martes, 16 de marzo de 2010

OCTAVO CAPITULO




Disclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos, salvo uno que otro fruto de mi afiebrada imaginación, pertenecen a J. K. Rowling.

Esto ha resultado un poco largo, así que acomódense bien en sus asientos.

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La puerta de la vieja casa se abrió con un estruendo dando paso a Theodore Nott, quien se sacudía algunas gotas de lluvia del cabello.

Buscó por toda la primera planta y al no encontrar a nadie, bajó al sótano, desde donde se escuchaban algunos lamentos.

Levantó una ceja divertido cuando vio a su abuelo sentado en una vieja silla y con la mirada fija en la celda del anciano sacerdote, que le hablaba sin obtener respuesta.

- Has tardado. – fue el cáustico comentario del viejo mago.

- Bueno, aún apareciéndose hay un buen trecho entre Inglaterra y Alemania, y ya sabes que en Londres debo moverme con mucho cuidado. – replicó su nieto mirando la habitación descuidada.

El hombre atrapado se acercó a los barrotes al reconocer la voz de quien estaba acostumbrado a ver.

- ¡Libérenme de aquí, por piedad! – gritó desesperado.

- Silencio. – susurró Theodore con voz aburrida.

El sacerdote se llevó las manos a la garganta intentando emitir algún sonido, pero le fue imposible; miró a sus captores con los ojos desorbitados.

- ¡Al fin un poco de paz! – exclamó el joven. - ¿Porqué no lo callaste tú?

- Me divierte oírlos gritar. – fue la sencilla respuesta de su abuelo.

Theodore se encogió de hombros y rió entre dientes.

- ¿Hablaste con todos? – preguntó de pronto el viejo.

- A ver, déjame hacer un recuento: confirmé a Rowle, Selwyn y Travers; por cierto que este último fue difícil de ubicar, ¿puedes creer que vive enclaustrado en una casucha en Bristol? ¡Qué deprimente! – sacudió la cabeza el joven con falsa pena.

- Con lo que haríamos…- calculó el viejo.

- Nueve, contándonos a nosotros dos, claro. – dijo su nieto.

- ¿Y los tres que faltarían? – frunció el ceño el anciano Nott.

- Jugson y Yaxley me están resultando un poco escurridizos, como si creyeran que pueden esconderse de mí como lo hacen con esos aurores, pero te aseguro que para mi próximo viaje los tendré ubicados y confirmados. – expresó el muchacho confiado.

- Si eso es correcto, el número doce sería Malfoy. – reflexionó su abuelo ignorando al prisionero que golpeaba los barrotes.

- Exacto. Draco tiene suerte, doce es un buen número. – rió Theodore. – Petrificus Totalus.

El anciano sacerdote cayó haciendo gran ruido sobre el duro suelo de tierra; ninguno de los Nott se acercó siquiera a verificar su estado.

- Entonces el joven Malfoy ha aceptado. – concluyó el mayor.

- ¿Tenía otra opción? En cuanto sugerí que su mamita podría resultar lastimada si no se sumaba a la causa actuó como un corderito. – rió con cierto desprecio Theodore.

- Pero no le has dicho más de lo necesario. – advirtió su abuelo.

- Desde luego que no, no te preocupes. Él ya había oído algo de La Gran Noche y le expliqué a grandes rasgos cuál sería su papel, pero no le di nuestra ubicación ni una fecha exacta; le dije que estaríamos en contacto. – resumió el joven.

- Bien, bien, las cosas van encaminadas. – se alegró el viejo. – Ahora vamos a comer algo y a que me cuentes con detalles tu viaje.

- Seguro, abuelo. – aceptó el joven.

Theodore se quedó al pie de la escalinata observando cómo su abuelo hacía grandes esfuerzos para levantarse de la silla y subir los peldaños uno a uno; no se ofreció a ayudarle, lo habría abofeteado. Cuando lo vio en lo alto se apuró a seguirlo.

- ¿No le vas a quitar los hechizos? – preguntó el mayor fuera de la mazmorra y señalando la vieja celda.

Su nieto pareció meditar la pregunta y con una divertida sonrisa se encogió de hombros.

- Quizá mañana. – contestó.

Su abuelo le palmeó la espalda satisfecho y se dirigieron a la primera planta mientras hablaban de sus planes futuros.

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En la oficina del Ministro de Magia, Kingsley Shackelbot revisaba una pila de pergaminos cuando su secretaria hizo aparecer un pequeño papel sobre su escritorio. Lo leyó con una mueca de resignación y tras escribir un par de líneas, lo envió de vuelta.

Unos minutos después golpearon a su puerta con energía.

- Adelante. – dijo al tiempo que se acomodaba en la silla.

Harry abrió la puerta cediéndole el paso a Hermione y Ron, siendo el último en ingresar.

Kingsley se incorporó y extendió la mano con grandes muestras de aprecio.

