sábado, 28 de noviembre de 2009

Destino: Cuarto capítulo




Disclaimer: Todos los personajes y lugares conocidos pertenecen a J. K. Rowling. Ya saben que sólo los tomamos prestados para divertirnos.

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La Estación de King Cross se veía aún más transitada que de costumbre, nada de extrañar considerando que era 1 de Setiembre y cientos de muchachos con familiares y amigos se aprestaban a tomar el Expreso de Hogwarts. Los muggles que por allí pasaban no encontraban particularmente curiosa la mayor afluencia de gente y que muchos de ellos parecieran algo fuera de lugar, tenían demasiada prisa para andar pensando en esas cosas.

Entre los andenes nueve y diez se agolpaban no muy discretos grupos de estudiantes con sus maletas y mascotas, cruzando la entrada invisible para los muggles.

Harry, Ron y Hermione llegaron a la Estación apareciéndose cerca de unos viejos vagones en desuso que esperaban su turno para ser trasladados.

- Repíteme porqué estamos aquí cuando se supone que Harry iba a venir solo. – le preguntó Ron a Hermione rodeando una locomotora abandonada.

- No puedo creer que sigas quejándote. – Bufó la chica.- Ya te lo expliqué, necesitamos hablar con tu padre o tal vez sólo Harry lo haga, pero igual lo acompañamos por si nos necesita.

- Sólo porque Harry creyó que alguien lo está siguiendo y un muggle fue secuestrado, ya lo sé; preguntaba porque creí que ya se habían quitado esa loca idea de la cabeza. – replicó el pelirrojo.

- Ron, puedes pensar lo que quieras; si no te preocupa, genial, te felicito, pero Hermione y yo pensamos que puede haber alguna conexión entre estos casos y tu padre puede ayudarnos con eso.- intervino Harry de mal talante.

Hermione y Ron intercambiaron una mirada de extrañeza por el tono de su amigo. El muchacho pareció querer replicar a eso con similar carácter, pero la joven le hizo un gesto de silencio y se giró en dirección a Harry.

- ¿Por qué no te adelantas? Nosotros te alcanzamos. – le dijo ella.

- ¿Porqué? – preguntó el chico extrañado.

- Porque supongo que querrás, este…despedirte de Ginny, claro. – contestó Hermione.

- ¿Y ustedes no van a hacerlo? – insistió Harry.

- Por supuesto, pero preferirás un poco de privacidad, ¿no? – sugirió la chica intentando sonar casual.

- Supongo. – respondió él secamente y viéndola con sospecha.- Los veo al otro lado.

Sus amigos lo observaron marchar en silencio y no volvieron a hablar hasta que estuvo lo suficientemente alejado para no oírlos.

- De verdad no piensas, ¿verdad? – espetó Hermione molesta.

- ¿Porqué me atacas? ¿No viste cómo se puso él? – se defendió Ron ofendido.

- ¿Y qué esperabas? Ponte en su lugar, Ron, no es tan difícil. Después de todo lo que ha pasado tiene todo el derecho del mundo a inquietarse si cree que algo anda mal y tú no haces más que actuar como si estuviera exagerando. – explotó su amiga.

- ¡Es que lo creo! No lo digo por molestarlo, de verdad pienso que está equivocado. – replicó Ron.

- Puede ser o tal vez no, ya lo veremos; pero comprende que él sólo está preocupado. Le pareció que lo seguían y luego desaparece un muggle en circunstancias muy extrañas, ¿te extraña su reacción? Si hablar con tu padre hace que se sienta mejor, yo lo apoyo y tú deberías hacer lo mismo. – rumió molesta Hermione.

- Está bien, hablen lo que quieran, igual pienso que se preocupan por nada, sólo quería evitarles eso. – Accedió Ron de mala gana, para luego añadir señalando su reloj.- El tren sale en media hora.

- ¿Porqué no lo dijiste antes? ¡Date prisa! – lo apuró la joven.

Ron sacudió la cabeza y rodó incrédulo los ojos.

- Porque estabas ocupada regañándome. – masculló.

- Como si tuvieras problemas para interrumpirme. – le dijo Hermione casi corriendo.

Apenas llegaron a la barrera para cruzar vieron a un hombre alto y rubio parado unos metros delante de ellos y observando la pared con desconfianza. Hermione lo reconoció como el extraño que vio en el Caldero Chorreante; él, a su vez, giró a mirarlos y sonrió amistosamente acercándose al par.

