viernes, 11 de junio de 2010

DESTINO: CAPITULO 15

Disclaimer: Todos los lugares y personajes conocidos pertenecen a J. K. Rowling.

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Hermione apareció a las afueras de Malfoy Manor, y se escurrió entre unos arbustos, sentándose sobre el tocón de un árbol recién talado.

Confirmó la hora en su reloj. Apenas eran las tres, Kim tardaría al menos media hora más en llegar.

Salió temprano de la Academia, con la idea de pasar por la casa de Grimmauld Place, y hablar con los muchachos, pero cambió de opinión a último minuto. Lo mejor sería averiguar primero lo que Malfoy tenía para decir, y luego podría hablar del asunto con ellos.

Aún no superaba la impresión del mensaje enviado por Malfoy en la primera hora de clase. Apenas un par de líneas en las que le pedía ir urgentemente a su casa a media tarde. Lo que más le sorprendió fue que no hubo un solo insulto en toda la frase; en realidad, pareció un pedido casi civilizado.

Se comunicó de inmediato con Kim, tal como él le había indicado que hiciera, y ahora debía esperar su llegada para acercarse juntos a la entrada, y escuchar lo que Malfoy parecía estar tan ansioso por contar.

Aprovechó ese momento a solas para pensar en Harry, y una dulce sonrisa se dibujó en sus labios.

No podía creer todo lo ocurrido en los últimos días; por momentos, le parecía un extraño sueño.

Desde la noche en que Harry se quedara durmiendo con ella en su habitación, algo parecía haber cambiado. No se trataba sólo de las miradas disgustadas que les dirigía Ron cada vez que los veía juntos, y el cómo buscaba alguna excusa para desaparecer y dejarlos a solas. En realidad, esa actitud en particular era algo que le dolía mucho, y sabía que Harry sentía lo mismo; aunque se apresurara en decirle que no se preocupara, ya que su amigo iba a superar ese malestar muy pronto.

A veces, pensaba que era muy egoísta de su parte, pero le resultaba tan sencillo olvidar todo lo malo cuando Harry y ella estaban juntos. De alguna manera, habían llegado a un extraño equilibrio. Ninguno había puesto en palabras lo que sentían el uno por el otro, y mucho menos se les ocurría mencionar a Ginny, y lo cerca que estaban ya las vacaciones de Navidad, cuando Harry iría a hablar con ella.

Se contentaban con tomarse de la mano cuando nadie los veía, quedándose hasta muy tarde por las noches, conversando tal como siempre, sólo que ahora intercambiaban besos, a la par que reían como si estuvieran descubriendo algo nuevo para ellos, que nadie más conocía.

Debía reconocer que nunca sintió algo parecido. No que tuviera mucha experiencia, por supuesto, pero una parte de sí le decía que estaba ante algo completamente desconocido, grande, y tan maravilloso que hasta le inspiraba un poco de miedo. No que le temiera a Harry, claro que no, suponía que era ese sentimiento al que aún no podía ponerle un nombre lo que le asustaba.

Allí estaba de nuevo, como siempre. Al parecer no podía hacer nada sin analizarlo. Sacudió la cabeza, al tiempo que recordaba cómo nunca pensaba en esas cosas cuando estaba al lado de Harry; suponía que era algo bueno, y otra sonrisa le adornó el semblante al pensar en él.

Así la encontró Kim, al aparecer unos minutos después, a cierta distancia. Según se acercaba, su ceño fruncido se fue suavizando, y una mueca de divertida extrañeza afloró a sus labios. Cuando estuvo a unos pasos de la joven, dio una suave palmada, y estuvo a punto de soltar una nada común carcajada al verla saltar y empuñar la varita.

—Buenos reflejos, Hermione, pero resultaría más sensato permanecer alerta todo el tiempo, ¿no lo crees?—le preguntó a modo de saludo.

Hermione bajó la varita en cuanto lo vio, y lució avergonzada por su descuido.

—Lo siento mucho, Kim, estaba pensando en…bueno, sólo pensaba. —explicó aún más apenada.

—No te preocupes, era un consejo, no un regaño—se apresuró a aclarar con gesto amable—. ¿Y bien? El joven Malfoy parece ansioso por hablar con nosotros, según indicaste.

La chica suspiró aliviada por el cambio de tema.

—Sí, así es, o al menos, eso deduzco por lo que escribió en la nota—indicó—.No me he acercado, esperé a que llegaras.

