domingo, 30 de mayo de 2010

DESTINO: CAPITULO 14




Disclaimer: Todos los lugares y personajes pertenecen a J.K. Rowling, aquí sólo metimos a uno que otro nuevo y nos divertimos en su mundo encantado.

Esto es el capitulo más largo en lo que vamos, así que a acomodarse, espero les guste.

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Ron había descubierto que pasar tanto tiempo junto a una persona a la que parecía molestarle tanto hablar, no era tan desagradable, después de todo.

Tal vez Laria no fuera la bruja más simpática del mundo, pero compensaba su seriedad con lo mucho que se esforzaba por hacer su trabajo lo mejor posible.

Ya se había acostumbrado a oírla dar de bufidos, o ver cómo lanzaba pergaminos por los aires cada vez que un dato no coincidía; al principio le provocaba dar un brinco, no muy seguro de si el enojo era con él, pero ella retomaba la calma de inmediato, y le ofrecía unas parcas aunque honestas disculpas.

En cierta forma, le recordaba a esos escregutos de Hagrid, siempre dispuesta a atacar a la menor provocación, como ocurría cada vez que Travis aparecía por allí; al menos tenían eso en común, el auror australiano los sacaba de quicio.

Con Kim y Moody era diferente. Ron no se consideraba una persona muy observadora, pero había cosas que no se podían ignorar. Como el respeto que mostraba por el primero, bien disfrazado de indiferencia la mayor parte del tiempo; sin embargo, lo que más le llamaba la atención, era que a Moody lo veía con aprecio, pero a veces, cuando creía que nadie le prestaba atención, algo de rencor asomaba a sus facciones; no lo había comentado con Harry y Hermione porque no quería ir hablando de cosas que no eran de su incumbencia.

Ahora, buscando algo que le diera más valor a la teoría de Hermione, sentía que su cabeza iba a explotar. Podría recitar sin problemas las vidas del Squib y la bruja secuestrados, pero eso era todo; no encontraban un solo punto que los uniera. En realidad, era más lo que los diferenciaba, empezando con el status de sangre.

Otro resoplido le hizo ver con discreción a Laria, que se pasaba una mano por el lustroso cabello, mientras dejaba caer su pluma con expresión de fastidio.

—Lo siento, pero debo insistir en que la idea de tu amiga no nos está llevando a ningún lugar. – esa era la frase más larga que había dicho en un par de horas.

Ron dejó también su pluma, y movió la cabeza de un lado a otro.

—Debe haber algo, lo que sea. – aseguró convencido. – Tenemos que seguir buscando.

Laria lo miró de reojo con reprobación.

—Respeto tu lealtad, pero se nos acaba el tiempo; no podemos dedicar todos nuestros recursos a investigar una teoría sin sentido. – negó ella.

— ¿Quién dice que no tiene sentido? – Ron se envaró, ofendido. – La única que está en contra eres tú, todos los demás piensan que Hermione está en lo cierto.

— ¡Eso no es verdad! – fue el turno de Laria para indignarse.

— ¡Claro que sí! Hasta Moody lo cree; lo que pasa es que siempre estás criticando y viendo sólo lo que te parece mal, ¿por qué eres tan amargada? – explotó el muchacho de mal humor.

Laria lo vio, furiosa y lista para responder con una réplica hiriente, pero una risa llamó su atención y, lo mismo que Ron, giró a ver hacia la entrada.

Travis se apoyaba en el dintel de la puerta, con los brazos cruzados y una sonrisa de oreja a oreja.

—Lo siento, Weasley, pero eso va a quedar como uno de los grandes misterios de la humanidad. – comentó el rubio con tono burlón.

— ¿Quién te preguntó? – Ron lo miró, exasperado.

— ¿Qué quieres, Travis? ¿O estás tan aburrido que sólo vas por la casa espiando conversaciones ajenas? – fue el turno de Laria para responder.

El auror levantó las manos en señal de rendición, sin dejar de reír.

— ¡Oh, no! ¿Van a unirse contra mí? – el rubio fingió horrorizarse, para luego retomar su expresión habitual. – Sólo venía a decirles que tenemos algo de comida en la cocina, ya ha pasado la hora del almuerzo.

Laria lo miró entrecerrando los ojos, desconfiada.

— ¿Desde cuándo eres tan amable? – inquirió.

—Laria, me ofendes, soy una buena persona; pensé que podrían tener hambre. – mencionó el otro, resentido.

Ron lo miró, algo arrepentido.

—Lo siento, gracias, iremos en un minuto; la verdad es que no me había dado cuenta de la hora, necesito comer algo. – se apresuró a indicar.

—Sí, está bien. Disculpa, Travis. – concordó la bruja a regañadientes.

El auror asintió muy serio, dando vuelta para dejar la habitación, pero antes de irse, habló por encima del hombro.

—Además le aposté a Kim que los iba a encontrar peleando; gracias, gané diez galeones. – soltó, antes de salir corriendo.

Con un giro de varita, Laria estrelló el tintero contra la puerta, pero las carcajadas de Travis se oían ya muy lejos.