- Hola, creo que ustedes pueden ayudarme con un pequeño problema. – les dijo en voz muy baja y señalando la barrera con un gesto.

- ¿Primer año? – preguntó Ron con tono burlón, ganándose una mirada iracunda de su amiga.

- No en realidad, sólo soy un extranjero que nunca oye indicaciones. – Respondió sin molestarse.- Ocurre que vengo a despedir a mi sobrino, pero llegué tarde y el resto de la familia pasó sin mí.

- Comprendo; sólo debe cruzar esa pared con mucha discreción para evitar que los muggles lo vean.- explicó Hermione.

- La verdad es que vi a un par de chicos hacerlo, pero no estaba seguro de si funcionaría para mí. – reconoció el hombre.

- No se preocupes, mientras sea un mago no hay problema. – lo tranquilizó Ron, para luego agregar nervioso. – Porque lo es, ¿cierto?

- Desde que me acuerdo. – se rió el rubio.

- Entonces sólo tiene que pasar, falta media hora para que ninguno pueda hacerlo.- contó el pelirrojo.

- No sabía eso. – Reconoció el hombre sorprendido.- Lamento haberles hecho perder tiempo; pasen primero, por favor, yo los sigo.

Hermione y Ron asintieron y tras ver con cuidado que no hubiera muggles cerca, se apresuraron a cruzar la pared. Un segundo después se encontraban en el Andén 9 ¾, observando sonrientes todo el movimiento alrededor de la gran locomotora escarlata.

Mientras buscaban con la mirada a Harry y la familia de Ron, el extraño se materializó a su lado luciendo confundido.

- ¡Eso fue raro! – señaló aturdido. – Vaya, no tenemos un lugar como este en casa, muy impresionante.

- Ese es el Expreso de Hogwarts. – Indicó Ron orgulloso.- Tal vez su sobrino ya esté dentro.

- ¿Ve al resto de su familia por aquí? – preguntó Hermione inquisitiva.

El hombre no respondió de inmediato, sino que escudriñó entre la gente y sonrió aparentemente divertido.

- Allí está el enano, no podía irse sin decirle adiós a su tío favorito. – Dijo señalando a un niño rubio que arrastraba un baúl con dificultad.- Los demás deben de estar por aquí, muchas gracias por la ayuda, nos vemos.

Sin decir más, se marchó en dirección al pequeño, mientras una voz familiar llamaba la atención de los dos amigos.

- ¡Hermione! ¡Ron! – se acercó corriendo un joven.

- ¡Neville, hola! ¿Qué haces aquí? – lo saludó Hermione.

- Pasaré este año en Hogwarts. – les comentó el muchacho.

- ¿Tienes que cursar séptimo de nuevo? – preguntó Ron aterrado.

- ¡Por Merlín, no! – Rió Neville.- La profesora Sprout aceptó tenerme como ayudante todo este curso.

- ¡Neville, eso es maravilloso! Te felicito, harás un gran trabajo. – le dijo su amiga entusiasmada.

-¡Vaya! El profesor Longbottom; es genial, raro, pero genial. – opinó Ron muy a su estilo.

- No seré profesor, no aún, necesito aprender mucho todavía y la profesora Sprout es la mejor herbóloga del mundo; he tenido suerte de que me aceptara.- comentó Neville.- Ustedes empezarán sus clases pronto también, ¿Verdad?

- Sí, en un par de días. Yo iré a la Academia de Leyes Mágicas y Ron estará con Harry en la Escuela de Aurores. – confirmó Hermione.

- Por cierto, ¿lo has visto? ¿O a mis padres? – le preguntó Ron.

- ¡Ah, si! Lo dejé con Ginny en el tren, apenas si pude saludarlo, y creo que tus padres están en la caseta del guardia, los vi ir por allí conversando con él.- dijo señalando un pequeño edificio a su derecha.

- Seguro ya se despidieron de Ginny. – supuso el pelirrojo, volteando a ver a su amiga.- ¿Qué hacemos? ¿Los esperamos?

- Será lo mejor porque tus padres volverán en cuanto el tren vaya a partir y no quiero incomodar a Harry; podremos despedirnos de Ginny desde aquí. – opinó Hermione.

- Buena idea, lo último que quiero es ver a mi mejor amigo besando a mi hermana…otra vez. – comentó Ron con un escalofrío.