Kim aprobó su acción con un ligero asentimiento, y le cedió el paso para acercarse a la mansión, tal como la última vez que estuvieron allí. De inmediato, como si los hubiera estado esperando, el mismo elfo que los recibiera entonces les salió al paso, y con señas nerviosas los guió hasta el interior de la casa.

Esta vez la criatura tomó un camino distinto, hasta llegar a un pequeño salón que parecía ser sólo usado por la familia.

Draco los esperaba allí, de pie, tan desdeñoso como siempre, sólo que esta vez no se encontraba solo. Su madre ocupaba un sillón, y veía a los visitantes con dureza.

Hermione sostuvo la mirada de Narcisa Malfoy con tranquilidad. Nunca le inspiró miedo, ahora que lo pensaba; a lo mucho le desagradó siempre esa actitud asqueada que asumía frente a personas que consideraba no eran iguales a ella. Pero en este momento, pareció observar un atisbo de angustia en sus ojos.

—Mi madre insiste en estar presente—indicó Draco, sin molestarse en saludar.

—Necesito explicarme de una manera apropiada—intervino la bruja.

—Pudiste decírmelo todo; yo se los habría explicado—su hijo no parecía muy contento de tenerla allí.

Kim se adelantó unos pasos e hizo una pequeña reverencia.

—Señora Malfoy, si puede decir algo que nos ayude a detener a los Nott, le estaremos muy agradecidos—señaló.

Narcisa pareció sorprendida por el respeto con el que se dirigió a ella, no era algo que esperase. Draco, en cambio, rodó los ojos y lanzó un bufido exasperado.

—¿Y usted quién es?—Narcisa miró de Kim a Hermione, alzando una ceja en gesto idéntico al de su hijo.

—Puede llamarme Kim, señora, pero me temo que eso es todo lo que puedo decir respecto a mi persona—el mago se disculpó con tono firme.

—Entiendo—la mujer se relajó tras una segunda mirada.

—Pues yo no—intervino Draco de mal talante—.No entiendo porqué nosotros debemos decirles todo y ellos nada.

Hermione se adelantó, armándose de paciencia.

—Tenemos un trato, Malfoy, y no vas a romperlo ahora. El qué hagamos nosotros no es asunto tuyo—la chica habló con dureza.

Draco le dirigió una mirada de odio, pero antes de replicar, su madre le hizo un gesto para que guardara silencio.

—No tenemos tiempo para esto, Draco, por favor—Narcisa se estrujó las manos para disimular su nerviosismo—.Cuéntales lo que ocurrió con Nott.

El rubio aceptó de mala gana, pero sin variar su expresión de desconfianza.

—Theodore vino a verme hace unos días, muy temprano, y dijo algunas cosas que pueden resultar interesantes—expresó.

Tanto Kim como Hermione lo vieron atentamente, instándolo a continuar.

Draco se tomó unos minutos para repetir la conversación que sostuviera con Nott. Confirmó lo que ya daban por seguro, que era el responsable del secuestro del sacerdote y la bruja, su participación en el ritual, así como también la falta de otros sacrificios, como los llamó él. Culminó con las extrañas palabras del muchacho respecto a quién sería la destinataria de las ofrendas.

—¿La Olvidada?—Hermione repitió el nombre, confundida.

—¿Tampoco te suena? Pensé que siendo una biblioteca parlante, Granger, sabrías a quién se refería Theodore—Malfoy se permitió una mueca burlona.

—Pues no, no lo sé, jamás la he oído nombrar—la joven ignoró sus provocaciones.

—Y te pidió que le preguntaras a tu madre—intervino Kim.

Hermione giró a mirarlo, extrañada por su tono más grave de lo usual, y comprobó, inquieta, que parecía muy preocupado.

Narcisa también pareció notar el cambio, por lo que entrecerró los ojos, con expresión suspicaz.

—Tú sabes—dijo, y pareció más afirmación que pregunta—¿Eres sangre limpia también?

Kim asintió, con un rictus amargo, casi imperceptible.

—Ya veo—comentó la bruja—.Entonces comprendes.

El mago asintió nuevamente.

Draco, que había seguido el intercambio de palabras y gestos con atención, intervino casi ofendido.

—Yo soy de sangre limpia también, y no sé a qué se refería Nott—reconoció—.Madre, dime qué está pasando.

—Sí, por favor, ¿quién es Ella?—Hermione se unió a su pedido, pero dirigiéndose a Kim.

Él se cruzó de brazos, dando unos pasos hacia la chimenea, y desde allí respondió.