— ¡Idiota! – mascullaron los dos, a coro, sin poder evitar una sonrisa de comprensión.

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Travis regresó a la cocina, aún sacudido por la risa, después de avisarle también a Moody y Harry, que estaban reunidos en el despacho del viejo con Kingsley. Al parecer, el muchacho continuaba presionando al Ministro para que les permitiera tener una participación más activa; a él no le molestaba la idea, pero dudaba que lo consiguiera.

Encontró a Hermione compartiendo una taza de té con Kim, mientras charlaban animados. El rubio elevó las cejas al ver a su amigo tratar a la chica con tanta familiaridad, algo poco común en él.

—Ya terminé con mi labor de mensajero, ¿puedo comer ahora? – preguntó al entrar, ocupando una silla.

—Travis, ya almorzaste. – le recordó Kim, con tono paciente.

—Eso fue sólo algo de media mañana, y estoy acostumbrado a comer bien. – replicó el rubio, acercándose una fuente. - ¿Ustedes ya almorzaron?

—Sí, gracias, y estuvo muy bueno. Kim dice que tú cocinaste, ¿es cierto? – le preguntó Hermione viéndolo con una sonrisa.

—Absolutamente. Tengo alma de chef, preciosa. – respondió con un guiño travieso.

Hermione sacudió la cabeza, ya acostumbrada a las bromas del rubio.

—Antes de que lo olvide, Kim, me debes diez galeones. – comentó el auror.

Su amigo frunció levemente el ceño.

—No aposté contigo, Travis, y deja de incomodar a los demás; un día de estos Laria va a molestarse en serio y tendrás problemas. – comentó sin alzar la voz.

— ¿Ella y Ron estaban peleando? – intervino Hermione, sin reprimir su curiosidad.

—Sí, pero a pesar de todo, me parece que no se llevan tan mal como esperaba. – le respondió el rubio a la chica, ignorando las advertencias de su amigo.

—Eso espero. – murmuró Hermione, tomando otro sorbo de su bebida.

Travis cabeceó, no muy seguro, pero guardó silencio un momento, sin dejar de comer.

En tanto, Hermione y Kim retomaron su conversación, hablando acerca de los libros que habían consultado para recabar información, e intercambiando algunos títulos que podrían serles de utilidad.

La chica apreciaba el poder hablar con alguien que tenía gustos tan similares a los suyos, y que la escuchaba con atención, tomando seriamente cada uno de sus comentarios. Después de tratarlo un poco, había llegado a la conclusión de que Kim era mucho más agradable de lo que uno podría intuir a simple vista; era una pena que la mayor parte del tiempo fuera tan reservado, se podría llevar muy bien con Harry y Ron, que encontraban el sentido del humor de Travis tan desesperante, aunque no dejaba de ser divertido a veces.

En ese preciso momento, Harry llegó a la cocina, sonriéndole con cierto abatimiento; no tuvo que pensar mucho para imaginar lo que había pasado.

— ¿Kingsley no ha cambiado de opinión? – le preguntó, haciéndole un lugar.

El muchacho negó con la cabeza, tomando un panecillo sin ganas.

—Bueno, no es que no lo esperaras, ¿verdad? – intervino Travis, dejando su plato a un lado. – Apuesto que Moody insistió en que se mantuvieran así las cosas. Por cierto, ¿dónde está?

—Salió con Kingsley, no quisieron decirme a dónde. – respondió Harry, encogiéndose de hombros. – Es ridículo, como si no estuviéramos acostumbrados a estas cosas.

Hermione puso una mano sobre su hombro con un gesto de comprensión, mientras él le sonreía de vuelta.

—Están preocupados por su bien, es comprensible. – mencionó Kim. – El que hayan pasado antes por situaciones como esta, no quiere decir que esté bien.

—Supongo. – Harry dio un mordisco a su bocadillo.

Ron y Laria entraron en ese momento, dirigiéndole miradas poco amables a Travis, mientras cogían unos platos para servirse algo de comer.

Hermione, de inmediato, bajó su mano para dirigir la vista a la mesa. Harry, en tanto, la miró con cierta tristeza.

— ¿Alguna novedad? – les preguntó Kim.

—Salvo confirmar que Travis es un idiota al que deberían tener encerrado, nada. – respondió con sarcasmo Laria.

El rubio alzó la mirada, enojado y listo para empezar a discutir nuevamente, pero un gesto de Kim hizo que cerrara la boca.

—Bueno, no debemos bajar la guardia mientras investigamos. Travis y yo iremos a Bristol, mañana muy temprano; mientras tanto, ustedes pueden seguir consultando los libros. – indicó el oriental.

—Mañana es domingo. – mencionó Ron, dejando su comida un segundo.

— ¿Y? – Harry miró a su amigo con extrañeza.

—Le prometimos a la madre de Ron ir a comer mañana, ¿no lo recuerdas? – Hermione no parecía muy entusiasmada con la idea.