- Hermione, Ron, Harry; es un gusto verlos. – saludó con cariño.

- Buenos días, Kingsley, lamento que llegáramos sin avisar antes, gracias por recibirnos. – le dijo Harry.

- Ustedes no necesitan hacer una cita, ya lo he dicho. Por favor, siéntense. – ofreció haciendo aparecer unas sillas.

Los chicos ocuparon los asientos y se vieron entre sí con nerviosismo. Una cosa era planear cómo abordar esa conversación y otra muy distinta llevarlo a cabo sin parecer acusadores.

- ¿Por qué no les hago las cosas un poco más fáciles y ahorramos tiempo? Oí que conocieron al señor Taylor. – soltó sin ambages el Ministro.

Harry se inclinó hacia delante en la silla con expresión atenta mientras Ron y Hermione lucían asombrados; el pelirrojo quedó boquiabierto.

- No vas a andarte con rodeos, ¿no? – atinó a decir Harry pasados unos minutos de silencio.

- Considerando las actuales circunstancias, no. – respondió Kingsley.

- ¿Qué circunstancias?- intervino Hermione con el ceño ligeramente fruncido.

Kingsley suspiró apesadumbrado y le dio vueltas a una pluma entre los dedos.

- Kingsley, ¿qué circunstancias? ¿Qué está pasando? – insistió Harry con voz tensa.

- Según tenía entendido ustedes ya sabían algunas cosas. – tanteó el Ministro.

- ¿Saber? ¡No sabemos nada! Sólo hemos hablado con ese auror Hawaiano que enviaste a seguirnos y él no dijo mucho. – exclamó Ron cuando recuperó la voz.

- Es australiano, Ron. – lo corrigió Hermione con los dientes apretados.

- De donde sea. Ese hombre, Travis, dijo que lo enviaron de su Ministerio a vigilarnos y que sólo obedecía órdenes, eso fue todo. – siguió el pelirrojo exaltado.

- Señor Weasley, comprendo que esta no es una situación agradable, pero le agradecería que se calme. – pidió Kingsley con tono reprobador.

Ron guardó silencio y se cruzó de brazos con expresión rebelde.

- Lo que necesitamos es la historia completa, Kingsley. Prefiero creer que si nos has estado vigilando y actuando a nuestras espaldas ha sido porque pensabas que hacías lo correcto, pero ya es suficiente; dinos qué ocurre. – exigió Harry con frialdad.

- Decidí cuando me enteré de su encuentro con el señor Taylor que si venías a pedirme que te dijera la verdad, lo haría. – indicó poniéndose de pie.

Los jóvenes se incorporaron también al ver que el Ministro se dirigía a la puerta.

- Kingsley, ¿a dónde vas? – le preguntó Harry sin comprender.

- Vamos, Harry, vamos. Visitaremos a un viejo amigo y tendrás tus respuestas, aunque me temo que no sean muy agradables, ¿me siguen? – invitó abriendo la entrada.

Harry dio un vistazo a sus amigos y con un asentimiento en simultáneo caminaron tras el mayor; no importaba qué tan malo pudiera ser lo que tenía para decirles, siempre sería mejor que no saber.

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Cuando Kim regresó a la casa-cuartel luego de vigilar a algunos mortífagos recién identificados, encontró el lugar con un ambiente polar; casi se podía percibir la tensión.

En el salón, Laria seguía con su labor de revisar pergaminos y anotar datos que pudieran resultarles de utilidad, pero pasaba los folios con tal ira que resultaba difícil creer que aún no hubiera roto nada. La saludó con amabilidad, pero ella apenas si dio una cabezada de mala gana.

El oriental se encogió de hombros y salió de la habitación para buscar a Moody en la biblioteca, pero se sorprendió al toparse con Travis en las escaleras que llevaban al jardín.

- ¿Qué estás haciendo aquí? – preguntó Kim sin rodeos.

- Vivo aquí, ¿recuerdas? Buenos días para ti también. – replicó el rubio con sarcasmo.

- Deja las malas bromas, Travis; lo que quise decir es porqué no estás vigilando a Potter y a sus amigos. – insistió Kim.

El hombre se pasó la mano por el cabello, fastidiado y se apoyó de brazos cruzados en la pared más cercana.

- Lo siento, no es tu culpa; es que con Moody y Laria tratándome como a un idiota todo el tiempo…- se disculpó el rubio.

- Entiendo, sólo no les hagas caso. Alastor ladra más de lo que muerde y se le pasará pronto; en cuanto a Laria, bueno, acabo de verla y no parece muy comunicativa. – mencionó el hombre con una sonrisa torcida.

- Pero si las miradas mataran ya podrían haberme enterrado varias veces.- medio que rió el otro también.

- Ese es uno de sus talentos, no te lo tomes como algo personal; está muy nerviosa por el silencio de Alastor, odia que la tengan en la ignorancia. – le comentó Kim. – Por cierto, ¿dónde está él? Y no me has dicho qué estás haciendo aquí a estas horas.