—Era muy niño cuando la oí mencionar por primera vez, y tomé las historias como simples leyendas, jamás les di mayor importancia. Luego…ya no escuché nombrarla más, y casi lo había olvidado—indicó.

Hermione creyó detectar ese tono amargo tan poco común nuevamente, pero se concentró en lo que Narcisa Malfoy empezó a decir.

—No me extraña, casi nadie la menciona ya. De no haber sido por mi curiosidad, habrían quedado sólo unos recuerdos de la infancia. Ni tu padre ni yo te hablamos de esto, Draco, porque en aquellos tiempos no parecía importante—una sombra de amargura cruzó el semblante de la mujer, pero continuó—.El Señor Tenebroso estaba con nosotros, era una prueba viviente de poder; todo lo demás parecía absurdo.

Hermione debió reprimir una mueca de desagrado, le costaba oír cualquier mención favorable de Voldemort. Para su sorpresa, tampoco Draco parecía muy contento con las palabras de su madre.

—Como decía, oí hablar de ella por mis padres, y ya entonces no era más que una leyenda. Sin embargo, según fui creciendo, desarrollé cierto gusto por la historia, que compartí con tu padre, Draco. Tal vez fueran sólo cuentos, pero no por ellos menos impresionantes—la bruja suspiró con nostalgia—.Sus nombres eran, además, tan significativos… “La Olvidada”, “La Reina de los dos Mundos”, ¿cómo no sentir curiosidad?

—¿Pero quién es ella?—Draco la apremió, muy impaciente.

—Holda—Kim habló desde su lugar con voz tenue.

Draco y Hermione mostraron las mismas caras de confusión; aún más, intercambiaron una mirada de extrañeza que no habrían compartido en otras circunstancias.

—¿Y quién es esa?—el rubio fue quien preguntó primero.

—¡Por Merlín, Draco, muestra más respeto!—su madre lo miró reprobadora.

—Tal vez lo haría si supiera de quién hablan—replicó él.

Kim se aclaró la garganta para llamar su atención, y se dirigió a Hermione.

—¿Tampoco has oído hablar nunca de ella?—preguntó.

La chica negó muy segura; el nombre le resultaba totalmente desconocido.

—Creo que ya va siendo hora de que hablen con claridad, ¿no creen?—Draco perdió la escasa paciencia que le quedaba y dirigió una mirada de disgusto a su madre.

Ella, aspirando profundamente, se dispuso a hablar.

—Su historia es casi tan antigua como la vida que conocemos, no podría precisar una fecha en la que se oyera hablar de ella por primera vez—empezó—.Holda fue una bruja muy poderosa que, aún en estos tiempos, es considerada también una Diosa.

La mente de Hermione empezó a funcionar a toda velocidad, relacionando hechos.

—¿Diosa? Si fuera cierto, también los muggles sabrían de ella—indicó—.En la antigüedad, adoraban a muchos dioses.

—Y lo hacían con Holda hace milenios, Hermione—Kim intervino—.Recuerda cómo la llamó Nott.

—“La Reina de los dos Mundos”—susurró la joven, impactada.

—Exacto. Una de las pocas cosas que los muggles y nosotros tenemos en común—continuó Narcisa, sin ocultar su desdén—Aunque imagino que ellos jamás estuvieron realmente conscientes de su poder. Alguna vez leí que era tanto el temor que inspiraba en el mundo, que cuando andaba por la tierra, acostumbraban ocultarse.

—¿Pero qué era? ¿Bruja o Diosa? ¿Mataba gente? Debía hacerlo si los Nott son sus seguidores, ¿verdad?—Draco empezó a lanzar preguntas, mientras caminaba de un lado a otro de la habitación.

—Como dice tu madre, hay mucho de mito en su historia; casi comparable con la de Merlín, me atrevería a decir—fue Kim quien se encargó de responder—En lo personal, creo que fue una bruja extraordinariamente poderosa, que no temía mostrarse a los muggles. Como ellos no comprendían lo que era la magia, la tomaron por Diosa, y a ella parecía agradarle esa adoración. Es probable que fuera la misma Holda quien se encargó de alimentar su leyenda, y lo hizo tan bien que aún ahora no podemos asegurar cuál es exactamente la realidad.

—¿Y era…mala? Quiero decir, ¿lastimaba a las personas? ¿Qué era lo que hacía?—Hermione se adelantó, fascinada por la historia.