—Ah, sí, claro. Con todo lo que ha ocurrido, se me había olvidado. – el muchacho tampoco parecía precisamente animado. – Tal vez podamos dejarlo para otro día.

—No lo creo, ya saben cómo es mamá, y hace mucho que no voy a casa, así que no dejará de enviar lechuzas si faltamos de nuevo. – Ron se encogió de hombros, resignado.

Travis miró de uno a otro, con el ceño fruncido, y expresión concentrada, intentando adivinar el motivo de su recelo. Le bastó notar la molestia de Harry para hacerse una idea. Por supuesto, cómo no se había dado cuenta antes.

—Bueno, siempre pueden decirles que tienen muchos deberes o algo así. – sugirió, intentando lanzar un salvavidas.

—No, eso no sería correcto, la familia es importante. Vayan tranquilos. El lunes, luego de sus clases, podrán venir y unirse a nosotros. – Kim intervino.

El rubio vio a los muchachos con pena, al menos había hecho el intento.

Harry y Hermione intercambiaron una mirada incómoda; no creían que visitar a los Weasley, con todo lo que ocurría entre ellos en este momento, fuera lo mejor; pero Ron estaba en lo cierto, no podían excusarme nuevamente, así que deberían prepararse para un domingo muy difícil.

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Draco despertó en medio de la noche, con el sudor corriendo por su frente y la respiración agitada; estúpidas pesadillas que no lo dejaban en paz.

Se acostó de lado, cerrando los ojos, e intentando conciliar el sueño una vez más, pero le resultó imposible, y tras dar un golpe a la almohada, como si fuera la culpable de su desvelo, se levantó y salió de la habitación.

Pasó por el dormitorio de su madre, atento a cualquier sonido extraño, y tras comprobar que no ocurría nada fuera de lo normal, bajó la escalinata hacia la biblioteca. Un elfo se le cruzó en el camino para ofrecerse a preparar algo; de alguna manera sabían cuando un miembro de la familia estaba despierto, sin importar la hora, pero Draco lo despidió con ademán fastidiado y continuó su recorrido.

Las lámparas del recinto se mantenían encendidas toda la noche, por si alguien deseaba bajar a leer algo, o simplemente, como él, sentarse a pensar.

Empezaba a acostumbrarse a pasar malas noches últimamente, casi siempre despertando asustado y tembloroso. Su madre ya le había preguntado si se sentía bien; al parecer se veía más pálido de lo regular.

Si al menos pudiera recordar con qué rayos soñaba, pero no tenía idea. Apenas despertaba, toda su memoria se borraba, quedando sólo esa sensación de que algo iba muy mal, pero no sabía qué era.

Echó una mirada desganada a los libros que le rodeaban, no muy deseoso de empezar a rebuscar entre ellos. Le había prometido a Granger que iba a buscar algo relacionado con su loca teoría, pero no tenía ánimos para hojear viejos tomos, especialmente cuando no estaba seguro de qué era lo que necesitaba. De cualquier modo, no era que una promesa hecha a la “sangre sucia” fuera muy importante, se recordó rodando los ojos.

Lo único que le incitaba a ayudar a ese patético trío era su propia conveniencia. Él y su madre no estarían en paz mientras los Nott continuaran libres, tramando más locuras.

El status de sangre.

Tamborileó con los dedos sobre el apoyabrazos del sillón, mientras le daba vuelta a esas palabras.

Por supuesto que el status de sangre era importante, siempre fue así, pero de allí a secuestrar gente que tenían su condición de magos como única diferencia ya no era tan lógico para él, especialmente si lo más seguro era que terminaran muertos. Y Granger decía que era igual a los Nott. Sí, claro; tal vez antes, pero ya no más, no de nuevo. Pero la sabelotodo tenía razón en algo, y era que un ritual con estos elementos debía de ser casi poesía para esos chiflados.

Resopló fastidiado y se puso de pie para dirigirse a la zona en la que se encontraban los libros más antiguos; por experiencia sabía que los hechizos y rituales más complicados eran registrados allí.

Unas horas después, cerró el último de una pila bastante alta de tratados que había dejado a un lado, sobre el sillón. Nada, absolutamente nada. Al menos esperaba alguna referencia, pero salvo las declaraciones a la importancia de la pureza de sangre, no había ni un solo hechizo o instrucciones para algún ritual que involucrara a magos con distinto status de sangre. Qué pérdida de tiempo.

Apenas empezaba a amanecer, y pensó que siendo domingo, podría regresar a la cama; con un poco de suerte recuperaría el sueño perdido. Sin embargo, un golpeteo a la puerta lo hizo gruñir.

— ¿Qué? – espetó, molesto.

Un elfo, el más joven de la mansión, abrió con cuidado, mirando a todos lados, al parecer muy asustado.

—Disculpe, amo, no quería molestarlo, amo. Es temprano, pero él preguntó si estaba despierto y no supe qué decir porque lo vi entrar por la noche y pensé que continuaría aquí. Lo siento mucho, amo. – la criatura se atropellaba con las palabras, sacudiendo sus grandes orejas.