- Puedo resolver tus dudas fácilmente. “El Gran Señor Auror que nunca se equivoca” está en la biblioteca y en cuanto a lo otro, me ordenó que no dejara la casa, lo mismo que a “Doña amargada”; no quiso contestar cuando le pregunté el motivo. – informó el rubio reprimiendo un bostezo. – Ah, si, y dijo que no lo fueran a molestar porque está muy ocupado; si, claro, como si no supiera que está allí redactando un informe de lo mal subordinado que soy para enviárselo a mis jefes en Sydney….

- Sigue hablando a mis espaldas y eso será lo primero que haga. – los sorprendió una voz severa.

Los dos compañeros vieron al viejo auror acercándose con su ligera cojera y un legajo de pergaminos bajo el brazo.

- Alastor. – saludó Kim con una ligera inclinación.

- Gran Jefe. – se sumó Travis algo burlón.

- No presiones, Taylor, o estarás de vuelta en casa sin trabajo y unos cuantos moretones. – le advirtió Moody.

- Me decía Travis que les has pedido que no dejen la casa, ¿la orden va también para mi? – intervino Kim para evitar más discusiones.

- Sí. ¿Está Laria en el salón? – preguntó el viejo adelantándose.

- Allí la dejé hace un momento. – contestó el oriental.

- Bien, vamos para allá. – indicó Moody siguiendo su camino.

Travis y Kim lo siguieron hasta la otra habitación donde Laria continuaba lanzando pergaminos y usando la pluma como un puñal contra el tintero. Levantó la mirada y alzó una ceja cuando vio acercarse a los tres hombres.

- Vamos a sentarnos que tenemos mucho de qué hablar. – anunció Moody acomodándose en una vieja poltrona.

Los hombres obedecieron de inmediato mirándolo interesados, mientras la mujer se erguía en el asiento dejando su actitud enfurruñada.

- ¿Vas a contarnos lo que sucede? – preguntó ella esperanzada.

- Sí, pero primero tenemos que esperar a que lleguen las visitas, no deben tardar. – mencionó Moody.

Travis, que estaba jugando con la varita entre los dedos, la dejó caer de la impresión.

- ¿Visitas? – repitió aturdido. - ¿Qué visitas?

Moody no contestó, ocupado en chasquear la lengua y mover la cabeza con reprobación.

Los demás se vieron entre sí con curiosidad y una certeza más que obvia: quienes fueran a venir no tendrían un recibimiento muy amigable de parte del viejo auror.

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En la Mansión Malfoy, Draco y Narcisa compartían el desayuno, atendidos por un séquito de elfos domésticos que se movían casi en puntillas. Los fines de semana acostumbraban sentarse juntos a la hora de las comidas para comentar los últimos acontecimientos.

Sin embargo, este día ninguno había dicho más que un par de frases lacónicas, apenas si tocaban los apetitosos platillos.

- Draco…- empezó la mujer de pronto.

- Es mejor que no sepas, madre. – la atajó el hijo con firmeza.

- Entonces estoy en lo cierto, ¿verdad? Los Nott están planeando algo y quieren involucrarte. Por favor, Draco, no de nuevo, ya he sufrido mucho por ti. – suplicó Narcisa dejando su semblante altivo.

Draco suspiró y extendió una mano para cubrir la de su madre.

- Madre, escucha, debes entender que estarás a salvo si no sabes nada; conoces a los Nott, son peligrosos. – le dijo el rubio muy serio.

- Pero tú…- insistió Narcisa.

- Yo estaré bien, seguiré yendo a mis clases, olvida lo que hayas visto u oído; yo me encargaré de todo. – aseguró su hijo.

- ¿Encargarte de qué? Draco, ¿qué puedes hacer? Si ellos quieren que te unas a su locura no podrás negarte y todo empezará una vez más. – agachó la cabeza la mujer.

- No, no será así, te lo aseguro; ¿realmente piensas que no he aprendido nada? – preguntó con cierta amargura.

Narcisa se incorporó en el asiento más derecha y vio a su hijo con ansiedad.

- ¿En qué estás pensando? – inquirió ella a su vez.

- Tengo tiempo aún, no fue inteligente de parte de Theodore ponerme sobre aviso, encontraré una salida. – indicó el muchacho.

- ¿Estás seguro? – dudó Narcisa.

- Te lo prometo, madre, no volveré a ser la marioneta de nadie; yo decidiré qué hacer y si para mantenernos a salvo tengo que pactar con el mismo Diablo, lo haré. – le dijo con un brillo extraño en la mirada.

Narcisa lo vio angustiada, y tras darle un ligero apretón en el brazo, volvió la atención a su plato, sin poder evitar el ligero temblor con el que tomaba los cubiertos.