- Entonces aquí nos despedimos, tengo que subir ya; cuídense mucho y escríbanme, me gustaría saber cómo les va. – dijo Neville estrechando sus manos con aprecio.

- Cuanta con eso.- le aseguró Ron.

- Te irá muy bien, Neville, cuídate. – Hermione le hizo un gesto de despedida sonriente.

Neville se apresuró a dirigirse al tren, alzando la mano y perdiéndose entre la multitud.

- A esperar entonces. – suspiró Ron cruzándose de brazos.

Su amiga asintió pensativa viendo fijamente el vagón más cercano, perdida en sus pensamientos, al parecer no muy agradables.

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Travis rezongaba empujando el pesado baúl por el pasillo del tren mientras el niño rubio observaba entretenido los esfuerzos del adulto por no chocar con quienes iban en dirección contraria.

- Podrías al menos llevar la jaula del pajarraco, ¿no? – le preguntó al chiquillo cuando tropezó por cuarta vez.

- No es un pajarraco, su nombre es Fallon y puede oírte. – Dijo el niño señalando la lechuza que lanzaba chillidos con cada golpe.- Además, tú dijiste que fingiera ser tu sobrino, por eso llevas mi equipaje.

- Y te di cinco galeones también, ¿recuerdas? Nunca me ofrecí a esto. – masculló frustrado al golpearse el pie con una saliente.

- Se supone que eres mi tío y yo soy un niño. – se encogió de hombros el pequeño con toda lógica.

- Me pregunto a qué Casa te enviarán.- se dijo sarcástico el rubio.- Mira, allí tienes un compartimiento vacío sólo para ti; ve y planea cómo le harás miserable el año a tus compañeros.- sugirió con una falsa sonrisa.

- No estoy seguro…- fingió pensar el niño.

Travis lo vio furioso y pareció estar a punto de lanzar al pequeño con todo y equipaje dentro del apartado, pero unas voces que le resultaron conocidas se acercaban en su dirección, por lo que no le quedó más remedio que asumir una expresión beatífica y agacharse hacia el niño para hablarle en voz muy baja.

- Escucha, debo irme ahora. – dijo haciendo énfasis en la última palabra.- Sé un buen chico y lleva tus cosas al compartimiento; luego sales a despedirme, yo estaré en el Andén.

- ¿Porqué? – le preguntó el chiquillo interrogante.

- Dije que nada de preguntas, te daré cinco galeones más. – ofreció el hombre desesperado viendo por encima de su hombro.

- Cinco. – pidió el chico.

- Cuatro. – replicó Travis al instante.

- De acuerdo. – aceptó el niño extendiendo la mano.

- Dedícate a las finanzas, harás una fortuna. – aconsejó el rubio viendo al chico guardar las monedas en el bolsillo.

- Ya lo había pensado. – aceptó el niño.

- ¡Qué sorpresa! – Resopló Travis.- Recuerda salir al Andén y despedirte de mí.

- Ya sé, ya sé. – dijo el niño con tono quejumbroso y adelantándose al compartimiento más cercano.

Travis suspiró aliviado y tras aguzar el oído para confirmar sus sospechas de quiénes se encontraban al otro lado del pasillo, se fue en la dirección contraria para bajar al Andén por una puerta lateral.

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- ¿No podrías venir a tomar séptimo de nuevo? – le preguntó por tercera vez Ginny a Harry.

El muchacho sonrió y envolvió a su novia en un abrazo cariñoso.

- Podría, supongo, pero no creo que a la profesora McGonagall le hiciera mucha gracia. – le recordó.

- Lo sé, sólo era un último intento.- aceptó la chica con un mohín.

- Te he prometido que escribiré con frecuencia y pasaremos las fiestas de fin de año en tu casa. – le aseguró Harry.

- Tienes razón, y sólo faltan unos meses, será maravilloso que podamos reunirnos todos en Navidad. – se entusiasmó Ginny abrazando al joven aún más fuerte.

- ¡Auch! – se quejó Harry alejándose.

- ¿Qué pasó? ¿Estás bien? – preguntó la chica alarmada.

- No es nada, no te preocupes, sólo fue una punzada en la espalda; qué raro, no me había dolido hasta ahora. – mencionó Harry pensando en voz alta.

- ¿Cómo te lastimaste? – insistió la joven.