—No podría decirse que abusaba de su poder, aunque tampoco era del tipo magnánimo. Le agradaba ser temida, pero era también muy generosa. Según la leyenda, tenía a toda una corte de seguidores que sanaban a enfermos con pociones en su nombre, concedía deseos, detalles tontos, en realidad, pero que a los muggles debían parecerles extraordinarios—Narcisa se encogió de hombros—Pero podía ser terrible cuando se disgustaba; cuentan que se reunía con otros brujos, no tan poderosos como ella, pero temibles también, y arrasaban los pueblos, eliminando a quienes la hubieran ofendido. A esas salidas se les conocía como “La Caza Salvaje”.

—Vivió durante muchos años, no se supo nunca en qué fecha murió. Es más, hay quienes dicen que no lo hizo, sino que simplemente desapareció, cuando dejaron de buscarla, por eso el sobrenombre de “La Olvidada”—Kim terminó el relato.

El silencio inundó el lugar, apenas se oían las respiraciones de sus ocupantes. En cierto momento, Draco se dejó caer sobre un sillón, echando la cabeza sobre el respaldar.

—Así que los Nott quieren invocar a una bruja que es tan poderosa como una Diosa, para que reine sobre el mundo—resumió con voz cansada.

—Parece ser su idea, sí—aceptó Kim.

—¡Qué idiotez!—espetó el rubio de pronto—¿Y qué les asegura que esta bruja no vaya a matarlos o algo así?

—Supongo que para eso son las ofrendas—Hermione habló luego de un largo rato.

—Una deducción muy obvia—señaló Narcisa de mala gana.

—¿Y a qué se refería con los traidores? Malfoy, Nott te dijo que la sangre de los traidores sería derramada. Tiene al sacerdote y a la bruja, pero… ¿cómo pudieron ellos traicionar a alguien que posiblemente nunca han oído nombrar?—la chica lo miró, expectante.

—No lo sé, Granger, no me lo dijo. Puede ser alguna locura que se le ocurrió a su abuelo, o tal vez están relacionados de alguna manera—el rubio se encogió de hombros, fastidiado e inquieto—¿No se supone que son ustedes quienes deben averiguar eso?

Hermione iba a contestarle, y no de muy buena manera, pero Kim elevó una mano para evitar que empezaran a discutir.

—Tienes razón, es nuestra labor—el mago se acercó—Gracias por la información, resultará muy útil.

La chica hubiera querido hacer más preguntas, pero comprendió que Kim no deseaba continuar la charla con los Malfoy.

—Draco, por favor, si los Nott se acercan a ti nuevamente, ya sabes qué hacer. Hermione me informará de inmediato, y vendremos a verte—le dijo al rubio—.Señora Malfoy, gracias por compartir sus conocimientos con nosotros; ahora debemos irnos.

Kim hizo una seña a Hermione para que lo siguiera fuera de la habitación, y tras vacilar un segundo, la joven hizo lo que le pedía. Narcisa y Draco los dejaron marchar sin hacer ademán de detenerlos. La bruja parecía preocupada y nerviosa, ya sin esa actitud altanera que procuró mantener frente a los otros. Draco, por su parte, se puso de pie y apuró el paso hasta llegar a la ventana, desde la que observó a Hermione y Kim dejar la casa, desapareciendo en la oscuridad.

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—¡Lo último que nos faltaba! ¡Una bruja-Diosa!—Travis sacudió la cabeza, atónito por lo que acababa de oír.

Kim y Hermione llegaron tan pronto como pudieron al Cuartel, con la buena fortuna de encontrar a todo el grupo reunido.

Ron y Laria habían pasado buena parte de la tarde entre pergaminos, para variar; mientras que Harry y Travis discutían con Moody acerca de una misión a Bristol, que el viejo auror consideraba innecesaria.

Los recién llegados reunieron a todos en el salón, y relataron su conversación con Draco y Narcisa Malfoy, sin omitir ni una palabra. Apenas si fueron interrumpidos por alguna pregunta, o una exclamación de sorpresa.

Cuando terminaron de hablar, una sucesión de voces se impuso al silencio. Más preguntas, sospechas, y suspicacias, partían de cada uno, hasta que Moody debió poner orden con uno de sus sonoros bramidos para llamar a la calma.

—¡Que se tranquilicen todos! Especialmente tú, Taylor; no tienes que ser tan alarmista—expresó, dirigiéndose al rubio, que no dejaba de farfullar.

—¿Alarmista? Moody, ¿te das cuenta de a qué nos enfrentamos? Una bruja comparable con Merlín, nada menos; y que espera un pago de sangre para empezar a repartir favores—Travis lucía muy preocupado.