Draco, por su parte, había recobrado su semblante orgulloso y una expresión calculadora apareció en su rostro.

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En las afueras del pequeño poblado, un grupo de personas se apareció en silencio, tres de ellos más que desconcertados.

- ¿Qué hacemos aquí, Kingsley? – preguntó Harry.

- Ya te lo dije, vamos a ver a un viejo amigo que tiene las respuestas que estás buscando. – respondió sucinto el mayor sin dejar de caminar.

Los jóvenes apenas si podían contener la impaciencia, pero siguieron a Kingsley por un corto trecho hasta llegar a las puertas de una antigua casona de apariencia ruinosa.

El hombre tocó la verja con la palma de la mano y esta se abrió de inmediato, cediéndoles el paso. Al llegar a la puerta principal, Kingsley giró ligeramente hacia los muchachos que iban tras él.

- Por favor, una vez que se hayan recuperado de la impresión deben escuchar atentamente y no hagan demasiadas preguntas, a él nunca le han gustado. – comentó antes de tocar con un golpe seco la aldaba.

Antes de que alguno de los tres atinara a replicar semejante comentario, la puerta se abrió con un movimiento enérgico.

Frente a ellos se encontraba Travis, tan asombrado o más que los visitantes.

- ¡¿Ustedes son las visitas?! – exclamó aturdido.

- Señor Taylor. – saludó Kingsley.

- Señor Ministro, buenos días. – respondió el rubio recordando frente a quién estaba.

- ¿Esta es tu casa? – preguntó Ron, para luego dirigirse al mayor. – A él ya lo conocemos y no dice mucho.

- Eso es porque no estoy autorizado a hacerlo. – le contestó Travis molesto.

- Señor Taylor, ¿podemos pasar? – le preguntó el Ministro con cierta impaciencia.

- Ah, si, perdón. – se disculpó el rubio haciéndose a un lado.

Al entrar en la casa no pudieron reprimir una exclamación de asombro al ver el buen estado de conservación, totalmente diferente al exterior.

- Es mejor que luzca abandonada por fuera, así no atrae a curiosos. – explicó Travis. – Los demás esperan en el salón.

Abrió la marcha con paso apurado mientras los otros lo seguían a cierta distancia, no dejaban de sentir cierto recelo al encontrarse con un extraño en una casa abandonada aún cuando fuera el mismo Kingsley quien los llevara allí.

Las puertas dobles del salón se abrían de par en par y los jóvenes entraron sin saber qué esperar.

Lo primero que notaron fue a un hombre alto y de aspecto oriental con expresión taciturna que elevó las cejas ligeramente al verlos; fuera de eso no mostró mayor emoción.

No ocurrió lo mismo con la mujer a su lado. Morena y de rostro atractivo, abrió los ojos al máximo al verlos entrar; Harry la reconoció de inmediato como la extraña que viera en su última visita al Callejón Diagon. Iba a hacer un comentario al respecto cuando un resoplido a su derecha lo distrajo.

Ron y Hermione estaban pálidos y contemplaban un rincón de la habitación como si se les hubiera aparecido un Dementor, el muchacho giró a ver el motivo de su reacción y sintió cómo se le doblaban las rodillas.

- ¿Moody? – logró articular apenas.

El viejo se puso de pie apoyándose en el bastón y se les acercó hasta quedar a un palmo de distancia.

- ¿Así que siguen tan curiosos como siempre? – preguntó con tono seco.

- Pero tú estás…- tartamudeó el muchacho.

- Muerto. – completó Ron por él.

- ¿Parezco muerto, Weasley? – replicó el hombre.

Ron negó con la cabeza, muy aturdido aún para decir algo más.

- No puede ser, ¿realmente eres tú? – preguntó Hermione con un hilo de voz.

- ¡Muy bien, Granger! Comprobar la identidad, eso es muy importante; al menos alguien recuerda lo fundamental. – aprobó Moody con tono satisfecho.

- ¡Eres tú! – dijo Harry como si ese solo comentario le hubiera terminado de convencer. - ¡Realmente eres tú!

Moody cabeceó en señal de afirmación y regresó muy tranquilo a su asiento.

- Pero cómo… ¡te moriste! –insistió Ron convencido.

- Eso he oído. – replicó el viejo muy parco.

- ¿Porqué no nos sentamos todos? – propuso Kingsley suavemente.

Los más jóvenes asintieron y ocuparon un sillón lo suficientemente grande para los tres; los demás buscaron sillas dispersas por el salón.

- Te vieron morir. – musitó Harry sin despegar la vista del hombre sentado al rincón.

- Me vieron caer. – corrigió secamente Moody.

- ¿La maldición de V-Voldemort no te dio? – preguntó Ron incrédulo.

- No. – respondió aún más escueto el auror.

- Enterré tu ojo. – comentó Harry sacudiendo la cabeza.