— ¿Qué estás balbuceando? – le preguntó Draco.

—Hay un hombre que quiere hablar con usted, amo. No sé cómo entró; iba a limpiar el salón y él estaba allí. – se excusó agachando la cabeza.

— ¿Lo has visto antes? – insistió el muchacho, más alerta.

—Sí, amo, es su amigo; ya ha venido a verlo hace unos meses. – el elfo asintió muy seguro. – Su madre lo conoce también, amo, creo que fue a la escuela con usted.

Draco entrecerró los ojos, inquieto. Podía imaginar de quien se trataba.

—Espera cinco minutos y lo dejas entrar, ¿entiendes? Dile que estaba dormido y me has despertado. No dejes que mi madre se acerque. – le ordenó cortante. – Vamos, muévete.

—Sí, amo. – la criatura cerró la puerta al salir casi corriendo.

El muchacho se apresuró a dejar todos los libros en su lugar, midiendo el tiempo mentalmente. Cuando hubo acabado, se tumbó en el sillón y fingió acabar de despertar, justo cuando tocaron a la puerta nuevamente. Con voz pastosa, invitó al visitante a entrar.

No alteró su semblante al comprobar que se trataba de Nott, ya lo imaginaba, ¿quién más irrumpiría en su casa de esa manera? Esperaba que no hubiera notado la vigilancia extra. Guardó silencio en tanto lo vio cerrar la puerta tras de sí, y dar una vuelta por la habitación sin mirarlo.

—Debes de tener una cama muy incómoda si prefieres dormir aquí. – comentó Nott con falso tono amable.

Draco lo miró, sin ocultar su animadversión.

—No viniste aquí para discutir mis hábitos de sueño, ¿verdad? – replicó el rubio. - ¿Qué quieres?

Theodore sonrió tranquilo, y ocupó la silla tras el escritorio.

—Te necesitamos en tus cinco sentidos, Draco, no lo olvides. – le dijo con una mueca. – Recuerdo a un tío de mi madre que sufría de insomnio, le recetaron una pócima muy buena en San Mungo, ¿por qué no vas?

—Creí haberte dicho que no me gustan tus juegos, Theodore. No sé quién te ha engañado, pero no eres gracioso. – Draco no cambió el ceño fruncido.

El otro lanzó una carcajada burlona que resonó en todo el lugar, golpeando la superficie del escritorio con brusquedad.

—Debo de estar perdiendo mi toque, todo el mundo piensa que puede tratarme de este modo; tal vez soy demasiado amable. – se inclinó hacia delante variando su expresión a una de absoluta seriedad.

Draco le sostuvo la mirada, aunque por dentro se sintiera aún más inquieto.

— ¿Qué quieres? – repitió el muchacho.

Theodore le dirigió una mirada especulativa, como si estuviera midiendo cada una de sus palabras.

— ¿Cómo está tu madre? Esperaba poder saludarla. – comentó relajando sus facciones.

—Te he dicho que no metas a mi madre en esto, Nott, pensé que lo habíamos dejado claro. – mencionó Draco con tono de advertencia. - ¿Porqué no me dices a qué has venido? ¿O sólo pasabas por aquí? – pronunció sarcástico.

— ¿Ves? Ese es el Draco que recuerdo, empezaba a creer que la falta de tu padre te había afectado. – comentó el otro, cruel. – Bueno, mi querido amigo…es gracioso que te llame así, ¿no crees? Nunca fuimos realmente amigos.

—No, y tampoco lo seremos. – replicó el otro. – Ahora, ¿vas a decirme de una vez qué es lo que tramas? No has hecho más que pedir mi colaboración, pero no me cuentas nada, y no me parece justo. Si voy a arriesgar mi pellejo, me gustaría saber qué me darán a cambio. – Draco habló con cautela.

El otro lo miró ladeando la cabeza, estudiando su expresión, jugando con una pluma que encontró sobre el escritorio.

— ¿A qué se debe este drástico cambio, Draco? La última vez que vine a verte debí ser muy duro; es más, me dio la impresión de que si no te hubiera hablado de los planes de mi abuelo para con tu madre si te negabas a ayudarnos, no habrías aceptado. – comentó suspicaz.

Malfoy retiró con cuidado una inexistente pelusa de su bata, haciendo lo posible por no parecer nervioso.

—Bueno, no me dejan alternativa, ¿verdad? Lo justo es que al menos reciba algún beneficio. La pregunta es si lo tendré o no. – le dijo, sonriendo.

—No te preocupes, Draco, si haces lo que esperamos de ti, recibirás las mayores recompensas que puedas soñar. Ella siempre ha sido muy generosa. – replicó Nott, con una mueca divertida.

El rubio se irguió sobre el sillón, muy sorprendido, y pareció por un momento totalmente descolocado.

—Ella. – repitió, confuso.

—Sí, ella, la más grande, la olvidada. – Nott lució feliz al pronunciar esas palabras. - ¿No es increíble, Draco, lo malagradecidos que podemos ser a veces? Ella que se merece los más grandes honores, dejada a un lado, como si nunca hubiera existido. Pero nosotros arreglaremos esa falta, ¿cierto?