- La verdad es que resulta un poco tonto; sólo cargué a Hermione la otra noche. Y pensar que le dije que no era ningún debilucho. – bromeó el muchacho sobándose la espalda. – Ya casi ha pasado, tal vez fue sólo un tirón.

- ¿Porqué cargaste a Hermione? ¿Se cayó o algo así? – preguntó Ginny asombrada.

- No, se quedó dormida en el salón y la llevé de vuelta a su dormitorio. – se encogió de hombros Harry con naturalidad.

- ¿Porqué no la despertaste? O Ron pudo ayudarte…- sugirió la joven seria.

- Ron no estaba, ya era muy tarde y Hermione había estado haciéndome compañía, así que me dio pena despertarla…bueno, es una larga historia, te contaré luego. – el sonido del silbato hizo que Harry se apresurara en caminar hacia la salida seguido por Ginny.

- Puedes hacerlo ahora. – remarcó ella tomando su mano.

- Ginny, no hay tiempo, si no bajo tendré que volver desde Hogsmeade – replicó el muchacho apretando su mano y dándose un beso rápido en los labios.- Te lo contaré todo otro día, debo bajar ahora.

- Está bien.- aceptó Ginny a media voz.

- No estés triste, nos veremos pronto; allí están tus padres con Ron y Hermione, te despediremos desde el Andén. – le dijo Harry saltando el estribo.

Ginny lo vio reunirse con los demás y empezar a agitar la mano mientras el tren empezaba su marcha. Recompuso una sonrisa y les hizo la señal de despedida sacudiendo la cabeza para alejar las ideas tontas que rondaban su mente.

Desde la plataforma, los señores Weasley agitaban las manos, lo mismo que decenas de personas que se habían reunido para ver partir el tren.

Unos metros alejado, Travis observaba los movimientos de los jóvenes que le habían enviado a vigilar. Mientras esperaba que el niño al que le pagara para que saliera a despedirse de él hiciera su aparición, se permitió contemplar pensativo los rostros de las personas que la causaban tanta curiosidad.

Los señores pelirrojos debían de los padres del muchacho Weasley; parecían simpáticos, muy amistosos; la joven del nombre extraño, Hermione si no se equivocaba, lucía sonriente al lado de Potter, lo que parecía no hacerle mucha gracia a la chiquilla pelirroja que se despedía desde el tren. Pobre, pensó Travis, si esa no era una sonrisa falsa su padre era un tipo agradable; tal vez Laria tuviera razón y esa pareja no era la correcta.

- ¡Adiós tío! Gracias por venir. – los gritos hicieron que varias cabezas voltearan buscando el origen de la voz.

El niño al que Travis había “persuadido” de que fingiera ser su sobrino casi se lanzaba desde una ventana agitando los brazos y llamándolo a viva voz.

- Tienes que estar bromeando. – masculló el hombre por lo bajo.

Sin embargo, forzó una sonrisa cariñosa y alzó la mano en respuesta mientras lo asesinaba con la mirada, cosa que el niño no debió encontrar para nada preocupante porque gritó aún más fuerte mientras el tren se alejaba.

Unos minutos después la gran máquina escarlata se había perdido casi completamente en la lejanía, dejando tan solo una estela de humo gris.

Los señores Weasley le dieron una última mirada al camino y luego dieron vuelta hacia la salida.

- Bueno, chicos, debo regresar al trabajo; me alegró verlos y saber que están bien. – les dijo el señor Weasley caminando a su lado.

- Pero no comen lo que necesitan, ¿verdad? Ese elfo puede ponerse difícil a veces, ¿porqué no vienen a cenar a casa todos los días? – pidió la señora preocupada.

- Ya te lo dije, mamá, Kreacher no lo hace nada mal, en serio, no te preocupes por eso.- descartó Ron.

- Es cierto señora Weasley, en realidad a veces comemos demasiado. – le sonrió Hermione. – Kreacher se asegura de que no dejemos pasar ni la merienda.

- Si ustedes lo dicen.- comentó la señora no muy segura.

- Así es, no tiene de qué preocuparse. – aseguró Harry. – Lo que agradecería es poder hablar un momento con el señor Weasley.

Los mayores intercambiaron una mirada de extrañeza por la abrupta petición, mientras Ron elevaba los ojos exasperado y Hermione le daba un discreto pisotón.