—Pero la detendremos, Travis, no vamos a dejar que la invoquen—Harry hacía lo posible por mantener la calma.

Moody rumió en señal de afirmación, pero intercambió al mismo tiempo una mirada rápida con Laria, que daba la impresión de estar muy nerviosa.

—Es muy raro, ¿saben? Jamás la oí mencionar—Ron daba golpecitos al piso con los tacones de sus zapatos.

—Por lo que la madre de Draco dijo, era de esperar. Su historia es casi una leyenda de la que muy pocos saben—Hermione contestó a su duda—Aunque también dio a entender que son las antiguas familias de sangre pura las que podrían conocer su existencia.

—Hermione, sabes que provengo de una familia de esas, y nunca escuché nada de ninguna Holda—Ron insistió, muy terco—¿No habrá mentido la madre de Malfoy?

—¡Por supuesto que no, Ron! ¿No escuchaste? Kim también sabe de ella—su amiga señaló al mago.

—Es verdad, muchacho, lo mismo ocurre conmigo—Moody asintió, pensativo—.Pero hace tantos años que no oía ese nombre…

—En Grecia también la conocemos, hay tantas historias acerca de ella—Laria intervino con un tono melancólico, muy alejado de su dureza habitual—Mi abuela la llama Holle, y dice que provoca las tempestades, las lluvias, esas cosas. Los más ancianos y creyentes la recuerdan cuando muera alguien, porque en sus tiempos era conocida también como La Madre de las Muertos. Hay decenas de supersticiones relacionadas con ella. Sin embargo, nunca he oído nada de rituales para traerla de vuelta.

—Bueno, al parecer existen, y los Nott van a realizar uno en La Noche de Walpurgis—indicó Travis.

—Pensado con tranquilidad, resulta lógico—anotó Kim, con expresión reflexiva.

Sus compañeros lo observaron, curiosos e intrigados; últimamente, ya nada les parecía lógico.

—Comprendo lo que dices—dijo Moody al fin, tras un momento de duda.

—Pues eres el único, porque los demás no entendemos nada—Travis se inmiscuyó, sin disimular su confusión.

—Se dice que Holda pasó mucho tiempo en Alemania. Allí la conocen como Perchta, y por algún motivo, fue en ese lugar donde obró con una crueldad que no había mostrado hasta entonces. —Kim se apresuró en explicar su anterior comentario—¿Recuerdas, Travis, cómo se portaron los pobladores de Harz cuando fuiste a conocer el terreno? Cuentan que a Holda le gustaba habitar en el interior de sus montañas, y que, cuando desapareció, muchos de sus seguidores se dirigieron a esa zona, para honrarla.

—Eso explica su desconfianza; tenían miedo—Harry se unió a la charla—Deben de pensar que si alguien se acerca allí es para rendirle culto a esa bruja, y no les hace ninguna gracia.

—Imagínate cuando se enteren que un grupo de locos se va a reunir allí para invocarla en La Noche de Walpurgis—Ron miró a su amigo, sin rastros de enojo; parecía demasiado preocupado en ese momento.

—Ahora todo tiene sentido—musitó Hermione.

—No todo—objetó Moody—Aún no tenemos claro qué hace especiales a las personas que están secuestradas, o quiénes serán los próximos.

El resto del grupo asintió desganado al recordar esa pieza del misterio. En cierta medida, les aliviaba el conocer una parte tan importante del plan de los Nott, pero no podían dejar de pensar por lo que estarían pasando el sacerdote y la bruja, eso sin mencionar a las que serían sus nuevas víctimas.

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Una fuerte lluvia se oía golpear contra los ventanales del viejo sótano, en el que dos personas se encogían en sus respectivas celdas, abrigándose con desgarradas mantas, mientras unas voces furiosas se oían provenientes de los pisos superiores.

—¿Qué cree que haya pasado?—la ronca voz de la bruja distrajo al sacerdote de su escucha.

El Padre Joseph hizo un esfuerzo para incorporarse, arrastrando sus atrofiados miembros hacia delante, apoyando una mano en los barrotes para inclinarse al calabozo a su derecha.

Hasta ahora no había logrado ver el rostro de su compañera de cautiverio, pero al menos intercambiaban algunas palabras en el día. Las primeras semanas, la pobre mujer lloraba todo el tiempo, ignorando sus llamados al silencio, por más que le advirtió de las terribles consecuencias que ello podría acarrear. Le habló de la amenaza del muchacho, Theodore, pero costó mucho que se tranquilizara para que al menos pudiera cambiar su llanto desgarrador por unos sollozos menos ruidosos.