- Sí, bueno, agradezco el detalle; sé que te metiste en problemas por eso. Este que traigo es nuevo. – dijo Moody señalando su rostro.

- No entiendo. – habló Hermione tras permanecer en silencio.

- ¿Qué no entiendes? – se dirigió a ella el mayor.

- Si no moriste, ¿dónde estabas? Te buscaron, todo el Ministerio lo hizo. Y los ataques de Voldemort, la batalla, ¿qué hacías cuando eso ocurrió? – le preguntó la joven casi sin respirar.

- Me hubiera gustado estar allí, sé todo lo que pasó; el dónde estuve no importa ya. – rechazó Moody.

- ¿Qué clase de respuesta es esa? Pensamos que estabas muerto y ahora resulta que no. ¡Tienes que contarnos lo que pasó! – le exigió Ron.

- ¿Tengo? ¡Yo no tengo que decirles nada, Weasley! Bastante hago con permitir que estén ustedes aquí. – espetó Moody furioso.

Kingsley se aclaró la garganta con discreción y se levantó del asiento situándose en medio del salón.

- Muchachos, comprendo su sorpresa y es lógico que deseen hacer todas esas preguntas, pero debemos respetar a Alastor. Él tiene motivos muy…suyos para haber permanecido todo este tiempo alejado y no dudo que cuando lo crea oportuno los compartirá con ustedes. – indicó el Ministro.

El auror rumió disgustado e hizo un movimiento extraño con la cabeza, exhibiendo una mueca escéptica.

- Ahora debemos recordar el motivo que nos trajo aquí. – continuó Kingsley. – Nos enfrentamos a un serio peligro.

Harry, Ron y Hermione continuaron observando a Moody, pero este les ignoraba dándole vueltas a su bastón.

Laria, Kim y Travis, por otra parte, parecían incómodos de encontrarse en medio de una situación que intuían tan personal; ninguno de ellos esperaba que la reunión se iniciara con semejante drama.

Sin embargo, ya habían esperado mucho por una explicación y no podían quedarse en silencio viéndose las caras por siempre.

- Lamento interrumpir este reencuentro tan…interesante, pero nos reunieron aquí para informarnos del caso por el que llegamos a este país y al menos yo no pienso esperar más. – indicó Laria con tono firme.

- Sonará raro, pero estoy de acuerdo con ella. – intervino Travis.

- Me parece más que justo, ¿Por qué no empezamos con las presentaciones? Si me permiten…- aceptó Kingsley.

Todos asintieron, menos Moody que permaneció aparentemente indiferente a lo que se hablaba.

El Ministro suspiró resignado y se acercó a los tres más jóvenes.

- Creo que conocen a la señorita Hermione Granger y a los señores Ronald Weasley y Harry Potter. – mencionó al tiempo que los señalaba.

De inmediato se dirigió a los extranjeros y empezó a señalarlos uno a uno.

- Ya han tenido la oportunidad de tratar con el señor Travis Taylor; viene desde Australia. – señaló el mago.

Travis hizo una ligera reverencia y guiñó un ojo divertido.

- La señorita es Laria Thalassinos y la envió el Ministerio Griego. – continuó Kingsley.

Laria apenas si inclinó la cabeza y retomó su actitud distante.

- Este es el señor Kim…lo siento. – se disculpó el Ministro algo apenado.

- Cheol Yeonk. – completó el oriental con una reverencia formal.

- No se preocupe, Ministro, llevo meses intentándolo y hasta ahora no logro pronunciar su apellido. – intervino Travis.

- Sí, bueno el señor…Kim viene de Corea. – completó la presentación Kingsley.

- ¿Porqué? – preguntó Ron de pronto.

- ¿Porqué viene de Corea? – replicó Travis confundido.

- ¡No! ¿Por qué están aquí? ¿Qué está pasando? – insistió el pelirrojo.

- Excelente pregunta. – aprobó Laria con una mirada a Moody.

El viejo se inclinó hacia delante en su asiento y apoyó ambas manos en el bastón.

- Necesito que escuchen atentamente lo que voy a decir; quizá algunos de ustedes hayan oído algo, pero no quiero interrupciones, guárdense las preguntas hasta que termine, ¿de acuerdo? – ordenó más que preguntó.

Los otros ocupantes del salón asintieron de inmediato, a excepción de Kingsley que sabía bien de que trataba lo que estaba por revelar el auror.

- Esto es un poco complicado, ¿por dónde empiezo? – se preguntó Moody. – Bueno, vamos por partes y luego seguro que podrán atar cabos; mal que bien ninguno es tonto y…

- ¡Moody, empieza ya! – se impacientó Laria.