—No sé de quién me hablas. – Draco lo miró, entre aturdido e inquieto.

—Por supuesto que lo sabes, es sólo que la has olvidado también. Pero no te preocupes, no es tu culpa, fueron tus padres quienes no te instruyeron como debían; contentándose con migajas. – Nott frunció la nariz con disgusto.

En circunstancias normales, Draco habría salido inmediatamente en defensa de sus padres, pero ahora que Nott empezaba a hablar, debía dejarlo continuar; no alcanzaba a entender aún a qué se refería, pero por primera vez creía que se estaba abriendo a él, y debía aprovecharlo.

—Entonces hazme un favor y refresca mi memoria, ¿quién es ella? – el rubio se esforzó para no lucir demasiado ansioso.

Nott siguió jugando con la pluma, con la mirada perdida.

— ¿Quién es? Ya te lo he dicho. La más grande, la que vendrá por venganza, le daremos la sangre de los traidores, y cuando reine, nosotros estaremos a su lado. – una mueca de fanatismo cruzó el semblante del muchacho.

Draco aspiró profundamente, pensando en su próximo paso. Deseaba insistir para que Theodore le revelara la identidad de la misteriosa “ella”, pero algo de su última frase llamó poderosamente su atención; ya vería cómo regresaba luego a ese tema.

—Imagino que con eso de “la sangre de los traidores” te refieres al Squib y esa bruja que has secuestrado, ¿cierto? – mencionó, intentando sonar despreocupado.

—Naturalmente, ese será su castigo. – asintió él, aparentemente perdido en sus pensamientos. – Pero no serán los únicos, el círculo aún no está completo, necesitamos más ofrendas.

—Entonces irás por más. Vaya, no esperaba menos de ustedes. Supongo que podré participar esta vez; ya sabes, ayudarles para conseguir las restantes. – deslizó la insinuación con suavidad.

Nott parpadeó, fijando sus fríos ojos en los del rubio, y dejando la pluma en su lugar.

—Eso es muy generoso de tu parte, Draco, pero no será necesario. Especialmente ahora que tienes tanta vigilancia adicional, parece que nunca volverán a confiar en tu familia. – el muchacho observó la reacción del otro al oír su comentario.

Draco se encogió de hombros, mientras tragaba espeso; desde luego que se había dado cuenta.

—Tal vez se deba a tus visitas, ¿no lo habías pensado? Deberíamos reunirnos en un lugar más discreto. – hizo la sugerencia para distraer a Nott.

—Es posible, pensaré en eso. – asintió el muchacho, no pareciendo muy interesado. – Como decía, no te preocupes por nosotros, cada quien cumplirá su parte cuando sea necesario. Llegará un momento en que serás imprescindible.

— ¿Cómo? – Draco se adelantó, sin necesidad de fingir curiosidad, ya que la sentía, y mucho.

—Todo en su debido momento, mi amigo. Me alegra ver que estás tan receptivo y dispuesto, a mi abuelo también le dará mucho gusto. – Nott sonrió, al tiempo que se ponía de pie.

— ¡Espera! No me has dicho nada nuevo, al menos podrías contarme a quién te refieres cuando hablas de “ella” – el rubio se incorporó, viéndolo ansioso.

Theodore lo ignoró, curioseando entre las estanterías, hasta que pareció aburrirse.

—Pregúntale a tu madre, sería vergonzoso que no la hubiera oído nombrar alguna vez, considerando de qué familia proviene. – mencionó con leve disgusto, encaminándose a la puerta.

— ¿No me das un nombre al menos? – Draco se empezó a desesperar, no había sacado nada.

Otra de esas escalofriantes risas se oyó en la habitación, mientras Nott ponía la mano en el pomo de la puerta.

—Pobre Draco, había olvidado lo curioso que has sido siempre. Está bien, te daré una muestra de mi confianza. Dile a tu madre que te hable de La Olvidada, la Reina de los dos Mundos. – y con esa última línea dejó la biblioteca.

Malfoy se aseguró de que Nott hubiera partido, e inmediatamente dejó el lugar, corriendo escaleras arriba para buscar a su madre. Ella tendría que darle todas las respuestas para salvarse a sí mismos.

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Harry y Hermione habían supuesto, y con razón, que la visita a los Weasley resultaría muy incómoda, pero no estaban preparados para las tensas horas que debieron pasar en La Madriguera.

Demoraron su llegada todo lo posible, con la complicidad de Ron, si bien sus motivos eran muy diferentes. Él sólo quería evitar las preguntas de su madre respecto a cómo le iba en el plano amoroso; para el pelirrojo ser interrogado acerca de eso, y en presencia de los gemelos, era como ser sometido a una sesión de cruciatus.

Aún así, llegaron a tiempo para ayudar a la señora Weasley a preparar todo para el almuerzo, mientras ella les se entretenía dando vueltas por la cocina, preguntándoles cómo les iba en sus clases, si comían lo suficiente, y regañándolos cariñosamente por lo poco que se veían.