Tan pronto como pudo hablar con cierta coherencia, le contó del asesinato de su esposo, que debió contemplar antes de ser llevada a esa casa abandonada que jamás había visto, y desde entonces, no cesaba de preguntarse el porqué de su rapto, así como también qué sería lo que planeaban esos hombres con ella.

Cuando supo la identidad del sacerdote, no pudo estar más confundida. Obviamente, quienes la secuestraron, eran brujos, lo mismo que ella, ¿pero qué relación podrían tener con un muggle? Según fueron hablando, al enterarse de que lo llamaban “Squib”, se vio en la disyuntiva de contarle acerca del mundo mágico y cuál era su verdadera condición, o guardar el silencio que era norma en su trato con los muggles.

Tras mucho pensarlo, decidió que estando en semejante situación, no había lugar a reglas, y que el pobre hombre merecía saber tanto como pudiera decirle, y también la verdad de su origen, o tanto como podía ella adivinar.

De modo que le habló de su mundo, el de la magia, para empezar. Él, para su sorpresa, lo tomó con una tranquilidad que no esperaba; aunque, bien pensado, debía de haber visto tantas cosas que la idea en sí no le parecía en absoluto descabellada, y no dudó ni un segundo de su palabra.

Lo difícil fue, en todo caso, hablarle acerca de su condición. Le contó de los Squib, el cómo usualmente provenían de padres magos, o al menos uno de ellos lo era. Al principio, el sacerdote creyó que estaba equivocada, pero según fue oyendo todo lo que la bruja tenía para decirle, algo despertó en su interior, y empezó a atar cabos.

El ser un huérfano, abandonado en el portal de una iglesia, nunca fue algo que lo torturara. Jamás sintió rencor hacia sus padres; siempre supuso que debieron tener poderosas razones para obrar así. Su vida, en general, había sido agradable hasta entonces. Criado en un orfanato regido por curas, se educó convencido de que sería uno de ellos en el futuro, y no pasaba un día en que no agradeciera el haber tomado esa decisión.

Lo único que le preocupó siempre, fue esa inclinación hacia lo inexplicable que le resultaba tan difícil evitar. Según fue creciendo, viajando, empezó a buscar toda la información posible acerca de lo que él llamaba “ciencias desconocidas”. Un nombre meramente inventado para algo que no comprendía, pero que le atraía de un modo irracional. Cuidaba guardar en secreto ese extraño pasatiempo, ya que sabía con seguridad, sus compañeros de obra no lo verían con buenos ojos.

Ahora, con todo lo que esta mujer, Madelaine, le había contado, podía abrirse a la realidad. Él era diferente, siempre lo supo. De modo que un “Squib”, ¿eh? Bueno, eso explicaba muchas cosas, empezando con el abandono de sus padres. Según ella, no era extraño que una pareja de brujos decidiera deshacerse de un hijo que no pudiera hacer magia. Prefería pensar que en su caso, lo hicieron para evitarle el sufrimiento de ser marginado en su sociedad. Sí, ese era un pensamiento más agradable.

No tuvo, o no quiso, pensar más en el asunto. No iba a cambiar su vida por esta noticia; dependiendo de cuánto tiempo más fuera a vivir, por supuesto. Esta última idea le hizo volver al presente, recordando la pregunta que Madelaine acabara de hacer.

Él también podía escuchar los gritos furiosos, que provenían del primer piso. En realidad, era sólo una persona la que gritaba, y podía reconocerla sin problemas. Se trataba del anciano que pocas veces bajaba a verlos, al que el muchacho, Theodore, llamaba “abuelo”.

No podía comprender del todo lo que decía, sólo algunas palabras sueltas llegaban a sus oídos, nada coherente. Lo que hubiera ocurrido, no debía de ser nada agradable para ellos, ya que, de alguna u otra manera, cuando ese hombre descargaba su furia sobre su nieto, el muchacho parecía encontrar un insano placer en bajar, y molestarlos para, suponía él, aliviar la rabia que no se atrevía a expresar frente al viejo.

Y no estaba equivocado, porque sólo unos minutos después, se hizo el silencio, y oyó cómo la pesada puerta que conducía al sótano era abierta con brusquedad. El Padre Joseph alcanzó a susurrar unas palabras a su compañera, antes de arrastrarse de vuelta al interior de su celda.

—No importa lo que diga, por favor, no contestes, guarda silencio. Y por Dios, no llores —pidió.