- ¿Qué dije de las interrupciones? – la regañó el mayor. – Como si no lo fueran a hacer igual. Está bien, empiezo. Hace unos meses, casi un año, yo estaba en…bueno, eso no interesa; el punto es que me llegaron unos rumores de lo más extraños. Según mi fuente, un grupo de ex seguidores de Voldemort se estaban moviendo más de lo normal, por decirlo así. Ustedes ya saben que casi todos los mortífagos fueron encarcelados o murieron en la Batalla de Hogwarts, pero como ocurrió en la Primera Guerra, algunos o se escaparon o lograron burlas las investigaciones del Ministerio y quedaron limpios por falta de pruebas. – dijo mirando a Kingsley con el ceño fruncido.

- Sabes que hacemos todo lo posible, Alastor. – le replicó el aludido con tono de advertencia.

- Sí, sí, ya todos sabemos que no puedes encarcelar a alguien que piensas es un mortífago por reunirse con otro que parece seguir sus pasos; lo único que se puede hacer es vigilarlos. Ahora, como decía, algunos de ellos se empezaron a reunir, lo que es raro porque si quieres pasar desapercibido no buscas a más gente como tú que llamará la atención, pero ellos lo hicieron y fue suficiente para ponernos en alerta, ¿verdad, Kingsley? – le preguntó.

- Así es. Sin embargo, reunirse no constituye un delito y sólo eran dos o tres y de un rango inferior en la época de Voldemort; reconozco que hasta que Alastor vino con sus noticias no le di especial importancia. – aceptó el Ministro viéndose ligeramente culpable.

- ¿Y cómo ibas a saber lo que tramaban? Yo no lo he confirmado hasta hace poco. – lo tranquilizó el mayor.

- ¿Confirmaste qué? – intervino Harry con tono firme.

El muchacho parecía haber dejado, al menos por el momento, su sorpresa de encontrarse con Moody y enfocaba todos sus sentidos a lo que estaba oyendo.

- ¿Alguno de ustedes ha oído hablar de La Noche de Walpurgis? – preguntó Alastor como si estuviera en medio de una clase.

Hermione y Kim aspiraron profundamente y vieron a Moody con sorpresa; los otros, salvo Kingsley, no expresaron más que confusión.

- ¿La Noche de qué? – preguntaron Travis y Ron a coro.

- La Noche de Walpurgis es la noche de mayor influencia mágica en todo el año, cuando mejor se pueden realizar los hechizos y conjurar fuerzas oscuras. – respondió Kim muy conciso.

- Creí que era en Halloween…- empezó Harry frunciendo el ceño.

- Un error común, lo que pasa es que las nuevas generaciones ya no conocen su historia. Halloween es una noche importante, no lo niego, pero en su época no había nada más poderoso que invocar un hechizo La Noche de Walpurgis. Sin embargo, la costumbre se fue perdiendo con el tiempo porque como bien dijo Kim, usualmente era aprovechada por los magos oscuros y se convirtió en motivo de sospecha si veías a alguien celebrarla, de modo que se fue perdiendo en el olvido y Halloween cobró mayor importancia; comparada con Walpurgis parece cosa de niños. – mencionó secamente Moody.

Los demás guardaron silencio en tanto procesaban la información.

- Supongo que pueden adivinar a quienes les encantaba esa fecha y se hacían llamar Los Caballeros de Walpurgis. – comentó el mago al cabo de unos minutos.

- Los mortífagos. – respondió Hermione de inmediato.

- Sí, esas escorias pretenciosas. – casi escupió Moody.

- Nunca escuché que ellos acostumbraran celebrar esa noche. – indicó la joven.

- No lo hacían; Voldemort se los tenía prohibido. Recuerden que estaba seguro de que no había nadie más poderoso que él y no le iba a hacer ninguna gracia que sus seguidores estuvieran rindiéndole culto a nada que no fuera él mismo. – anotó el mayor. – Pero eso no quiere decir que al menos las familias de sangre limpia, las más antiguas, no conocieran de su importancia.

- Mi familia es antigua y nunca he escuchado nada de eso. – objetó Ron.

- Eso es porque la mayoría de tu familia siempre ha sido gente decente, Weasley, es lógico que lo dejaran pasar; yo me refiero a familias de magos oscuros. – replicó Moody.

- ¿Cómo los Nott? – preguntó Laria de pronto.

- ¿Nott? – intervino Harry. – Fuimos a la escuela con un Nott, estaba en Slytherin, pero no hablaba mucho, ni siquiera para molestar, ¿qué tiene que ver con esto?

- Yo les cuento. – se sumó Travis. – Parece que los Nott fueron cercanos seguidores de Voldemort. Moody nos explicó hace poco que el padre del muchacho que fue su compañero era un mortífago que murió en la Batalla de Hogwarts. Ahora, hasta donde se sabía, su hijo no llegó a enrolarse.

- ¿Hasta donde se sabía? – repitió Harry.