- ¿Ahora? No lo sé, Harry, tengo que volver al trabajo, ¿es muy importante? – dudó el señor.

- Eso creo, no estoy seguro. Mire, puedo ir con usted e ir contándole en el camino. – sugirió el muchacho ansioso.

- Así estaría bien, vamos ya entonces. Molly, querida nos vemos en la noche, chicos, vayan por casa para contarnos de sus clases. – se despidió el señor rápidamente.

- Hasta luego, señora Weasley; nos vemos luego. – hizo otro tanto Harry siguiendo al señor tras la barrera.

La señora Weasley, Ron y Hermione los vieron desaparecer y empezaron a caminar más tranquilos hacia la salida.

- ¿Podrán venir al menos a casa para almorzar? – preguntó la señora a los jóvenes.

- A mí me gustaría, ¿qué dices, Hermione? – se volteó el pelirrojo a su amiga.

- Seguro, muchas gracias señora Weasley.- aceptó la chica.

- Perfecto, y podrán decirme también qué es lo que ocurre con Harry. – sonrió la mujer satisfecha.

- ¡Mamá! – exclamó Ron exasperado.

Hermione sacudió la cabeza y la sonrisa en sus labios se convirtió en una mueca de preocupación cuando observó al hombre que habían ayudado a cruzar la barrera, caminar con paso apresurado en la misma dirección en la que el señor Weasley y Harry habían desaparecido.

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Moody, Laria y Kim compartían la gran mesa circular revisando pilas de pergaminos en silencio.

Cuando el viejo auror le pidió a Kingsley que le hiciera llegar toda la información que estuviera en su poder acerca de los movimientos de los mortífagos en libertad, este se tomó muy en serio el encargo; les había enviado más de cien folios llenos de datos, noticias confirmadas, rumores y sospechas.

Llevaban todo el día cruzando información, descartando ideas y buscando algo que conectara los últimos acontecimientos con los magos oscuros de los que se sabía algo. Acerca del muggle secuestrado no habían logrado encontrar nada especial, lo que los ponía aún más nerviosos; su única opción había sido pedirle a Kingsley que investigara con sus contactos en el Ministerio muggle.

- ¡Odio el trabajo de escritorio! – exclamó Laria, pasándose las manos por el oscuro cabello.

- Dímelo a mí. – bufó Moody. – pero viene con el paquete, aún eres joven, te acostumbrarás.

- Lo dudo.- replicó la mujer. - ¿Porqué no está Travis ayudándonos? Acabaríamos antes.

- Alguien tiene que vigilar a Potter y Taylor es el que mejor puede mezclarse, ya saben cómo es. – le contestó el viejo pasando un folio con fastidio.

- No me parece justo. – se quejó Laria, mirando a su izquierda. - ¿Y cómo es que tú no dices nada?

- No encuentro ningún dato relevante aún. – le dijo Kim sin levantar la vista del pergamino que leía.

- Me refiero a que si no te molesta pasarte el día aquí sentado. – le explicó ella rodando los ojos.

Kim se limitó a encogerse de hombros indiferente, logrando que Laria lanzara otro bufido reprobador antes de continuar con su lectura.

- Alastor, ¿Qué sabes de un tal Nott? – preguntó Kim al cabo de un rato.

- Muerto.- respondió el auror secamente.

- ¿Estás seguro? – insistió el oriental.

-Claro que estoy seguro, encontraron su cadáver en las afueras de Hogwarts el día después de la batalla, está en la relación. – le dijo señalando otra pila de pergaminos a su izquierda.

- ¿Y cómo es que se le vio la semana pasada en Londres? – observó Kim

- Dame eso. – ordenó Moody extendiendo la mano.

Laria dejó los papeles que revisaba, observando lo mismo que Kim, como Moody leía rápidamente el informe.

- Este es el hijo, tienen el mismo nombre. – comentó Moody.

- ¿Es también un mortífago? – preguntó Laria interesada.

- No que se sepa; pocos de la generación de Potter estuvieron relacionados directamente con los mortífagos. Sé del chico Malfoy y los hijos de Crabbe y Goyle, tan estúpidos como los padres, pero de Nott nunca se dijo nada; hasta donde estoy enterado fue uno de los primeros que salió de Hogwarts el día de la batalla, ¿porqué llamó tu atención? – le preguntó a Kim.

- Porque es mencionado con frecuencia en ese informe, supongo que es porque su padre fue un mortífago, no tenía idea. – respondió el otro.