Theodore vio alrededor tan pronto como hubo bajado, deslizando una mirada venenosa de uno a otro, acuclillándose fuera de las celdas, y golpeando los barrotes con la varita. La bruja se mordió los nudillos para evitar un sollozo, mientras el sacerdote inspiraba profundamente, ambos en silencio.

El muchacho pareció aburrirse con rapidez, por lo que alejándose unos pasos, empezó a andar en círculos, al tiempo que mascullaba unas palabras que no podían entender. De pronto, habló más alto, como si no se dirigiera a nadie en particular.

—Cree que soy idiota, que no pienso antes de actuar, ¿verdad? ¿Acaso él habría logrado todo lo que yo he hecho? Arriesgo el pellejo cada vez que dejo esta maldita casa, y a él no le importa—cada palabra iba acompañada de un lance de varita, dirigiendo pequeñas ráfagas de fuego a uno y otro lado.

El Padre Joseph empezó a rezar en silencio, rogando porque Madelaine no hiciera ningún comentario o movimiento que pudiera llamar la atención del muchacho.

—¿Y qué si le hablé de ella a Malfoy? Lo habría sabido de cualquier modo, y ahora confía más en nosotros, ¿no es eso lo que queremos? Siempre he sido más listo, él lo sabe, y me teme—Theodore continuó farfullando furioso.

De improviso, sin siquiera avisar, giró y apuntó con la varita hacia la celda de la bruja, con una mirada de odio, que en realidad no parecía dirigido a ella.

—Crucio—susurró.

Los gritos de la mujer retumbaron en la habitación, entre sollozos del sacerdote, que a su vez clamaba por piedad, intentando llamar al muchacho a la cordura; sin embargo, él parecía sordo a todo lo que no fuera la enfermiza satisfacción que esa tortura parecía proporcionarle.

Desesperado, el Padre Joseph recurrió a la última idea que se le ocurrió.

—¡Para ya! Si la matas ahora, ya no servirá—no sabía para qué, pero había descubierto que ellos les resultaban más útiles vivos, al menos por ahora.

Su grito pareció hacer reaccionar a Theodore, que bajó su varita, deteniendo el hechizo, al tiempo que sacudía la cabeza, como si necesitara despertar de una especie de trance.

Miró al sacerdote, con una mezcla de rabia y comprensión.

—Tienes razón, Squib. ¿Quién lo hubiera pensado? No eres tan idiota como pensaba. Recuérdame no ser tan cruel cuando te mate—le dijo con la respiración agitada.

—Deja que la ayude—pidió el hombre, intentando sonar calmado.

El muchacho negó con la cabeza, retomando su expresión de ira.

—Ya se le pasará; deja a la mestiza en paz—indicó, con un gesto de desprecio.

Al otro no le quedó más que asentir, impotente al oír los sollozos provenientes de la celda vecina.

—¿Cuánto más va a durar esto?—se atrevió a preguntar, con tono resignado.

Theodore pareció reflexionar, y más que una reacción violenta, como el sacerdote temía, sonrió con esa mueca que más parecía una burla.

—Falta muy poco, Squib, paciencia—le dijo—Por un tiempo van a tener que contentarse con su compañía, pero dentro de poco les traeré a un par de amiguitos más. Tal vez si se portan bien hasta me de prisa y los haga venir antes, ¿quién sabe? Estoy seguro de que se divertirán mucho conversando, y cuando sea la hora…

El muchacho calló, ensimismado otra vez en sus pensamientos, desesperando al anciano, que deseaba saber a qué se refería.

—¿Cuándo sea la hora de qué?—inquirió.

—De su llegada, Squib. Entonces, pagarán las culpas que arrastran, ella agradecerá nuestras ofrendas, y su Reino empezará de nuevo—respondió enigmático.

—No entiendo lo que dices—el sacerdote se frotó los canos cabellos, sin saber qué pensar.

—Por supuesto que no, esa es la idea—se burló Theodore—Pero todo estará claro antes de lo que piensas. Ahora, si me disculpas, debo irme. Un nuevo viaje, como supondrás. Ya va siendo hora de que tengamos a algunos más de los nuestros aquí; reunirlos a todos a última hora resultará muy complicado—la última frase la dijo en voz baja, como si hablara consigo mismo.

El muchacho se encogió de hombros y con una última mirada de desagrado hacia la bruja, que continuaba quejándose por la tortura, subió los escalones hacia el primer piso, cerrando la pesada puerta al salir.

