exasperado, allí estaba de nuevo; llevaba todo el día haciendo esas insinuaciones.

—Será mejor que dejes eso, ¿de acuerdo? – le contestó de mal humor.

—Vamos, tampoco lo iría diciendo por allí, entiendo que están en una situación difícil. – le aseguró el auror. – No creas que no me doy cuenta de eso; sólo menciono lo obvio, y es que deben aclarar lo que pasa entre ustedes.

—Lo que pase entre Hermione y yo es asunto nuestro. – le increpó Harry con su paciencia al límite.

—Lo sé, pero es mejor que te apresures, porque llevas las de perder. Después de todo, eres tú el que tiene novia, ella es libre y puede preferir a alguien que no le traiga tantos problemas; es un consejo. – a veces Travis no sabía cuando callarse.

Harry se contuvo de decirle todo lo que pensaba, porque no tenía sentido. Él no sabía nada, ni podía siquiera imaginar todo lo ocurrido entre Hermione y él; tal vez le agradara Travis, con todo y su actitud, pero no iba a hacerlo su confidente.

—Prefiero no hablar de eso, sin ofender. – intentó sonar lo más cortés posible.

—Está bien, entiendo. – el rubio asintió pensativo.

Permanecieron otra hora más vigilando, compartiendo algunos de los panecillos ya resecos que Travis obtuviera de Kreacher, y hasta se dieron tiempo para especular acerca de lo que podrían querer invocar los mortífagos La Noche de Walpurgis.

De pronto, cierto movimiento en la espesura, llamó su atención, haciendo que callaran de inmediato. Una sombra había aparecido entre los matorrales, al parecer se trataba de un hombre muy cubierto con su capa. Travis le hizo un gesto a Harry para que guardara silencio, mientras él se incorporaba con mucho cuidado para ver mejor.

El encapuchado cruzó el corto sendero que conducía a la casa de Jugson, y tras tocar la puerta, se perdió en su interior.

—Apuesto mi cuello a que ese es Nott. – susurró Travis.

—Seguro que sí, ¿no crees que deberíamos detenerlo? Somos dos contra dos. – sugirió Harry.

—Ya lo he pensado, pero no sería lo más inteligente, Harry; sabes que Nott no está solo, tiene al loco de su abuelo detrás para empezar esto una y otra vez, tenemos que cortarlo de raíz. – Travis sonó seguro.

Harry contuvo sus ganas de insistir; Travis tenía razón, aunque no le gustara la idea.

Sólo treinta minutos después, la figura salió de la casa, teniendo cuidado de cubrir su rostro. Caminó con paso lento hasta la avenida, y dio una mirada alrededor. Justo antes de desaparecer, fijó la vista directamente en la ventana desde la que Travis y Harry vigilaban. Ambos tuvieron exactamente la misma impresión; el hombre sonrió.

De pronto, todo pasó muy rápido.

—Harry. – Travis lo miró inquieto. – Él sabía.

El muchacho empezó a usar su cabeza a toda velocidad.

—Quería distraernos, pero… ¿para qué? – no terminó de pensar cuando el auror se había puesto de pie y corría fuera de la casa.

— ¡Mulciber, Harry! Nos quería lejos de allí; tengo un mal presentimiento, vamos. – lo apuró.

En un pestañeo, ya estaban fuera del escondrijo que dejaron custodiado por el auror del Ministerio, sólo que no lo vieron en su puesto. Con las varitas fuera, empezaron a avanzar entre la espesa maleza, hasta que Harry dio un grito de alarma, haciendo que Travis corriera a su lado.

Frente a ellos, el auror yacía sobre el césped con una mueca de terror congelada en su rostro.

—El Avada. – susurró Travis, antes de correr hacia la casa.

Harry se quedó con la varita en alto, y la mirada fija en el cuerpo del mago, escudriñando entre la oscuridad cada cierto tiempo. Travis no tardó en regresar con expresión frustrada.

—Se ha ido; Mulciber escapó. – indicó dando una patada al aire. – Y si volvemos con Jugson, él tampoco estará, todo fue un plan.

—Tenemos que avisar al Ministerio. – el muchacho habló señalando al auror caído.

—Yo me encargo, tú ve al Cuartel y avisa a los otros. – el rubio bufó cuando lo vio dudar. - ¡Sólo ve, Harry! Me reuniré con ustedes pronto.

El muchacho asintió, y con una mirada resuelta, desapareció.

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Cuando Travis regresó al Cuartel, después de dejar el cuerpo del auror en manos de Kingsley, y de informarle a grandes rasgos lo ocurrido, ya era casi medianoche.

Le extrañó el silencio en la casa, esperaba oír todo un barullo de la gente reunida, haciendo conjeturas, no eso.

Apuró el paso para llegar al salón, y soltó un suspiro de alivio cuando vio a todos allí reunidos; pero pronto una nueva inquietud se le instaló como una piedra en el estómago.

— ¿Qué pasa ahora? – preguntó casi sin voz.

No estaba seguro de quién lucía peor, si sus compañeros aurores, o los más jóvenes, especialmente Harry. Pero fue Moody quien le contestó.

—Nos ganaron la mano de nuevo, Taylor, otra desaparición. – rumió el viejo rabioso.

— ¿Desaparición? ¿Quién? - insistió con sus preguntas.

Kim, de brazos cruzados, lo miró casi tan calmado como de costumbre, casi.

—Una bruja esta vez; aquí, en Londres, acaban de avisarnos. Mataron a su esposo y se la llevaron. – explicó sucinto.

— ¿Porqué? – intervino Ron de pronto, como saliendo de un trance. - ¿Porqué están haciendo esto?

—Está claro, Weasley, esos infelices necesitan más ofrendas. – fue Laria quien respondió mordiendo las palabras.

Las campanadas del reloj marcaron las doce, pero ninguno dijo nada, estaban demasiado concentrados en sus pensamientos.

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Le hablan al destino...