- Hace poco, revisando los documentos enviados por el Ministro referidos a las actividades de mortífagos prófugos y sus familiares, llamó nuestra atención que este muchacho, Theodore, entraba y salía del país con mucha frecuencia, de modo que empezamos a seguirlo con mayor cuidado. Es muy astuto y sabe moverse sin llamar la atención, pero si bien no puedo acusarlo de nada porque no tenemos pruebas, he visto que se reunía con varios mortífagos sentenciados. – fue el turno de Kim de explicar.

- Yo les cuento lo del abuelo. – intervino Laria entusiasmada por las respuestas que esperaba. – Resumiendo, el abuelo de este chico fue compañero de escuela de Voldemort en su juventud y se sospecha que no sólo simpatizaba con sus ideas sino que lo apoyó con dinero y lugares para reunir a sus seguidores al inicio, pero nunca se hizo mortífago, no sabemos porqué. En teoría, el viejo murió hace muchos años y es su nieto el que parece seguir la tradición familiar.

- Entonces, ustedes piensan que Theodore Nott y un grupo de mortífagos intentan hacer algún tipo de ritual La Noche de Walpurgis, ¿correcto? – intentó aclarar Hermione.

- Lo de La Noche de Walpurgis nosotros no lo sabíamos, pero ahora vemos que es así, ¿no, Moody? – preguntó Travis.

- Son los informes que me llegaron, si, aunque apenas hace poco tiempo confirmamos que Nott está involucrado. – aceptó el viejo.

- ¿Y qué piensas que van a hacer exactamente? ¿Qué o a quién van a invocar? – inquirió esta vez Kim.

- Podría ser saber cualquier cosa, no hay manera de saberlo. – negó Kingsley. – Existen miles de rituales posibles…

- ¡El muggle! ¡El sacerdote que secuestraron! Está relacionado de alguna manera, ¿cierto? – intervino Hermione de pronto.

- Creemos que así es, aunque no podemos asegurarlo; no obstante, si fueron ellos quienes se lo llevaron podrían querer utilizarlo para algún tipo de sacrificio. – opinó Kim.

- Ah, sí, y no es un muggle en realidad sino un Squib, nos acabamos de enterar. – acotó Travis.

Los más jóvenes parecían sobrecogidos por todo lo que acababan de oír. Hermione se mordía los labios con nerviosismo, mientras Ron pasaba las manos por su rostro y cabello. Harry, por su parte, se sentó muy derecho con expresión concentrada.

- ¿Qué vamos a hacer? – preguntó finalmente.

Moody y Kingsley intercambiaron una mirada mezcla de inquietud y resignación.

- De nada serviría decirles que no se involucren, ¿verdad, Potter? – se dirigió a él Moody con tono exasperado.

- No. – respondió el muchacho decidido.

- Lo mismo digo. – se sumó Hermione de inmediato. – Si Harry está en esto, nosotros también.

- Cierto. – asintió Ron aún confundido.

- Un momento. – intervino Laria. - ¿Van a dejar que estos niños participen?

- ¿Niños? – repitió Ron ofendido.

- Sí, niños. Acaban de salir de la escuela, por favor. – replicó la mujer.

- Señorita Thalassinos, estos jóvenes, no niños, han pasado por cosas que usted sólo puede imaginar y han demostrado un valor inigualable. En lo personal, me sentiría honrado de que se unieran a nosotros; lo único que me entristece es que se involucren cuando hace mucho ganaron el derecho a vivir en paz. – Kingsley habló con voz profunda en tono de reprobación.

Los aludidos lo vieron con agradecimiento y la mujer guardó silencio, pero no varió su expresión de reproche.

- Vamos, Laria, no me molestaría un poco de ayuda y ver caras nuevas; eres linda pero puedes resultar un poco estresante también, ¿sabes? – comentó Travis con tono inocente.

Laria lo vio con chispas saliendo de los ojos y Travis agradeció nuevamente que no pudiera matarlo con la mirada.

- ¿Qué opina usted, Kim? – Kingsley se dirigió al silencioso hombre.

- Si usted y Alastor están de acuerdo, yo sólo puedo obedecer. – respondió el oriental con su parquedad habitual.

- Eso es lo más parecido a un “sí” que le sacarán. – acotó Travis.

El Ministro se dirigió entonces al hombre mayor sentado en un rincón.

- ¿Alastor? – llamó.

Moody se enderezó y taladró con la mirada a cada uno de los tres chicos que lo veían expectantes desde el sofá.

- No importa lo que piensen, yo estoy a cargo y tendrán que obedecer sin chistar porque a la primera queja que les escuche estarán fuera. No quiero heroísmos ni nada de trabajar por su cuenta, aquí tenemos rangos y tienen que respetarlos aunque no estén de acuerdo; ellos son aurores ya recibidos y lo hacen, al menos la mayor parte del tiempo. – dijo Moody viendo a Travis de reojo.

- Eso dolió. – musitó el rubio por lo bajo.

- Seguirán con sus estudios como si nada pasara; aquí la discreción es primordial, recuerden que no tenemos nada concreto para acusar a esta gente y si se saben descubiertos pueden escapar como las ratas que son. – anotó el auror.