-¿Lo siguen sólo por eso? – se sumó a la charla Laria.

- ¿Te parece poco? Se mantiene vigilancia sobre todos los familiares cercanos de los seguidores de Voldemort, no podemos confiarnos. – Le explicó Moody.- En cuanto a Nott, bueno, yo sería doblemente cauteloso de ser Kingsley.

- ¿Por qué? – preguntaron Kim y Laria al mismo tiempo.

- Aunque al chico nunca se le haya conectado directamente con las actividades del padre, tiene el árbol genealógico más podrido que puedan imaginar y ya sabemos que la manzana no cae lejos del árbol, ¿no? – mencionó el viejo con desprecio.

- Eso no es siempre correcto, Alastor. – contradijo Kim con voz firme.

- Hay excepciones, claro. – aceptó Moody viendo al oriental con fijeza. – Pero este muchacho…no sé, con semejantes antecedentes. El abuelo tampoco fue un gran tipo, ¿saben? – mencionó rascándose la mutilada nariz.

- ¿Mortífago? – inquirió Laria.

- Ojalá, yo me habría encargado de meterlo en Azkabán en su época. No, esta era una serpiente muy astuta; nunca declaró abiertamente su admiración por Voldemort, pero se dice que dio dinero y alojamiento para sus reuniones cuando empezaron a reclutar miembros, nunca se pudo probar. Y tan pronto como el hijo alcanzó la edad, se lo llevó a Voldemort para que le pusiera la marca. – espetó asqueado Moody.

- Vaya tipo, todo un seguidor, ¿eh? – comentó Laria.

- Debió serlo, fue compañero de carpeta de esa escoria en Hogwarts. – les contó el auror.

Laria y Kim intercambiaron una mirada de asombro por semejante información.

- ¿El viejo Nott fue amigo de Voldemort? – preguntó Laria.

- Ese nunca tuvo un amigo, no seas ingenua, dije compañeros; misma casa, misma promoción, pero nunca se hizo mortífago como los demás, eso es raro. Supusimos entonces que se mantuvo al margen para servir de fachada y poner dinero y bienes a disposición de su jefe. – dijo Moody muy seguro.

- Pero según leí en los informes los Malfoy también hacían eso e igual se convirtieron en mortífagos. – objetó Kim.

- Ya les dije, nunca se supo porqué Voldemort mostró tanta consideración por Nott, tal vez fue simple interés. Igual eso no importa ahora porque el viejo murió hace años. – les informó.

- ¿Está confirmado eso? – le preguntó Kim no muy seguro.

- Luego de la primera caída de Voldemort se supo que había contraído una enfermedad incurable, no sé cuál, y poco después corrió la voz de que murió y su hijo heredó todo. También tuve mis dudas, claro, pero si estuviera con vida hubiera vuelto para el regreso de su jefe hace unos años y no se le vio ni el polvo; el hijo, Theodore, ese si volvió. – terminó de explicar el auror.

- Es todo una historia, pero volviendo al nieto, si te fijas en sus movimientos reportados por los aurores de Kingsley, verás que ha estado entrando y saliendo del país con mucha frecuencia. – le hizo ver Kim.

- Pero eso no quiere decir nada, ¿Qué edad tendrá? La de Potter o un par de años más; según sé, los magos con dinero acostumbran viajar por el mundo antes de empezar a estudiar, si lo hacen, es muy común. – apuntó Laria.

- Tal vez, pero eso no explica porqué siempre está regresando a Inglaterra; debería pasar más tiempo fuera, ¿no? – objetó Kim.

- Moody dice que su padre está muerto, quizá deba encargarse de las cosas de la familia.- sugirió la mujer.

- Si fuera como dices entonces no iría a ningún lugar, es lo más responsable. – se negó el otro.

- Todo el mundo no es como tú, Kim, ¿por qué no lo entiendes? – dijo Laria exasperada.

- ¡Silencio ustedes dos! – los calló Moody con la vista fija en el papel. – Esto es interesante.

- ¿Qué cosa? – inquirió la mujer, ignorando su tono brusco.

- El chico Nott ha viajado dos veces a Alemania en sólo un mes. – mencionó el viejo mago pensativo.

- ¿Y qué hay en Alemania? – preguntó Kim inquieto.