El sacerdote, con grandes trabajos, consiguió sacar una mano rugosa, extendiéndola fuera de la celda tanto como pudo. Pasados unos minutos, escuchó a la bruja arrastrarse entre quejidos, hasta que sintió su mano apretando la suya con desespero.

Que Dios les ayudara, porque estaba probado que ellos no podían hacer absolutamente nada.

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Tras llegar del Cuartel de los aurores, los muchachos cenaron algo de todos lo platillos que Kreacher les preparara. Ni siquiera Ron comió con su habitual voracidad; parecía tan preocupado como sus amigos.

Harry y Hermione a lo mucho jugaron con su comida, tomando un par de bocados con desgano, e intercambiando miradas de inquietud.

—Me voy a la cama, buenas noches—Ron dejó sus cubiertos con un ruido sordo, y sin decir más, dejó la cocina.

Los otros dos lo vieron salir con pesadez, y tras agradecer a Kreacher por la comida, se dirigieron al salón, ocupando el sillón más cercano a la chimenea encendida.

Harry pasó un brazo por los hombros de la chica, y ella exhaló un suspiro aliviado al tiempo que se apoyaba en su pecho.

Si bien ambos deseaban hablar de todo lo que habían descubierto, parecían demasiado exhaustos para retomar el tema nuevamente. Las últimas horas, pasadas con Moody y los demás aurores, discutiendo todo una y otra vez, los había agotado.

Y siendo honestos, no se les ocurría ni una sola idea nueva que pudiera echar luces sobre sus dudas. Preferían estar así, uno al lado del otro, fuertemente abrazados, compartiendo su preocupación en silencio, como sólo ellos podían hacerlo.

La chica ahogó un bostezo, sin poder evitar una sonrisa al ver que Harry ya se había dormido. Pasó una mano con ternura por su mejilla, y depositó un suave beso en la comisura de sus labios.

Se levantó con mucho cuidado, pensando en si sería mejor dejarlo allí, cubierto con una manta, o despertarlo para que subiera a su habitación.

Antes de decidir, un suave golpeteo a la ventana la hizo correr a atender. Una lechuza parda estaba parada en el alféizar, con una nota atada. No la reconoció, pero extendió la pata para que pudiera tomar el mensaje, así que lo hizo, y de inmediato, el ave alzó vuelo. Mientras cerraba la ventana para evitar que el aire helado se filtrara, la voz somnolienta de Harry casi hace que brinque del susto.

—¿Para quién es?—preguntó.

—Déjame ver—le contestó ella, viendo el nombre del destinatario.

Como estaba de espaldas a Harry, él no pudo ver el gesto de dolor que cruzó su semblante. Respiró profundamente, e intentando mostrar un rostro más calmado, dio vuelta.

—Es para ti. De Ginny—indicó, dándole el sobre.

Harry se incorporó, frunciendo el ceño y buscando su mirada, que ella evitó. Prefirió darle nuevamente la espalda, y coger el atizador para mover los leños de la chimenea, como si no hubiera podido hacerlo con magia.

Mientras tanto, el muchacho rompió el sello y empezó a leer. Tras unos minutos, dobló el pergamino y lo guardó en el bolsillo de su chaqueta.

Parte de ella hubiera preferido no preguntar, pero la paciencia no era precisamente una de sus virtudes, así que tras inhalar con fuerza, Hermione dio media vuelta.

—Me avisa que viene en dos días, el sábado. Parece que les permitirán regresar a casa antes de lo normal—comentó con una mirada triste.

—¡Oh!—fue lo único que pudo decir ella.

Harry hubiera querido decir algo más, que no se preocupara por eso, que todo saldría bien, pero la conocía, y sabía que no era algo que ella deseara escuchar en este momento.

No le extrañó verla encaminarse a las escaleras en silencio, y empezar a subir hacia su habitación, no sin antes girar a verlo con una falsa sonrisa, que por supuesto, no le engañó ni un segundo.

—No te quedes allí hasta muy tarde, lo mejor será que vayas a tu cama, tendremos mucho que hacer mañana—y con esa recomendación, desapareció tras el rellano.

Harry sacó la carta de su bolsillo, y tras leerla nuevamente, hizo un ovillo de ella, y la lanzó a la chimenea. Después, recostó la cabeza sobre el respaldar del sillón, como si el cansancio le impidiera mantenerla sobre sus hombros sin ayuda.

No sólo mañana tendría mucho que hacer, como dijo Hermione: en un par de días iba a hacerle frente a una de las situaciones más difíciles de su vida.

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