Hasta allí, nada fuera de lo común. En realidad, disfrutaron el tiempo que pasaron con ella, recordando sus muchas visitas a esa casa y cuán en familia se sentían allí. Tan pronto como llegó el señor Weasley, Harry y Ron se reunieron con él para sonsacarle alguna información acerca de lo que ocurría en el Ministerio, con mucho tacto, por supuesto. Hermione, suponiendo lo que tenían en mente, prefirió quedarse con la señora Weasley para ayudarle con la comida y así evitar que los chicos se pusieran en evidencia.

Por la expresión suspicaz del señor, que la chica alcanzaba a ver a lo lejos, los muchachos no estaban teniendo mucho éxito; era de esperarse, se dijo suspirando apenas, el señor Weasley era mucho más astuto de lo que acostumbraba mostrar.

Cuando la señora Weasley aprovechó un momento en que se quedaron a solas, mientras su esposo y los chicos iban a poner la mesa, para sonsacarle muy amablemente si había algún muchacho en el horizonte, como ella dijo, contuvo la respiración, y suplicó no haber enrojecido tanto como imaginaba.

A lo mucho alcanzó a esbozar una sonrisa temblorosa y empezó a balbucear una serie de incoherencias, que sólo consiguieron despertar aún más la curiosidad de la señora. Seguro que habría continuado con sus preguntas, de no haber sido por la oportuna llegada de los gemelos.

Hermione estaba tan aliviada de verlos, que le dio un fuerte abrazo a cada uno de ellos, momento que aprovecharon ambos para hacerle todo tipo de bromas, que la chica aceptó encantada, no tenían idea del favor que acababan de hacerle. Si la señora Weasley encontró extraña su reacción, no hizo ningún comentario. En ese momento.

Una vez que estuvieron sentados a la mesa, el calvario empezó.

La señora Weasley sentó a Hermione y Harry juntos, con Ron y los gemelos al frente. Fred y George no perdieron oportunidad para burlarse de su hermano menor, por supuesto.

— ¿Y bien, hermanito? Vamos, cuéntanos, ¿alguna nueva víctima? – Fred fingió inocencia en tanto devoraba sus patatas asadas.

Ron lo miró, sospechando de alguna broma.

— ¿Víctima? – repitió.

—Sí, ya sabes, una pobre chica a la que intentes seducir con tus encantos. – replicó su hermano moviendo las cejas.

— ¡Fred! – su madre le dirigió una mirada de advertencia.

—Mamá, seamos realistas, todos aquí nos conocemos. Si una chica se fija en Ron, definitivamente merece ser catalogada como víctima. – intervino George, para hacer luego una pequeña acotación. – Sin ofender, Hermione.

—Descuida. – murmuró la aludida con sarcasmo.

— ¿Quieren dejar a los muchachos en paz? Con razón no vienen a visitarnos, si creen que se van a encontrar con ustedes dos. – el señor Weasley intervino a favor de los jóvenes.

—Y están avergonzándolos. Quizá Ron y Hermione piensan volver a estar juntos y ustedes lo están arruinando. – Molly Weasley habló con fervor.

Tanto uno como otra giraron a verla asustados, intercambiando una mirada de terror, que hizo reír a los gemelos a carcajadas; incluso el señor Weasley debió tomar la servilleta para fingir una tos que más bien parecía un ataque de risa.

Harry, por su parte, tomó su cuchillo con fuerza y no levantó la mirada de su plato.

—La que va a espantarlos eres tú, mamá, nada más mira las caras que han puesto. Al parecer, lo último en lo que piensan es en volver; creo que ya es hora de que lo superes. – George continuó riendo.

La señora Weasley hizo un mohín de exaspero y suspiró rendida, dejando tranquilos a los muchachos, pero llevando la mirada a Harry.

— ¿Y tú, cariño? ¿Cómo lo llevas? – inquirió con tono maternal.

El muchacho pareció confundido por la pregunta, y dio una mirada alrededor de la mesa, pero todos parecían saber tanto como él.

— ¿Cómo llevo qué? – preguntó a su vez, no muy seguro de querer saber la respuesta.

—El tener a Ginny lejos, por supuesto. Debes de extrañarla tanto, pobre de ti, y ella me ha contado en sus cartas que espera las vacaciones de Navidad ansiosa. Es triste cuando los enamorados deben separarse, pero estarás feliz de verla otra vez, ¿verdad? – la señora parecía tan ilusionada como si fuera ella la enamorada.

Harry ciñó sus cubiertos hasta hacerse daño, mientras un silencio se apoderaba del comedor. Hermione mantuvo la vista al frente, fingiendo entretenerse con el salero, mientras Ron y los gemelos veían a su amigo elevando las cejas con idéntico gesto.

—Harry, esta es la parte en la que dices “por supuesto, señora Weasley, la extraño tanto que lloro todas las noches pensando en ella” – Fred imitó la voz de Harry intentando aligerar el ambiente.