Moody tomó un trago de su petaca y acercó un pergamino en blanco para empezar a escribir con prisa, salpicando de tinta la mesa.

- Tenemos que vigilar a este muchacho con mucho cuidado, ver a quién visita, a dónde va cuando está en Londres, si ve a algún mortífago prófugo o en Azkabán, todo; pero debemos ser muy prudentes, no puede darse cuenta de nada. – farfulló apurado a la par que continuaba escribiendo.

- ¡Alastor! – Llamó Kim más fuerte.- ¿Qué pasa en Alemania?

El viejo auror levantó la mirada y fijó su ojo humano sobre las dos personas que lo veían preocupados mientras el mágico daba vueltas frenéticas.

- Si no me equivoco, y nunca había deseado tanto que así fuera, es en Alemania donde van a intentar desatar el infierno. – Sentenció con tono lúgubre, para luego añadir.- Pero estaremos allí, nosotros siempre estamos. Y no pregunten más porque no diré nada sobre esto hasta estar completamente seguro. Vuelvan a revisar esos pergaminos, pero ahora busquen cualquier cosa, el más leve detalle relacionado con Theodore Nott. – ordenó con tono imperativo y una expresión que indicaba claramente que no podrían sacarle ni un palabra más de ese tema.

Laria apretó la pluma impotente, pero por una vez supo que estaba de más discutir. Vio con furia a Kim como culpándolo por su aparente calma y atrajo un grupo de pergaminos para revisarlos nuevamente. Su compañero, mientras tanto, frunció el ceño pensativo y tras mirar al viejo auror que continuaba escribiendo, acercó el folio más cercano para leerlo muy concentrado.

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Un joven alto de tez pálida leía un grueso volumen sentado sobre un elegante sillón. La biblioteca en la que se encontraba haría las delicias de cualquier amante de la lectura. Sin embargo, su único ocupante no parecía en absoluto conciente de lo que le rodeaba, por el contrario lucía una expresión disgustada mientras pasaba las páginas con desgano.

Estaba allí, supuestamente estudiando, porque le había prometido a su madre que iba a dedicarse completamente a la carrera que cuidadosamente le había ayudado a elegir. No que tuviera muchas opciones, había tenido que mover todas las influencias de su apellido para lograr ingresar y últimamente estas no eran tan valiosas como antaño.

Si fuera por él, se habría largado del país hacía muchos meses, pero el cariño que le tenía a su madre se lo impedía. No sólo se trataba del cariño, se recordó, tenía una deuda con ella, le debía la vida en más de una forma.

Unos tímidos golpecitos en la puerta lo sacaron de su letargo y observó con indiferencia a un joven elfo doméstico cargando una bandeja de plata en las manos que se acercaba con paso inseguro, guardando prudente distancia.

- Mi amo, ha llegado esta carta para usted. – le dijo con su vocecita chillona.

- ¿Cuándo? – preguntó el joven extendiendo la mano para tomarla.

- Hace unos minutos una lechuza la dejó en las cocinas, amo. – respondió con timidez el elfo.

El joven dio vueltas al sobre blanco y ordinario que tenía sólo sus iniciales en el lugar del destinatario.

- ¿Está ese auror vigilando la casa? –le preguntó a la criatura.

- Frente a la verja como siempre, amo. – contestó el elfo.

Su señor arrugó la nariz con desagrado, procediendo a abrir el sobre y extrayendo un pequeño trozo de pergamino amarillento. Su ceño se contrajo según leía la breve nota.

- Enciende la chimenea y vete. – ordenó a la pequeña criatura que continuaba de pie frente a él atenta a cualquier requerimiento.

- Sí, amo. – obedeció el elfo.

Rápidamente se acercó a la gran chimenea y con un chasquido de los dedos la leña empezó a arder iluminando aún más el recinto; luego, haciendo una reverencia se perdió tras la puerta.

El joven esperó a oír los pasitos alejándose para ponerse de pie y dirigirse a la fuente de calor. Una vez allí le dio una última mirada al papel intentando descifrar sin éxito lo que podría significar.

“Al final de tu primer día de clases en el último edificio del ala oeste. Yo te encontraré. No dejes de ir, tengo una invitación para ti que no podrás rechazar” T. N.

Con un bufido mezcla de hastío e inquietud, Draco Malfoy lanzó el pergamino al fuego y sin quedarse a observar cómo se convertía en cenizas, abandonó la habitación.

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