- Ese fue uno de los motivos por los que Alastor aconsejó que recurriéramos a otros Ministerios para reclutar aurores extranjeros; no hay manera de que los mortífagos sepan quienes son y eso ocasiona que se confíen, lo que nos conviene. – agregó Kingsley.

- ¿Entonces cuál será nuestro trabajo? – preguntó Harry.

- Ya lo dije, Potter, están a mis ordenes y cuando sea preciso me comunicaré con ustedes. Taylor estará cerca para que no piensen que los quiero hacer a un lado, él les llevará noticias tan pronto como sepamos algo nuevo. – les dijo Moody adivinando su desconfianza.

- ¿Y qué pasa si somos nosotros los que tenemos información valiosa? – preguntó Hermione de pronto.

Moody la vio con el ceño fruncido y una ligera sospecha.

- ¿Qué sabes, Granger? – inquirió él a su vez.

- ¿Serán ustedes tan colaboradores con nosotros como dices? – insistió la chica con astucia.

- Granger…- advirtió el mayor con impaciencia.

- Hermione, tienes mi palabra de que no les ocultaremos nada. – intervino Kingsley.

Hermione lo vio con cierta desconfianza y miró a Harry por el rabillo del ojo antes de empezar a hablar.

- A inicios de semana vi a Draco Malfoy reunirse con un extraño en un edificio abandonado de la Academia; entonces no supe quién era porque sólo oí su voz, pero ahora que lo pienso, estoy segura de que se trataba de Nott. – informó.

- ¿Qué fue lo que hablaron? – le preguntó Kim interesado.

- No fue mucho en realidad, sonó como que Nott le ofrecía algo a Malfoy, mejor dicho formar parte de algo, si bien él no parecía muy entusiasmado. – reconoció la joven.

- La Noche de Walpurgis. – adivinó Kingsley.

- Por lo que nos han dicho, si, supongo que se trataba de eso. – aceptó Hermione.

- No me extraña nada que haya pensado en Malfoy, da con el perfil: sangre limpia, seguidor de Voldemort…- opinó Travis.

- Bueno, allí tienen su primera asignación; ustedes tendrán que vigilar a Malfoy, especialmente tú, Granger, ya que comparten clases. – les dijo Moody.

- ¿No sería mejor que lo interrogáramos de una vez? Eso puede ser muy peligroso. – intervino Harry en desacuerdo.

- ¡Ya empezamos! ¡Discreción, Potter! Nada de ponerlos sobre aviso, acabo de decirlo. – refunfuñó el mayor.

- Está bien, Harry, puedo hacerlo. – Hermione tranquilizó a su amigo.

El muchacho pareció no estar muy seguro, pero decidió no discutir más en ese momento; ya podrían hablar más tranquilos en cuanto llegaran a casa.

- Creo que por ahora ya ha sido suficiente, tienen mucho en qué pensar ustedes tres. – dijo Kingsley dirigiéndose a Harry y sus compañeros.

- ¿No hay nada más que podamos hacer? – insistió él.

- Por ahora no; como dijo Alastor el señor Taylor será su enlace con nosotros. – replicó el Ministro.

El silencio se instaló en la habitación por unos minutos, como si cada uno de sus ocupantes se encontrara perdido en sus propios pensamientos.

- Entonces…nosotros nos vamos, ¿no? – Ron fue el primero en hablar.

- Sería lo mejor. ¿Creen que puedan regresar ustedes solos? Necesito hablar con Alastor. – les dijo Kingsley.

- Seguro. – aceptó Harry.

- Yo los acompaño. – se ofreció Travis.

Los tres jóvenes apenas si se despidieron, especialmente porque Kingsley fue el único más o menos amable. Kim y Laria permanecieron distantes, mientras que Moody a lo mucho si gruñó un “hasta pronto”.

Una vez fuera de la casa respiraron aliviados el aire fresco, en tanto el rubio los veía ligeramente divertido.

- Así que trabajaremos juntos, ¿eh? Será interesante, hay muchas cosas que podrían contarme y tal vez yo pueda darles una mano con sus estudios. – dijo amablemente dirigiéndose a Ron y Harry.

- Claro, gracias. – atinó a contestar el pelirrojo.

Lejos del camino de entrada se detuvieron listos para desaparecer.

- Nos estaremos viendo. – se despidió Travis antes de volver a la casa.

Poco después los tres muchachos aparecieron en la puerta de Grimmauld Place y apenas entraron al lugar, Ron se lanzó sin ceremonias sobre el asiento más cercano.

- ¿Les duele la cabeza tanto como a mi? – preguntó cubriéndose el rostro con un cojín.

Harry y Hermione ocuparon el sillón frente a la chimenea y tras asentir con pesadez, recostaron sus cabezas en el respaldar.

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