—Sí, claro, ¿quieres que te alcance el pañuelo? – George se unió a las bromas de su gemelo.

— ¡Ya cállense! – fue Ron quien reaccionó primero, pasando la mirada de Harry a Hermione.

— ¡Ron, no grites así! – su madre lo regañó.

—No tienen que estar molestando, mamá, ¿no ves que incomodan a Harry? – el muchacho se defendió sin perder su expresión hosca.

Su amigo le dirigió una mirada agradecida, pero él no lo vio de vuelta, sino que atacó su plato con furia.

Unos minutos en los que sólo se oyeron el golpeteo de los cubiertos contra los platos de loza, siguió al incidente.

El señor Weasley empezó de pronto a hablar de su trabajo en el Ministerio, comentando algunos problemas que había tenido su Departamento; en realidad eran accidentes algo graciosos que hicieron reír a los demás, aligerando la atmósfera y devolviendo la tranquilidad al almuerzo.

Pero cuando iban ya por el postre, nuevamente un comentario desafortunado, esta vez de Fred hizo que el ambiente se enrareciera.

—Casi lo olvido. Oye, Hermione, el otro día te vimos paseando con un hombre muy raro. – mencionó, curioso.

La joven frunció el ceño, extrañada por el comentario. ¿Ella paseando? ¿Con un hombre? Debía de ser otra broma de los gemelos.

—No sé de qué hablan. – la chica negó con la cabeza.

—Hermione, no finjas, y no tienes porqué avergonzarte; después de salir con Ron es lógico que te haya costado superar el trauma, pero nunca es tarde. – Fred sonreía divertido e ignorando las miradas de su madre y hermano menor.

—Insisto en que no sé a qué se refieren, tal vez se confundieron –.Hermione empezaba a perder la paciencia.

—Era un tipo alto y delgado, más o menos como Percy, pero no tan feo. – se sumó George entusiasta. – Y se nota que no es de aquí, parece chino o algo así, ¿verdad, Fred?

—A lo mejor y es japonés. – opinó su gemelo.

Hermione comprendió al instante a quién se referían. Kim, por supuesto. Intercambió una mirada con Harry, que no parecía muy alegre.

—Ah, él. – dijo al fin. – Sí, bueno, es un…este…profesor de intercambio. – dijo lo primero que se le ocurrió. – Da clases en la Academia y me lo encontré el otro día en la calle, no es nada de lo que piensan.

— ¿Y cómo sabes lo que pensamos? – Fred le sonrió como quien hace un gran descubrimiento.

—Porque conoce sus retorcidas mentes. – fue Ron quien intervino. – Y ya basta de estas cosas, ¿si?

— ¿Saben? No sé qué es, pero algo muy extraño pasa con ustedes tres. – George pasaba la mirada de uno a otro, suspicaz.

Los señores Weasley, que habían oído el intercambio de palabras en silencio, fruncieron ligeramente el ceño, como si compartieran la suposición de su hijo.

— ¿Todo está bien, muchachos? ¿Hay algo que quieran contarnos? – el señor Weasley habló con su habitual tranquilidad.

Tanto su hijo menor, como sus amigos, negaron con una cabezada, como si se hubieran puesto de acuerdo sin palabras.

—Todo está muy bien, señor Weasley, no hay de qué preocuparse. – Harry habló después de un buen rato en silencio. – Tal vez estamos algo nerviosos por las clases, eso es todo. Por cierto, creo que deberíamos irnos ya, al menos Ron y yo debemos practicar algunos hechizos para mañana.

El muchacho habló con tono ligero, pero con cierta sequedad que no pasó desapercibida para nadie. Hermione agradeció a la señora Weasley por la comida, mientras Ron dirigía una mirada hosca a sus hermanos.

Molly Weasley hubiera insistido con sus preguntas, pero una mirada de su marido la frenó. De cualquier modo, los muchachos no parecían estar de humor como para sincerarse en ese momento.

Se despidieron con cariño, pese a todo, y dejaron la casa asegurando que volverían tan pronto tuvieran algo de tiempo libre.

Ya fuera de los terrenos de la Madriguera, desaparecieron hasta llegar a un callejón cercano a Grimmauld Place. Hicieron el camino sin hablar, protegiéndose del fuerte viento con los abrigos.

Una vez dentro de la casa, Hermione se excusó, y despidiéndose de los chicos, subió a su habitación.

Harry hubiera querido ir tras ella, pero Ron permanecía a su lado, mirando a lo alto de la escalera, donde su amiga había desaparecido.

—Vas a hablar con Ginny, ¿verdad? – la pregunta imprevista sacó a Harry de su ensoñación.

El muchacho pudo fingir no entender a qué se refería su amigo, pero hubiera sido una mentira, y ambos lo sabían.

—En cuanto vuelva de Hogwarts. – confirmó –. Espero que lo entienda.

Ron bufó, rodando los ojos, y cruzándose de brazos.

—Sigue delirando. – mencionó sarcástico.

— ¿Tan malo crees que será? – Harry lo miró.

—No lo sé, habrá que esperar, supongo, además están mis padres…- el muchacho se encogió de hombros y dejó la frase en el aire.

—Lo sé. – su amigo ahogó un suspiro.

Ron empezó a dar de vueltas por la habitación, y tras dar un gruñido, tomó su chaqueta, que había dejado tirada sobre un sofá y se la puso con movimientos bruscos.

— ¿Vas a salir? – Harry lo miró confundido.

—Tienes que conversar con ella y yo no quiero estar aquí. Sólo…arreglen lo que sea que pase entre los dos de una vez, pero no dejes de hablar con Ginny antes de que ustedes…bueno, ya sabes lo que quiero decir. – el pelirrojo se dirigió a la puerta, sin mirar a su amigo.

—Ron. – Harry lo llamó antes de que saliera. – Gracias.

—No me agradezcas. Si no se tratara de Hermione, ya te habría golpeado. – Ron salió de la casa sin mirar atrás.

El muchacho inhaló profundamente, mirando la puerta cerrada. Las cosas con su amigo iban a ser un poco difíciles de ahora en adelante, pero confiaba en que con un poco de paciencia, y una vez que todo estuviera claro, podrían volver a la normalidad.

Sin dudar, se dirigió a las escaleras con paso rápido, hasta llegar a la puerta de Hermione.

Tocó suavemente, pero al no oír respuesta tomó el picaporte y lo giró, sorprendiéndose por la oscuridad en la habitación.

Algo dentro de él se encogió al ver a Hermione acostada en su cama, de espaldas a la puerta, y sacudida por los sollozos.

No lo pensó dos veces, y tras quitarse los zapatos con descuido, se tendió a su lado, enterrando el rostro en su cuello. Puso una mano sobre su cabello, que acarició con ternura, y la otra la dejó sobre su cintura, atrayéndola hacia sí.

Hermione no se movió, ni pareció extrañada por el contacto, casi como si lo esperara.

—Soy una persona horrible. – ella enlazó su mano y apretó los dedos con fuerza.

—No es cierto, eres maravillosa. Si alguien es horrible, ese soy yo. – Harry intentó sonar despreocupado.

—Tienes tanto miedo como yo. – Hermione no era fácil de engañar, y menos por él.

—Ron lo sabe. – dijo él de pronto. – No está feliz, pero entiende, y los demás también lo harán.

La chica, sorprendida por sus palabras, se tensó, y soltó su mano al tiempo que giraba para verlo de frente.

— ¿Ron lo sabe? – preguntó en un susurro.

—Sí, pero no te preocupes. Estará molesto un tiempo, claro, pero no contigo. Por favor, no estés triste, no por mi culpa. – el muchacho acarició su mejilla con el dorso de la mano, limpiando los rastros de lágrimas.

Hermione le dirigió una sonrisa temblorosa, acurrucándose en su pecho y cogiendo una bocanada de aire.

—Nada es culpa tuya, Harry, nunca, y no estoy triste, sólo… preocupada. – reconoció en voz baja.

—Prometí que todo saldría bien, ¿recuerdas? Estaremos juntos, y si alguien no lo entiende, bueno, es su problema. – el muchacho habló con cierto tono infantil que hizo sonreír a Hermione.

— ¿Es su problema? – un atisbo de risa se escurrió en su voz.

—Eso sonó un poco engreído, ¿no? – Harry rió también.

—No te preocupes, sé lo que quieres decir. – ella lo tranquilizó apretando más el abrazo.

—Sí, siempre lo sabes. – el joven susurró las palabras en su oído.

Hermione levantó la mirada, para encontrarse con los ojos verdes del muchacho fijos en ella, y sin pensarlo, acercó su rostro, murmurando algo que él no alcanzó a oír.

Harry ladeó la cabeza para juntar sus labios, suavemente al principio, con tanta ternura que la chica sintió nuevas lágrimas corriendo por sus mejillas, pero esta vez tenían un motivo muy distinto. Cuando él profundizó el beso, Hermione pasó una mano por su cuello y entreabrió aún más los labios, sintiendo cómo su respiración se agitaba, demasiado emocionaba para buscar una explicación razonable; de algún modo sabía que no la iba a encontrar, y no le importaba.

Si pasaron minutos u horas, ninguno estaba seguro de ello, pero en cierto momento debieron separarse para recuperar el aliento. Harry se entretuvo jugando con su cabello, depositando una cadena de pequeños besos sobre su rostro, mientras ella suspiraba, aún con los ojos cerrados.

Sin ponerse de acuerdo, se abrazaron fuertemente, sin necesidad de hablar, satisfechos con sentirse el uno al otro, y felices de tener ese momento para de algún modo reafirmar sus sentimientos.

Ya habría tiempo para hablar, enfrentarse a lo que pudiera ocurrir, los peligros que acechaban. Ahora, mientras cerraban los ojos y se quedaban dormidos, uno en brazos del otro, se sentían completamente en paz.

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Le hablan al destino...